5

​​​​​​​*—Uriel:

Estaba en su lugar favorito.

Uriel entró al Oscuro como si fuera el dueño del lugar. El club privado para homosexuales era prácticamente su segunda casa, y como miembro VIP, tenía acceso a cada rincón. Las luces blancas danzaban al ritmo de la música electrónica que vibraba por todo el local. La pista de baile estaba repleta de cuerpos sudorosos, mientras otros bebían en la barra o se acomodaban en los sofás repartidos por todo el espacio. Oh, sí… Este era su territorio.

Con la cabeza en alto, Uriel avanzó por el club y, en un conjunto de sofás, divisó a un grupo de chicos conocidos. Eran cuatro, y él había estado con cada uno de ellos en distintas ocasiones. Claro, no todos a la vez. Las orgías no eran su estilo, pero sí disfrutaba de los encuentros individuales.

Sin dudarlo, se dejó caer en medio del grupo, coqueteando sin reservas, midiendo cuál de ellos podría acompañarlo esa noche. No era alguien que solía repetir, pero sí la oportunidad se presentaba, no tenía problemas en hacerlo. Bastaba con llevar a alguno a su habitación privada en el segundo piso y listo.

Eso pensó, pero tras unos minutos, el interés se desvaneció. Se excusó alegando haber visto a alguien conocido y se alejó con una sonrisa de despedida. En realidad, no había nadie, pero mientras se dirigía a la barra, notó a un viejo amante entrando en uno de los cubículos semi privados. Sin pensarlo demasiado, Uriel se dejó arrastrar hacia el lugar.

Dentro, el ambiente era distinto. El chico estaba acompañado por otros, pero Uriel solo había tenido algo con él. Se sentó junto a este viejo amante en el sofá, observando su cabello castaño y esos ojos marrones traviesos que solían volverlo loco. Habían pasado una noche increíble juntos, pero Uriel nunca buscó repetir. Sabía que el chico tenía la tendencia de aferrarse después de la segunda vez.

Aun así, dejó que lo tocara, que besara su cuello y deslizara las manos por su pelvis, por encima de la ropa. Uriel respondió con gusto, pero no estaba sintiendo nada. Su cuerpo no reaccionaba.

¿Era porque aún no había bebido nada? Tal vez una copa lo ayudaría a entrar en ambiente. Mientras los labios del chico recorrían su mandíbula, Uriel miró hacia la mesa del cubículo. Había vasos con tragos, pero todos eran demasiado suaves. Necesitaba algo más fuerte.

Rompiendo el beso, Uriel deslizó la mano por las nalgas del chico y le susurró:

—Debo ir a la barra a buscar algo de beber.

—Podemos enviar a alguien por ello —murmuró el chico contra sus labios, montado a horcajadas sobre él.

Uriel hizo una mueca. No confiaba en que alguien más le trajera un trago. Solo Cameron, Damien o Luc podían hacerlo. Fuera de ellos, cualquiera podía intentar drogarlo. Aunque las drogas estaban prohibidas en el club, siempre había algún descarado que se las ingeniaba para meter algo.

—No, mejor voy yo.

Sin más preámbulos, lo apartó con suavidad, levantándolo por los brazos hasta ponerlo de pie.

—Ahora vuelvo —se despidió con un gesto de la mano y salió del cubículo.

Sabía que no volvería. Aunque los besos habían sido agradables, no estaba interesado. El alcohol no iba a cambiarlo. Esa noche necesitaba algo nuevo. Carne fresca. Repetir con alguien que ya había probado no iba a satisfacerlo.

Caminó hacia la barra con una sonrisa despreocupada. Pero mientras se acercaba, la sonrisa comenzó a desvanecerse lentamente. Entre los clientes en la barra, Uriel vio a un hombre sentado de lado, enfrentando a alguien más pequeño.

El estómago de Uriel se contrajo.

Se detuvo a unos metros, paralizado. Conocía muy bien a ese hombre.

Su corazón comenzó a latir con fuerza, un martilleo en su pecho que lo hizo sentir mareado.

No podía apartar la mirada.

Era él.

Daniel Graves.

De todas las personas en el mundo, ¿por qué él estaba allí? ¿Por qué justo en ese lugar?

