El Veneno de la Corona
El Veneno de la Corona
Por: Asriel Snow
PREFACIO

En aquella mañana de otoño, familiares y amigos se encontraban reunidos en una iglesia que había sido decorada con flores y listones de color celeste y plata.

Los invitados ya estaban en sus asientos, mientras que Jax, el novio, frotaba sus manos con nerviosismo sobre sus pantalones y sus acompañantes estaban allí junto a él, sonrientes y orgullosos por el gran paso que daría.

La marcha nupcial captó la atención de todos los presentes que de inmediato se pusieron en pie y miraron hacia las puertas que, al abrirse, mostraron un panorama muy diferente al esperado.

Clarisse, quien debía lucir como una hermosa princesa vestida de blanco, entró portando un vestido de coctel ceñido al cuerpo de color rojo escarlata, dejando a todos confundidos.

Su cabello azabache estaba recogido elaboradamente en un peinado y sus ojos azules resaltaban con el delineado. En una de sus manos llevaba un portatrajes y en la otra una pequeña caja de terciopelo.

Los miembros de la orquesta dejaron de tocar, así que sólo se podían escuchar los murmullos de los invitados que comentaban entre ellos y los tacones de la novia que se dirigía al altar sin mirar a nadie más.

Para suponerse que debía ser el día más feliz de su vida, su rostro exhibía una dura expresión que no permitía a nadie comprender que pasaba. Sus ojos que solían transmitir cariño siempre, ese día blandían una mirada gélida y dura.

Una vez en el altar le entregó el portatrajes a Esme, una de sus damas de honor, y le entregó la caja a su prometido. Ninguno de los dos sabía bien cómo reaccionar, la dama de honor miró al novio en busca de alguna señal que le indicara como proseguir, pero el pánico lo había abrumado.

Esme dio un paso hacia la novia con la intención de hablar, pero antes de que siquiera formulara la primera silaba, Clarisse se dio la vuelta hacia los invitados.

—Damas y caballeros, fueron invitados a presenciar la boda Fell/O’Nelly, pero en su lugar se quedarán para la boda Fell/Wallas —enunció con una sonrisa en sus labios rojos y luego miró a quienes les entregó sus pertenencias—. Les deseo toda la felicidad del mundo. Se merecen uno al otro, están igual de podridos por dentro.

—Clarisse, espera…

—Amiga, por favor. Escúchame…

Ambos quisieron explicarse, pero ella ya estaba caminando hacia las puertas y, en ese momento, estalló el caos en aquella iglesia. Su padre arremetió contra Jax mientras que Esme quiso ir tras de ella, pero fue interceptada por la madre de su amiga. La iglesia que sería testigo de un acto de amor se convirtió en una zona de guerra entre ambas familias, mientras Clarisse se subía al taxi que la esperaba afuera.

­~*~

Desde el momento en que llegó, dejó salir la ira y la tristeza que había estado cargando las últimas horas. Su maquillaje perfecto se había corrido con las lágrimas y su elaborado peinado se había deshecho por completo.

Las decoraciones de aquella casa surcaban el aire rápidamente para terminar estrellándose contra las paredes. Los jarrones de cerámica y la cristalería estaban hechos añicos en el suelo, mientras las fotos fueron despedazadas.

Los animales de peluche que recibió de parte de Jax fueron masacrados, los muebles estaban de cabeza y las flores sufrieron la desdicha de ser arrancadas de la tierra en la que fueron sembradas.

La casa que por un año compartió con su prometido y que juntos convirtieron en un hogar, terminó siendo la representación de su dolor.

Clarisse no sufría por Jax o por Esme, sufría porque las personas que amaba con su alma, jugaron con ella y la traicionaron. Fueron cinco meses de mentiras y ahora se sentía como una completa ridícula.

Su teléfono no paraba de sonar con llamadas y mensajes de sus padres, amigos y de la feliz pareja, pero justo en ese momento no se sentía capaz de hablar con nadie y mucho menos quería escuchar las explicaciones por parte de ellos dos.

Lo que más deseaba era desaparecer, una idea que entre lágrimas y alcohol empezó a relucir como lo mejor que podría hacer.

Ahora no había nada que la atara a ese lugar y, aunque pensó en su familia por un segundo, no iba a ser la chica que se encerraría en su vieja habitación a llorar por un hombre.

