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​​​​​​​*—Danny:

Al llegar a la barra, se sentó en uno de los taburetes de cuero oscuro. Frente a cada asiento había un pequeño menú de bebidas, y Danny lo tomó casi de inmediato, más para distraerse que por verdadero interés. Al hojearlo, notó la ausencia de precios, algo que no le sorprendió. Un club como El Oscuro, con membresías exclusivas, probablemente manejaba tarifas que no necesitaban ser explicadas.

Sin querer abusar de la generosidad de Damien, optó por lo clásico.

—Un whisky a las rocas estará bien… —susurró, casi para sí mismo.

Justo en ese momento, alguien se colocó frente a él.

Danny levantó la mirada y se encontró con un hombre alto, de piel mestiza y ojos brillantes color café. Su cabello negro estaba cortado al ras, en un estilo militar que acentuaba sus facciones marcadas. Vestía una camisa negra, ajustada a la perfección a su cuerpo atlético. Danny notó que su uniforme era distinto al de los demás camareros, quienes llevaban camisas blancas y chalecos oscuros. Este hombre no tenía chaleco, ni etiqueta con su nombre.

«¿El manager, quizás?», se preguntó a sí mismo.

Danny intentó disimuladamente buscar alguna señal en su uniforme, pero no encontró nada.

—Buenas noches —saludó el hombre, su voz grave pero cálida.

Danny tardó un segundo en responder.

—Buenas noches —dijo al fin, devolviendo la sonrisa con cierto nerviosismo.

El hombre inclinó ligeramente la cabeza y apoyó las manos en la barra, inclinándose lo suficiente como para reducir la distancia entre ambos.

—Es raro verte por aquí.

La voz profunda y segura del hombre llegó a Danny como un golpe suave, pero certero. Su cuerpo se tensó de inmediato. La familiaridad en esas palabras era inquietante, como si compartieran un secreto que él no recordaba. El extraño sonrió. 

Danny entrecerró los ojos, estudiando su rostro.

—¿Nos conocemos? —preguntó directamente. Si lo conocía, no lo recordaba, y Danny solía tener buena memoria para las caras, por lo que este hombre con ese aspecto que tenía no podía pasar desapercibido.

El desconocido rió, una risa baja que resonó más de lo necesario.

—No me conoces, pero yo sí.

Danny frunció el ceño, la incomodidad creciendo en su pecho.

—Okay… eso es extraño —murmuró. Sin querer alargar más la situación, señaló el menú frente a él—. ¿Me das un whisky a las rocas?

El hombre asintió lentamente, extendiendo la mano.

—Tu tarjeta.

Danny metió la mano en el bolsillo y le entregó la tarjeta de membresía. El desconocido la tomó con la punta de los dedos y caminó hacia una esquina de la barra donde estaban los lectores. Danny lo siguió con la mirada, viendo cómo escaneaba la tarjeta y comenzaba a preparar el trago. 

Cuando regresó, dejó el vaso frente a él y deslizó la tarjeta de vuelta en la barra con un gesto relajado.

—Que tengas una buena búsqueda esta noche —dijo con un tono que parecía insinuar más de lo que Danny podía descifrar.

Danny enarcó una ceja mientras el hombre se alejaba para atender a otro cliente. ¿Búsqueda? ¿De qué está hablando?

Se quedó mirando el vaso de whisky, pero su mente seguía enganchada en las palabras de aquel tipo. El hecho de que lo conociera y hablara con tanta seguridad de él era inquietante. ¿Cómo sabía que era su primera vez allí? ¿Y qué significaba eso de “es raro verte por aquí”?

Bebió un sorbo, dejando que el ardor del alcohol intentara disipar la incomodidad, pero no fue suficiente. Sus ojos volvieron a buscar al hombre tras la barra, siguiéndolo en cada movimiento.

Cuando el hombre pasó cerca de nuevo, Danny lo llamó con un gesto.

—En serio, ¿quién eres? —preguntó directamente, apoyando el vaso en la barra.

El hombre detuvo lo que estaba haciendo y lo miró con una sonrisa suave.

—Soy Cameron.

—¿Cameron? —repitió Danny su nombre, pero no le sonaba, lo que quería decir que no lo conocía. 

—Sí —repitió con naturalidad—. Y sé que eres Danny.

