*—Uriel:
Una sonrisa surcó sus labios mientras escuchaba atentamente a sus mejores amigos hablar de sus relaciones, algo que nunca pensó ver en la vida.
Uriel Evans pasó la vista de uno al otro, completamente sorprendido.
Desde que eran jóvenes, había visto desfilar un interminable número de amantes por las vidas de Luc Bates y Damien Bates, sus mejores amigos y primos inseparables. Ambos habían sido los más firmes defensores de la soltería como estilo de vida. “¿Por qué atarse cuando puedes disfrutar de la vida sin compromisos?”, solían decir. Y, sin embargo, aquí estaban ahora, hablando de sus parejas con una calidez que Uriel jamás les había escuchado usar.
Luc, siempre encantador y hombreriego empedernido, hablaba de Clayton tan dulcemente como la mejor cosa que le había pasado en la vida. Luc había conocido a Clayton de la forma más inesperada: un encuentro fortuito en la calle que, tras superar malentendidos y desafíos, se había transformado en un compromiso sólido.
—No pensé que fuera mi tipo —había confesado Luc con una carcajada cuando les habló por primera vez de Clayton meses atrás—, pero me atrapó completamente.
Uriel sonrió al recordarlo. Sí, su amigo había caído en las redes de ese chico, y no era el único que había sucumbido al amor.
Dirigió la mirada hacia Damien Bates, primo de Luc por parte paterna de estos y también primo de Uriel, pero por parte de la madre de éste. Damien tenía ese brillo peculiar en los ojos que Uriel reconocía bien, uno que solo aparecía cuando hablaba de Layonel, su asistente personal.
Durante seis años, Damien había mantenido a Layonel a distancia, siempre trazando una línea clara entre lo profesional y lo personal, pero algo había cambiado. Ahora salían oficialmente. Aunque la relación apenas estaba comenzando, había una suavidad en el tono de Damien al mencionar su nombre, un detalle que no pasó desapercibido para Uriel.
Uriel sonrió, pero su corazón pesaba más de lo que quería admitir. Sus amigos, los eternos defensores de la soltería, habían encontrado algo que él no parecía capaz de alcanzar.
Bajó la mirada hacia su taza de café vacía, moviéndola entre las manos. Dudaba que pudiera encontrar a alguien tan maravilloso como Clayton o Layonel. Había intentado conectar con otras personas, pero siempre terminaba igual: con un vacío en el pecho que le recordaba lo que había perdido hace años. Estaba roto, o al menos eso sentía.
Se cruzó de brazos, soltando un suspiro.
«No estoy hecho para esto», se dijo en silencio, intentando convencerse de que estaba bien así. No iba a caer en la trampa de compararse con sus amigos. Ellos tenían sus vidas, y él tenía la suya.
El desayuno continuó entre risas y recuerdos hasta que llegó el momento de despedirse. Sus amigos se marcharon con planes para encontrarse con sus parejas, dejando a Uriel con un extraño vacío que trató de ignorar.
Era sábado por la mañana y no tenía trabajo pendiente. A veces pasaba por la firma de arquitectura que había fundado para revisar proyectos, pero después de semanas de trabajo, ya todo estaba bajo control. Sus equipos eran eficientes, y los proyectos estaban listos para entregarse. Así que, tras pensarlo un momento, decidió ir directo a casa.
El camino le pareció más largo de lo habitual. La tranquilidad del fin de semana no lograba llenar el hueco que sentía dentro, pero, como siempre, se dijo que estaría bien. Había sobrevivido tanto tiempo solo, y podía seguir haciéndolo.
Una vez en casa, lo recibió la misma frialdad de siempre. ¿De qué se estaba quejando? Su pequeño piso era su refugio, un espacio privado donde no entraban amantes. Solo sus amigos más cercanos y familiares tenían el privilegio de pisarlo. Así que, naturalmente, ningún amante iba a recibirlo con una sonrisa cálida al cruzar la puerta.
Uriel dejó las llaves sobre la mesa con un tintineo suave y se dirigió a la cocina. Abrió el grifo y llenó un vaso de agua. Bebió lentamente, pero cada trago parecía más amargo que el anterior. Se había prometido no pensar en lo que sus amigos tenían y él no, pero allí estaba de nuevo, atrapado en esa misma espiral de pensamientos.
¿Qué se sentiría tener a alguien esperándolo en casa?
Alguien que lo abrazara al llegar, que lo besara con cariño cada mañana y compartiera con él los pequeños placeres de la vida: desayunos tranquilos, charlas de sobremesa, cenas bajo la tenue luz de las lámparas. Alguien que hiciera que regresar a casa no se sintiera como entrar a un lugar vacío.
Dejó el vaso vacío sobre la encimera y suspiró pesadamente, apoyando las manos en el frío mármol.
Lo había dicho mil veces antes: no estaba hecho para el amor, sabía que nunca iba a encontrar a alguien que lo hiciera sentir completo. ¿Cómo podría, cuando estaba tan dañado? Cuando no confiaba en nadie y el miedo a enamorarse lo paralizaba.