Se levantó del piso y fue directo a la habitación, tomó sus maletas y empezó a guardar todas sus cosas en ellas. Una vez terminó se arregló nuevamente, tomó su equipaje y sin más dejó caer un encendedor en el licor que estaba esparcido en el suelo.

A medida que ella iba hacia la salida, el fuego se extendía, eliminando esos recuerdos que una vez llegaron a hacerla sonreír y que ahora sólo le daban asco. Guardó el equipaje en el maletero y se subió al auto para conducir hacia el aeropuerto mientras que aquella casa era consumida por las llamas de su ira.

~*~

La fiesta era todo un éxito, los invitados que habían viajado de diversas partes del mundo, sonreían durante las pláticas de diversos temas y también para las cámaras de los periodistas que buscaban captar lo mejor del momento.

Todos vestían elegantemente y de manera sofisticada, mientras disfrutaban de aquella deliciosa champaña. La música invadía el amplio salón, dictando el ritmo al que algunos bailaban en el centro de la pista.

Había aproximadamente unas trecientas personas, tal vez más o tal vez menos, y los camareros se movían a través de ellos con bandeja en mano para servir los aperitivos que fueron preparados meticulosamente por los chefs.

El palacio de la familia real de Velghary resplandecía en aquella noche al igual que las joyas que muchos de los presentes llevaban y todo se debía a la Gala de Las Luces.

A pesar de que Velghary era una pequeña nación en Europa, era apreciada por muchos como una joya escondida en el mundo. El país era guiado por una monarquía absoluta, por lo que la familia real era quien ostentaba en su poder cada una de las decisiones con respecto a sus tierras y su pueblo.

Sus principales fuentes de ingreso provenían de los yacimientos mineros en la región. Más allá de eso, los miembros de la familia real eran conocidos por poseer diversas empresas e incluso la aerolínea principal de Velghary. Además, gracias a sus relaciones sociales cosecharon una amplia red de contactos.

A simple vista, Velghary era una nación gobernada por una hermosa y perfecta familia.

Viendo todo lo que tenía su país, Brion de Velghary se sintió mareado por aquel impresionante espectáculo que su familia podía montar ante las cámaras.

Ya estaba cansado de estrechar manos y agradecer ante los halagos de los invitados con una sonrisa moderada como se le enseñó desde muy temprana edad.

Necesitaba escapar de ahí, pero de inmediato llegaba a su mente las palabras de su tía Verona sobre la responsabilidad que tenía para con la familia.

No es que no pudiera seguir con aquel show hasta que terminara, sólo quería que terminara rápido, pasar a la parte en la que les decían en que se equivocaron y luego ir a su habitación.

Sin embargo, esa gala no sólo era para que las calles del país entero estuvieran llenas de linternas colgantes. También era organizada para tratar los negocios con las familias adineradas que pretendían un intercambio justo.

—Podrías hacer un mejor intento para hacerles creer que estás feliz esta noche —habló la dama que suavemente colocó su mano sobre el brazo del joven—. Por favor, querido —finalizó con una hermosa sonrisa.

—Estoy feliz por la asistencia de los presentes, amada tía. No podría mentir sobre ello —respondió él con amabilidad y sintió como las uñas de la bella mujer de cabello negro acariciaban su brazo por encima del traje.

—Lo sé, mi niño —expresó y tomó una de las copas que le ofreció un mesero—, pero recuerda que nuestros ojos deben decirlo al sonreír, ¿sí?

Era claro que aquello no era una pregunta, así que solamente asintió y recibió un beso en la mejilla por parte de su tía.

—Princesa Verona, príncipe Brion —les saludó un hombre robusto que hizo una reverencia ante ellos—. Primeramente, permítanme agradecerle a la familia real por la invitación y felicitarlos por éste esplendido evento.

—Henrik, muchas gracias. —respondió Verona inclinando levemente la cabeza a un lado—. Nos alegra que vinieras y que hayas traído a tu familia. Espero que su estadía esté siendo un deleite absoluto.

—Por supuesto que sí. Velghary es una tierra bellísima, al igual que sus doncellas… —dijo con una sonrisa de soslayo.

