Rut, no quiso quedarse en su cuarto.
Aunque el cansancio pesaba sobre su cuerpo, el silencio encerrado en aquellas cuatro paredes le resultaba sofocante. La casa tenía una calidez especial, un ambiente que la envolvía con una familiaridad desconocida. Así que decidió bajar a la cocina, guiada por el aroma especiado que flotaba en el aire. Al entrar, el resplandor amarillo de la lámpara iluminaba los tonos tierra de los muebles, y el sonido rítmico de los cuchillos chocando contra la tabla de cortar le recordó tardes lejanas en la cocina de su abuela. Sin pensarlo demasiado, comenzó a moverse entre los ingredientes, sus manos obrando con precisión. Los gestos eran mecánicos, instintivos, como si en cada corte y cada mezcla reencontrara una parte de sí misma David estaba allí, apoyado contra la mesada. No hablaba, no intervenía, solo observaba, sus ojos recorriendo los movimientos ágiles de Rut con un aire de análisis silencioso. No había desconfianza en su mirada, pero sí una especie de reserva, un juicio contenido que ella no lograba descifrar. En poco tiempo, la comida estuvo lista. Los gemelos bromeaban, doña Rebeca sonreía satisfecha y Rut sintió una chispa de alegría inesperada. Por un momento, cocinar le había dado una tregua al peso de sus pensamientos. Cuando todos se sentaron, el sonido de los cubiertos rozando los platos llenó el ambiente. Rut observó la comida servida, sintiendo el hambre y la satisfacción del esfuerzo. Estaba lista para probar el primer bocado cuando la voz de David irrumpió en el momento. —Vamos a darle gracias a Dios por los alimentos. La frase la tomó desprevenida. Alzó la vista y vio cómo, sin cuestionarlo, todos inclinaban sus cabezas en oración. La atmósfera cambió de inmediato, como si el aire se tornara solemne con una presencia invisible. Rut, dudosa, siguió el ejemplo cerrando los ojos. No era cristiana, pero había crecido escuchando a su abuela hablar de Dios. La oración de David era sencilla, pero tenía una fuerza innegable, un tono de gratitud genuina que la hizo sentirse pequeña en comparación. Después de la cena, los gemelos recogieron los platos, y Rut, por inercia, se levantó para ayudar. Sin embargo, doña Rebeca le dirigió una mirada amable. —Has hecho suficiente. Ve a descansar. Rut sintió una incomodidad inesperada. No estaba acostumbrada a que alguien la cuidara así, a que le dijeran que descansara sin esperar algo a cambio. Siguió a Rebeca por las escaleras, el eco de sus pasos resonando en el pasillo. A pesar de la hospitalidad, algo en su interior le impedía sentirse completamente parte de esto. "¿Por qué eran así con ella? ¿Por qué la trataban como si realmente les importara?". Las horas pasaron, pero el sueño nunca llegó. El calor en su piel se volvía insoportable, la fiebre le robaba la lucidez y cada pensamiento parecía revolverse en su mente con intensidad. Con movimientos torpes, se incorporó y salió del cuarto. El pasillo era un túnel de sombras. La luz de la luna se filtraba por la ventana, proyectando siluetas suaves en el suelo. Sus pasos eran frágiles, y el sonido de la madera crujiendo bajo sus pies la hacía sentirse más vulnerable. Cuando llegó a la cocina, tanteó la pared buscando el interruptor, pero sus dedos solo encontraron vacío. Estaba por rendirse cuando, de repente, la luz se encendió. David estaba allí. Rut se sobresaltó, su cuerpo reaccionando antes que su mente. —¡Ah!... Perdón, me asusté. David, sin emoción visible, solo preguntó: —¿Qué buscabas? Rut intentó enfocar su visión borrosa. —Agua. David tomó un vaso, lo llenó y lo extendió hacia ella. Cuando Rut alargó la mano, en su torpeza, su piel rozó la de él. David sintió el calor abrasador de su piel. Rut tenía fiebre. Pero no dijo nada. En un gesto automático, soltó el vaso con suavidad y se apartó. Rut bebió con lentitud, sintiendo el líquido refrescante recorrer su garganta, pero sin aliviar el ardor interno. El silencio se instaló, incómodo. David seguía observándola, pero Rut no podía leer en sus ojos lo que pensaba. El sonido de pasos interrumpió el momento. Doña Rebeca apareció en el umbral, su expresión reflejando preocupación. —¿Todo bien? David no desvió la mirada. —Ella no está bien. Rebeca se acercó y posó una mano en la frente de Rut. —¡Estás ardiendo en fiebre! Rut bajó la mirada, la fatiga volviéndose insoportable. —Vamos, regresa a la cama. Rebeca la ayudó a incorporarse. Mientras se alejaban, Rut sintió que la mirada de David seguía sobre ella, distante pero presente. Cuando se perdió en el pasillo, David apagó la luz y volvió a su cuarto sin decir más. Rut apenas podía mantenerse