Notas: Aun no se vaya, falta el epílogo. Muchas gracias por el apoyo que le dieron a esta historia. Yo también la voy a extrañar, pero todo lo que comienza debe terminar algún día.
Ha pasado un mes desde que Mary recuperó su libertad, y, con ella, tomó una de las decisiones más transcendentales de su vida. —Aún falta una caja —le dijo Isaac a su asistente Tom, quien, vestido con unos jeans desgastados, y un hoodie color negro, movía cajas alrededor de todo el departamento de su jefe. Tom se había ofrecido para ayudar con la mudanza de Mary al hogar del señor Alexander, quien no podía lucir más feliz al respecto. —Ven, Tom, preparé limonada —dijo ella con una sonrisa orgullosa. Desde hace más de una semana, ambos se habían convertido oficialmente en compañeros de oficina. Isaac le ofreció a su novia un trabajo provisional en su compañía, hasta que ella decidiera el rumbo que tomaría su vida profesional ahora que había renunciado a su antiguo trabajo. —Gracias, Mary. —Tom dejó junto al mesón de la cocina la última caja que bajó de la camioneta, y tomó asiento en el taburete. —De nada, espero que pronto llegue la pizza que ordené. —Fantástico, porque muero
—¡Jefe! ¡¿Se encuentra bien?! —menciona Tom en cuanto cruza por la puerta y ve la mano ensangrentada de su jefe. En el alfombrado suelo de la oficina se pueden observar los fragmentos de cristal esparcidos bajo la sangre de Isaac Alexander. El CEO de la compañía, para la que lleva trabajando dos años, no parecía reaccionar ante sus palabras, pero, Tom podía intuir que el señor Alexander había presionado una copa de vino vacía con tanta fuerza, que esta se quebró en su mano, y ahora el piso de la oficina era un completo desastre. El extraño escenario se había suscitado segundos atrás, mientras él terminaba el último informe del día. Tom escuchó una maldición que sonaba al señor Alexander, así que corrió hasta la oficina y lo vio de pie frente al gran ventanal. Ver la mandíbula tensa de su jefe, junto con la forma en la que empuñaba su mano sana, le hizo comprender a Tom que debía moverse en silencio. Sintiendo un poco de pánico por la sangre que goteaba de la mano de su superior,
TODO COMENZÓ HACE DOS SEMANAS...—¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Sí! ¡Dios, sí! ¡Ahhh!Los labios de Isaac eran una fina línea recta que se tensaba más y más, conforme los gemidos exagerados de la mujer que se revolvía bajo su cuerpo, incrementaban en dramatismo. Al hombre de treinta y nueve años este tipo de comportamientos no lo tomaba por sorpresa.Las veinteañeras como ella parecían vivir dentro de una eterna competición por demostrar cuán buenas eran en la cama. Ya que, según la lógica que las regía, los hombres mayores eran mucho más demandantes que los tipos de su edad.Pero… ¿Acaso ella creía que eso lo excitaba?Isaac contempló a la linda rubia con tetas de diosa por un par de segundos antes de decidir no criticar su performance. De por sí, conseguir revolcarse con un hombre mayor que estuviera dispuesto a convertirla en su amante a tiempo completo, e invirtiera dinero en ella, ya era un trabajo repleto de esperanzas frustradas. Isaac se apresuró a terminar, y, cuando tuvo el trabaj
Isaac llevaba alrededor de media hora golpeando la superficie de su escritorio con las yemas de sus dedos. Él se hallaba inmerso en un único y peculiar pensamiento: Esa hermosa mujer con cuerpo de Diosa, que se contoneaba alrededor de una oficina, mientras recogía y ordenaba papeles. A Isaac poco le importó permanecer de pie frente al ventanal de su oficina, como una suerte de degenerado que seguía con mirada hambrienta a la mujer al otro lado de la calle. El vestido gris de oficina se encontraba tan ceñido a sus curvas que parecía una segunda piel sobre su cuerpo. Lo volvía loco. Isaac necesitaba hacer algo al respecto. —Tom, ven a mi oficina —le solicitó a su asistente con un tono que denotaba urgencia. —Enseguida, Jefe.No pasaron ni treinta segundos antes de que Isaac tuviera frente a él a su pulcro y diligente asistente de rizos sueltos y mirada de cachorro. —¿En qué puedo ayudarlo, señor? —dijo el joven castaño con tono atento. Isaac esbozó una sonrisa casual, con l