Uriel tragó el nudo que se formó en su garganta al ver a su viejo amor. Había pasado mucho tiempo desde que Uriel y Danny estuvieron tan cerca. La última vez no fue cuando Danny terminó con él y lo dejó destrozado, como si la historia que compartieron no hubiera significado nada, pero… ¿Qué hacía un hombre heterosexual como Danny en un club para homosexuales?

Una carcajada irónica escapó de los labios de Uriel al ver a Danny luchar por quitarse de encima al chico rubio que intentaba besarlo. A primera vista, parecía que estaban coqueteando, pero de un momento a otro, Danny apartó al chico con brusquedad, casi haciendo que este cayera de no ser por el taburete detrás de él.

Sin pensarlo demasiado, Uriel decidió entrometerse.

Conocía bien a Charlene. Ese chico era un problema andante, siempre enredado con los miembros más exclusivos del club. Damien, Cameron… Incluso Luc habían tenido algún roce con él. Charlene sabía aprovechar cada situación para sacar ventaja, y si alguien lo lastimaba o hacía algo que a este no le gustaba, Charlene se aseguraba de causar problemas.

A Uriel no le importaba mucho lo que le pasara a Danny, pero tampoco iba a permitir que Charlene arruinara la noche de alguien por capricho.

Se acercó y, casi por instinto, colocó una mano firme sobre el hombro de Danny para evitar que la situación escalara.

En cuanto lo tocó, una corriente eléctrica lo recorrió. El calor de su piel, la dureza de su cuerpo bajo la camisa oscura, y ese inconfundible aroma masculino mezclado con colonia fina. Viejos recuerdos resurgieron sin pedir permiso.

Durante unos segundos, Uriel se perdió en ellos. Se obligó a sí mismo a reaccionar y apartó la mano rápidamente, como si hubiera tocado algo que quemaba. Miró su palma, esperando encontrar alguna señal del ardor, pero no había nada.

Todo estaba en su mente.

—Charlene, si alguien te dice que no, es no, ¿no crees? —Uriel le lanzó una mirada severa al chico. Charlene chasqueó la lengua, rodando los ojos mientras tomaba su trago de la barra. Sin decir nada más, desapareció entre la multitud.

Uriel volvió la vista hacia Danny, quien se había girado hacia él, mirándolo sorprendido.

Hubo una pausa.

Uriel no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. Allí estaba. El único hombre que había amado con tanta intensidad que, cuando todo terminó, sintió que una parte de él se había roto para siempre.

Danny había cambiado un poco, aunque el tiempo había dejado su marca. Seguía siendo el hombre atractivo y fuerte de siempre. Más alto de lo que Uriel recordaba, con un cuerpo robusto, hombros anchos y piernas poderosas. Su rostro, sin embargo, mostraba rastros de los años. El adolescente de mirada soñadora había desaparecido, dejando lugar a un hombre que parecía haber dejado de soñar.

Su cabello, antes largo y desordenado, ahora estaba prolijamente recortado. Su nariz se veía más ancha, tal vez rota en algún punto, y sus labios… esos labios que Uriel conocía de memoria eran más atractivos que nunca.

Era imposible no recordar.

Después de clases, en salones vacíos, en el gimnasio o detrás de los edificios, Uriel y Danny siempre encontraban maneras de estar juntos. Las manos nunca se mantenían quietas. Cada beso, cada caricia, seguía grabado en su piel como si el tiempo no hubiera pasado.

Apretó los labios, apartando la mirada.

El universo tenía una forma extraña de jugar con él. Primero, los recuerdos de Danny habían aparecido de la nada esa mañana. Luego, Cameron mencionando su nombre más tarde. Y ahora esto.

Uriel se sentó en el taburete que Charlene había dejado libre, señalando al bartender para pedir lo de siempre: un Negroni. 

A lo lejos, Cameron lo observaba desde detrás de la barra, atendiendo a otro cliente. Uriel lo vio lanzar miradas hacia Danny y supo que él debía haber estado al tanto.

¿Por qué diablos no me avisó?», pensó. Si hubiera sabido que Danny estaba aquí, no habría pisado el club esa noche.

Después de unos minutos, el bartender dejó su trago en la barra. Uriel lo tomó y lo giró en su mano, sintiendo la mirada de Danny sobre él. Sabía que no se iría hasta que hablaran.

Respiró hondo.

—¿Qué haces aquí, Graves? —preguntó finalmente, manteniendo su tono casual mientras lo miraba de reojo.