Muchos le decían que era porque nunca se había enamorado, pero nadie más que él lo sabía. Había conocido el amor, vaya que sí, incluso lo había probado en su forma más intensa y ardiente, un romance que creyó eterno, de esos que solo se viven una vez. Pensó que esa persona sería para siempre su ancla, su hogar, pero no fue así.
La realidad lo golpeó de la peor manera. Cuando llegó el momento de elegir, Uriel no fue la opción de esa persona y aquel que había jurado amarlo lo dejó atrás sin mirar en dirección contraria.
Estaba roto. Lo había estado desde entonces. Su joven corazón había sido destrozado, y desde ese día, Uriel dejó de buscar el amor. Las relaciones eran solo conveniencia, encuentros fugaces que no significaban nada más allá de saciar deseos físicos. No quería recordar aquel amor de hace casi veinte años, cuando era un adolescente iluso. Incluso había moldeado partes de sí mismo para evitar volver a caer en esa misma trampa, pero los recuerdos eran como fantasmas. Por mucho que los enterrara, siempre encontraban la manera de salir a la superficie.
Sus ojos se nublaron un momento. Uriel se pasó una mano por el rostro y exhaló lentamente, tratando de disipar los pensamientos.
No, no iba a sumergirse en ese agujero otra vez. Sabía cómo lidiar con esto: desenfreno, amantes casuales y noches donde no importaba más que el placer momentáneo.
Sí, sí iba a vivir la vida intensamente, algo que siempre le ayudaba a olvidar, al menos por un rato. Y eso iba a hacer.
*—Uriel:Decidió tomar una siesta antes del almuerzo. Cameron, uno de sus amigos más cercanos, había quedado en verse con él como casi todos los sábados. Un poco de descanso no le vendría mal.Pero cuando abrió los ojos, algo no estaba bien.Sintió una presión ligera sobre su hombro, como si alguien estuviera moviéndolo suavemente para despertarlo. La habitación estaba oscura, y sus sentidos estaban aún adormecidos.—¿Uriel? —llamó una voz masculina, grave y conocida.Uriel parpadeó adormilado y buscó la figura dueña de la voz. A su lado, de pie, había un hombre alto, de piel mestiza y ojos café, que brillaban con intensidad. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Uriel al reconocer a uno de sus mejores amigos: Cameron Santos.Lentamente, Uriel se sentó en la cama y extendió los brazos hacia el aire, estirándose, completamente cuajado. Miró el reloj en su mesita de noche y, al ver la hora, se le escapó un suspiro. Eran las una y media de la tarde. Oh, mierda. Se le había olvidad
*—Uriel:Estaba en su lugar favorito.Uriel entró al Oscuro como si fuera el dueño del lugar. El club privado para homosexuales era prácticamente su segunda casa, y como miembro VIP, tenía acceso a cada rincón. Las luces blancas danzaban al ritmo de la música electrónica que vibraba por todo el local. La pista de baile estaba repleta de cuerpos sudorosos, mientras otros bebían en la barra o se acomodaban en los sofás repartidos por todo el espacio. Oh, sí… Este era su territorio.Con la cabeza en alto, Uriel avanzó por el club y, en un conjunto de sofás, divisó a un grupo de chicos conocidos. Eran cuatro, y él había estado con cada uno de ellos en distintas ocasiones. Claro, no todos a la vez. Las orgías no eran su estilo, pero sí disfrutaba de los encuentros individuales.Sin dudarlo, se dejó caer en medio del grupo, coqueteando sin reservas, midiendo cuál de ellos podría acompañarlo esa noche. No era alguien que solía repetir, pero sí la oportunidad se presentaba, no tenía pr
*—Danny:Esto estaba mal, y Danny no comprendía cómo había llegado la conversación a este punto, en el que ahora ambos se dirigían hacia el segundo piso del club, hacia la famosa habitación privada de Uriel.Cuando se encontró con Uriel, un sinfín de emociones lo abarcaron. Se sintió abrumado, recuerdos del pasado vinieron a él y, por un momento, Danny estuvo completamente perdido. Se suponía que debía irse, pero decidió quedarse junto a Uriel, quien parecía enfadado de verlo allí, aunque era obvio. Después de tantos años sin verse, ahora se encontraban de repente en un lugar donde Danny no debía estar.Era un club de homosexuales y cualquiera se preguntaría, ¿qué hacía un hombre hetero como él allí? Esa debía ser la pregunta que Uriel seguramente se hizo en su mente, y poco después la soltó en voz alta, exigiendo respuestas sobre por qué Danny estaba en ese lugar.Danny respondió que ni siquiera él lo sabía, que aún estaba tratando de averiguarlo, pero en lugar de dar por term
*—Uriel:Se suponía que había ganado la apuesta. Había llevado a Danny al clímax con sus manos y su boca, lo que ponía a Uriel en ventaja y le daba el derecho de domarlo. Lo habían acordado. Entonces, ¿por qué Danny lo tenía ahora presionado contra la cama con los pantalones bajados?Uriel se movía desesperado bajo el cuerpo de Danny, quien le sujetaba las manos atadas sobre su cabeza. Con la otra mano, había deslizado sus pantalones hacia abajo, dejando sus nalgas expuestas. Uriel jadeó al sentir la mano grande de Danny amoldarse a uno de sus glúteos y darle un suave apretón. Su raja se contrajo de una manera que casi lo dejó mareado.¿Cómo era esto posible? ¿Por qué su cuerpo estaba reaccionando así? No solo ahora, desde antes, su cuerpo lo traicionaba. Uriel se había endurecido mientras tomaba a Danny en su boca, sorprendido de que siguiera siendo el hombre grande que recordaba. Su longitud era tan gruesa que Uriel tuvo problemas para acomodarlo en su boca, y cuando finalmen
*—Uriel:—Dios… —jadeó Uriel, apretando las sábanas con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos mientras sentía cómo Danny se adentraba más en él, llenándolo de una forma que le robaba el aliento.—¿Te gusta así? —susurró Danny con la respiración pesada contra su oído, su voz profunda y cargada de deseo mientras empujaba con más fuerza.Uriel solo pudo asentir, incapaz de articular palabra. Era demasiado, la sensación lo desbordaba, lo consumía. Cada embestida de Danny despertaba algo dormido en él, algo que ni siquiera sabía que seguía ahí. Su cuerpo reconocía cada movimiento, cada curva, como si nunca hubiese pasado el tiempo.—Mírame —pidió Danny, y Uriel, temblando, giró el rostro hasta encontrarse con esos ojos miel. Esos mismos ojos que lo habían hechizado tantas veces.—Me encanta… —susurró Uriel, su voz entrecortada.Danny le dedicó una sonrisa cargada de travesura antes de inclinarse y atrapar el labio inferior de Uriel entre sus dientes, mordisqueándolo con
*—Danny:Dejó escapar un suspiro largo y frustrado mientras observaba el lento giro del ventilador en el techo. Su mirada estaba perdida, pero su mente estaba atrapada en los acontecimientos de la noche anterior.Había una vez pensado en buscar a Uriel solo para pedirle perdón por lo que pasó entre ellos hace veinte años. Tal vez, si se disculpaba, podría cerrar esa herida abierta que seguía sangrando en algún rincón de su corazón, pero lo que descubrió fue aún más perturbador. No se excitaba con cualquier hombre. Era solo con Uriel. Siempre había sido Uriel y todavía estaba loco por él. Soltó un quejido bajo, una mezcla de arrepentimiento y frustración.Debió haberse ido del club apenas terminó su copa, sin mirar atrás. Si tan solo se hubiera largado en ese momento, habría evitado encontrarse con Uriel, pero cuando lo vio… todas esas emociones que creía enterradas resurgieron con una intensidad que lo abrumó. Viejos deseos, recuerdos que creía olvidados, y un impulso que no pudo con
*—Uriel:Se sentía como si un camión le hubiera pasado encima.Uriel giró con esfuerzo en la mullida cama, y un quejido escapó de sus labios al sentir las agujetas en cada rincón de su cuerpo. El dolor en su parte inferior era especialmente intenso, como si le estuviera recordando lo ocurrido. Abrió los ojos lentamente, encontrándose con un techo blanco y familiar.¿Estaba en su habitación?Lentamente, intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a recostarse nuevamente y a cerrar los ojos, con otro quejido de frustración. Todo su cuerpo se sentía pesado, herido. Entonces, los recuerdos comenzaron a inundarlo: el sexo, el orgasmo, el dolor, las lágrimas, el arrepentimiento… Danny.Uriel abrió los ojos de golpe, enfrentándose de nuevo al techo. Un techo que reconocía, el mismo que había contemplado tantas veces al despertar en la seguridad de su hogar, pero esta vez, el recuerdo que lo acosaba no era reconfortante. Lo último que recordaba era el cuarto oscuro del club Oscuro: l
*—Danny:Daniel Graves nunca imaginó que su vida tomaría este rumbo.Sus ojos se posaron en el edificio de dos pisos frente a él, un imponente inmueble negro con luces blancas que delineaban su contorno y detalles plateados que le daban un aire sofisticado. Estaba situado en una calle abarrotada del centro de la ciudad, pero incluso en medio del bullicio, aquel lugar parecía estar rodeado de una burbuja de exclusividad. Ni siquiera un murmullo de música se escapaba de sus paredes insonorizadas, un claro indicativo de cuán privado era. El Oscuro: un club nocturno reservado estrictamente para una comunidad en particular. Homosexuales.¿Por qué había decidido venir aquí precisamente hoy? La pregunta retumbaba en su mente mientras intentaba recordar la respuesta. Ah, sí. Porque su vida era un caos, porque estaba perdido y porque las dudas sobre quién era realmente lo consumían.Después de semanas de debates internos, había tomado la decisión de presentarse. Sin embargo, parado fren