Inicio / Romance / El Secreto de Rut. / 4. Un amanecer diferente.
4. Un amanecer diferente.

El amanecer comenzó a teñir el cielo con tonos cálidos cuando doña Rebeca entró al cuarto de Rut.

La habitación estaba tranquila, y Rut parecía dormir profundamente, su rostro más relajado tras la fiebre de la noche anterior.

Con pasos silenciosos, Rebeca se acercó y colocó una mano sobre la frente de Rut, verificando que la fiebre no hubiera vuelto. Al sentir el contacto, Rut abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que atravesaba las cortinas.

—¿Cómo te sientes, hija? —preguntó Rebeca en voz baja, su mirada llena de preocupación.

—Mejor, gracias a Dios —respondió Rut con una leve sonrisa.

Rebeca respiró aliviada y cerró los ojos por un momento, murmurando una breve oración de agradecimiento. Tocó suavemente el brazo de Rut antes de agregar:

—Sigue descansando, hija. No te preocupes por nada. Estás en casa.

Rut intentó obedecer, pero la inquietud en su pecho no la dejaba permanecer quieta.

Minutos después de que Rebeca se fuera, se levantó. No podía quedarse en la cama por más tiempo. Algo en su interior la empujaba a buscar calma, y su mente la llevó hacia la cocina.

Cuando Rut llegó a la cocina, encontró a Rebeca trabajando sola, cortando verduras con movimientos hábiles.

La cocina estaba envuelta en aromas cálidos que despertaban recuerdos familiares en Rut. Se acercó y, con voz suave, preguntó:

—¿Puedo ayudarle?

Rebeca se giró rápidamente, dejando escapar una pequeña exclamación.

—¡Ay, hija, qué susto me diste! Pensé que estabas descansando.

Rut sonrió tímidamente mientras se apoyaba contra la mesa.

—Me siento mucho mejor, y como le dije ayer, no puedo quedarme sin hacer nada. Cocinar siempre me ha ayudado a despejar la mente… además, quiero devolverle un poco de su amabilidad.

Rebeca la observó por un instante, luego asintió con una sonrisa cálida.

—Bueno, si en verdad te sientes mejor, ven aquí. Pero prométeme que no te esforzarás demasiado. Haremos todo con calma.

Rut tomó su lugar junto a ella, dejando que sus manos trabajaran con la fluidez que su abuela le había enseñado.

En poco tiempo, la cocina se llenó de risas y aromas deliciosos. Rebeca no dejaba de elogiar la habilidad de Rut, agradeciéndole por ser una ayuda excepcional.

Media hora después, los gemelos llegaron a la cocina con energía contagiosa, alegrándose al ver que Rut estaba mucho mejor. Rebeca aprovechó la oportunidad para elogiar la comida que Rut había ayudado a preparar.

—Me enseñó a cocinar mi mamita —dijo Rut, su voz bajando mientras un leve brillo de tristeza nublaba su mirada. Los recuerdos de su abuela llenaron su mente, pero intentó mantener la compostura.

Cuando llegó la hora de comer, todos se reunieron alrededor de la mesa. Los gemelos no dejaban de elogiar la comida, incluso pidiendo más. Sin embargo, Rut apenas podía mantener la sonrisa. Un nudo en el pecho le quitaba el apetito.

Al final, se levantó con una excusa débil y fue a la cocina, supuestamente por agua, pero en realidad para buscar un momento de soledad. Todos entendieron su necesidad de espacio, aunque nadie lo comentó.

—¿Qué le pasa a Rut? —preguntó uno de los gemelos con preocupación.

—Ella perdió a su abuela hace menos de dos meses —respondió Rebeca suavemente—. Es un dolor profundo, y recordar a su mamita seguramente le trae mucha tristeza. Por eso quiero pedirles que la traten como a una hermana. Debemos apoyarla y ser compasivos. Una pérdida así es difícil de superar.

Rut volvió a su cuarto y cerró la puerta con cuidado. Mientras dejaba caer su cuerpo en la cama, la tristeza la envolvió como una sombra.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Su mente estaba llena de recuerdos, y el vacío que sentía parecía consumirla por completo.

Horas más tarde, Rebeca llamó suavemente a la puerta antes de entrar con un vestido nuevo en las manos.

—Mira, hija. Esto es para ti. Está lavado y planchado. Después de bañarte, podrás ponértelo.

Rut agradeció con voz baja, aunque su tristeza seguía siendo evidente. Rebeca la llevó al baño, mostrándole todo con paciencia antes de despedirse. Aunque Rut intentó sentirse mejor, su ánimo seguía siendo pesado.

Después de bañarse y cambiarse, Rut salió al jardín. El aire fresco y el césped húmedo por la reciente lluvia la invitaron a caminar.

Al principio se quedó cerca de la casa, observando las flores y el paisaje, pero pronto sus pasos la llevaron más allá.

A pocos metros divisó una quebrada. El agua fluía con calma, y el sonido de la corriente parecía llamarla.

Rut se acercó y se sentó en el suelo, dejando que el paisaje le ofreciera un respiro. El murmullo del agua, el canto de los pájaros y el suave movimiento de las hojas la envolvieron, dándole una tregua en medio de su duelo.

Se recostó bajo la sombra de un árbol, cerrando los ojos mientras dejaba que la naturaleza la consolara. Aunque el dolor seguía presente, por primera vez en días sintió una paz momentánea.

El canto lejano de los pájaros rompía el silencio de la casa mientras doña Rebeca buscaba frenéticamente a Rut. Había recorrido todas las habitaciones y el patio, pero no había rastro de ella. La preocupación comenzaba a estrujarle el pecho cuando Joel, uno de los gemelos, llegó del campo.

—Joel, no encuentro a Rut por ningún lado. Ayúdame, por favor —le dijo Rebeca, interceptándolo en la entrada, su voz llena de inquietud.

Joel, sorprendido por la urgencia en su tono, dejó lo que estaba haciendo y comenzó a buscar junto a su madre. Revisaron nuevamente los lugares habituales hasta que Joel se detuvo un momento para pensar, levantando la mirada hacia el horizonte.

—Quizá está en la quebrada... —murmuró, y sin esperar respuesta, salió corriendo hacia allí.

Al llegar, vio el cuerpo inmóvil de Rut bajo la sombra de un árbol. Por un instante, su corazón dio un vuelco al imaginar lo peor, pero pronto se dio cuenta de que estaba profundamente dormida. Con alivio, se acercó y la tocó suavemente en el hombro.

—¡Rut! —la llamó.

Rut abrió los ojos de golpe y soltó un grito, sobresaltada.

—¡Soy yo! —exclamó Joel, llevándose una mano al pecho por el susto—. Te quedaste dormida aquí... ¿qué soñabas?

Rut parpadeó, aún confundida, mientras miraba a su alrededor antes de ponerse de pie.

—Vamos, mi mamá está preocupada por ti —añadió Joel, caminando delante de ella.

Mientras seguía a Joel de regreso, Rut no pudo evitar pensar en cómo esta familia, a pesar de conocerla poco, se preocupaba por ella con una dedicación que no había experimentado en mucho tiempo.

Algo en su corazón comenzó a cambiar, dejando espacio para una pequeña chispa de esperanza.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP