TODO COMENZÓ HACE DOS SEMANAS...
—¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Sí! ¡Dios, sí! ¡Ahhh!
Los labios de Isaac eran una fina línea recta que se tensaba más y más, conforme los gemidos exagerados de la mujer que se revolvía bajo su cuerpo, incrementaban en dramatismo.
Al hombre de treinta y nueve años este tipo de comportamientos no lo tomaba por sorpresa.
Las veinteañeras como ella parecían vivir dentro de una eterna competición por demostrar cuán buenas eran en la cama. Ya que, según la lógica que las regía, los hombres mayores eran mucho más demandantes que los tipos de su edad.
Pero… ¿Acaso ella creía que eso lo excitaba?
Isaac contempló a la linda rubia con tetas de diosa por un par de segundos antes de decidir no criticar su performance. De por sí, conseguir revolcarse con un hombre mayor que estuviera dispuesto a convertirla en su amante a tiempo completo, e invirtiera dinero en ella, ya era un trabajo repleto de esperanzas frustradas.
Isaac se apresuró a terminar, y, cuando tuvo el trabajo hecho, se retiró de ella teniendo particular cuidado en revisar que el condón no estuviera roto.
Se deshizo de él tirándolo al bote de basura junto a la cama, y tuvo el suficiente tiempo para tomar asiento y acariciar sus sienes antes de escuchar el parloteo de la chica junto a él. Lo más probable es que amaneciera con jaqueca gracias a lo que él consideraba un mal polvo.
Isaac soltó un resoplido exasperado antes de ponerse de pie y recoger su ropa esparcida por toda la habitación.
Vaya que había sido muy optimista.
Las cosas habían comenzado bastante bien, pero terminó siendo una insatisfactoria experiencia más.
El empresario se colocó los pantalones, se calzó las medias junto con los zapatos y se dispuso a ponerse de pie para dirigirse a la puerta.
—¡Amor! ¿No me digas que ya te vas?
Isaac resopló antes de echarle una mirada rápida a la chica que acababa de reincorporarse en el respaldo de la cama. Ella hizo un puchero cuando lo vio asentir.
—Pensé que pasaríamos toda la noche juntos... y que mañana en la mañana me llevarías a desayunar a tu restaurante favorito, ¿mhm?
Isaac puso sus ojos en blanco cuando ella empezó a utilizar ese tono meloso que tanto detestaba en una mujer.
—Pensaste mal, lindura —dijo con brusquedad, mientras ella se deslizaba junto a él con una expresión de ofuscación en su rostro.
—¡¿Qué rayos te pasa?! —Se quejó, echando su cabello desordenado hacia atrás en una coleta—. Hace un par de horas eras tan lindo y caballeroso, ¿y ahora? ¡Actúas como un completo patán!
—¿Qué se supone que te diga? —inquirió con tono aburrido—. ¿Quieres que me quede en este hotel en contra de mi voluntad solo para complacer tus caprichos?
Isaac rio entre dientes. No pudo evitar encontrar graciosa la reacción de la linda rubia que lo miraba como si hubiese pateado a su perro.
Era ridículo tener tantas expectativas por un ligoteo de una noche.
—Aún es temprano, son las 01:30 de la madrugada —comentó Isaac tras echarle una ojeada a su reloj—. Regresa al bar con alguno de esos hombres de buena pinta a los que rechazaste porque reconociste quien era yo y querías invertir bien tu tiempo, ¿o me equivoco?
Ella se puso de pie, ofendida y gloriosamente desnuda. Isaac consideró que era una verdadera lástima que no fuera su tipo de chica en la cama.
Además, estaba ese pequeño detalle de que era una caza fortunas.
Isaac recordó recuperar su condón usado del bote de basura antes de irse, y echarlo en un basurero de la calle. Más de un colega había atravesado por el drama de tener que reconocer hijos paridos por este tipo de mujeres, que solían ser unas perturbadas que harían todo lo posible por chantarle un bebé a alguien, con tal de usar a sus retoños como cheques en blanco.
—¡Eres un cretino! ¡Lárgate ya, imbécil! —gritó encolerizada.
Isaac terminó de vestirse en relativa paz después de eso, y se dirigió a la puerta sin ofrecerle una segunda mirada.
Algunas cosas nunca cambian.
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A la mañana siguiente, Isaac llegó a su compañía de inversiones con un fuerte martilleo en la cabeza. Su asistente, Tom, por poco se cae de bruces en su desesperación por ofrecerle una aspirina que le pusiera fin a esa expresión asesina con la que su jefe abandonó el ascensor.
Tanto él, como el resto del personal, sabían que nadie esta emocionalmente preparado para lidiar con Isaac Alexander en medio de una crisis de migraña.
—Jefe, en su escritorio le deje los informes que solicitó ayer —le comunicó Tom antes de retirarse de su oficina. El asistente cerró la puerta tan despacio, que Isaac no pudo evitar sonreír ante el ridículo nivel de eficiencia que manejaba su personal.
Sin sentir la necesidad de servirse un vaso de agua, el empresario engulló la aspirina mientras observaba satisfecho como las persianas de los ventanales se encontraban cerradas, dándole a su oficina un aspecto oscuro y lúgubre que lo hacía sentir en casa.
Su hogar no era muy distinto a las paredes tapizadas con colores tierra y los muebles elegantes de cuero.
