4

​​​​​​​*—Uriel:

Decidió tomar una siesta antes del almuerzo. Cameron, uno de sus amigos más cercanos, había quedado en verse con él como casi todos los sábados. Un poco de descanso no le vendría mal.

Pero cuando abrió los ojos, algo no estaba bien.

Sintió una presión ligera sobre su hombro, como si alguien estuviera moviéndolo suavemente para despertarlo. La habitación estaba oscura, y sus sentidos estaban aún adormecidos.

—¿Uriel? —llamó una voz masculina, grave y conocida.

Uriel parpadeó adormilado y buscó la figura dueña de la voz. A su lado, de pie, había un hombre alto, de piel mestiza y ojos café, que brillaban con intensidad. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Uriel al reconocer a uno de sus mejores amigos: Cameron Santos.

Lentamente, Uriel se sentó en la cama y extendió los brazos hacia el aire, estirándose, completamente cuajado. Miró el reloj en su mesita de noche y, al ver la hora, se le escapó un suspiro. Eran las una y media de la tarde. Oh, m****a. Se le había olvidado la cita para almorzar que tenía con Cameron y no había despertado a la hora indicada.

Miró hacia Cameron, quien ahora se había sentado al final de la cama, con una expresión ligeramente preocupada.

—Estaba llamándote y no me respondías —respondió Cameron, mirando a Uriel con una ceja alzada—. Llamé a Damien, pero me dijo que estuviste con ellos en la mañana y que te habías ido a casa —continuó su amigo—. Cuando vi que no llegabas a la cita de almuerzo, tuve que venir, y para ello sabes lo que tuve que hacer, ¿verdad?

Uriel se rió. Cameron no tenía los códigos de su puerta, pero sí había una persona que los tenía: su hermano Raphael, que casualmente era amigo cercano de Cameron. Raphael y Cameron se llevaban bien, si, pero cada vez que su hermano mayor veía a su amigo, siempre se quejaba de que no entendía su amor por las pollas cuando había mujeres hermosas en el mundo. Era una discusión entre estos siempre. 

—Solo estaba cansado —respondió Uriel, bajándose de la cama y poniéndose de pie, mientras se estiraba hasta escuchar cómo su cuerpo crujía. Oh, la edad. Aunque iba al gimnasio y se ejercitaba, la edad no perdonaba. A sus 35 años, se acercaba peligrosamente a los 40, y su cuerpo ya lo estaba sintiendo.

—¿Tuviste acción anoche? —cuestionó Cameron, lanzándole una mirada curiosa. Uriel hizo una mueca.

No, no había tenido acción en días. Había estado completamente absorbido por un proyecto, pero al menos ya estaba libre de ese compromiso. Sin embargo, no había tenido tiempo para sí mismo. Hoy iría a pescar, pero no para peces. Tenía ganas de un chico que lo montara como un poseso, alguien que lo dejara saciado y sin preguntas. Sí, hoy quería dejarse dominar de esa manera.

—No, no tuve nada, solo he estado ocupado con el trabajo —comentó Uriel, mientras movía los hombros hacia atrás en un intento de liberarlos de la rigidez que sentía.

Cameron arqueó una ceja, observando su postura con atención.

—¿Quieres un masaje? No tengo que tocarte los hombros para saber que los tienes atrofiados —señaló Cameron, apuntando a los hombros tensos de Uriel. La camiseta ajustada de Uriel dejaba poco a la imaginación, y sus hombros estaban claramente endurecidos.

—¿Con final feliz? —bromeó Uriel, divertido, mientras le lanzaba una mirada pícara. Cameron lo miró en silencio, como si le estuviera diciendo que no esperaba que eso sucediera, pero Uriel sabía que, si le daba el visto bueno, Cameron haría mucho más que un simple masaje.

Uriel se rió ante la mirada de su amigo y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. Cuando se encerró, se acercó al lavabo y se miró al espejo. Tenía ojeras profundas, señales de las noches sin descanso, pero nada que no se pudiera solucionar con una buena noche de sexo y luego descansar el domingo. Decidió que, hoy, todo eso pasaría.

—Mañana será otro día —se dijo a sí mismo, dejando que el agua caliente de la ducha lo relajara mientras se despojaba de los recuerdos y las preocupaciones que lo agobiaban.

Uriel se quitó la ropa rápidamente, decidido a darse una ducha rápida antes de salir con Cameron. Abrió la ducha y se metió bajo el chorro de agua fría, disfrutando del impacto helado sobre su piel mientras se enjuagaba rápidamente. No quería perder mucho tiempo; tenía hambre y sabía que Cameron lo esperaba.

