Perspectiva de Rossy . 9:03 a.m. Los Ángeles Me miro por quinta vez en el espejo. Giro a la derecha, luego a la izquierda. Y me pregunto si esta blusa es demasiado ajustada... y luego me respondo a mí misma: no lo suficiente. Me suelto el cabello, me lo recojo, me lo suelto otra vez. Ya lo sé ¡Soy un desastre! —¡Dios mío, Rossy! Solo es una reunión de trabajo, no una cita —me reprendo en voz alta mientras tomo una toalla húmeda para limpiar el labial rojo que me apliqué dos veces. Y es que no es solo una reunión. —Es con él. Una reunión con Edward Valmont —digo en voz alta sintiendo que el nombre me provoca un escalofrío tan nítido como una gota de agua helada resbalando por mi espalda. No debería afectarme, no después de tanto tiempo... pero lo hace. Y lo peor es que no estoy segura si me molesta... o si me gusta. Respiro hondo. Repitiendome a mí misma que es solo trabajo. Soy una mujer capaz, tengo experiencia y lo último que necesito es dejar que viejos recuerdos m
El sonido de la puerta abriéndose no debería afectarme… pero lo hace.—Adelante —dice esa voz. Grave, madura. corta que me hiela la espalda y me empuja hacia dentro, aunque no estaba segura de querer entrar.Camino con la cabeza en alto, los tacones marcando un ritmo firme sobre el suelo. Me niego a mostrar flaqueza. Me niego a temblar. Pero apenas lo veo, de pie tras el escritorio, con su porte imperturbable y ese m*ldito magnetismo que nunca desaparece… algo se remueve dentro de mí.Edward Valmont, luce exactamente como hace unas semanas, en la boda. Impecable. Con un traje gris oscuro a la medida, corbata sobria, camisa blanca que se ajusta perfectamente a su esculpido cuerpo. Se ve imponente, frío y centrado. Pero sobre todo, altivo.«Tan apuesto como siempre» Él no se inmuta al verme. No sé ve nervioso ni preocupado, solo mantiene una expresión neutral, contenida, que no permite lecturas. Y aún así, siento el peso de su presencia como si me hubiera clavado al suelo.—Rosalie Sin
Perspectiva de Arielle . El avión aterriza en Zúrich cuando el reloj marca las siete de la tarde, aunque para mí sigue siendo mediodía debido al cambio de horario. Estoy cansada, con la piel tirante por el aire del avión, pero mis ojos se abren más al mirar por la ventanilla. Suiza es… hermosa. Todo se ve limpio, ordenado, tranquilo. Las casas tienen techos rojizos, hay calles amplias y árboles por todas partes. Parece un lugar donde nada malo puede pasar, como si hasta el viento estuviera bien educado. Las montañas al fondo son enormes, parecen vigilarnos desde lejos, y el cielo está cubierto por nubes delgadas que dejan pasar algo de luz, dándole al paisaje un brillo suave, casi irreal. Cuando bajamos del avión, un auto negro nos espera justo al pie de la escalerilla. Cassian no dice mucho, solo me mira con esa expresión suya que no logro descifrar nunca del todo, y yo subo al auto, pensando que iremos directo al hotel que su asistente seguramente reservó. Pero los minutos pa
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo