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—Buenas noches, señor Alexander.Isaac volteó hacia la voz que se dirigió a él con un tono desagradable y burlón. La expresión de George Davis era una combinación de prepotencia y tirria.—Oh, es usted, señor Davis —soltó el empresario, imitando el tonillo que el jefe de Mary utilizó para dirigirse a él—. Es un gusto volver a verlo.Isaac esbozó una sonrisa lobuna. Si aquel patético Don nadie pretendía intimidarlo de alguna manera, estaba a punto de llevarse la humillación de su vida. Ver el rostro presumido de George Davis le causaba náuseas.—Lo mismo digo —comentó el de cabellera blanca en cuanto sostenía una copa de vino medio vacía. Isaac colocó ambas manos detrás de su espalda, ya que esta noche no se encontraba interesado en beber mientras era rodeado por las hienas de siempre. Él había asistido única y exclusivamente para ver como rodaban sus cabezas.Isaac prefería destapar una botella de Cabernet Sauvignon en su departamento cuando Mary llegara para cenar.El hombre mayor
Mary bajó del ascensor junto a su jefe. La reunión en el palacio de la alcaldía había culminado hace media hora. Para la asistente del Gerente de Marketing Digital había llegado el momento de retomar sus actividades cotidianas. Fue una lástima para Mary no toparse de nuevo con la mirada de Isaac, luego de que este abandonara el gran salón con rumbo al área administrativa del palacio de la alcaldía. Lo más probable, es que este tuviera asuntos que tratar con Eric Coleman. Por otra parte, el señor Davis se hallaba bastante taciturno desde que subieron al auto e iniciaron su retorno al complejo de oficinas, por lo general, el hombre era un platicador nato, pero en esta ocasión, el silencio reinó entre ambos. —¡Mary! ¡Al fin regresas! Te anduve buscando durante toda la tarde, tengo tantas cosas que contarte —le dijo su pelirroja amiga con una sonrisa brillante, luego de que George Davis le comentara que pasaría el resto de la tarde en su oficina y que no lo interrumpiera. —Te invito
Era inevitable.Estaba enamorado.Isaac podía sentir como su corazón se aceleraba con solo observar a Mary a través de sus binoculares. —Desearía que estuvieras aquí, junto a mí, lejos de ese viejo de m****a —comentó para sí mismo, tras un suspiro pesado. El empresario necesitaba toda su fuerza de voluntad para no inmiscuirse en la vida privada y laboral de la única mujer que había conseguido robarle el corazón. Pero, cada día, esa labor se volvía más y más beligerante. George Davis le daba muy mala espina. Isaac había tenido el tiempo suficiente para superar los celos que le provocaba ver a ese sujeto junto a Mary. Y, aunque ella no hablara sobre el tema, el empresario reconocía la aversión en el hermoso rostro de su amada cada vez que se encontraba en presencia de su jefe. Isaac apretó sus manos como puños alrededor de sus binoculares, al recordar la vez que tuvo que presenciar como ambos mantenían relaciones sexuales en la oficina del Gerente.Isaac aún no reunía el coraje su
«—¡Habla! ¡Maldita zorra mal agradecida! —gritó George Davis, colérico. El hombre mayor avanzó dos pasos y tomó a Mary por el cabello, apretando su mano en un puño. El dolor agudo hizo gritar a la mujer, a pesar de que ella hacía todo lo posible por quitarse de encima al hombre que la agredía violentamente. George Davis empujó su cuerpo contra el escritorio, y, la mano que antes sostenía su cabello se dirigió a su garganta. Mary lo observó con pánico, sus manos intentaron abofetear el rostro del hombre, pero este se las arregló para permanecer fuera de su alcance, entonces, presa de la desesperación, tanteó el escritorio en el que se hallaba aprisionada y agarró el primer objeto pesado con el que se topó; Un cenicero de cristal terminó partiéndose en dos, tras impactar contra un costado de la cabeza de su jefe. Desorientado, el hombre cayó al suelo de rodillas, y, apenas pudo gatear un par de centímetros antes de caer boca abajo inconsciente. Un nuevo tipo de terror se apoderó de
