Por la mañana decido desayunar en mi habitación. No tengo ánimos de ver a Seraphina. Y estoy lo suficientemente nerviosa para ver a Cassian. He dicho que necesito tranquilidad antes del viaje, que quiero concentrarme en revisar todo lo necesario para el proyecto y Daniel no pareció dudar nada porque enseguida envió a una empleada para subirme el desayuno. Pero la verdad es otra. Estoy temblando por dentro. Cada hora que pasa me acerca más a ese avión. A ese viaje. A Cassian. Me siento en el borde de la cama mientras revuelvo mi maleta abierta, tratando de mantener la mente ocupada. Pero es inútil. Sé que esta noche volamos juntos, solos. Y eso me está devorando por dentro. Escucho la puerta abrirse sin previo aviso y sonrió porque solo una persona tiene ese descaro. —¿¡Cómo que te vas de viaje con el papasote de Daniel!? —exclama Rossy entrando como un torbellino, con su melena suelta, sus labios gruesos pintados de nude y esa mirada verde pálida que siempre parece saber más
El jet privado nos espera en la pista como una bestia elegante y silenciosa. El cielo comienza a oscurecerse, tiñendo las nubes de un gris azulado que parece presagiar todo menos tranquilidad. Camino hacia la escalinata con el corazón palpitando a un ritmo que me traiciona. No por el viaje. No por el proyecto. Por él.Cassian camina junto a mi, con su porte impecable, vestido con esa camisa oscura abierta en el cuello y ese abrigo negro que le da un aire aún más intimidante. Cuando mis dedos rozan los suyos mientras caminamos, sus ojos se posan en mí. Beben de mí. Me recorren de pies a cabeza como si ya me llevara desnuda en su imaginación.—Bonito conjunto, Leoncita —dice, en voz baja, apenas audible—. Luces hermosa está noche.Trago saliva. Pero no me sonrojo. No me molesto. A diferencia de la tensión que me transmite Daniel. Disfruto el cosquilleo ardiente que sube por mi vientre cuando estoy con Cassian. Pero no somos los únicos abordando el jet, así que no respondo. Camino como s
Perspectiva de Rossy . 9:03 a.m. Los Ángeles Me miro por quinta vez en el espejo. Giro a la derecha, luego a la izquierda. Y me pregunto si esta blusa es demasiado ajustada... y luego me respondo a mí misma: no lo suficiente. Me suelto el cabello, me lo recojo, me lo suelto otra vez. Ya lo sé ¡Soy un desastre! —¡Dios mío, Rossy! Solo es una reunión de trabajo, no una cita —me reprendo en voz alta mientras tomo una toalla húmeda para limpiar el labial rojo que me apliqué dos veces. Y es que no es solo una reunión. —Es con él. Una reunión con Edward Valmont —digo en voz alta sintiendo que el nombre me provoca un escalofrío tan nítido como una gota de agua helada resbalando por mi espalda. No debería afectarme, no después de tanto tiempo... pero lo hace. Y lo peor es que no estoy segura si me molesta... o si me gusta. Respiro hondo. Repitiendome a mí misma que es solo trabajo. Soy una mujer capaz, tengo experiencia y lo último que necesito es dejar que viejos recuerdos m
El sonido de la puerta abriéndose no debería afectarme… pero lo hace.—Adelante —dice esa voz. Grave, madura. corta que me hiela la espalda y me empuja hacia dentro, aunque no estaba segura de querer entrar.Camino con la cabeza en alto, los tacones marcando un ritmo firme sobre el suelo. Me niego a mostrar flaqueza. Me niego a temblar. Pero apenas lo veo, de pie tras el escritorio, con su porte imperturbable y ese m*ldito magnetismo que nunca desaparece… algo se remueve dentro de mí.Edward Valmont, luce exactamente como hace unas semanas, en la boda. Impecable. Con un traje gris oscuro a la medida, corbata sobria, camisa blanca que se ajusta perfectamente a su esculpido cuerpo. Se ve imponente, frío y centrado. Pero sobre todo, altivo.«Tan apuesto como siempre» Él no se inmuta al verme. No sé ve nervioso ni preocupado, solo mantiene una expresión neutral, contenida, que no permite lecturas. Y aún así, siento el peso de su presencia como si me hubiera clavado al suelo.—Rosalie Sin
Perspectiva de Arielle . El avión aterriza en Zúrich cuando el reloj marca las siete de la tarde, aunque para mí sigue siendo mediodía debido al cambio de horario. Estoy cansada, con la piel tirante por el aire del avión, pero mis ojos se abren más al mirar por la ventanilla. Suiza es… hermosa. Todo se ve limpio, ordenado, tranquilo. Las casas tienen techos rojizos, hay calles amplias y árboles por todas partes. Parece un lugar donde nada malo puede pasar, como si hasta el viento estuviera bien educado. Las montañas al fondo son enormes, parecen vigilarnos desde lejos, y el cielo está cubierto por nubes delgadas que dejan pasar algo de luz, dándole al paisaje un brillo suave, casi irreal. Cuando bajamos del avión, un auto negro nos espera justo al pie de la escalerilla. Cassian no dice mucho, solo me mira con esa expresión suya que no logro descifrar nunca del todo, y yo subo al auto, pensando que iremos directo al hotel que su asistente seguramente reservó. Pero los minutos pa
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu