El amanecer comenzó a teñir el cielo con tonos cálidos cuando doña Rebeca entró al cuarto de Rut.
La habitación estaba tranquila, y Rut parecía dormir profundamente, su rostro más relajado tras la fiebre de la noche anterior. Con pasos silenciosos, Rebeca se acercó y colocó una mano sobre la frente de Rut, verificando que la fiebre no hubiera vuelto. Al sentir el contacto, Rut abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que atravesaba las cortinas. —¿Cómo te sientes, hija? —preguntó Rebeca en voz baja, su mirada llena de preocupación. —Mejor, gracias a Dios —respondió Rut con una leve sonrisa. Rebeca respiró aliviada y cerró los ojos por un momento, murmurando una breve oración de agradecimiento. Tocó suavemente el brazo de Rut antes de agregar: —Sigue descansando, hija. No te preocupes por nada. Estás en casa. Rut intentó obedecer, pero la inquietud en su pecho no la dejaba permanecer quieta. Minutos después de que Rebeca se fuera, se levantó. No podía quedarse en la cama por más tiempo. Algo en su interior la empujaba a buscar calma, y su mente la llevó hacia la cocina. Cuando Rut llegó a la cocina, encontró a Rebeca trabajando sola, cortando verduras con movimientos hábiles. La cocina estaba envuelta en aromas cálidos que despertaban recuerdos familiares en Rut. Se acercó y, con voz suave, preguntó: —¿Puedo ayudarle? Rebeca se giró rápidamente, dejando escapar una pequeña exclamación. —¡Ay, hija, qué susto me diste! Pensé que estabas descansando. Rut sonrió tímidamente mientras se apoyaba contra la mesa. —Me siento mucho mejor, y como le dije ayer, no puedo quedarme sin hacer nada. Cocinar siempre me ha ayudado a despejar la mente… además, quiero devolverle un poco de su amabilidad. Rebeca la observó por un instante, luego asintió con una sonrisa cálida. —Bueno, si en verdad te sientes mejor, ven aquí. Pero prométeme que no te esforzarás demasiado. Haremos todo con calma. Rut tomó su lugar junto a ella, dejando que sus manos trabajaran con la fluidez que su abuela le había enseñado. En poco tiempo, la cocina se llenó de risas y aromas deliciosos. Rebeca no dejaba de elogiar la habilidad de Rut, agradeciéndole por ser una ayuda excepcional. Media hora después, los gemelos llegaron a la cocina con energía contagiosa, alegrándose al ver que Rut estaba mucho mejor. Rebeca aprovechó la oportunidad para elogiar la comida que Rut había ayudado a preparar. —Me enseñó a cocinar mi mamita —dijo Rut, su voz bajando mientras un leve brillo de tristeza nublaba su mirada. Los recuerdos de su abuela llenaron su mente, pero intentó mantener la compostura. Cuando llegó la hora de comer, todos se reunieron alrededor de la mesa. Los gemelos no dejaban de elogiar la comida, incluso pidiendo más. Sin embargo, Rut apenas podía mantener la sonrisa. Un nudo en el pecho le quitaba el apetito. Al final, se levantó con una excusa débil y fue a la cocina, supuestamente por agua, pero en realidad para buscar un momento de soledad. Todos entendieron su necesidad de espacio, aunque nadie lo comentó. —¿Qué le pasa a Rut? —preguntó uno de los gemelos con preocupación. —Ella perdió a su abuela hace menos de dos meses —respondió Rebeca suavemente—. Es un dolor profundo, y recordar a su mamita seguramente le trae mucha tristeza. Por eso quiero pedirles que la traten como a una hermana. Debemos apoyarla y ser compasivos. Una pérdida así es difícil de superar. Rut volvió a su cuarto y cerró la puerta con cuidado. Mientras dejaba caer su cuerpo en la cama, la tristeza la envolvió como una sombra. Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Su mente estaba llena de recuerdos, y el vacío que sentía parecía consumirla por completo. Horas más tarde, Rebeca llamó suavemente a la puerta antes de entrar con un vestido nuevo en las manos. —Mira, hija. Esto es para ti. Está lavado y planchado. Después de bañarte, podrás ponértelo. Rut agradeció con voz baja, aunque su tristeza seguía siendo evidente. Rebeca la llevó al baño, mostrándole todo con paciencia antes de despedirse. Aunque Rut intentó sentirse mejor, su ánimo seguía siendo pesado. Después de bañarse y cambiarse, Rut salió al jardín. El aire fresco y el césped húmedo por la reciente lluvia la invitaron a caminar. Al principio se quedó cerca de la casa, observando las flores y el paisaje, pero pronto sus pasos la llevaron más allá. A pocos metros divisó una quebrada. El agua fluía con calma, y el sonido de la corriente parecía llamarla. Rut se acercó y se sentó en el suelo, dejando que el paisaje le ofreciera un respiro. El murmullo del agua, el canto de los pájaros y el suave movimiento de las hojas la envolvieron, dándole una tregua en medio de su duelo. Se recostó bajo la sombra de un árbol, cerrando los ojos mientras dejaba que la naturaleza la consolara. Aunque el dolor seguía presente, por primera vez en días sintió una paz momentánea. El canto lejano de los pájaros rompía el silencio de la casa mientras doña Rebeca buscaba frenéticamente a Rut. Había recorrido todas las habitaciones y el patio, pero no había rastro de ella. La preocupación comenzaba a estrujarle el pecho cuando Joel, uno de los gemelos, llegó del campo. —Joel, no encuentro a Rut por ningún lado. Ayúdame, por favor —le dijo Rebeca, interceptándolo en la entrada, su voz llena de inquietud. Joel, sorprendido por la urgencia en su tono, dejó lo que estaba haciendo y comenzó a buscar junto a su madre. Revisaron nuevamente los lugares habituales hasta que Joel se detuvo un momento para pensar, levantando la mirada hacia el horizonte. —Quizá está en la quebrada... —murmuró, y sin esperar respuesta, salió corriendo hacia allí. Al llegar, vio el cuerpo inmóvil de Rut bajo la sombra de un árbol. Por un instante, su corazón dio un vuelco al imaginar lo peor, pero pronto se dio cuenta de que estaba profundamente dormida. Con alivio, se acercó y la tocó suavemente en el hombro. —¡Rut! —la llamó. Rut abrió los ojos de golpe y soltó un grito, sobresaltada. —¡Soy yo! —exclamó Joel, llevándose una mano al pecho por el susto—. Te quedaste dormida aquí... ¿qué soñabas? Rut parpadeó, aún confundida, mientras miraba a su alrededor antes de ponerse de pie. —Vamos, mi mamá está preocupada por ti —añadió Joel, caminando delante de ella. Mientras seguía a Joel de regreso, Rut no pudo evitar pensar en cómo esta familia, a pesar de conocerla poco, se preocupaba por ella con una dedicación que no había experimentado en mucho tiempo. Algo en su corazón comenzó a cambiar, dejando espacio para una pequeña chispa de esperanza.Joel dejó a Rut en el pasillo, su actitud despreocupada contrastando con el peso emocional que ella sentía. Él se dirigió directamente al comedor, donde sus hermanos ya lo esperaban. Mientras colocaba un plato en la mesa, comenzó a relatar lo ocurrido con entusiasmo. —No la encontrábamos por ningún lado. Ni en el jardín, ni en el patio, ni en la casa. Hasta que me acordé de la quebrada —dijo Joel, haciendo un gesto amplio con las manos. David, sentado al otro lado de la mesa, levantó una ceja. —¿Recién se te ocurrió buscar allí? —preguntó con un tono seco, acompañado de un leve arqueo de la frente. —¿Cómo que recién? —Joel lo miró, desconcertado. —Por lógica, hermano. Es un buen lugar para encontrar paz. —¿Cómo no se te ocurrió antes Joel ? —intervino Johan, soltando una risa burlona. —¡Cállate tú! —gruñó Joel, frustrado, cruzándose de brazos. David levantó una mano, calmando la disputa antes de que escalara. —No es momento para discutir. Terminemos de comer y volvamo