Danny, vestido completamente de negro, encajaba perfectamente con el código del club. Eso significaba que alguien lo había informado bien y sabía que debía de haber sido Damien, así como por qué Danny estaba allí. 

Uriel se preguntó qué diablos estaba pasando. ¿Por qué un hombre casado como Danny vendría a un club gay? ¿Estaba buscando ser infiel?

Danny se acomodó en su asiento y levantó la mano hacia el bartender que había atendido a Uriel antes. Al parecer, ya había pedido algo por qué simplemente pidió otra ronda de lo mismo.

Después de lo que pareció una eternidad, los ojos color miel de Danny finalmente se posaron en él.

—Ni siquiera sé por qué estoy aquí —soltó Danny con un tono confundido. 

Uriel arqueó una ceja y dejó escapar una risa incrédula.

—Déjame adivinar —respondió, girando el vaso vacío entre sus manos—. ¿Tu esposa no te está excitando como te gusta y decidiste venir al Oscuro a probar suerte con algún chico? —preguntó y Danny lo miró sorprendido, por lo que Uriel sonrió con una sonrisa burlona—. ¿Qué? ¿Acaso no le atiné? —añadió Uriel ladeando la cabeza. 

Danny negó con la cabeza, pero no dijo nada y fue entonces cuando Uriel notó algo. Había un detalle, Danny se acariciaba instintivamente un dedo de la mano izquierda, pero no había nada ahí. Uriel entrecerró los ojos, fijándose mejor. Su anillo de casado había desaparecido.

Sin poder evitarlo, Uriel levantó la mirada hacia su rostro. Danny se mordía el labio inferior con una expresión incómoda.

—Estás divorciado, ¿eh?

Danny soltó una carcajada irónica y asintió lentamente.

—Lo estoy —confirmó y fue el turno de sorprenderse fue de Uriel.

Uriel apartó la mirada. ¿Danny divorciado? Eso era extraño. Después de su ruptura, Uriel había escuchado rumores. Danny había conocido a una chica en su nueva escuela, comenzaron a salir y, al cumplir la mayoría de edad, se casaron. Uriel también se enteró de que ella quedó embarazada al inicio de la universidad y que Danny estaba formando una familia. Incluso había visto a su familia feliz en el restaurante que adquirió por capricho. 

Recordarlo aún dolía, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

Cuando eran adolescentes, Uriel había soñado con un futuro junto a Danny. Sabía que nunca podría darle una familia de la manera tradicional, pero había imaginado crecer a su lado, madurar juntos… y luego, todo se desmoronó.

Ahora, veinte años después, descubrir que Danny estaba divorciado era desconcertante.

—Oh… —Fue lo único que pudo decir.

Danny lo observó unos segundos antes de preguntar:

—¿Y tú? ¿Acaso tienes…?

—No te importa —lo interrumpió Uriel con frialdad. No tenía intención de compartir detalles de su vida con Danny. Ningún ex suyo, y menos él, tenía derecho a saber qué hacía o con quién.

Danny levantó las manos en señal de rendición, pero su tono fue juguetón:

—Vaya, tampoco tienes que ser grosero.

Uriel se encogió de hombros, sin darle más importancia.

Fue en ese momento cuando Cameron se acercó con una bebida que colocó frente a Danny, Uriel observó que era un whisky a las rocas. Entonces, alzó la mirada y le lanzó una a Cameron, claramente pidiendo explicaciones.

Cameron se encogió de hombros con una sonrisa cómplice antes de alejarse para atender a otro cliente. ¿Estaba ignorándolo? Uriel apretó las manos en puños. Cameron y Damien iban a pagar por no advertirle. ¿Cómo se atrevió Damien a darle acceso a Danny a este lugar? El Oscuro era su refugio, el sitio donde venía a despejarse y olvidarse del mundo.

Mañana mismo iría a exigirle explicaciones a su primo. Y si podía, le pediría que cancelara la tarjeta de acceso de Danny. Suspiró, malhumorado, y apuró su trago de un solo sorbo. Necesitaba alcohol para manejar esto. Cuando el vaso quedó vacío, hizo un gesto al bartender para pedir otra ronda.

Sintiendo el calor del alcohol extendiéndose por su cuerpo, Uriel giró hacia Danny.

—En serio, ¿qué haces aquí? —exigió saber Uriel.

Danny sonrió suavemente, apoyando los codos sobre la barra.