Tras unos minutos, salió de la ducha, secándose el cabello con una toalla mientras caminaba hacia su habitación. Estaba completamente desnudo, con su paquete danzando entre sus piernas a medida que avanzaba hacia su cómoda. Cameron estaba sentado en la silla de escritorio, hojeando una revista sin prestar mucha atención, pero en cuanto Uriel entró, alzó la mirada, y Uriel no pudo evitar notar la expresión en su rostro.

Era una expresión de hambre.

Los ojos de color café de Cameron lo recorrieron de arriba a abajo, tomando nota de cada detalle, desde sus joyas hasta su torso mojado. Los ojos de Cameron finalmente llegaron a su rostro, pero Uriel lo ignoró, girando la espalda para ir hacia la cómoda en busca de su ropa interior. Sabía perfectamente que Cameron estaba observando su cuerpo, en especial su trasero, como lo hacía siempre. El deseo era palpable, y Uriel disfrutaba de esa sensación de poder.

Uriel conocía los sentimientos de Cameron, ¿cómo no darse cuenta? Habían sido amigos por años, desde que Cameron conoció a su hermano Raphael, lo había visto ir y venir por la casa familiar de los Evans. Durante todo ese tiempo, Cameron había mostrado ese mismo deseo inconfeso en sus ojos, incluso cuando Uriel estuvo con su ex, El Innombrable. A pesar de los años, ninguno de los dos había cruzado la línea, y Uriel no tenía intención de hacerlo.

Primero, porque hacerlo podría arruinar la amistad que tenían. Cameron era su confidente, su amigo más cercano, incluso más que Luc y Damien. Con Cameron, Uriel podía ser más sincero, compartir sus pensamientos y emociones más profundos sin reservas. Y segundo, también había algo más que lo detenía, algo que iba más allá de la amistad con su hermano mayor. Ambos compartían el mismo rol en una relación: eran activos.

Cameron era un hombre dominante, tanto que le fascinaba que sus parejas lo trataran como si fuera su dueño. Aunque él insistía en que ya no le gustaba ese rol, Uriel sabía que, en el fondo, Cameron seguía disfrutando de esa dinámica. Y eso hacía imposible que Uriel cediera. No iba a ser el pasivo en una relación, especialmente con alguien como Cameron, que tampoco pegaba para recibir. Si ambos tuvieran que seguir ese patrón, sería Uriel quien quedaría en la posición pasiva, algo que nunca más permitiría.

Uriel había sido el pasivo en su primera relación, y aunque en su momento lo aceptó, el dolor que sintió al ser vulnerable en ese papel lo marcó de por vida. Tras esa relación, se prometió que nunca más sería el pasivo. Nadie lo tocaría de esa manera nuevamente.

Sin embargo, a Uriel le fascinaba molestar a Cameron, coquetear con él sin medida y hacer todo lo posible para tentarlo. Sabía que Cameron tenía un autocontrol impresionante, que siempre mantenía las manos para sí mismo, sin cruzar nunca la línea. Y aunque Uriel se divertía con este juego, también sabía que, si llegara a hacerlo, estaría jugando con fuego. Pero a veces, la tentación era demasiado fuerte.

Uriel sintió cómo Cameron se levantaba detrás de él, pero no se giró para enfrentarlo. La presencia de aquel hombre era palpable, y un escalofrío recorrió su espalda cuando una de sus grandes y callosas manos se posó en sus nalgas, acariciándolas con descaro. De todos los días que Cameron había jugado con los límites, esta era la primera vez que cruzaba la línea.

—¿Por qué me tientas? —preguntó Cameron con voz grave, tan cerca que el aliento le rozó la nuca.

Uriel alzó la mirada hacia el espejo de la cómoda, observando a Cameron a través del reflejo. Su expresión era de pura lujuria, y el ritmo agitado de su respiración dejaba poco a la imaginación. No necesitaba mirar hacia su pelvis para saber que estaba excitado.

—No te estoy tentando —replicó Uriel con aparente naturalidad.

Cameron soltó una breve risa antes de mover la mano. Uriel no pudo evitar estremecerse al sentir un dedo deslizarse entre sus nalgas, rozando con suavidad un lugar que lo hizo contener el aliento. Desvió la mirada al espejo y vio cómo Cameron sonreía con autosuficiencia.

—Viendo tu reacción… diría que te gustaría volver a recibir, ¿no crees?

¿Volver a ser el pasivo? ¡Ja! Eso era historia antigua. Desde que Uriel había tomado el control en la cama, difícilmente podría volver atrás. Adoraba demasiado la sensación de dominar, de enterrarse en un cuerpo que se estremecía bajo él. Permitir que otro hombre lo reclamara de esa manera estaba fuera de discusión.

Se giró hacia Cameron, enfrentándolo con una sonrisa fría.

—Mi reacción es normal. No todos los días alguien intenta tocarte el agujero, ¿o sí?

