Isaac Alexander trajo consigo rosquillas glaseadas para todo aquel que se cruzara por su camino esa mañana.
Estaba de muy buen humor. Incluso, Hari, el guardia del complejo de oficinas, notó cierto nuevo aura a su alrededor apenas cruzó por la puerta, o eso dijo él —enigmáticamente— con una enorme sonrisa en los labios.
El empresario lucía y se sentía radiante. Él ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que desayunó algo dulce por la mañana.
—Buenos días, ¿una rosquilla?
La joven recepcionista miró a su jefe como si a este le hubiese salido una segunda cabeza del cuello, pero tomó el dulce con una sonrisa tímida y un asentimiento educado.
—Muchas gracias, señor Alexander, me alegra verlo de tan buen humor hoy.
—Así es, Lucy —respondió encogiéndose de hombros—. Hoy mi día no puede ser más perfecto.
Isaac repitió el proceso con cada empleado que se encontró de camino a su oficina, hasta que llegó al escritorio d
—Mary, ¿ya saldrás a almorzar? Yo invito —Emma tomó asiento sobre el escritorio de su colega y llevó el bolígrafo que sostenía a su boca—. Es cierre de mes y todos en el departamento andan vueltos unas fieras. Mary apartó la mirada de la pantalla de su computadora y la observó con una ceja elevada. —¿Y tú? ¿Por qué pareces tan tranquila? —Yo soy una humilde secretaria —dijo y esbozó una sonrisa listilla—. No me pagan lo suficiente como para acabar con mi estabilidad emocional, ¿no crees? Mary soltó una risa floja. Ella negó levemente antes de volver a centrar su atención en la hoja excel que manipulaba desde hace media hora. —De acuerdo —respondió Mary con un ápice de pesar en su voz—. Deja término de enviar un correo y nos vamos. Emma asintió antes de echarle un vistazo a la puerta cerrada tras el escritorio de su compañera. —¿Tu jefe está en su oficina? —No, salió a una reunión esta m
«¿Puedo responderte esa pregunta más tarde?»Si Mary continuaba mordiendo su labio de la manera en la que lo llevaba haciendo desde que le escribió ese mensaje a Isaac Alexander, pronto terminaría arrancándoselo de un mordisco.Ella realmente deseó poder decirle que «Sí», sin vacilaciones, pero su realidad la obligaba a ser cautelosa.Mary aun no tenía ni la menor idea de qué le deparaba esta noche, con suerte, su jefe decidiría salir con alguna de sus amantes.Eso la haría muy feliz.—Buenas tardes, Mary —dijo Emma con un tono profesional que provocó que su mejor amiga levantara la vista con el ceño fruncido, tan solo para toparse con la mirada severa del señor White, el director del departamento de contabilidad.—Buenas tardes, señor White —lo saludó con cortes&iac
Mary estacionó su auto frente al pequeño restaurante italiano que solía frecuentar de vez en cuando junto a Emma. El lugar se especializaba en platillos caseros, ideales para una merienda luego de salir del trabajo. Aquel pequeño rincón italiano estaba lejos de ser un sitio elegante a la altura de un hombre como Isaac Alexander, pero Mary decidió enviarle la ubicación, para, entre otras cosas, evaluar qué tipo de persona era el hombre que hasta el momento la tenía fascinada. Si lo primero que el señor Alexander hiciera al ver el lugar fuera invitarla a otro sitio porque estaba muy por debajo de sus estándares, Mary comprendería que entre ambos no podría existir algo mucho más profundo que un par de revolcones casuales. Aquella sería una situación decepcionante, pero necesaria, pues, Mary creía percibir un aura sencilla tras todas esas capas de ropas elegantes. ¿Isaac Alexander era capaz de mantener algo de humildad en el fondo de su ser a pesa
—Y esa es la historia de cómo mi tía me utilizó por un par de miles de dólares.Mary esbozó una sonrisa triste. Abrir su corazón frente a Isaac Alexander fue terapéutico en más de un sentido. Las horas habían trascurrido volando, pues, ninguno de los dos se dio cuenta de que ahora eran los únicos comensales en el local.Una botella de vino vacía sobre la mesa les indicó que, efectivamente, la noche estaba a punto de llegar a su fin.—Ella era la única familia que me quedaba y me abandonó sin pensárselo dos veces…El ceño de Isaac se arrugó involuntariamente. Él no podía evitar sentirse furioso y conmovido por partes iguales.—Lamento mucho escuchar eso —mencionó en un susurro cargado de pesar.Mary Adams lucia tan vulnerable como resuelta. Era obvio que la hermosa mujer que tenía frente a él ya no tenía más lágrimas que derramar por ese tema. —Y yo lamento haber arruinado la atmosfera con una historia tan deprimente.Isaac negó.—Te agradezco la confianza. —Él elevó las comisuras de
