La tarde ha caído cuando regreso a la mansión Harrington.Rossy insistió en acompañarme hasta el portón. Nos abrazamos y no puedo evitar quedarme unos segundos más aferrada a ella, como si parte de mi equilibrio también se fuera con su presencia. Cuando al fin nos separamos, ella me dedica una última sonrisa y luego se va, avisando que tiene que hacer unas compras para continuar con el acomodo de su departamento.Entro a la mansión que me recibe con ese silencio elegante que me resulta tan ajeno. Demasiado pulcro. Demasiado grande. Demasiado todo.Genoveva aparece casi al instante.—El señor Harrington salió hace un par de horas —me informa con su tono amable y profesional—. Y la señorita Seraphina está en casa de una amiga —agrega y yo asiento, agradecida por la información.El alivio se desliza como una exhalación en mi pecho. Estar sola me da margen para respirar. Para no pensar demasiado en lo que estoy sintiendo. Y también me da un respiro de Cassian, así mismo de Seraphina, porqu
El zumbido de mi celular rompe el silencio de mi oficina. La pantalla se ilumina con el nombre de Daniel y mis dedos vacilan por algunos segundos antes de que decida responderle. Respiro profundo y lo hago con una calma que no siento. Porque en mi interior quisiera saber que c*rajos quiere sin que tenga que responder. —Hola —digo, con voz suave, aunque el corazón me late con fuerza. No por emoción. Es la incertidumbre. —Arielle —responde él del otro lado. Su tono es más cálido de lo que esperaba. Más real. Y con la sola mención de mi nombre en sus labios, noto un dejo de cansancio en su voz—. Siento no haber llamado antes… Han sido días complicados aquí —se excusa. Achino mis ojos, pero no digo nada por un segundo. Solo escucho su respiración. Se oye agotado. —Supongo que está bien, me había preguntado porque no habías llamado aún —espeto dejando ver mi molestia por hecho de que no se había reportado. —No lo hice, y lo siento. Pero tú tampoco intentaste llamarme —replica, sin camb
Cuando termino la jornada, el reloj marca más de las siete. La oficina se ha ido vaciando poco a poco, pero yo me quedé atrapada entre informes, correos, reuniones y una extraña ansiedad que no puedo sacudirme. Me recuesto brevemente en el respaldo de la silla mientras mis dedos se deslizan sobre la pantalla del móvil, revisando notificaciones inútiles, ignorando otras. Tomo mis cosas y salgo del edificio. El aire de la ciudad me acaricia el rostro y un suspiro aliviado sale de mi boca al ver el auto del chofer que espera por mi como se lo indiqué en la mañana. Me subo al auto y observo la ventana mientras el vehículo se desliza en silencio por las calles de Los Ángeles, mientras mi cabeza no para de crear escenarios absurdos. Algunos con Cassian. Otros... también con él. Cuando llego a la mansión Harrington, las luces cálidas desde la fachada parecen tan elegantes como distantes. Me bajo del auto y atravieso la entrada con pasos firmes, como si no estuviera temblando por dentro. A
Viernes por la tarde . Han pasado cinco días desde que decidí evitar cruzarme con Cassian. Cinco días sin ver su rostro. Cinco días esquivando la sombra de ese hombre que habita estas paredes con la misma autoridad con la que me roba el aliento. Hoy decidí trabajar desde casa, así que no he salido de mi habitación. Me he aislado entre papeles, correos y llamadas, fingiendo que el mundo allá afuera no existe. Daniel ha llamado cada tarde desde el lunes, su voz es cada vez más cercana, más cálida. Me habla de cómo van las cosas en Chicago, del pent-house, de sus planes, de la cena que quiere tener cuando regrese. Y yo le escucho. Respondo. Sonrío a veces. Pero por dentro… por dentro hay un ruido constante. Uno que no tiene su nombre. Suspiro hondo y decido bajar al jardín. El aire fresco me llama. Lo necesito. No quiero pensar. No quiero sentir. Solo quiero caminar entre las flores y pretender que soy otra. Abro la puerta que da al corredor exterior, mis pasos son suaves, mi vestido
