El Reencuentro Que Cambió Todo (Relaciones Complicadas 3)
El Reencuentro Que Cambió Todo (Relaciones Complicadas 3)
Por: Denisetkm
1

​​​​​​​*—Danny:

Daniel Graves nunca imaginó que su vida tomaría este rumbo.

Sus ojos se posaron en el edificio de dos pisos frente a él, un imponente inmueble negro con luces blancas que delineaban su contorno y detalles plateados que le daban un aire sofisticado. Estaba situado en una calle abarrotada del centro de la ciudad, pero incluso en medio del bullicio, aquel lugar parecía estar rodeado de una burbuja de exclusividad. Ni siquiera un murmullo de música se escapaba de sus paredes insonorizadas, un claro indicativo de cuán privado era. El Oscuro: un club nocturno reservado estrictamente para una comunidad en particular. Homosexuales.

¿Por qué había decidido venir aquí precisamente hoy? La pregunta retumbaba en su mente mientras intentaba recordar la respuesta. Ah, sí. Porque su vida era un caos, porque estaba perdido y porque las dudas sobre quién era realmente lo consumían.

Después de semanas de debates internos, había tomado la decisión de presentarse. Sin embargo, parado frente a las puertas plateadas del club, la valentía que lo había traído hasta aquí se desvanecía. Su corazón palpitaba con fuerza, y el miedo lo envolvía como una manta fría: no tanto por lo que podría encontrar adentro, sino por lo que podría descubrir en su interior.

Metió la mano en el bolsillo y sacó la tarjeta de membresía. Era un pequeño rectángulo de plástico negro con el nombre del club grabado en plateado, rodeado por detalles minimalistas que brillaban tenuemente bajo la luz de la calle. Esta tarjeta era la llave para entrar, un símbolo de exclusividad. 

Con pasos lentos y una respiración temblorosa, Daniel cruzó el umbral. Las puertas metálicas se abrieron sin esfuerzo, revelando un vestíbulo elegante y cuidadosamente decorado. Las paredes, tapizadas en terciopelo negro, absorbían la luz, mientras que los sofás grises dispuestos alrededor ofrecían un contraste sutil. En una de las paredes laterales, una hilera de casilleros negros brillaba impecable bajo la tenue iluminación. Frente a él, otra doble puerta plateada marcaba la entrada oficial al club, custodiada por dos hombres vestidos de negro que inspeccionaban rigurosamente a los asistentes.

Daniel tragó saliva y se unió a la breve fila de personas que esperaban su turno para ingresar. Observó sus atuendos: predominaban los colores monocromáticos, oscuros, elegantes. Bajó la vista hacia su propia ropa, dejando escapar un suspiro de alivio al ver que había optado por vestirse completamente de negro. No le habían explicado las reglas ni el código del lugar; solo había recibido la tarjeta y algunas palabras ambiguas que ahora resonaban en su mente: "Déjate llevar."

Sostuvo la tarjeta con fuerza y su mente lo llevó de vuelta al día que la recibió, hace unas semanas. En ese momento, no entendió lo que significaba tenerla en sus manos, pero ahora lo sabía: esta noche cambiaría algo en él, para siempre.

Antes de ese encuentro, habían pasado varias semanas desde que firmó el divorcio. Desde que se vio libre, Danny se refugiaba cada noche en The Dove, su nuevo bar favorito. Era un lugar discreto, perfecto para beber en soledad, ignorar al resto y desaparecer sin preguntas incómodas. El ambiente tranquilo y la clientela educada lo convertían en el sitio ideal para perderse un rato, lejos del caos de su vida. Danny había descubierto el bar por casualidad, un día en que la necesidad de ahogar sus penas lo llevó a vagar por la ciudad y desde entonces, se convirtió en un ritual. Terminar el día con un vaso de whisky entre las manos, preguntándose cómo fue que todo se desmoronó tan rápido.

Aquel día que se encontró con ese viejo amigo, había comenzado igual que siempre, no fue diferente. Se sentó en su rincón habitual, con la cabeza baja y el ceño fruncido, pero lo que rompió su monotonía fue la inesperada aparición de Damien Bates.

Danny no estaba preparado para ese encuentro. Su primer impulso fue bajar la mirada, como si ignorarlo hiciera que desapareciera, pero Damien lo vio, y con la misma confianza de siempre, cruzó el bar y llamó su atención, saludándolo como si no hubieran pasado casi veinte años desde la última vez que se vieron.

Damien había sido parte de su pequeño grupo de amigos durante la secundaria, cómplice de aventuras y travesuras. Sin embargo, aquellos años también le recordaban los momentos más oscuros de su vida. Cuando creyó que tenía todo bajo control, que era feliz, algo sucedió. Algo que terminó rompiendo no solo su adolescencia, sino también la amistad con Damien y el resto del grupo.