Cameron esbozó una sonrisa, dando un paso hacia él.

—Te lo dije una vez, Uriel —murmuró, levantando una mano hasta la mejilla de Uriel, que tembló ante el inesperado gesto de ternura—. Ese hombre que te tocó antes nunca supo hacerlo bien. Por eso debes permitir que alguien con experiencia te enseñe lo que realmente se siente al usar ese lugar —dijo Cameron y antes de que Uriel pudiera replicar, Cameron deslizó la mano hacia su nuca, atrayéndolo más cerca—. Y yo soy esa persona con experiencia.

Uriel sostuvo la mirada, debatiéndose entre las posibilidades. Era cierto que Cameron sabía lo que hacía. Sus amantes hablaban de él como si fuera una fuerza de la naturaleza, capaz de llevarlos al éxtasis con un solo toque, pero Uriel no iba a ser uno más. No importaba cuánto lo afectara Cameron, ni cuánto lo deseara en momentos de debilidad. Esa línea no la cruzaría.

Alzó una mano y apartó con firmeza la de Cameron.

—No cruces la línea, Santos.

Cameron rio, levantando ambas manos en señal de rendición, mientras se apartaba unos pasos.

—Veo que sigues renuente a dejarlo ir, ¿eh? —dijo Cameron con diversión, volviendo a sentarse en el escritorio. Cruzó las largas piernas y le lanzó una mirada—. ¿Cuándo vas a olvidar a Danny?

Una ola de ira recorrió a Uriel al escuchar aquel nombre. El Innombrable: Danny.

—¡No lo menciones! —espetó, y Cameron lo miró sorprendido durante unos segundos antes de asentir, dejando de lado su juego.

Uriel respiraba agitadamente, con el enfado a flor de piel. Sus amigos sabían que había líneas que no debían cruzar, temas que no debían tocar, y su exnovio era uno de ellos. 

Dándole la espalda a Cameron, se puso la m*****a ropa interior con movimientos bruscos. La salida ya no le parecía tan buena idea. El comentario de Cameron había arruinado su humor.

Últimamente, sus amigos no paraban de mencionar a Danny, a sabiendas de que aquello siempre lo dejaba de mal humor, pero no podía evitarlo. Daniel Graves, conocido cariñosamente como Danny, había sido su primer amor. El hombre por el que Uriel salió del clóset ante todos, incluida su familia. No había tenido miedo de admitir su sexualidad porque estaba profundamente enamorado, pero Danny había preferido mantenerse en el armario y cuando se llegó a saber, fue de la peor forma posible. 

Antes de que el recuerdo de ese momento lo alcanzara, Cameron interrumpió sus pensamientos.

—¿Vendrás al Oscuro hoy? —preguntó casualmente. Cameron trabajaba como manager del club nocturno.

Uriel se volvió hacia él, esbozando una leve sonrisa y agradecido porque cambió el tema. 

—Sí, necesito encontrar algún chico en donde hundir mi polla esta noche —se encogió de hombros. Era su costumbre. Salía de caza al Oscuro o al Rouge, los dos clubes nocturnos donde ligar nunca era un problema. El primero era un club dedicado exclusivamente a homosexuales, mientras que el segundo aceptaba tanto a parejas hetero como del mismo sexo.

—Hay muchos chicos nuevos adquiriendo membresías básicas en el Oscuro. Estoy seguro de que encontrarás uno —comentó Cameron.

—Lo sé —respondió Uriel con confianza.

Cameron lo observó en silencio durante unos segundos antes de suspirar.

—Umm... creo que arruiné el ambiente antes. ¿Aún quieres ir a almorzar? —preguntó, justo cuando el estómago de Uriel rugió con fuerza.

Cameron lo escuchó y arqueó una ceja antes de estallar en carcajadas. Uriel no pudo evitar reír también.

Sí, podían discutir y tener malentendidos, pero al final del día siempre volvían a ser amigos. Aun así, Uriel percibía que Cameron estaba cansado de lo mismo. Lo notaba en la forma en que había cruzado la línea antes y en los comentarios que hacía. Quizás Uriel debía dejar de tentarlo tanto y tratarlo simplemente como un amigo.

Sin embargo, la pregunta flotaba en su mente. ¿Y si daba el paso con Cameron? ¿Y si bajaba las barreras de una vez? Cameron podía ser un buen partido, alguien con quien sentar cabeza. No lo defraudaría y lo cuidaría como la cosa más preciada, Uriel sabía que lo haría. Sin embargo, si daban ese paso y no funcionaba, arruinarían una amistad de años.

Uriel hizo una mueca.

Era mejor quedarse allí donde estaba. Además, en el fondo, Uriel estaba demasiado marcado por la ruptura de hace años. Y mientras no resolviera esa m****a, ninguna relación iba a ser fructífera.

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