Después de ver a Cassian en al piscina. No puedo concentrarme. Llevo horas sentada frente al portátil, leyendo la misma línea de un documento que ya no tiene sentido alguno para mí. El cursor parpadea como un insulto, como un recordatorio de que mi mente está en cualquier lugar menos aquí. Mi cuerpo aún se siente caliente después de lo que vi. Después de observar por minutos a ese hombre con su m*ldito cuerpo de infarto nadar como si fuera un dios del olimpo. —Cassian. M*ldito Cassian Harrington —gruño mientras suelto el aire contenido. Aún lo tengo grabado en la retina. Su espalda ancha, los músculos firmes tensándose con cada movimiento mientras se sumergía en el agua como si supiera que alguien lo observaba. Como si supiera que yo estaba ahí. Me pregunto si habrá notado mi presencia desde antes de que se diera vuelta. «¡Arielle eso no importa!» me reprendo mentalmente. Si fuera a la iglesia a confesarme, el padre ya me habría dicho que arderé en el infierno por tener estos p
Sus labios chocan con los míos con una necesidad tan cruda que me deja sin aliento, mientras sus manos aprietan mi cintura impidiendo que me aleje.Mi cuerpo se tensa… un segundo. Solo un segundo. Porque en el siguiente estoy correspondiendo con el mismo fervor.Mi mente se nubla y no comprendo en qué momento se vuelve tan natural aferrarme a sus hombros, ni cuándo mis piernas se enredan alrededor de su torso con una necesidad que arde en mis venas cuando Cassian me eleva con facilidad en sus brazos, en esa maldita cocina silenciosa que ya no sabe de moral. Donde comenzamos a perdernos en medio de ese beso intenso que me roba el aliento.Mis muslos se aprietan contra su cadera cuando me empuja contra una de las columnas junto a la encimera. El frío del mármol contrasta con el fuego que se forma entre nosotros haciéndome arquear la espalda.Saboreo en mi lengua el sabor de la suya cuando la sumerge entre mis labios y me besa con voracidad y un jadeo escapa nuevamente cuando Cassian tira
Me pierdo en su boca, en la presión que ejerce su dureza contra mi centro, mientras ahogo los jadeos que ansían por salir de mi boca. Porque sus manos, calientes y firmes, se cuelan bajo la tela de mi camiseta, subiendo con una lentitud abrumadora hasta colocarse sobre mis pechos.Los aprieta y mis pezones se endurecen en sus palmas, al tiempo que un gruñido grave sale de su boca.—J*der… —ronronea contra mi cuello con esa voz que me quiebra, esa voz oscura que me desnuda el alma.Su aliento se estrella en mi piel y me estremezco. Lo siento. Siento su erección dura, furiosa, frotándose entre mis piernas con una intención tan clara que me deja sin aire. Jadeo, y él lo nota. Lo siente. Lo aprovecha.Me presiona más contra la columna, y yo le rodeo con más fuerza. Mi cuerpo no quiere distancia. Mis piernas se ajustan perfectamente a su torso y aferro mis manos a sus fuertes brazos.—Te detesto —murmuro, con la voz jadeante, con el pecho subiendo y bajando contra el suyo, mientras sus mano
Observo una vez más el tramo de piel expuesta que dejan ver los dos botones abiertos de su camisa, mis manos tiemblan cuando empieza a desabrochar los demás. Porque lo que dijo es cierto, desde que lo vi en la alberca tengo el m*ldito deseo de sentir su piel marcada, de acariciar cada uno de sus músculos firmes. «¿A quién engaño? esos pensamientos los tengo desde antes» Uno a uno, los botones ceden bajo mi tacto, revelando su pecho firme, sus músculos tensos, la piel cálida que he imaginado más veces de las que me atrevo a confesar. Paso mi índice sobre su piel y la forma en que sus músculos se contraen ante mi toque me enciende mucho más, saber el deseo que provoco en un hombre como él hace que mis pupilas se delaten y que ansíe mucho más sentirlo. Mi mano baja hasta su abdomen, y una vez más, mi mente viaja a ese momento, cuando ví su cuerpo en la alberca, esa espalda poderosa, el agua resbalando por cada curva de sus hombros. Mi garganta se seca mientras mis manos acarician su p