—No te importa —respondió con el mismo tono que Uriel había usado antes.

El comentario hizo que algo en Uriel se encendiera de inmediato.

—Bueno, a mí sí me importa porque este lugar no es para un hetero como tú —espetó, golpeando la barra con la palma abierta. Danny ni se inmutó. Uriel entrecerró los ojos y sonrió de forma maliciosa—. ¿O no me digas que, ahora que te divorciaste, estás volviendo a saborear culos? ¿Es eso? ¿Viniste a buscar un culito con el cual pasar la noche? —continuó.

Danny lo miró fijamente antes de reírse con suavidad y acercarse un poco más, hasta que Uriel pudo sentir el calor de su cuerpo cerca del suyo.

—¿Y si fuera así? ¿Qué tiene que ver contigo?

Había diversión en su tono, pero Uriel sintió la sangre arderle en las venas. Era un maldito hijo de puta. Se le había olvidado lo imbécil que Danny podía ser.

El bartender colocó otro vaso frente a él, y Uriel lo apuró sin pensarlo dos veces. El alcohol descendió como fuego líquido por su garganta, y cuando dejó el vaso en la barra, sintió que la cabeza le daba vueltas. No lo suficiente para embriagarlo por completo, pero sí para hacerlo sentir más vulnerable.

Lentamente, volvió la mirada hacia Danny, quien bebía tranquilamente su whisky como si nada de lo que acababa de decir le afectara.

—¿Por qué tuviste que aparecer ahora?

Uriel no pudo evitar que la pregunta escapara de sus labios, pero no entendía por qué Danny tenía que aparecer en ese momento. Ahora que se sentía tan perdido, tan solo… Ahora que envidiaba lo que tenían Luc y Damien. ¿Por qué justo cuando su vida parecía desmoronarse, Danny tenía que aparecer y recordarle todo lo que alguna vez tuvo y perdió?

Danny desvió la mirada hacia él, su expresión volviéndose más seria.

—Vivimos en la misma ciudad. Era normal que nos encontráramos, ¿no?

Uriel soltó una risa seca, amarga.

—No, he tratado de no pisar los lugares en los que podrías estar —lanzó Uriel y hubo dureza en sus palabras—. No es justo que tengas que aparecer ahora cuando… —Uriel se detuvo. Se interrumpió a sí mismo y apartó la mirada.

—Lo siento.

La disculpa lo tomó por sorpresa. Uriel giró bruscamente hacia él, mirándolo como si Danny acabara de decir algo inaudito.

—¿Qué? ¿Te estás disculpando conmigo? ¿En serio?

—Me disculpo porque nos encontramos aquí —murmuró—. Ya me iba de todos modos —dijo esto último con un tono enfadado. 

Uriel rió de forma sarcástica. Claro, no se disculpaba por lo que pasó hace veinte años. Eso sería demasiado pedir.

—¿Estás molesto porque espanté a Charlene? —soltó de repente. No supo de dónde salió esa pregunta. Danny se había visto claramente aliviado cuando Charlene desapareció, pero en vez de callarse, continuó—. ¿Es porque querías hundirte en él como te gusta? —Uriel lo dijo con tono de burla, pero incluso él notó lo áspero que sonaba. Danny lo miró en silencio, sin molestarse siquiera en defenderse. Sabía que debía callarse, pero el alcohol tenía su lengua demasiado suelta—. Charlene no es de tu talla. La verdad es que aquí no hay nadie que te sirva, Graves.

Danny resopló, una risa baja y divertida escapando de sus labios.

—Ah, ¿sí? ¿Y según tú, quién es de mi talla? —cuestionó Danny y Uriel sintió el peso de su mirada recorriéndolo con lentitud, como si Danny estuviera evaluándolo, despacio y sin prisa, hasta que sus ojos volvieron a encontrarse—. ¿Tú eres de mi talla? —preguntó Danny con una sonrisa ladeada.

Uriel se quedó helado cuando Danny añadió:

—Oh, sí, recuerdo que me tomaste por completo —continúo—. Ni siquiera mi esposa pudo hacerlo alguna vez en su vida, así que sí… tienes ese don especial, ¿eh? 

Uriel sintió que la cara se le encendía, mientras su mente evocaba los recuerdos de su primera y única vez con Danny, como él se había introducido completamente en él hasta su base y lo había llenado por completo con su gran y ancha longitud. Era una mezcla de vergüenza, ira… y algo más que no quería admitir.

