Emma Maslany resopló audiblemente apenas puso un pie en el asfalto. Su taxista era un hombre mayor que conducía a la velocidad de una tortuga con muletas.«¡Que exasperante!» La disgustada pelirroja miró el reloj en su muñeca y ahogó un grito de horror cuando se percató de la hora. Ya iba con más de cinco minutos de retraso.—Ay, no puede ser… —se apresuró con sus tacones haciendo estruendo con cada pisada hacia la entrada del complejo de oficinas.Que su día comenzara de esta manera no era un buen presagio.Antes de cruzar por la puerta, revisó su bolso en busca de un espejo de mano. Emma inspeccionó su apariencia con detenimiento antes de dar un paso más. No había manera de que llegara a la oficina luciendo como el desastre que era realmente.—Hay que guardar las apariencias —murmuró para sí misma, antes de ver a través del diminuto espejo con forma de corazón algo que la dejó perpleja—. ¿Pero qué demonios...?Los ojos marrones de Emma se abrieron de par en par en cuanto se girab
—¿Dónde estás? —Murmura Isaac para sí mismo, mientras sostiene contra su rostro los binoculares más potentes que pudo encontrar el fin de semana luego de una visita al centro comercial—. Ya debiste haber llegado, vamos, no puedo esperar a ver tu reacción cuando las veas. Isaac apuntó su vista al repartidor que se encontraba sentado en la sala de espera. Este sostenía un hermoso ramo de rosas rojas. El empresario había sido muy específico al solicitarle a la florería que el obsequio fuera entregado en las manos de la bella señorita Adams. Y quizás, la encargada de agendar las entregas lo miró raro cuando Isaac le dijo específicamente; que el repartidor debía ponerse de pie frente a los ventanales de la sala de espera junto al ascensor, y, sutilmente, debía girar su cuerpo cuarenta y cinco grados a la derecha al momento de entregar el presente. Isaac necesitaba tener una perfecta visión del rostro de Mary al momento de recibir las rosas, las cuales llevaban consigo una tarjeta con su
Actualidad. Todo nos trajo hasta este punto… Isaac observó su mano vendada con una mueca de disgusto. Aquella herida era un recordatorio constante de porqué ya no era una buena idea espiar a Mary Adams como lo venía haciendo desde hace un tiempo atrás. El empresario hizo su mejor esfuerzo por dejar de lado las imágenes que carcomían su mente. Ver a la mujer que tanto anhelaba siendo follada por otro hería su orgullo de hombre. Pero, en el fondo, él sabía que no podía juzgar la libertad sexual de una mujer joven y soltera. Él mismo se había beneficiado de la lujuria de muchas como para comportarse como un cretino ahora. Isaac se rio de sí mismo mientras humedecía sus labios con whisky. Se sintió tentado de beberse la botella durante todo el trayecto de la tarde, pero eso no haría más que ponerlo de un humor peligroso para cualquiera que se acercara a su oficina. Era el jefe de esta com
—¿Qué le pasó a tu mano? —preguntó Mary, curiosa.Isaac observó la discreta venda que Tom le colocó antes de acudir a su cita. Su asistente no estuvo de acuerdo con que remplazara el primer vendaje que le puso esa mañana, pero, aquella era considerablemente más gruesa e incómoda que la que lucía ahora.Isaac consideró que fue tan buena idea, que incluso Mary apenas la había notado, y eso que ambos ya llevaban alrededor de dos horas de amena plática.—Oh, esto —le mostró su mano con una sonrisa ladina—. Me corté con un vaso esta mañana. —Isaac se limitó a decir una media verdad en cuanto bebía alegremente junto a la encantadora compañía de Mary.Ella no tenía qué enterarse del motivo por el que aquellos cristales lastimaron la palma de su mano en primer lugar.
Mary molió sus caderas sobre la dureza bajo los pantalones de Isaac Alexander. La urgencia en sus movimientos, junto con la mirada desesperada en sus bonitos ojos color miel, lo hicieron ronronear como un gato. Ella lo deseaba. Anhelaba que la hiciera suya. Y él era un simple manojo de tensión sexual dispuesto a elevarla hasta las estrellas sin un ápice de vergüenza o duda. La mano buena de Isaac se deslizó sobre el costado de su muslo, abriéndose un camino lento y tortuoso por debajo de la falda de la hermosa mujer que lo besaba con ardor. El empresario deseó contar con su mano derecha en un momento tan crucial como este, pero no tuvo más remedio que adaptarse a la situación, o morir por un grave mal de bolas azules. Mary se apartó de su boca y comenzó a desabotonar su elegante blusa de trabajo con dedos ansiosos. Isaac no perdió la oportunidad para acariciar uno de sus senos sobre el sujetador que apenas contenía unos hermosos pechos grandes
Isaac Alexander trajo consigo rosquillas glaseadas para todo aquel que se cruzara por su camino esa mañana. Estaba de muy buen humor. Incluso, Hari, el guardia del complejo de oficinas, notó cierto nuevo aura a su alrededor apenas cruzó por la puerta, o eso dijo él —enigmáticamente— con una enorme sonrisa en los labios. El empresario lucía y se sentía radiante. Él ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que desayunó algo dulce por la mañana. —Buenos días, ¿una rosquilla? La joven recepcionista miró a su jefe como si a este le hubiese salido una segunda cabeza del cuello, pero tomó el dulce con una sonrisa tímida y un asentimiento educado. —Muchas gracias, señor Alexander, me alegra verlo de tan buen humor hoy. —Así es, Lucy —respondió encogiéndose de hombros—. Hoy mi día no puede ser más perfecto. Isaac repitió el proceso con cada empleado que se encontró de camino a su oficina, hasta que llegó al escritorio d
—Mary, ¿ya saldrás a almorzar? Yo invito —Emma tomó asiento sobre el escritorio de su colega y llevó el bolígrafo que sostenía a su boca—. Es cierre de mes y todos en el departamento andan vueltos unas fieras. Mary apartó la mirada de la pantalla de su computadora y la observó con una ceja elevada. —¿Y tú? ¿Por qué pareces tan tranquila? —Yo soy una humilde secretaria —dijo y esbozó una sonrisa listilla—. No me pagan lo suficiente como para acabar con mi estabilidad emocional, ¿no crees? Mary soltó una risa floja. Ella negó levemente antes de volver a centrar su atención en la hoja excel que manipulaba desde hace media hora. —De acuerdo —respondió Mary con un ápice de pesar en su voz—. Deja término de enviar un correo y nos vamos. Emma asintió antes de echarle un vistazo a la puerta cerrada tras el escritorio de su compañera. —¿Tu jefe está en su oficina? —No, salió a una reunión esta m
«¿Puedo responderte esa pregunta más tarde?»Si Mary continuaba mordiendo su labio de la manera en la que lo llevaba haciendo desde que le escribió ese mensaje a Isaac Alexander, pronto terminaría arrancándoselo de un mordisco.Ella realmente deseó poder decirle que «Sí», sin vacilaciones, pero su realidad la obligaba a ser cautelosa.Mary aun no tenía ni la menor idea de qué le deparaba esta noche, con suerte, su jefe decidiría salir con alguna de sus amantes.Eso la haría muy feliz.—Buenas tardes, Mary —dijo Emma con un tono profesional que provocó que su mejor amiga levantara la vista con el ceño fruncido, tan solo para toparse con la mirada severa del señor White, el director del departamento de contabilidad.—Buenas tardes, señor White —lo saludó con cortes&iac