Al día siguiente, hubo un gran alboroto. Los gemelos corrían de un lado a otro y David les pitaba para que se apuraran. Finalmente, se fueron y la bulla terminó. Doña Rebeca y Rut se quedaron en la cocina. "Doña Rebeca comentó: 'Esto sucede todos los sábados. Al menos es solo un día a la semana. Imagínate si fuera todos los días'", dijo. Rut sonrió sin decir nada pero pensó para sí misma: "Espero que tarden en regresar. Qué paz hay ahora. Ojalá no tenga que verlo de nuevo a 'ese' (refiriéndose a David)".Rut le dijo a doña Rebeca que estaría en la quebrada por si la necesitaba, luego se fue y se quedó allí contemplando a los pajaritos y pececitos que llegaban cuando caía basura al agua. Metió los pies en el agua y los pececitos le mordían. Como no sabía nadar, se quedó en la orilla. El canto de los pajaritos le traía tanta paz que hizo que olvidara sus malos recuerdos.Desafortunadamente para ella, esa paz no duraría mucho, ya que no pasó ni una hora cuando escuchó el ruido de la cam
— ¿Te hice esperar mucho, Rut?— preguntó Wendy, sonriendo.— No, para nada, — le contestó Rut.— Entonces vamos, — dijo Wendy, pasando adelante de Rut.Mientras caminaban por la acera de la calle, Wendy no paraba de hablar. Si se topaba con personas conocidas, las saludaba amablemente. Se notaba que las personas le tenían estima, ya que le hablaban con mucho cariño.Continuaron caminando y Wendy seguía hablando, mencionando los lugares. También le comentó a Rut que allí era un lugar tranquilo.Llegaron a una cafetería y Wendy la invitó a entrar. Rut aceptó y entró con ella. Wendy pidió dos cafés para conversar más cómodamente y le dijo:— Ahora sí, háblame de ti. Estoy atenta para escuchar tu historia, — le dijo mirándola fijamente.— Creo que no hay mucho que contar, — dijo Rut, sintiéndose incómoda en su silla.— Entonces, dime cómo conociste a la familia Campos, si se puede saber. Si no quieres contarme, no hay problema. Lo único malo sería que te aburras de escuchar mis historias,
David observó a Rut llegar, preguntándose cómo Wendy había logrado convencerla. Sin embargo, no solo eso, también era incapaz de evitar mirarla. Rut era sumamente hermosa y su vestido realzaba sus elegantes caderas y muslos. Con el cabello ondulado recogido en un moño, David observaba cada detalle hasta que Rut lo sorprendió mirándola. Ante su mirada de desaprobación, él se sintió avergonzado y disimuló mirando en otra dirección.Permanecieron juntos durante todo el servicio. Aunque Rut no entendía del todo, observó a los demás jóvenes orar, algo que ya había presenciado, pero luego los escuchó entonar alabanzas al Creador. Esto la sorprendió, ya que la música de los jóvenes le erizaba la piel. Era una experiencia nueva para ella.Cuando llegó la hora del sermón, Rut prestó mucha atención a cada palabra pronunciada por el predicador. Sentía como si el mensaje estuviera dirigido directamente a ella, lo cual la dejaba confundida.Al finalizar la predicación, Rut se acercó a Wendy para c