Danny se quedó quieto, sintiendo que el ambiente del club se volvía más pesado de repente.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Cameron se inclinó ligeramente hacia él, reduciendo la distancia entre ambos. Sus ojos brillaban con algo que Danny no podía descifrar, pero que le revolvía el estómago.

—Porque sé quién eres… y sé que no bateas para este lado… al menos, ya no.

Las palabras cayeron como un balde de agua fría. Danny se quedó sin aliento durante un par de segundos, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar.

Danny comenzó a sentirse alarmado. La sonrisa de Cameron, tan confiada y misteriosa, le heló la sangre. El hombre se giró hacia otro cliente, quien estaba tratando de pedir una bebida, mientras Danny se quedaba estupefacto, procesando lo que acababa de suceder.

Era todo muy claro ahora. Había algo en su mirada, en su tono, que despertó un sinfín de recuerdos en Danny. Su nombre, las palabras que había dicho… No podía ser una casualidad. Lo peor de todo, ese comentario acerca de "no batear para este lado", que resonó en su mente. Cameron debía conocerlo del instituto y debía saber de su tórrido romance con un chico cuando era adolescente, un amor que había sido tan intenso como secreto, un pedazo de su vida que había intentado enterrar por años.

Danny soltó una maldición apenas audible. Su corazón latía rápido, como si todo el peso de esa parte olvidada de su vida se desbordara de golpe. Había estado tan concentrado en construir su vida de adulto, en ser el marido perfecto para su esposa y el padre ejemplar, que había decidido ignorar esa parte de él, como si nunca hubiese existido. Ahora, con la súbita revelación, esa parte de su historia resurgía, reviviendo las sombras que había intentado borrar.

Ni siquiera había tocado a un hombre en casi 20 años. El simple hecho de que Cameron lo recordara y de que pareciera saber tanto, lo incomodaba más de lo que quería admitir.

Danny levantó el vaso de whisky y, sin pensarlo, lo vació de un solo trago. El líquido quemó su garganta, pero no le importó. Necesitaba algo para calmarse. Cuando el vaso se vació, lo dejó con un golpe seco sobre la barra.

Cameron se acercó nuevamente, su sonrisa cálida pero ligeramente burlona.

—¿Deseas otra? —preguntó con esa voz suave que no hacía, sino aumentar la tensión que sentía Danny.

Danny le lanzó una mirada fulminante. Odiaba que, en este lugar tan alejado de su vida, se encontrara con alguien de su pasado. Con Damien había estado bien, porque sabía que no había nada personal entre ellos, solo amistad, pero con este hombre, las cosas eran diferentes. Si estaba allí, en ese lugar tan... peculiar, ¿qué más podía saber de él? ¿Qué más podría decir si lo veía fuera del club?

Danny suspiró, tomando la tarjeta de membresía y guardándola con rapidez.

—No, gracias. Y creo que es hora de que me vaya.

Cameron, sin perder su actitud relajada, levantó las manos en señal de rendición.

—Hey, tampoco es para que te pongas así —exclamó, divertido, como si la incomodidad de Danny fuera una broma que él solo podía disfrutar—. Sé que es sorprendente y dudoso encontrarte con alguien que dice conocerte, pero no lo tomes mal, ¿sí?

Danny lo miró con intensidad, el desasosiego creciendo en su interior.

—Entonces, sé claro. ¿De dónde me conoces?

Cameron abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, sus ojos cafés se desviaron hacia su izquierda. En ese preciso momento, Danny sintió el peso de una presencia junto a él. Se giró hacia el taburete vacío a su lado, y vio a un joven rubio, delgado, que se sentaba de manera despreocupada.

El chico llevaba una camisa negra, tan transparente que apenas cubría su torso, dejando poco a la imaginación. Los pantalones eran tan ajustados que parecían marcar cada contorno de su cuerpo. La mirada de Danny recorrió su figura con una mezcla de sorpresa y desaprobación. ¿Qué hacía un chico como ese en un lugar como este?

El rubio le dedicó una mirada fugaz, pero no pareció interesarse mucho por él. Estaba más centrado en Cameron, como si de alguna manera, ese espacio estuviera reservado para una interacción que Danny no entendía del todo.

—Oh, hola, Cam —saludó el chico con entusiasmo, mirando a Cameron desde el taburete al lado de Danny. La sonrisa que le dedicó fue brillante, como si ya conociera a Cameron de toda la vida.

—Hola, Charlene —respondió Cameron con una sonrisa relajada, una que denotaba familiaridad. Se inclinó ligeramente hacia él—. ¿Lo mismo de siempre?

Charlene asintió sin dudar, extendiendo su tarjeta de membresía hacia Cameron. Danny observó la escena con algo de distancia, pero no pudo evitar notar la manera en que Cameron le sonrió coquetamente, extendiendo su mano para tomar la tarjeta de una forma casi juguetona. Justo antes de que la recibiera, cubrió la mano de Charlene con la suya, un gesto sutil, pero claro, como si un tipo de complicidad existiera entre ellos. Charlene, con una sonrisa insinuante, retiró su mano, pero la conexión entre ambos era inconfundible.

Danny frunció el ceño y apartó la mirada, sintiendo que había visto más de lo que debía. Aparentemente, el lugar estaba lleno de secretos, y algunos de ellos no eran para él. Era hora de regresar a casa, pero antes de que pudiera levantarse, Charlene se giró hacia él, su rostro radiante y curioso.

—Hola, grandullón —saludó con una sonrisa perfecta. 

Danny lo miró, notando lo atractivo que era, algo que no pudo negar, pero había algo en él que despertó una antigua sensación en su interior. El chico, tan delgado y bonito, irradiaba una delicadeza que le recordó a alguien de su pasado, a una persona que había estado tan cerca de él y que, por circunstancias, había quedado en el olvido.

—¿Primera vez aquí? —preguntó Charlene, sus ojos azules brillando con curiosidad.

Danny hizo una mueca, incómodo. La apariencia angelical de Charlene, su piel de porcelana, sus ojos que parecían reflejar la luz, lo hicieron retroceder mentalmente. Era como si viera una imagen del pasado, de ese chico de ojos risueños con el que había tenido una relación secreta cuando era adolescente. Ese chico que le había enseñado a pecar, según sus padres.

Danny apartó la mirada rápidamente, sin responder. Lo que menos quería en ese momento era ahondar en esos recuerdos. Ver a Charlene había desencadenado una avalancha de pensamientos que no debía estar teniendo. Había sido una mala idea venir al Oscuro. No solo había encontrado a alguien que parecía saber mucho sobre él, sino que, con la presencia de este chico, su mente había resucitado sentimientos y memorias que no necesitaba reavivar.

Charlene se rió ligeramente, como si se divirtiera con el silencio incómodo de Danny.

—Sí, carne fresca —comentó con tono juguetón, y Danny, sin poder evitarlo, lo miró de nuevo, sorprendido por su actitud descarada.

—¿Y qué si soy carne fresca? —le lanzó Danny, intentando quitarle importancia a la situación, aunque algo en su interior le decía que debía irse antes de que la noche fuera aún más incómoda.

Charlene lo observó con una sonrisa que rozaba lo provocador, y cuando Cameron dejó el trago en la barra para atender a otro cliente, el chico volvió a volverse hacia Danny.

—¿Y qué buscas? —preguntó, como si no tuviera la menor duda sobre lo que estaba haciendo.

Danny sintió una presión en su pecho, pero se quedó en silencio. Cameron, al otro lado de la barra, y Charlene intercambiaron otra sonrisa cómplice. Luego, Cameron miró a Danny de reojo, levantando las cejas de manera sugestiva, como si lo estuviera desafiando a algo, invitándolo a probar lo que el lugar tenía para ofrecer, pero Danny no tenía ninguna intención de hacerlo.

—Solo… —comenzó a decir Danny, pero se detuvo en seco cuando sintió una mano pequeña, pero firme, posarse sobre su muslo—. ¿Qué haces? —preguntó, alarmado, su tono enérgico, pero la respuesta fue aún más desconcertante.

—No debes ser hetero si estás en este lugar, así que deja de escandalizarte —murmuró Charlene, su voz suave, cargada de una insinuación que Danny no pudo ignorar. Se inclinó hacia él, su mano deslizándose lentamente hacia más arriba en su muslo.

Danny se quedó paralizado, los ojos de Charlene brillando con una confianza que lo incomodó profundamente. Sintió la presión en su entrepierna, donde la mano de Charlene ya tocaba el lugar entre sus muslos. Su rostro palideció.

