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Secretos de una comida compartida.

Después de la comida, los chicos llevaron los platos a la cocina.

Rut quiso ir con ellos, pero doña Rebeca se lo impidió, diciéndole:

— Ya nos ayudaste mucho hoy. Ahora es hora de descansar. Los chicos van a lavar los platos y yo te acompañaré a tu habitación.

Ambas subieron a la habitación después de una corta conversación. Doña Rebeca se despidió, asegurándole a Rut que no se preocupara por nada, que se relajara y tratara de dormir.

Rut intentó dormir, pero las horas pasaban y no podía conciliar el sueño. Además, empezó a sentirse mal, con fiebre y dolores, ya que había salido recientemente del hospital.

Decidió levantarse e ir a la cocina por un vaso de agua.

Con cuidado de no hacer ruido para no despertar a nadie, pasó a tientas por el oscuro pasillo, ya que todas las luces estaban apagadas. Difícilmente llegó a las escaleras, apenas vislumbrando una tenue luz proveniente de la sala. Bajó las escaleras, pasó por la sala y se dirigió a la cocina. Aunque sabía que estaba en la cocina, no lograba encontrar el interruptor de la luz.

El momento se volvió desesperante para Rut, quien no conocía bien la casa y por eso no tenía idea de cómo encontrar la solución a su problema. Mientras buscaba, repentinamente se encendió la luz, como respuesta a sus súplicas. En ese instante, apareció David frente a ella con la mano aún en el interruptor. Rut, al verlo, se asustó tanto que pegó un grito.

"¿Podemos aceptar que la escena fue aterradora al aparecer ese hombre ahí, casi frente a ella, a unos centímetros de distancia? Casi cara a cara, suficiente para asustar a cualquiera".

Rut se tapó la boca y luego dijo:

— Perdón por gritar, es que me asusté

— expresó avergonzada.

— ¿Qué estabas buscando? — preguntó David, alejándose y simulando que también buscaba algo en la cocina.

— Solamente un vaso de agua — dijo Rut, mientras se sentaba en una silla que había en la cocina, puesto que se sentía muy mal.

David tomó un vaso, lo llenó con agua y se lo entregó a Rut. Al intentar agarrar el vaso, Rut sin querer tocó la mano de David, pero rápidamente la soltó y sujetó la parte inferior del vaso.

Tras este momento incómodo, Rut bebió un poco de agua, aunque esto no la alivió. Observó de reojo que David la miraba, pero al voltearse, él disimuló y miró hacia otro lado.

En medio de ello, apareció doña Rebeca, preocupada.

— Escuché un grito, ¿qué pasó?— dijo ella, de pie, mirando a David y a Rut.

David volvió a mirar a Rut con desagrado, luego le explicó todo lo sucedido a su madre, quien se tranquilizó.

Rut se sintió muy mal por lo ocurrido y por haber despertado a doña Rebeca con su grito de espanto.

Entonces, Rut, con mucha pena, se despidió y se fue a dormir.

Al llegar a la habitación, Rut se sentó en la cama con el cuerpo ardiendo de fiebre y un intenso dolor de cabeza; la pobre se sentía muy mal y débil.

Minutos después, tocaron la puerta y se escuchó la voz de doña Rebeca preguntando si podía entrar.

Al llegar a la habitación, Rut se sentó en la cama con el cuerpo ardiendo de fiebre y un intenso dolor de cabeza; la pobre se sentía muy mal y débil.

Minutos después, tocaron la puerta y se escuchó la voz de doña Rebeca preguntando si podía entrar.

Ruth se levantó con gran esfuerzo y abrió la puerta. Rápidamente, doña Rebeca le tocó la frente y exclamó asustada:

— ¡Dios mío! ¡Hija, estás ardiendo en fiebre! Siéntate en la cama y toma esta pastilla. Ahora vengo con el agua — dijo doña Rebeca mientras salía del cuarto.

Doña Rebeca regresó con el agua enseguida y se la dio a beber a Rut junto con la pastilla.

Luego le pidió que se acostara mientras ella buscaba unos paños mojados para tratar de bajar la temperatura. No tardó mucho en regresar con los paños mojados y comenzó a ponérselos. Además, comenzó a orar pidiendo a Dios que sanara a Ruth.

En ese momento, sonó la puerta de nuevo, eran los gemelos que querían saber cómo estaba Rut. Doña Rebeca les aseguró que todo estaría bien y les pidió que se fueran a dormir, así que los gemelos se retiraron.

Luego, doña Rebeca se dirigió a Rut diciendo:

— Ya hemos orado, tomaste la medicina y ahora solo queda esperar. Hicimos todo lo humanamente posible. Ahora es el momento de que Dios actúe y se manifieste en su gloria — expresó mientras estaba muy cerca de Ruth.

Tiempo después, la fiebre de Rut bajó. Minutos más tarde, Rut cerró los ojos y doña Rebeca pensó que se había quedado dormida. Después de dar gracias a Dios, doña Rebeca se levantó de la silla que tenía junto a la cama para irse a descansar. En ese momento, Rut tomó la mano de doña Rebeca y le dijo:

— "Gracias".

Doña Rebeca respondió:

— No me des las gracias a mí, dale las gracias a Dios, porque él fue quien te sanó. Yo solo soy una servidora de él. Ahora descansa — palmoteando la mano de Rut.

Doña Rebeca salió del cuarto y cerró la puerta tras ella, mientras se escuchaba que hablaba con alguien afuera en voz baja, que apenas podía escucharse, pero por la voz, Rut supo que no eran los gemelos.

Rut imaginó que se trataba de David. Ambos dieron gracias a Dios y luego se fueron a dormir, casi en la madrugada, esperando a que Rut mejorara. Durante ese tiempo, Rut reflexionó sobre la amabilidad de esa familia, incluyendo a David, que a pesar de no demostrarlo, también había estado pendiente de ella. Aparte de su abuela, nadie se había preocupado por ella de manera tan cariñosa.

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