—¿Cómo has estado, Danny? —había preguntado Damien esa noche, como si el tiempo no hubiese dejado cicatrices.

Danny dudó. Hablar de su vida después del divorcio era complicado. Desde que todo salió a la luz, sus conocidos más cercanos lo evitaron y las miradas cargadas de juicio lo seguían a todas partes. Avergonzado, intentó mantener sus respuestas vagas, pero la compañía de Damien —aunque inesperada— le resultó reconfortante.

Quizá fue la nostalgia o el peso de la soledad, pero poco a poco empezó a abrirse. Habló sobre su fracaso matrimonial y de cómo su esposa lo había dejado, convencida de que Danny no era sincero consigo mismo. Los rumores sobre su orientación sexual se esparcieron rápido, y aunque él mismo no estaba seguro de nada, sabía que ese tema había sido el clavo final en el ataúd de su relación.

Damien escuchó en silencio, sin interrumpir. No lo juzgó ni lanzó comentarios incómodos. Solo esperó. Y cuando Danny terminó de hablar, Damien apoyó un codo en la mesa y lo miró con esa media sonrisa que no había cambiado con los años.

—¿Por qué no vienes a mi club y lo intentas? —había sugerido Damien esa noche. 

Danny frunció el ceño, confundido.

—¿Tu club?

Damien asintió, con una expresión divertida.

El Oscuro. Un club privado. Solo para hombres —había explicado Damien—. Si tu esposa te dejó porque cree que eres homosexual y tú ni siquiera sabes si lo eres, tal vez es hora de averiguarlo. ¿Qué tienes que perder?

Danny soltó una risa breve, pero nerviosa. La idea sonaba absurda, pero algo en la manera en que Damien lo dijo hizo que no pudiera descartarla del todo.

—¿Estás diciéndome que me acueste con un hombre para “probar”?

Damien se encogió de hombros.

—No te estoy diciendo qué hacer, solo te ofrezco el espacio para que lo pienses —había comentado Damien y una sonrisa traviesa surco sus labios esa noche—. Déjate llevar, Danny.

Danny no supo qué responder. Aquella propuesta era descabellada… y, sin embargo, unas semanas después allí estaba, de pie frente a las puertas del Oscuro.

Aspiró una bocanada de aire, intentando controlar los nervios. La tarjeta de membresía pesaba en su bolsillo como si se tratara de un billete sin retorno. Enderezó la espalda, dio un paso al frente y encaró al guardia de seguridad que custodiaba la entrada.

Había llegado el momento.

Danny le dedicó una sonrisa breve al guardia cuando se acercó y deslizó la tarjeta de membresía en su mano. El hombre la tomó con profesionalismo, escaneándola con un dispositivo que tenía en mano sin apartar la mirada.

Cuando Damien sugirió la idea de visitar el club Oscuro, Danny se quedó perplejo. El tono relajado de su viejo amigo le hizo preguntarse si hablaba en serio, pero minutos después, Damien ya le estaba contando sobre sus negocios. Para sorpresa de Danny, The Dove, el bar donde había estado bebiendo cada noche, pertenecía a Damien.

Tal vez fue lástima o quizá solo camaradería, pero Damien no tardó en ofrecerle acceso gratuito a todos sus negocios nocturnos. “Para que te distraigas”, le había dicho con una sonrisa fácil mientras sacaba de su cartera una tarjeta de membresía. Era negra, con bordes plateados, igual a la que sostenía ahora. Damien le aseguró que haría los arreglos necesarios para que estuviera a su nombre.

—Su identificación, señor Daniel —La voz firme del guardia lo sacó de sus pensamientos.

Danny parpadeó y sacó su billetera, entregando el documento de identidad sin cuestionar. El hombre lo inspeccionó, verificando que la información coincidiera con la membresía.

—Es su primera vez aquí, ¿verdad? —preguntó mientras devolvía el documento de identidad, pero aún tenía en sus manos la tarjeta de membresía.

—Así es, señor —asintió Danny, guardando su identificación.

El guardia dio un paso hacia un lado y comenzó a caminar. Danny lo siguió hacia los casilleros negros que había visto antes al entrar.

—Por el tipo de membresía, puedo asumir que fue el mismo señor Bates quien se la cedió —comentó con naturalidad—. ¿Le explicó el señor Bates las reglas del lugar?

Danny torció el gesto.

—No, Damien solo mencionó que podía venir cuando quisiera, pero no dijo nada sobre reglas.

El guardia detuvo su andar por un instante y lo miró de arriba abajo, evaluándolo con la misma precisión que usaba para analizar documentos. Luego asintió, como si la respuesta no lo sorprendiera.

—Entiendo. Escuche atentamente entonces —le pidió el hombre—. La regla más importante es que todo lo que ocurra detrás de esas puertas… —el guardia giró, señalando con la cabeza hacia la doble puerta plateada en la entrada— …se queda dentro de esas puertas.

Danny asintió sin dudar. Sabía perfectamente lo que implicaba. El Oscuro no era solo un club nocturno; era un refugio para aquellos que querían explorar su sexualidad sin etiquetas, juicios o miradas indiscretas. Un espacio donde muchos podían ser ellos mismos, aunque solo fuera por unas horas.

—Lo entiendo.

—Otra regla fundamental —continuó el guardia, esta vez con un tono más serio—: No se permite el uso de dispositivos electrónicos. Nada de cámaras, teléfonos, computadoras o relojes digitales —sus ojos bajaron hacia las muñecas de Danny. Este levantó el brazo ligeramente, mostrando su reloj de pulsera clásico, uno que había recibido como regalo de cumpleaños hace años.

—Solo tengo esto.

El guardia asintió, conforme.

—Si tiene algún dispositivo, deberá dejarlo en los casilleros —acercó la tarjeta al sensor de uno de los casilleros y el número "001" se iluminó en la pantalla pequeña sobre él—. Su tarjeta abre este casillero, ya que la tarjeta pertenecía al mismísimo señor Bates, este es el mismo que a veces usa cuando está aquí.

El guardia le devolvió la tarjeta, y Danny observó la pequeña puerta metálica con el número brillante. ¿Damien que era el dueño usaba estos casilleros? Lo dudaba, pero tenía uno por si las moscas, o quizás era probable que tuviera esta membresía encima para presentarla a sus amigos más cercanos y que estos pudieran ir al Oscuro sin problema.

—Puede dejar sus pertenencias aquí y regresar a la entrada.

Danny asintió en silencio y se dirigió al casillero. Sacó su teléfono del bolsillo y lo colocó dentro con cuidado, como si el simple hecho de desprenderse de él marcara el inicio de algo desconocido. Cerró el casillero, escuchando el leve clic que resonó en el ambiente silencioso.

Cuando volvió con el guardia, este lo revisó rápidamente con una mirada profesional.

—Puede pasar.

Danny le dedicó otra sonrisa breve, pero esta vez sentía un ligero cosquilleo en el estómago. Algo entre nervios y expectación. Se dirigió a la puerta que lo separaba del interior del club, donde lo desconocido lo esperaba con los brazos abiertos.

El interior del club lo envolvió de inmediato, y Danny supo que estaba muy lejos de cualquier lugar que hubiera pisado antes. Las luces blancas danzaban con un ritmo hipnótico, reflejándose en las superficies plateadas y creando destellos que recorrían el salón. La música, sensual y vibrante, llenaba cada rincón, y la multitud se movía con ella como si fueran parte de una misma corriente.

Danny paseó la mirada, absorbiendo la atmósfera. En una esquina, un grupo de personas reía y bailaba alrededor de los sofás grises, bebiendo directamente desde botellas caras. En el otro extremo, una serie de apartados con cortinas plateadas se alineaban contra la pared. Parecían cubículos privados, aunque no tanto; las cortinas ondeaban sutilmente con el movimiento del aire, dejando entrever siluetas que se contorsionaban al compás de la música o quizás haciendo otra cosa.

En el centro, la pista de baile bullía de cuerpos. Hombres jóvenes, algunos sin camisa, se deslizaban unos contra otros sin el menor rastro de vergüenza. Al fondo, la barra se erguía como un faro, iluminada por luces tenues que contrastaban con el frenesí de la pista.

Era como cualquier otro club de moda… hasta que Danny miró con más atención.

En los sofás, algunas parejas se besaban con una intensidad que dejaba poco a la imaginación. Otras no se molestaban siquiera en limitarse a eso; manos exploraban cuerpos y ropas que se deslizaban demasiado fácilmente. Sobre la pista, chicos sin camisa se frotaban entre risas y susurros, y no hacía falta correr la cortina de los apartados para saber exactamente qué ocurría detrás.

«Esto es una depravación total», pensó Danny sorprendido. 

Danny tragó saliva. ¿De verdad Damien pensaba que este era el lugar adecuado para que él aclarara su orientación sexual? ¿Qué, en medio de este caos de deseo desenfrenado, iba a encontrar respuestas a preguntas que llevaba años evitando?

La idea de irse cruzó por su mente, pero sus pies decidieron otra cosa. Sin entender muy bien por qué, avanzó hacia la barra. Tal vez por inercia. Tal vez porque, aunque todo esto le parecía una locura, sentía que debía intentarlo.

«Si algún chico se me acerca y no siento nada… Bueno, ya está. Al menos podré decir que lo intenté», pensó Danny positivo. 

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