— Estoy bien, no es nada grave. No tiene importancia — respondió nuestra chef para no darle más importancia al asunto. Minutos después, el chocolate estaba listo. Rut lo sirvió para que Wendy lo llevara a los chicos, mientras ella limpiaba el desastre.Cuando Wendy regresó a la cocina, Rut le dijo: — Si quieres, puedo ayudarte a hacer la cena. Wendy guardó silencio y luego preguntó: — ¿Sabes cocinar bien?. — Solo dime qué quieres que prepare y lo haré, — respondió Rut.— Bueno, solo prométeme que no será un desastre como el que yo hice, — le pidió Wendy.— ¿Qué te gustaría que preparemos? ¿O prefieres que revisemos la nevera para ver qué hay y así empezar a cocinar?— sugirió Rut.Mientras Rut y Wendy estaban en la cocina, llegó el auto de los padres de Wendy. Ellos entraron seguidos de doña Rebeca, quien al ver a sus hijos empapados, se sorprendió y les preguntó:— Por qué están mojados? ¿Estaban al aire libre sin techo en el evento de jóvenes?. Uno de los gemelos intentó explica
— ¿Cómo lo sabes si no se lo he mencionado a nadie? — preguntó sorprendida Rut.David respiró hondo y le respondió.— No importa cómo lo sé. Lo importante es que mis hermanos se disculpen contigo y no vuelvan a comportarse así — dijo David retirándose.— ¿Lo viste tú o te lo contaron? — insistió Rut.— Buenas noches, Rut — dijo David sin detenerse.Rut no respondió, se quedó pensando mientras David subía las escaleras.— Rut... — llamó desde el final de las escaleras.Rut levantó la mirada hacia él.— Recuerda apagar la luz — le recordó David.Rut asintió con la cabeza, pero en su mente se preguntaba: "¿Qué le pasa a este? ¿Cree que soy una niña para darme instrucciones?"A la mañana siguiente, todos estaban levantados temprano porque era domingo y debían ir a la iglesia.Doña Rebeca se le adelantó a Rut en la cocina, preparando todo cuando ella llegó.Acordaron que Rut cocinaría el almuerzo. Durante la comida, los gemelos se disculparon con Rut de manera humilde, lo que generó lástim
Después de observarla, notó que ella estaba nerviosa y luego habló.— Tómate tu tiempo — dijo él, mientras miraba un folleto que estaba sobre la mesa.Luego, el pastor dirigió la mirada hacia su esposa.— Por protocolo, ella tiene que estar aquí. Espero que no te moleste.Rut negó con la cabeza y volvió a quedarse en silencio.Ya había pasado bastante tiempo cuando el pastor intentó hablar.— Rut... — dijo él.— Mi nombre es Gabriela Estefanía Contreras y tengo 25 años...Rut continuó sin interrumpirse, contando todo sobre quién era, dónde vivía y acerca de su familia, proporcionando todos los detalles.Luego empezó a relatar desde la muerte de su abuela hasta ese momento. Era inevitable que la pobrecita no llorara, por lo que la esposa del pastor le pasó una servilleta y le ofreció agua.A diferencia de otras ocasiones, esta vez no ocultó nada y sí admitió todo lo relacionado con el puente.Después de consolarla en su llanto, se produjo un silencio.Luego, el pastor habló.— Dime...
Después de unos minutos, Rut decidió regresar a casa. Al entrar, vio a David sentado en la mesa del comedor, trabajando en su computadora. Sin embargo, Rut pasó directamente a la cocina, donde encontró a doña Rebeca, con quien comenzó a platicar.Rut sentía la necesidad de compartir toda la verdad con ella. Mientras tanto, doña Rebeca le contaba a Rut un pasaje de la biblia que se encuentra en el libro de San Lucas, capítulo 10, versículo 25. Rut escuchaba atentamente, y luego doña Rebeca le dijo:— En la biblia hay un libro que lleva tu nombre. Cuando tengas tiempo, puedes leerlo. Rut respondió que no tenía una biblia, y doña Rebeca le ofreció conseguírsela, con la condición de que se comprometiera a leerla. Rut aceptó dicho compromiso:— Lo prometo — dijo.— Trato hecho, espera aquí mientras regreso — concluyó doña Rebeca.Doña Rebeca fue por la Biblia y Rut se quedó en la cocina esperando. Al poco tiempo, doña Rebeca regresó con la Biblia y se la entregó. Aunque Rut intentaba dis