¿Los días eran cada vez más soleados o Mary veía la vida con más optimismo?La asistente de la Gerencia de Marketing Digital había gozado de una semana tranquila y repleta de plenitud. Dicha calma la había hecho confiarse un poco de más. Ella bajó la guardia, lo que eventualmente se convertiría en su más grande error.Mary supo que los días felices habían acabado cuando el señor White abandonó la oficina de su jefe —como cada tarde desde hace una semana— y ambos hombres se despidieron con un apretón de manos resuelto y cordial. La animosidad se había desvanecido.George Davis finalmente le había puesto fin a sus problemas con la junta directiva. El CEO y los accionistas de la compañía quedaron complacidos con la gestión del señor White, y como George Davis se mostró colaborativo durante la auditoría que le hicieron a sus gastos representativos.Durante todo este tiempo, su jefe la había evitado olímpicamente, ¿el motivo? Pues, era simple: No tenía tiempo ni ánimos para nada que no e
—Mary, alístate, surgió un imprevisto y tenemos que presentarnos en el palacio de la alcaldía —mencionó George Davis en cuanto acomodaba los puños de su camisa. Él deambuló fuera de la oficina con su teléfono celular en la mano—. Cancela cualquier actividad en mi agenda hasta las cinco de la tarde. —¿Cuál es el motivo, señor? En su agenda hay un par de nombres que me exigirán una explicación por cancelarles sus citas de hoy. —Mary agarró su Tablet y deslizó sus dedos sobre la pantalla. George Davis tenía tres citas pendientes, todas eran compromisos reagendados debido a la agitada semana que consumió el tiempo y la atención de su jefe y el señor White. —Parece que el director de relaciones públicas no puede asistir a la reunión que convocó el alcalde. —George Davis suspiró pesado—. No puedo negarme a asistir, ya que las cosas con la junta directiva apenas comienzan a calmarse, ¿comprendes? Mary asintió, para, posteriormente, realizar un par de llamadas incómodas. Definitivamente
—Buenas noches, señor Alexander.Isaac volteó hacia la voz que se dirigió a él con un tono desagradable y burlón. La expresión de George Davis era una combinación de prepotencia y tirria.—Oh, es usted, señor Davis —soltó el empresario, imitando el tonillo que el jefe de Mary utilizó para dirigirse a él—. Es un gusto volver a verlo.Isaac esbozó una sonrisa lobuna. Si aquel patético Don nadie pretendía intimidarlo de alguna manera, estaba a punto de llevarse la humillación de su vida. Ver el rostro presumido de George Davis le causaba náuseas.—Lo mismo digo —comentó el de cabellera blanca en cuanto sostenía una copa de vino medio vacía. Isaac colocó ambas manos detrás de su espalda, ya que esta noche no se encontraba interesado en beber mientras era rodeado por las hienas de siempre. Él había asistido única y exclusivamente para ver como rodaban sus cabezas.Isaac prefería destapar una botella de Cabernet Sauvignon en su departamento cuando Mary llegara para cenar.El hombre mayor
Mary bajó del ascensor junto a su jefe. La reunión en el palacio de la alcaldía había culminado hace media hora. Para la asistente del Gerente de Marketing Digital había llegado el momento de retomar sus actividades cotidianas. Fue una lástima para Mary no toparse de nuevo con la mirada de Isaac, luego de que este abandonara el gran salón con rumbo al área administrativa del palacio de la alcaldía. Lo más probable, es que este tuviera asuntos que tratar con Eric Coleman. Por otra parte, el señor Davis se hallaba bastante taciturno desde que subieron al auto e iniciaron su retorno al complejo de oficinas, por lo general, el hombre era un platicador nato, pero en esta ocasión, el silencio reinó entre ambos. —¡Mary! ¡Al fin regresas! Te anduve buscando durante toda la tarde, tengo tantas cosas que contarte —le dijo su pelirroja amiga con una sonrisa brillante, luego de que George Davis le comentara que pasaría el resto de la tarde en su oficina y que no lo interrumpiera. —Te invito