—Sabes que puedo demandarte por acoso, ¿verdad? —le preguntó Danny con voz grave, pero Charlene solo le devolvió una sonrisa maliciosa.

—¿Acaso no sabes las reglas, cariño? —respondió el joven, su sonrisa creciendo. Luego, como si nada, apretó ligeramente el lugar donde Danny sentía la incomodidad creciendo dentro de él.

Danny casi se paraliza por completo, una mezcla de angustia y rabia recorriéndolo. Sabía que podía apartar la mano de Charlene, darle un empujón, pero no estaba seguro de las consecuencias. Si lo hacía, ¿rompería alguna regla no escrita en el club?

Miró rápidamente a Cameron, pero este estaba ocupado conversando con un cliente en el otro extremo de la barra, o más bien, coqueteando con él. Danny sintió cómo la desesperación aumentaba. Estaba atrapado en una situación incómoda, en un lugar donde las reglas de la moralidad parecían ser completamente diferentes. Este no era el club en el que esperaba estar, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

—Puedo ser tu papá, ¿sabes? —dijo Danny, buscando la mano del chico y apartándola rápidamente de su entrepierna. Charlene se veía joven, tal vez en sus veinte y pocos, pero no podía ser su hijo. A Danny le sorprendió lo rápido que se había sentido incómodo en esa situación, como si hubiera estado demasiado tiempo dentro de ese mundo al que no pertenecía.

Charlene soltó una carcajada y, con una sonrisa descarada, bajó del taburete y se paró al lado de Danny, rodeándolo con los brazos. Al estar de pie, Danny notó que el chico era más alto de lo que pensaba. Un poco sorprendido, Danny levantó las manos para evitar el beso de Charlene, al mismo tiempo que un pensamiento atravesaba su mente: las reglas de este lugar no existían, y con ese pensamiento, estaba decidido a no volver al Oscuro.

—Oh, a mí me gustan si son mayores, los de mi edad no saben ser cariñosos —comentó Charlene, riéndose, su tono travieso más evidente.

Danny lo miró, incrédulo. ¿En serio? Ya no podía estar más en ese lugar. Sintiéndose completamente fuera de lugar, tomó a Charlene por los brazos y lo apartó de su cuerpo con un movimiento brusco. El chico trastabilló, y si no hubiera sido por el taburete detrás de él, habría caído al suelo, pero Charlene logró equilibrarse, sujetándose al mueble.

—Escucha, yo… —comenzó a decir Danny, intentando calmarse, pero antes de que pudiera continuar, sintió una mano en su hombro.

El contacto lo hizo estremecerse. No era un toque cualquiera; era como si conociera esa mano, como si ya la hubiera sentido antes. Danny escuchó la voz masculina que vino después, profunda y rica, con un tono travieso que lo dejó paralizado.

—Charlene, si alguien te dice que no, es no, ¿no crees? —la voz era familiar, y Danny no entendía por qué, pero algo en ella lo sacudió hasta lo más profundo.

Danny quedó completamente atónito. Ante él estaba un hombre alto, de cabello rubio, ojos azules y piel de porcelana. Era un hombre que había enterrado en lo más profundo de su pasado, un hombre con el que había compartido más de lo que había querido recordar: Uriel Evans.

El tiempo pareció detenerse mientras Danny miraba fijamente a Uriel. Estaba allí, justo frente a él, tan real como antes, con su mirada penetrante y su sonrisa algo desafiante. Uriel había sido su amor de adolescencia, el chico con el que había vivido una pasión prohibida, esa que había intentado olvidar con el paso de los años. La última vez que se habían visto, Danny era un joven en lucha con su identidad, y Uriel, con su encanto desmesurado y su actitud rebelde, lo había llevado a perderse en un mar de sentimientos que Danny pensaba que nunca más experimentaría.

—Uriel… —musitó Danny, como si no pudiera creer lo que sus ojos le mostraban. Su voz se ahogó en el nudo que se formó en su garganta.

Uriel sonrió suavemente, como si todo lo que había sucedido entre ellos fuera algo natural, como si el tiempo no hubiera pasado. Su presencia lo envolvía, y por un momento, Danny no sabía si debía abrazarlo, golpearlo o simplemente irse.  El pasado había vuelto, y con él, toda la carga de sentimientos que había tratado de enterrar.

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