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4. Entre el deber y el deseo

—Aquí tiene la información que me pidió, jefe.

Isaac miró incrédulo la carpeta manila que su asistente dejó frente a él media hora antes de que terminara su turno.   

—¿Conseguiste la nómina? —atinó a decir en cuanto ponía sus manos sobre lo único capaz de calmar sus ansias por el momento.

—Sí, una secretaria del departamento de contabilidad me facilitó la información —dijo, y esbozó una sonrisa de suficiencia que Isaac no dejó pasar por alto.

—Buen trabajo —lo felicitó, devolviéndole el gesto—. Eres tan preciso como un reloj suizo. 

El empresario le echó una rápida ojeada a la carpeta, la cual parecía contener todo lo que le había solicitado a su asistente. Mientras tanto, la luz del sol empezaba a ocultarse, cubriendo de naranja todo a su paso.

—Si no necesita nada más, jefe, regresaré a mi escritorio para organizar su agenda de mañana.

—Claro, y no te preocupes, apenas termines vete a casa, yo me quedaré aquí un par de horas más.  

Tom asintió, marchándose de la oficina con sus características pisadas de gato.  

Isaac se acomodó en su silla y observó la primera página de la carpeta, la cual mencionaba que la compañía del séptimo piso del edificio de enfrente era una empresa subsidiaria liderada por un tal George Davis.

La mirada de halcón de Isaac se centró en las fotos del personal. Aquello era lo que más le interesaba por el momento. Pasó página por página, deteniéndose solo el tiempo suficiente en aquellas donde figuraban mujeres jóvenes, las cuales, gracias a Dios, no eran muchas.

Y… ¡Gualá!

Ahí estaba ella.

A pesar de que la foto en cuestión no mostraba más que su rostro, y el inicio de unos bonitos y redondeados pechos, Isaac estaba seguro de que se trataba de ella.

La foto mostraba a una mujer de piel exquisitamente bronceada, cuyos mechones de cabello; sedoso y negro, caían a los costados de su rostro.

Isaac relamió sus labios.

Ella era aun más hermosa de lo que esperaba.

─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───

—Salta a la operadora… —comentó Emma con el ceño fruncido.

—Te dio un numero falso —interpretó Mary mientras masticaba un delicioso bocado de chuleta—. Vaya, quien lo diría, no se escucha para nada sospechoso —agregó con sorna.

Emma ignoró el tono irónico en las palabras de su amiga y colega, ya que había algo mucho más trascendental fastidiándole la noche.

—¿Cómo se atrevió a hacer algo así? ¿A mí? —Inquirió, señalándose a sí misma para enfatizar el nivel de absurdez—. Ningún hombre jamás me dio un número falso, eso es algo que solo le corresponde hacer a una mujer, ¿no crees?

Emma lucía consternada y furiosa. 

Mary no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, pues, su pelirroja compañera tenía un enorme ego, bastante justificado, ya que era guapa y encantadora, pero no siempre puedes gustarle a todos.

—Bueno, tampoco le des tanta importancia —le dijo, agitando su mano frente a ella, como si le estuviera restando hierro al asunto—. Hay muchos hombres en este mundo que adorarían tener tu número, él se lo pierde.

—¡Es tan humillante! —resopló con una mano sobre su frente.

—Será mejor que comas, antes de que tu cena se enfríe más —la incitó con su tenedor—. ¿Qué te parece si después de cenar pedimos unos Martinis? yo invito.

—Está bien… —soltó con un puchero.

—Déjalo, seguro estaba de incognito, por eso no podía darte su número real, ¡duh! —intentó animarla.

Emma esbozó una sonrisa de entretenimiento puro. Mary la secundó con un encogimiento de hombros.

—¿Qué? —La miró con fingida inocencia—. Sabes que tengo razón, siempre la tengo. 

—Seguro… —resopló—. Aunque si lo vuelvo a ver, le daré un rodillazo en las pelotas, aunque hubiese disfrutado mucho jugar con ellas toda la noche.

—¡Emma! —soltó Mary, escandalizada—. Eres una asquerosa, ¿no ves que estoy comiendo?

La pelirroja se destornilló de risa, cosa que hizo muy feliz a Mary, al menos su amiga ya no estaba deprimida por el idiota que le dio un número de teléfono falso.

—Claaaaro, porque a ti no te gusta jugar con las bolas de un buen semental —soltó con sarcasmo.

—Cierra la boca, te van a oír —murmuró sonrojada. Por suerte, Emma no dijo aquello en voz alta—. Además, la última vez que estuve con uno de esos, fue hace tanto tiempo, que ni siquiera recuerdo cómo se siente temer sexo con alguien que realmente me gusta.

Emma chasqueó su lengua. Ella comprendía la situación de Mary, y todo lo que ella sacrificaba para sobrevivir a los acreedores.

—Por cierto, se me olvidó preguntarte; ¿Qué te dijo el señor Davis sobre mi invitación a cenar?

Mary bufó de solo recordar como su jefe le advirtió que más le valía que esta fuera la última vez que ella hiciera planes sin consultarle de antemano.

—¿Tú qué crees que me dijo ese viejo machista de m****a? —Soltó, llevándose un trozo de patata hervida a la boca—. Él quiere que le pida permiso, como si fuera mi padre…

—Ese hijo de perra —rezongó Emma, poniendo sus ojos en blanco en el proceso—. Pero ánimo, amiga, desearía decirte que tengo la solución a tus problemas, pero estamos igual de jodidas.

Emma rio entre dientes, luego, bebió un largo sorbo de limonada antes de continuar revolviendo su plato casi vacío.

—Que cruel eres —soltó Mary con ojos entornados. 

—Pero es la verdad, apenas mi sueldo alcanza para algo más que no sea comida, servicios básicos y el arriendo.

Mary frunció los labios cuando un recuerdo sobre los primeros meses en los que conoció a Emma inundó su mente.

—Debiste casarte con Billy.

—Sí, justo ahora sería una feliz ama de casa, soportando a mi marido infiel —resopló con una expresión de asco en todo su rostro—. Pero, ¿Qué importa? en cuanto goce de estabilidad económica todo tiene solución. Además, siempre puedes cogerte a tu vecino de enfrente.  

Mary rio por lo bajo, el tono sarcástico de la pelirroja era estimulante. Y, a pesar de que sabía que a Emma aún le afectaba el recuerdo de su ex prometido, con el que estuvo a punto de formar una familia, era genial que le quitara peso al asunto con algo de humor. 

—Estás loca de remate.

—Dale, confunde mi ingenio con locura, comprendo, no voy a gastar saliva en una discusión contigo.  

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