Brion notó el gesto oculto debajo de aquella impresión y qué intenciones lo motivaban, pero se abstuvo de reaccionar, de esa forma su sermón sería más corto.

—Dígame, Sr. Pleck. ¿Dónde se encuentra el resto de su compañía? —preguntó y sintió los ojos de su tía que se movieron suavemente hacia él.

—Mi esposa y mi hija fueron invitadas a bailar por mis hijos mayores. Por lo que me tomé el momento para platicar con cada uno de los miembros de su familia, alteza. —explicó con educación.

Brion no estuvo complacido con la respuesta, especialmente porque desde donde estaban se podían observar a la mayoría de los invitados que bailaban y su familia no estaba entre ellos.

—Por favor, alteza. Le pido que me llame por mi nombre de pila —solicitó sonriente, como si escondiera algo—. Los negocios entre los Pleck y los Velghary fue el comienzo de una asociación, pero hemos llegado a ser amigos e iguales.

—Por supuesto. Nunca los veríamos de otra manera, ya que han sido de mucha ayuda con su colaboración —respondió Brion. Obviando por completo las palabras de aquel hombre.

—Altezas, el príncipe Zadriel me pidió que les informará que ya están listos. —anunció Eduard, el mayordomo de Verona.

—¡Oh, perfecto! Entonces reunámonos con ellos —dictó la mujer sin soltar el brazo de su sobrino—. Acompáñanos, Henrik.

Verona los guió a través de los invitados hacia el lado oeste del palacio y lejos de todos los demás.

Por el silencio en el que permanecieron durante el camino y la expresión festiva de su tía, para Brion fue claro que la mujer tramaba algo.

Al cruzar el umbral de la sala, Eduard cerró las puertas detrás de ellos, debilitando mucho más la música y las sospechas del joven príncipe se confirmaron con aquella escena.

—¡Marla, niños! —soltó Henrik antes de querer lanzarse al rescate de su esposa y sus hijos, pero dos hombres lo sometieron hasta que quedó de rodillas ante sus seres amados.

Su esposa, sus dos hijos mayores y su hija menor estaban sentados en unas sillas en el centro del despampanante salón. Las damas temblaban y lloraban pidiendo que les soltaran, sin algún daño en ellas.

Aunque los dos varones habían sido golpeados con tal brutalidad que sus rostros sangraban e incluso uno de ellos no podía abrir uno de sus ojos por la inflamación.

Ahora Brion entendió el porqué no los vio antes.

—¡¿Qué está pasando?! ¡¿Por qué tienen a mi familia aquí?! —demandó saber Henrik.

—Por favor, amigo mío —habló un hombre que se encontraba sentado tranquilamente en uno de los cómodos sofás—. No actúes como si no supieras lo que pasa. De nada sirve mentirnos, ya bastante has hecho el ridículo con tu lamentable intento de timarnos.

Zadriel lo miraba con amabilidad desde su lugar, retirado de sus otros invitados para que de esa manera no ser salpicado por alguna gota de sangre que derramaban los dos muchachos.

—Zadriel, deja…

Sus palabras fueron interrumpidas por un rodillazo que le propinó uno de los que lo sujetaban.

—Al dirigirte a alguno de nosotros, debes hacerlo con el debido respeto —ordenó una mujer de cabellos dorados con una sonrisa coqueta.

Carmina caminó hacia él y con las manos en la cintura lo miró desde arriba. Para ella todos estaban a sus pies, nunca nadie podría vivir si alguna vez quisieran hacerla menos.

—No es necesario que te esfuerces por encubrir tu traición, ya estamos al tanto de tus planes, pero quisiera saber cómo es que llegaste a idear semejante sandez —expresó con preposición.

—Lo… lo siento, Altezas… Mil perdones, les suplico piedad —lloriqueó el hombre robusto—. Fui avaricioso, nunca debí siquiera permitir que algo así pasara por mi mente, pero no… no pude resistir a la tentación. Sólo deseaba más para mi familia…

—Miserable perro codicioso… —sin ninguna advertencia aplastó su miembro con la punta de su tacón, obteniendo un grito de parte de su víctima—. Pobre, Henrik, ¿qué deberíamos hacer contigo?