consciente. En la penumbra de la habitación, escuchó un leve golpe en la puerta. Se incorporó con dificultad. Rebeca entró, su rostro reflejando ternura y cuidado. —Hija, David me dijo que no te sentías bien… Rut parpadeó. David no había hablado directamente de su fiebre, pero de alguna manera, Rebeca lo había entendido. Rebeca tocó su frente y suspiró. —Dios mío, estás peor de lo que imaginé. Sin perder tiempo, salió y regresó con medicamentos y paños fríos. Se sentó junto a Rut, colocó los paños en su frente y comenzó a orar en voz baja. Las palabras flotaban en el aire, cálidas, llenas de fe. Rut, aunque debilitada, sintió una calma inesperada. Los gemelos tocaron la puerta, queriendo saber cómo estaba Rut, pero Rebeca los tranquilizó. Después de todo lo que podía hacer, se quedó junto a ella, observándola en silencio. —Ya hicimos lo que está a nuestro alcance. Ahora dejamos lo demás en manos de Dios. La fiebre comenzó a bajar lentamente. Rut cerró los ojos. Antes de que Rebeca se levantara, Rut tomó su mano con suavidad. —Gracias. —No me des las gracias a mí, dale las gracias a Dios. Rut la observó en silencio mientras Rebeca se alejaba. Por primera vez desde la muerte de su abuela, sentía que alguien realmente la cuidaba. Pero… ¿por qué lo hacían? ¿Por qué les importaba tanto?El amanecer comenzó a teñir el cielo con tonos cálidos cuando doña Rebeca entró al cuarto de Rut. La habitación estaba tranquila, y Rut parecía dormir profundamente, su rostro más relajado tras la fiebre de la noche anterior. Con pasos silenciosos, Rebeca se acercó y colocó una mano sobre la frente de Rut, verificando que la fiebre no hubiera vuelto. Al sentir el contacto, Rut abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que atravesaba las cortinas. —¿Cómo te sientes, hija? —preguntó Rebeca en voz baja, su mirada llena de preocupación. —Mejor, gracias a Dios —respondió Rut con una leve sonrisa. Rebeca respiró aliviada y cerró los ojos por un momento, murmurando una breve oración de agradecimiento. Tocó suavemente el brazo de Rut antes de agregar: —Sigue descansando, hija. No te preocupes por nada. Estás en casa. Rut intentó obedecer, pero la inquietud en su pecho no la dejaba permanecer quieta. Minutos después de que Rebeca se fuera, se levantó. No podía queda
Joel dejó a Rut en el pasillo, su actitud despreocupada contrastando con el peso emocional que ella sentía. Él se dirigió directamente al comedor, donde sus hermanos ya lo esperaban. Mientras colocaba un plato en la mesa, comenzó a relatar lo ocurrido con entusiasmo. —No la encontrábamos por ningún lado. Ni en el jardín, ni en el patio, ni en la casa. Hasta que me acordé de la quebrada —dijo Joel, haciendo un gesto amplio con las manos. David, sentado al otro lado de la mesa, levantó una ceja. —¿Recién se te ocurrió buscar allí? —preguntó con un tono seco, acompañado de un leve arqueo de la frente. —¿Cómo que recién? —Joel lo miró, desconcertado. —Por lógica, hermano. Es un buen lugar para encontrar paz. —¿Cómo no se te ocurrió antes Joel ? —intervino Johan, soltando una risa burlona. —¡Cállate tú! —gruñó Joel, frustrado, cruzándose de brazos. David levantó una mano, calmando la disputa antes de que escalara. —No es momento para discutir. Terminemos de comer y volvamo
Al día siguiente, hubo un gran alboroto. Los gemelos corrían de un lado a otro y David les pitaba para que se apuraran. Finalmente, se fueron y la bulla terminó. Doña Rebeca y Rut se quedaron en la cocina. "Doña Rebeca comentó: 'Esto sucede todos los sábados. Al menos es solo un día a la semana. Imagínate si fuera todos los días'", dijo. Rut sonrió sin decir nada pero pensó para sí misma: "Espero que tarden en regresar. Qué paz hay ahora. Ojalá no tenga que verlo de nuevo a 'ese' (refiriéndose a David)".Rut le dijo a doña Rebeca que estaría en la quebrada por si la necesitaba, luego se fue y se quedó allí contemplando a los pajaritos y pececitos que llegaban cuando caía basura al agua. Metió los pies en el agua y los pececitos le mordían. Como no sabía nadar, se quedó en la orilla. El canto de los pajaritos le traía tanta paz que hizo que olvidara sus malos recuerdos.Desafortunadamente para ella, esa paz no duraría mucho, ya que no pasó ni una hora cuando escuchó el ruido de la cam