—¡Ni sueñes que vas a follarme otra vez! —espetó Uriel, clavando los ojos en Danny.

Danny se rió, moviendo la cabeza con ese aire relajado que lo caracterizaba.

—Si quisiera, lo haría.

La seguridad en su voz hizo que Uriel apretara los dientes. Danny extendió una mano y le tocó el brazo con suavidad, inclinándose hacia él lo suficiente para que nadie más lo oyera.

—Sé cómo te gusta, te encanta que te hundan los dedos hasta el fondo en tu pequeña raja y que te hagan garganta profunda mientras te follan con los dedos… —Danny bajó la voz y Uriel se quedó tieso aguantando la respiración—. También, te gustaba cuando me frotaba contra ti, recuerdo lo mucho que gritabas porque te follara, pero siempre te decía que no porque no estábamos listos —continuó y Uriel tembló, su cuerpo recordando cada una de esas veces que tuvieron. Entonces, Danny movió la mano hacia su muslo y colocó la mano allí, dando un ligero apretón—. Estoy seguro de que ningún otro hombre te ha llevado al cielo como lo hice yo. ¿O me equivoco? —continuó Danny, con esa m*****a seguridad que lo hacía hervir de rabia.

Uriel se llenó de ira y apartó la mano de Danny de su cuerpo.

—¡Ja! No te creas tan importante, Graves —espetó Uriel, sin ocultar su molestia.

Danny se recostó de nuevo en su asiento, encogiéndose de hombros con desinterés mientras daba otro sorbo a su Whisky.

—Solo digo hechos.

—¿Hechos? ¿Hechos? —Uriel soltó una carcajada amarga, incrédulo—. Lo que dices no son hechos, son tonterías.

Claro que se había sentido bien con otros hombres. Había llegado al cielo más veces de las que podía contar, y con más experiencia que la que Danny alguna vez tuvo. Eran adolescentes cuando estuvieron juntos, torpes, inexpertos. Aprendieron el uno del otro, pero Danny no tenía derecho a decir que fue el único que lo había hecho sentir así.

Uriel vio a Cameron pasar por ahí y lo llamó con un gesto.

—Ponme otra —ordenó con impaciencia.

—Es la tercera —replicó Cameron, mirándolo con preocupación.

—Ponme otra, idiota.

Cameron lo miró con fastidio, pero terminó sirviendo el trago. Lo dejó frente a Uriel, quien no dudó en beberlo de un solo trago. El ardor descendió por su garganta y sonrió, complacido al sentir cómo el alcohol empezaba a hacer efecto.

 Se giró lentamente hacia Danny, con la mirada afilada.

—Como dije antes, no te creas tan importante —repitió Uriel—. Además, no tengo el mismo rol que cuando éramos pareja —añadió mientras extendía una mano hacia Danny, deslizándola desde su muslo hasta su trasero—. Me gusta domar a los hombres y explotarlos hasta que no pueden más. Si me lo permites, te mostraré lo bien que se siente tenerme dentro.

No sabía de dónde venía aquella sugerencia. Estaba loco si realmente pensaba en acostarse con Danny, pero una parte de él disfrutaba con la idea de ver a ese desgraciado debajo de su cuerpo, retorciéndose de placer.

Los ojos de Danny brillaron peligrosamente al entrecerrarse.

—Dudo que puedas encenderme —se burló, avivando la ira de Uriel—. Y menos hacerme llegar al clímax, Uriel.

—¿Quieres probar? —soltó Uriel con picardía, notando el brillo de interés en la mirada de Danny—. Si te hago correrte con mi boca, me darás tu culo y me dejarás follarte. Te volveré loquito por mi polla.

Danny rió y tomó el trago que había dejado en la barra, apurándolo de un solo sorbo. Luego se limpió la boca con el dorso de la mano y lo miró fijamente.

—Entonces, si no lo logras, seré yo quien tome tu agujero y te haga enloquecer —sentenció Danny.

Uriel no pudo evitar reírse. Estaba seguro de sus habilidades. Haría que Danny perdiera la cabeza y luego lo tendría en su cama sin problemas. Después de esta noche, Danny se arrepentiría de volver a jugar con él y no volvería a pisar el Oscuro. Danny aprendería que con él no se jugaba.

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