Ha pasado un mes desde que Mary recuperó su libertad, y, con ella, tomó una de las decisiones más transcendentales de su vida. —Aún falta una caja —le dijo Isaac a su asistente Tom, quien, vestido con unos jeans desgastados, y un hoodie color negro, movía cajas alrededor de todo el departamento de su jefe. Tom se había ofrecido para ayudar con la mudanza de Mary al hogar del señor Alexander, quien no podía lucir más feliz al respecto. —Ven, Tom, preparé limonada —dijo ella con una sonrisa orgullosa. Desde hace más de una semana, ambos se habían convertido oficialmente en compañeros de oficina. Isaac le ofreció a su novia un trabajo provisional en su compañía, hasta que ella decidiera el rumbo que tomaría su vida profesional ahora que había renunciado a su antiguo trabajo. —Gracias, Mary. —Tom dejó junto al mesón de la cocina la última caja que bajó de la camioneta, y tomó asiento en el taburete. —De nada, espero que pronto llegue la pizza que ordené. —Fantástico, porque muero
—¡Jefe! ¡¿Se encuentra bien?! —menciona Tom en cuanto cruza por la puerta y ve la mano ensangrentada de su jefe. En el alfombrado suelo de la oficina se pueden observar los fragmentos de cristal esparcidos bajo la sangre de Isaac Alexander. El CEO de la compañía, para la que lleva trabajando dos años, no parecía reaccionar ante sus palabras, pero, Tom podía intuir que el señor Alexander había presionado una copa de vino vacía con tanta fuerza, que esta se quebró en su mano, y ahora el piso de la oficina era un completo desastre. El extraño escenario se había suscitado segundos atrás, mientras él terminaba el último informe del día. Tom escuchó una maldición que sonaba al señor Alexander, así que corrió hasta la oficina y lo vio de pie frente al gran ventanal. Ver la mandíbula tensa de su jefe, junto con la forma en la que empuñaba su mano sana, le hizo comprender a Tom que debía moverse en silencio. Sintiendo un poco de pánico por la sangre que goteaba de la mano de su superior,
TODO COMENZÓ HACE DOS SEMANAS...—¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Sí! ¡Dios, sí! ¡Ahhh!Los labios de Isaac eran una fina línea recta que se tensaba más y más, conforme los gemidos exagerados de la mujer que se revolvía bajo su cuerpo, incrementaban en dramatismo. Al hombre de treinta y nueve años este tipo de comportamientos no lo tomaba por sorpresa.Las veinteañeras como ella parecían vivir dentro de una eterna competición por demostrar cuán buenas eran en la cama. Ya que, según la lógica que las regía, los hombres mayores eran mucho más demandantes que los tipos de su edad.Pero… ¿Acaso ella creía que eso lo excitaba?Isaac contempló a la linda rubia con tetas de diosa por un par de segundos antes de decidir no criticar su performance. De por sí, conseguir revolcarse con un hombre mayor que estuviera dispuesto a convertirla en su amante a tiempo completo, e invirtiera dinero en ella, ya era un trabajo repleto de esperanzas frustradas. Isaac se apresuró a terminar, y, cuando tuvo el trabaj
Isaac llevaba alrededor de media hora golpeando la superficie de su escritorio con las yemas de sus dedos. Él se hallaba inmerso en un único y peculiar pensamiento: Esa hermosa mujer con cuerpo de Diosa, que se contoneaba alrededor de una oficina, mientras recogía y ordenaba papeles. A Isaac poco le importó permanecer de pie frente al ventanal de su oficina, como una suerte de degenerado que seguía con mirada hambrienta a la mujer al otro lado de la calle. El vestido gris de oficina se encontraba tan ceñido a sus curvas que parecía una segunda piel sobre su cuerpo. Lo volvía loco. Isaac necesitaba hacer algo al respecto. —Tom, ven a mi oficina —le solicitó a su asistente con un tono que denotaba urgencia. —Enseguida, Jefe.No pasaron ni treinta segundos antes de que Isaac tuviera frente a él a su pulcro y diligente asistente de rizos sueltos y mirada de cachorro. —¿En qué puedo ayudarlo, señor? —dijo el joven castaño con tono atento. Isaac esbozó una sonrisa casual, con l