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El Secreto de Rut.
El Secreto de Rut.
Por: Beraca93
1. Bajo la lluvia, un nuevo camino

El cielo estaba gris, y la llovizna caía en gotas finas, empapando el ambiente con una melancolía persistente. Cada paso hacia la puerta de la casa de su tía se sentía como un desafío para Gabi. El frío calaba en su piel, y el corazón encogido latía con temor. Cuando golpeó suavemente la madera, los pasos acercándose del otro lado la llenaron de inquietud.

El esposo de su tía abrió la puerta, con una expresión de curiosidad que rápidamente desapareció.

—Jhoana, ven, es tu sobrina.

Jhoana apareció detrás de él, cruzándose de brazos y con el ceño fruncido. Su mirada era dura, y el tono de su voz llegó como un golpe directo al corazón de Gabi.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz cargada de desdén—. Ya mi mamá murió, y con ella se acabó mi obligación contigo. No tengo por qué tolerarte más.

El tío político intentó suavizar el momento.

—No seas así, Jhoana. Ni siquiera te ha dicho a qué vino.

—No me importa —espetó ella, alzando la voz—. Esa ingrata le quitó todo a mi madre, toda su vida, hasta el último aliento. ¿Y qué hizo después? Ni siquiera vino al entierro.

Las palabras de Jhoana atravesaron el pecho de Gabi como dagas. Quiso hablar, defenderse, explicar, pero sus labios se cerraron con fuerza.

"No tiene caso. No lo entendería," pensó, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

El ruido de la discusión se desvaneció mientras Gabi dio media vuelta y comenzó a caminar bajo la lluvia.

La humedad impregnaba su ropa, y cada gota que caía parecía arrastrar un pedazo más de su espíritu. El frío era insoportable, pero la tormenta verdadera estaba en su mente: el recuerdo de su abuela Rut.

Las gotas de lluvia se mezclaban con las lágrimas que Gabi intentaba contener, mientras su mente repetía cruelmente una verdad: ya no quedaba nadie para ella.

Su abuela había sido todo: madre, padre, amiga, su refugio en los peores momentos. Ahora, el vacío era insoportable. La imagen de Rut preparando la cena y esperándola siempre con una sonrisa cálida era como un bálsamo perdido.

Días atrás, una llamada había cambiado su vida. Su abuela estaba muy mal, y Gabi había decidido viajar de inmediato para verla. Pero el destino fue cruel. Un accidente en el camino la dejó hospitalizada y, para cuando despertó, su abuela ya había fallecido.

La oportunidad de despedirse se había esfumado, y esa realidad la perseguía como una sombra.

La lluvia arreció cuando Gabi llegó a un puente. El sonido del río abajo era ensordecedor; el caudal había crecido con el aguacero. Se detuvo en la mitad, observando el agua correr violentamente. La corriente parecía llamarla, una promesa de silencio eterno.

"Si yo cayera… desaparecería," pensó, mientras el vacío en su pecho se hacía insoportable.

Todo lo más importante en su vida ya estaba perdido. No quedaba nadie que la amara, nadie que la buscara. Cerró los ojos, intentando reunir el valor para dar el siguiente paso. El ruido del río inundaba sus pensamientos, y su cuerpo temblaba, no sólo por el frío, sino por el peso de las emociones que lo arrastraban.

De repente, un sonido rompió su trance. Cuando abrió los ojos, una figura femenina estaba frente a ella, sosteniendo un paraguas que protegía a ambas de la lluvia. La sorpresa fue inmediata.

—¿Estás bien? —preguntó la mujer, con una voz suave pero firme.

La imagen de la mujer hizo que Gabi recordara a su abuela por un momento, aunque sus facciones eran más jóvenes.

—Hola, yo soy Rebeca. ¿Y tú? —dijo la señora, extendiendo su mano.

Gabi la miró con desconfianza, sin saber si responder. Finalmente, mintió.

—Soy Rut.

Rebeca sonrió levemente, con una calidez que desarmó la resistencia de Gabi. La ayudó a ponerse de pie.

—Ven, vamos a esa tienda para refugiarnos de la lluvia. Podemos hablar mejor allá.

Mientras caminaban hacia una pequeña tienda cercana, el sonido de la lluvia contra el techo metálico llenaba el silencio. Ambas se sentaron en un banco bajo el refugio, acompañadas del olor a tierra mojada y el repiqueteo constante.

—No eres de aquí, ¿verdad? —preguntó Rebeca.

—No —respondió Gabi, ahora convertida en Rut.

Rebeca la observó con cuidado, sus ojos mostrando una mezcla de curiosidad y compasión.

—Sabes, algo en mi espíritu me dijo que debía salir. Vi lo que intentabas hacer en el puente, y no podía ignorarlo.

Gabi negó rápidamente.

—No era eso. Mi móvil se cayó al río, y me quedé observando la corriente.

Rebeca no parecía convencida, pero dejó que Gabi hablara.

—Bueno, supongamos que te creo. Cuéntame, ¿estás sola aquí? ¿Tienes algún familiar o amigo?

Por más que Gabi quisiera ocultar la verdad, algo en la presencia de Rebeca la hizo sentir segura. Lentamente, comenzó a contarle todo: sobre su abuela, el accidente, y el vacío que sentía. Mientras hablaba, las lágrimas fluían libres, mezclándose con la lluvia que aún caía afuera.

—Yo tengo una hija más o menos de tu edad —dijo Rebeca finalmente, con un tono suave—. ¿Sabes? Cuando te miro, pienso en ella. Quiero ayudarte en lo que pueda.

Gabriela, ahora haciéndose llamar Rut, parpadeó sorprendida ante la generosidad de aquella desconocida.

—Gracias, pero no sé si debería…

—No tienes familia, ¿verdad? —interrumpió Rebeca, con una firmeza que desarmó a Gabi. Ella negó con la cabeza, bajando la mirada.

—Entonces ven conmigo. Puedes quedarte en mi casa el tiempo que necesites. Soy viuda, pero Dios siempre me ha ayudado.

Gabi dudó, pero no tardó en aceptar.

"Ella también está sola, como yo," pensó. "Tal vez podamos acompañarnos mutuamente."

—Vamos a buscar a mis hijos —dijo Rebeca inesperadamente.

Mientras caminaban, Gabi asumió que Rebeca se refería solo a una hija, pero pronto se dio cuenta de que las cosas no eran tan simples.

Justo cuando buscaba una excusa para desaparecer, Rebeca se giró y señaló a dos jóvenes que venían hacia ellas.

—¡Mira, ahí están mis gemelos!

Los gemelos se acercaron, con miradas curiosas pero intensas. Gabi sintió un extraño escalofrío, una mezcla de incertidumbre y expectativa que no podía explicar.

"¿Qué estoy haciendo aquí?" pensó, mientras el vacío que había sentido hasta ese momento comenzaba a llenarse con algo completamente nuevo.

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