Mary le echó un último vistazo a su hermoso vestido negro estilo tubo —el cual se ceñía perfectamente a sus curvas— cuando bajó del auto con su bolso de mano y una expresión de «ya me quiero ir a mi casa» en todo su rostro.
Si bien la promesa de un amplio surtido de cócteles era atractiva, el hecho de que tendría que ser la acompañante de su jefe no lo era.
Mary salió temprano del trabajo, para ir a su departamento y alistarse. Mientras el señor Davis, por su parte, permanecería en la oficina hasta que llegara la hora del evento. Ella estaba segura de que su jefe no tardaría en aparecer en recepción con su habitual sonrisa falsa de comercial de dentífrico.
El hombre era lo suficientemente listo para detectar antes que nadie; quienes eran dignos de su desprecio, y quienes eran esos a los que debía lame
Un taciturno Isaac se juntó de nuevo con Tom, quien no lucía más animado que él luego de beber su primer trago de la noche. Ambos, de pie junto a la barra, contemplaron en silencio el ambiente del lugar. Había pequeños grupos de jóvenes esparcidos por el salón; ellos no debían ser más que los hijos de algunos empresarios que asistieron a la fiesta cóctel, los mismos que intentaban introducir a sus futuros herederos en lo más alto de la esfera social por la que tanto lucharon. Tom le ofreció un Whisky en las rocas; Isaac lo bebió con una mueca de ardor cuando las notas amaderadas de su bebida se expandieron a su nariz. Sus ojos parecían tener un solo objetivo esa noche. —Oh… jefe, ese es el Gerente de Marketing Digital encargado de la compañía que me pidió que investigara —mencionó Tom tras notar la trayectoria de la mirada asesina del empresario—. ¿No irá a hablar con él? —¿Por qué querría hacer algo así? Isaac elevó su bar
Isaac se dejó caer en su sofá apenas cruzó la puerta de su departamento. La fiesta cóctel había acabado con un bonito discurso por parte del alcalde.Él reconoció las valiosas contribuciones a la sociedad que —hombres como los que se encontraban reunidos en esa sala— hacían año tras año para mejorar la calidad de vida de los más desafortunados. Patrañas.Todo comenzaba y culminaba con los intereses económicos de los bastardos egoístas que alzaban sus copas con una sonrisa en los labios. Pues, jamás conseguirías cambiar el mundo si no te involucras lo suficiente en el proceso. Así que, ¿por qué no centrarse en las personas que orbitan a su alrededor, antes que firmar mes a mes un escueto cheque con destino incierto?Isaac era consciente de los problemas personales en los que podría hallarse alguna de las personas que trabajaban bajo su cargo, es por esto, que un año después de inaugurar su compañía, armó un pequeño departamento especial, que tendría como único propósito el lidiar con
Emma Maslany resopló audiblemente apenas puso un pie en el asfalto. Su taxista era un hombre mayor que conducía a la velocidad de una tortuga con muletas.«¡Que exasperante!» La disgustada pelirroja miró el reloj en su muñeca y ahogó un grito de horror cuando se percató de la hora. Ya iba con más de cinco minutos de retraso.—Ay, no puede ser… —se apresuró con sus tacones haciendo estruendo con cada pisada hacia la entrada del complejo de oficinas.Que su día comenzara de esta manera no era un buen presagio.Antes de cruzar por la puerta, revisó su bolso en busca de un espejo de mano. Emma inspeccionó su apariencia con detenimiento antes de dar un paso más. No había manera de que llegara a la oficina luciendo como el desastre que era realmente.—Hay que guardar las apariencias —murmuró para sí misma, antes de ver a través del diminuto espejo con forma de corazón algo que la dejó perpleja—. ¿Pero qué demonios...?Los ojos marrones de Emma se abrieron de par en par en cuanto se girab