—Aquí tiene la información que me pidió, jefe.Isaac miró incrédulo la carpeta manila que su asistente dejó frente a él media hora antes de que terminara su turno. —¿Conseguiste la nómina? —atinó a decir en cuanto ponía sus manos sobre lo único capaz de calmar sus ansias por el momento.—Sí, una secretaria del departamento de contabilidad me facilitó la información —dijo, y esbozó una sonrisa de suficiencia que Isaac no dejó pasar por alto.—Buen trabajo —lo felicitó, devolviéndole el gesto—. Eres tan preciso como un reloj suizo. El empresario le echó una rápida ojeada a la carpeta, la cual parecía contener todo lo que le había solicitado a su asistente. Mientras tanto, la luz del sol empezaba a ocultarse, cubriendo de naranja todo a su paso.—Si no necesita nada más, jefe, regresaré a mi escritorio para organizar su agenda de mañana.—Claro, y no te preocupes, apenas termines vete a casa, yo me quedaré aquí un par de horas más. Tom asintió, marchándose de la oficina con sus car
—Mary Adams… —murmuró Isaac para sí mismo, mientras revisaba el perfil profesional de su más extraña y nueva obsesión.Para el empresario fue una gran noticia saber que la señorita Adams era una mujer soltera. Esa información no descartaba un novio, o incluso un puñado de pretendientes, pero era un buen comienzo. Ser la asistente del Gerente de Marketing Digital era el puesto más codiciado del tipo de compañía para la que trabajaba. Aquello era bastante impresionante, y derrumbaba las esperanzas que tenía Isaac de ofrecerle un mejor empleo en su propia compañía. Él ya tenía un asistente al que no cambiaría por nada en el mundo.—Qué lástima… —soltó un suspiro teatral, mientras observaba la imagen de la hermosa mujer con anhelo—. Me hubiese encantado llegar en mi corcel blanco y salvarte de un ambiente laboral de mierda, pero parece que no necesitas mi ayuda.Isaac se recostó en su asiento, dispuesto a sumergirse en una espiral de ideas ingeniosas para acercarse a la bella Mary Adams
Isaac caminó hasta su complejo de oficinas por pura inercia. Él se hallaba perdido en sus pensamientos desde su bochornoso intento por acercarse a la bella Mary Adams. —Ella ni siquiera me miró —murmuró incrédulo para sí mismo, en cuanto era recibido por el guardia en la puerta. —Buenos días, señor Alexander —dijo atentamente aquel joven inmigrante al que todos acudían en busca de ayuda. Él era el más comedido y servicial de todos quienes tomaban ese puesto a diario—. ¿Cómo se encuentra esta mañana? —He visto días mejores, Hari —Isaac se quitó las gafas de sol color mostaza con una expresión de abatimiento—. Creo que estoy perdiendo mi toque. —¿A qué se refiere, señor? Isaac esbozó una sonrisa nostálgica, antes de sacudir su cabeza para evadir el tema. —Nada, cosas del trabajo —mintió—. Por cierto, ¿mi asistente ya llegó? Esta mañana me mandó un mensaje, dijo que llegaría media hora más tarde de lo habitual, ¿lo viste pa
Mary le echó un último vistazo a su hermoso vestido negro estilo tubo —el cual se ceñía perfectamente a sus curvas— cuando bajó del auto con su bolso de mano y una expresión de «ya me quiero ir a mi casa» en todo su rostro.Si bien la promesa de un amplio surtido de cócteles era atractiva, el hecho de que tendría que ser la acompañante de su jefe no lo era. Mary salió temprano del trabajo, para ir a su departamento y alistarse. Mientras el señor Davis, por su parte, permanecería en la oficina hasta que llegara la hora del evento. Ella estaba segura de que su jefe no tardaría en aparecer en recepción con su habitual sonrisa falsa de comercial de dentífrico.El hombre era lo suficientemente listo para detectar antes que nadie; quienes eran dignos de su desprecio, y quienes eran esos a los que debía lame