— ¿Te hice esperar mucho, Rut?— preguntó Wendy, sonriendo.— No, para nada, — le contestó Rut.— Entonces vamos, — dijo Wendy, pasando adelante de Rut.Mientras caminaban por la acera de la calle, Wendy no paraba de hablar. Si se topaba con personas conocidas, las saludaba amablemente. Se notaba que las personas le tenían estima, ya que le hablaban con mucho cariño.Continuaron caminando y Wendy seguía hablando, mencionando los lugares. También le comentó a Rut que allí era un lugar tranquilo.Llegaron a una cafetería y Wendy la invitó a entrar. Rut aceptó y entró con ella. Wendy pidió dos cafés para conversar más cómodamente y le dijo:— Ahora sí, háblame de ti. Estoy atenta para escuchar tu historia, — le dijo mirándola fijamente.— Creo que no hay mucho que contar, — dijo Rut, sintiéndose incómoda en su silla.— Entonces, dime cómo conociste a la familia Campos, si se puede saber. Si no quieres contarme, no hay problema. Lo único malo sería que te aburras de escuchar mis historias,
David observó a Rut llegar, preguntándose cómo Wendy había logrado convencerla. Sin embargo, no solo eso, también era incapaz de evitar mirarla. Rut era sumamente hermosa y su vestido realzaba sus elegantes caderas y muslos. Con el cabello ondulado recogido en un moño, David observaba cada detalle hasta que Rut lo sorprendió mirándola. Ante su mirada de desaprobación, él se sintió avergonzado y disimuló mirando en otra dirección.Permanecieron juntos durante todo el servicio. Aunque Rut no entendía del todo, observó a los demás jóvenes orar, algo que ya había presenciado, pero luego los escuchó entonar alabanzas al Creador. Esto la sorprendió, ya que la música de los jóvenes le erizaba la piel. Era una experiencia nueva para ella.Cuando llegó la hora del sermón, Rut prestó mucha atención a cada palabra pronunciada por el predicador. Sentía como si el mensaje estuviera dirigido directamente a ella, lo cual la dejaba confundida.Al finalizar la predicación, Rut se acercó a Wendy para c
— Estoy bien, no es nada grave. No tiene importancia — respondió nuestra chef para no darle más importancia al asunto. Minutos después, el chocolate estaba listo. Rut lo sirvió para que Wendy lo llevara a los chicos, mientras ella limpiaba el desastre.Cuando Wendy regresó a la cocina, Rut le dijo: — Si quieres, puedo ayudarte a hacer la cena. Wendy guardó silencio y luego preguntó: — ¿Sabes cocinar bien?. — Solo dime qué quieres que prepare y lo haré, — respondió Rut.— Bueno, solo prométeme que no será un desastre como el que yo hice, — le pidió Wendy.— ¿Qué te gustaría que preparemos? ¿O prefieres que revisemos la nevera para ver qué hay y así empezar a cocinar?— sugirió Rut.Mientras Rut y Wendy estaban en la cocina, llegó el auto de los padres de Wendy. Ellos entraron seguidos de doña Rebeca, quien al ver a sus hijos empapados, se sorprendió y les preguntó:— Por qué están mojados? ¿Estaban al aire libre sin techo en el evento de jóvenes?. Uno de los gemelos intentó explica
— ¿Cómo lo sabes si no se lo he mencionado a nadie? — preguntó sorprendida Rut.David respiró hondo y le respondió.— No importa cómo lo sé. Lo importante es que mis hermanos se disculpen contigo y no vuelvan a comportarse así — dijo David retirándose.— ¿Lo viste tú o te lo contaron? — insistió Rut.— Buenas noches, Rut — dijo David sin detenerse.Rut no respondió, se quedó pensando mientras David subía las escaleras.— Rut... — llamó desde el final de las escaleras.Rut levantó la mirada hacia él.— Recuerda apagar la luz — le recordó David.Rut asintió con la cabeza, pero en su mente se preguntaba: "¿Qué le pasa a este? ¿Cree que soy una niña para darme instrucciones?"A la mañana siguiente, todos estaban levantados temprano porque era domingo y debían ir a la iglesia.Doña Rebeca se le adelantó a Rut en la cocina, preparando todo cuando ella llegó.Acordaron que Rut cocinaría el almuerzo. Durante la comida, los gemelos se disculparon con Rut de manera humilde, lo que generó lástim
Después de observarla, notó que ella estaba nerviosa y luego habló.— Tómate tu tiempo — dijo él, mientras miraba un folleto que estaba sobre la mesa.Luego, el pastor dirigió la mirada hacia su esposa.— Por protocolo, ella tiene que estar aquí. Espero que no te moleste.Rut negó con la cabeza y volvió a quedarse en silencio.Ya había pasado bastante tiempo cuando el pastor intentó hablar.— Rut... — dijo él.— Mi nombre es Gabriela Estefanía Contreras y tengo 25 años...Rut continuó sin interrumpirse, contando todo sobre quién era, dónde vivía y acerca de su familia, proporcionando todos los detalles.Luego empezó a relatar desde la muerte de su abuela hasta ese momento. Era inevitable que la pobrecita no llorara, por lo que la esposa del pastor le pasó una servilleta y le ofreció agua.A diferencia de otras ocasiones, esta vez no ocultó nada y sí admitió todo lo relacionado con el puente.Después de consolarla en su llanto, se produjo un silencio.Luego, el pastor habló.— Dime...