—¿Dónde estás? —Murmura Isaac para sí mismo, mientras sostiene contra su rostro los binoculares más potentes que pudo encontrar el fin de semana luego de una visita al centro comercial—. Ya debiste haber llegado, vamos, no puedo esperar a ver tu reacción cuando las veas. Isaac apuntó su vista al repartidor que se encontraba sentado en la sala de espera. Este sostenía un hermoso ramo de rosas rojas. El empresario había sido muy específico al solicitarle a la florería que el obsequio fuera entregado en las manos de la bella señorita Adams. Y quizás, la encargada de agendar las entregas lo miró raro cuando Isaac le dijo específicamente; que el repartidor debía ponerse de pie frente a los ventanales de la sala de espera junto al ascensor, y, sutilmente, debía girar su cuerpo cuarenta y cinco grados a la derecha al momento de entregar el presente. Isaac necesitaba tener una perfecta visión del rostro de Mary al momento de recibir las rosas, las cuales llevaban consigo una tarjeta con su
Actualidad. Todo nos trajo hasta este punto… Isaac observó su mano vendada con una mueca de disgusto. Aquella herida era un recordatorio constante de porqué ya no era una buena idea espiar a Mary Adams como lo venía haciendo desde hace un tiempo atrás. El empresario hizo su mejor esfuerzo por dejar de lado las imágenes que carcomían su mente. Ver a la mujer que tanto anhelaba siendo follada por otro hería su orgullo de hombre. Pero, en el fondo, él sabía que no podía juzgar la libertad sexual de una mujer joven y soltera. Él mismo se había beneficiado de la lujuria de muchas como para comportarse como un cretino ahora. Isaac se rio de sí mismo mientras humedecía sus labios con whisky. Se sintió tentado de beberse la botella durante todo el trayecto de la tarde, pero eso no haría más que ponerlo de un humor peligroso para cualquiera que se acercara a su oficina. Era el jefe de esta com
—¿Qué le pasó a tu mano? —preguntó Mary, curiosa.Isaac observó la discreta venda que Tom le colocó antes de acudir a su cita. Su asistente no estuvo de acuerdo con que remplazara el primer vendaje que le puso esa mañana, pero, aquella era considerablemente más gruesa e incómoda que la que lucía ahora.Isaac consideró que fue tan buena idea, que incluso Mary apenas la había notado, y eso que ambos ya llevaban alrededor de dos horas de amena plática.—Oh, esto —le mostró su mano con una sonrisa ladina—. Me corté con un vaso esta mañana. —Isaac se limitó a decir una media verdad en cuanto bebía alegremente junto a la encantadora compañía de Mary.Ella no tenía qué enterarse del motivo por el que aquellos cristales lastimaron la palma de su mano en primer lugar.
Mary molió sus caderas sobre la dureza bajo los pantalones de Isaac Alexander. La urgencia en sus movimientos, junto con la mirada desesperada en sus bonitos ojos color miel, lo hicieron ronronear como un gato. Ella lo deseaba. Anhelaba que la hiciera suya. Y él era un simple manojo de tensión sexual dispuesto a elevarla hasta las estrellas sin un ápice de vergüenza o duda. La mano buena de Isaac se deslizó sobre el costado de su muslo, abriéndose un camino lento y tortuoso por debajo de la falda de la hermosa mujer que lo besaba con ardor. El empresario deseó contar con su mano derecha en un momento tan crucial como este, pero no tuvo más remedio que adaptarse a la situación, o morir por un grave mal de bolas azules. Mary se apartó de su boca y comenzó a desabotonar su elegante blusa de trabajo con dedos ansiosos. Isaac no perdió la oportunidad para acariciar uno de sus senos sobre el sujetador que apenas contenía unos hermosos pechos grandes
Isaac Alexander trajo consigo rosquillas glaseadas para todo aquel que se cruzara por su camino esa mañana. Estaba de muy buen humor. Incluso, Hari, el guardia del complejo de oficinas, notó cierto nuevo aura a su alrededor apenas cruzó por la puerta, o eso dijo él —enigmáticamente— con una enorme sonrisa en los labios. El empresario lucía y se sentía radiante. Él ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que desayunó algo dulce por la mañana. —Buenos días, ¿una rosquilla? La joven recepcionista miró a su jefe como si a este le hubiese salido una segunda cabeza del cuello, pero tomó el dulce con una sonrisa tímida y un asentimiento educado. —Muchas gracias, señor Alexander, me alegra verlo de tan buen humor hoy. —Así es, Lucy —respondió encogiéndose de hombros—. Hoy mi día no puede ser más perfecto. Isaac repitió el proceso con cada empleado que se encontró de camino a su oficina, hasta que llegó al escritorio d