—¡Por favor…! ¡Déjennos ir, mis hijos no tienen que sufrir esto…! —rogó la Sra. Pleck presa del pánico.

—Claro que tienen que hacerlo, ellos ayudaron a su amado padre y lo entiendo —contestó Verona, yendo hacia ella frunciendo su ceño con pena—. Yo también apoyaba a mi padre en cualquiera de sus planes. Amaba ver el brillo de sus ojos cada vez que alguno de sus planes se concretaba correctamente. Fuera un negocio nuevo o un asesinato más…

—Princesa…, son mis hijos, tengan clemencia de ellos. —suplicó y volteó a verlos—. Mi esposo y yo moriremos, pero a ellos… A mis niños…, perdónelos, por favor.

—Brion… —lo nombró su tío Zadriel sin dejar de ver a los Pleck.

—¿Sí, tío?

—Considérate afortunado. Hoy elegirás el futuro de la familia Pleck —musitó el hombre rubio.

La mirada de Brion se movió nerviosa hacia los pobres que habían sido marcados en el momento en que se les ocurrió moverse en contra de los Velghary.

No era la primera vez que él presenciaba esos actos de castigo, de hecho, en algunas ocasiones también llevó a cabo alguno de éstos por órdenes de ellos.

No obstante, cuando vio los ojos de aquella chica, se encontró con una mirada de alguien llena de pavor e impotente al no tener la fuerza para pelear por mucho que lo deseara.

—Su insensatez no debe ser tomada a la ligera, deben pagar por ello —musitó fríamente sin apartar la mirada de los ojos de la chica, mismos que se agitaron por lo que escuchaba—. No obstante, sería perder el tiempo y servirían más siendo ejemplos vivos. Digo que personas tan avariciosas deberían perder una mano.

Carmina, Zadriel y Verona intercambiaron miradas, por un momento Brion creyó que se había equivocado, pero cuando los tres asintieron satisfechos tragó en seco.

Les perdonó la vida sin que esos tres fueran capaces de notarlo.

—Que así sea, pero primero… —dijo Zadriel y sin que nadie lo previera extrajo un arma de su saco para atravesar la cabeza de Henrik con una bala—. Felicidades, muchachos. Fueron ascendidos en el negocio familiar.

Los gritos y el llanto de aquellas personas llenaron el lugar, pero a sus Altezas ni los inmutó, únicamente salieron del salón para regresar a la fiesta y dejar que el personal se encargara de cumplir con la condena.

~*~

La gala transcurrió de maravilla, pero entre tantas sonrisas Brion sentía latir su corazón desbocadamente dentro de su pecho.

Nuevamente debía tragarse lo que sentía, debía mantenerse estable o terminaría siendo castigado. Estaba atrapado hasta el momento en el que muriera y resistir para no terminar convirtiéndose en uno de ellos.

Observó a su familia y era impresionante la manera en la que podían actuar, como si no pasó nada hace algunas horas.

Dhalia, su hermana menor, se percató de que algo andaba mal con su hermano y quiso ir hacia él, pero fue interceptada por su prima Annabeth para posar ante las cámaras.

Trató de escapar, pero Brion ya no estaba donde lo había visto y con la llegada de Carmina, no le quedó de otra que sonreír para los paparazis.

La desesperación lo carcomían terriblemente y antes de que lo notara se encontraba al pie de las escaleras con una botella en una mano y un encendedor en la otra.

Estaba harto de esa vida, deseaba escapar o finalmente morir, no le importaba siempre y cuando pudiera alejarse de ellos para siempre.

No fue hasta que las llamas cobraron vida frente a él, que los invitados notaron lo que estaba ocurriendo. Alarmados se alejaron de él y de inmediato la seguridad del palacio trató de alcanzarlo, pero el fuego se interpuso.

—Yo, Brion de Velghary, abdicó por completo a mi título como príncipe heredero y anunció mi separación de la familia real —declaró en voz alta.

Sus ojos llenos de lágrimas se fijaron en Dhalia y su tía Seniah. No quería abandonarlas, pero ya no tenía la fuerza para seguir con eso. Con una disculpa silenciosa arrancó el escudo familiar que estaba adherido a su saco y lo arrojó al fuego.

Las luces se apagaron inesperadamente y por medio de aquel desastre, el príncipe se escabulló.

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