Isaac se quitó las gafas de sol con un suspiro de alivio. Al fin había llegado a un lugar menos ruidoso que su auto y todo ese tráfico de un lunes por la mañana.
Era una lástima que hoy fuera un día tan soleado, pensó mientras se quitaba el saco con somnolencia. Estiró su cuerpo como un gato, y escuchó como algunos huesos tronaron en el proceso, pero, era hasta cierto punto normal en un hombre de casi cuarenta años que continúa trasnochándose como un adolescente.
El par de canas que Isaac ocultaba bajo tinte de cabello negro azabache eran prueba de que se estaba volviendo demasiado viejo para andar de bar en bar en busca de mujeres, que ya no hacían su sangre hervir de pasión como hace un par de años.
En la actualidad, el efecto que ellas tenían sobre él en la cama, solo podía compararse con la emoción que alguien puede sentir al momento de abrir un paquete de comida precocinada, meterla en el microondas, y esperar a que esté lista para cenarla frente al televisor. Eso está bien, sacia tu necesidad de alimentarte, pero es insípido, vacío y descartable.
Nadie le puso ni una pisca de amor a esa insulsa lasaña tapa arterias que conseguiste en un supermercado porque era lo más sencillo para ti.
Isaac restregó su rostro con aspereza. No era el momento ni el lugar para tener una crisis de la mediana edad.
—La libertad es mi bien más preciado —balbuceó contra su asiento, antes de bostezar y relajarse sobre el cómodo cuero de la silla.
Su rutina para aclimatarse a su oficina luego de salir de casa y conducir bajo el inclemente sol de la mañana, duro media hora. Tiempo en el que bebió tres vasos de agua y acabó con dos paquetes de galletas integrales.
Sintiéndose como un pez dentro de su estanque, Isaac decidió que ya era hora de levantar las persianas e iniciar con su día. Para él era lamentable no poseer la mejor vista de la ciudad, considerando cuanto tuvo que pagar por la planta en la que montó su empresa.
Se encontraban en el octavo piso de veinte en total.
Isaac tenía frente a él otro complejo de oficinas mucho más modestas.
La única distracción que encontraba en un día particularmente aburrido como este, eran los distraídos transeúntes. La masa de gente caminando de aquí para allá, ensimismados en sus propios asuntos, o teléfonos celulares…
Isaac bufó antes de levantar la mirada hacia el séptimo piso del complejo de oficinas que tenía enfrente. En ese lugar en particular, pudo observar algo que despertó en él un profundo interés. Y debía confesar, que según iban transcurriendo los minutos, ese algo, o más bien alguien, despertó algo más que eso bajo sus pantalones.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —murmuró en completa soledad.
Al parecer, su día estaba a punto de mejorar.
Isaac llevaba alrededor de media hora golpeando la superficie de su escritorio con las yemas de sus dedos. Él se hallaba inmerso en un único y peculiar pensamiento: Esa hermosa mujer con cuerpo de Diosa, que se contoneaba alrededor de una oficina, mientras recogía y ordenaba papeles. A Isaac poco le importó permanecer de pie frente al ventanal de su oficina, como una suerte de degenerado que seguía con mirada hambrienta a la mujer al otro lado de la calle. El vestido gris de oficina se encontraba tan ceñido a sus curvas que parecía una segunda piel sobre su cuerpo. Lo volvía loco. Isaac necesitaba hacer algo al respecto. —Tom, ven a mi oficina —le solicitó a su asistente con un tono que denotaba urgencia. —Enseguida, Jefe.No pasaron ni treinta segundos antes de que Isaac tuviera frente a él a su pulcro y diligente asistente de rizos sueltos y mirada de cachorro. —¿En qué puedo ayudarlo, señor? —dijo el joven castaño con tono atento. Isaac esbozó una sonrisa casual, con l
—Aquí tiene la información que me pidió, jefe.Isaac miró incrédulo la carpeta manila que su asistente dejó frente a él media hora antes de que terminara su turno. —¿Conseguiste la nómina? —atinó a decir en cuanto ponía sus manos sobre lo único capaz de calmar sus ansias por el momento.—Sí, una secretaria del departamento de contabilidad me facilitó la información —dijo, y esbozó una sonrisa de suficiencia que Isaac no dejó pasar por alto.—Buen trabajo —lo felicitó, devolviéndole el gesto—. Eres tan preciso como un reloj suizo. El empresario le echó una rápida ojeada a la carpeta, la cual parecía contener todo lo que le había solicitado a su asistente. Mientras tanto, la luz del sol empezaba a ocultarse, cubriendo de naranja todo a su paso.—Si no necesita nada más, jefe, regresaré a mi escritorio para organizar su agenda de mañana.—Claro, y no te preocupes, apenas termines vete a casa, yo me quedaré aquí un par de horas más. Tom asintió, marchándose de la oficina con sus car
—Mary Adams… —murmuró Isaac para sí mismo, mientras revisaba el perfil profesional de su más extraña y nueva obsesión.Para el empresario fue una gran noticia saber que la señorita Adams era una mujer soltera. Esa información no descartaba un novio, o incluso un puñado de pretendientes, pero era un buen comienzo. Ser la asistente del Gerente de Marketing Digital era el puesto más codiciado del tipo de compañía para la que trabajaba. Aquello era bastante impresionante, y derrumbaba las esperanzas que tenía Isaac de ofrecerle un mejor empleo en su propia compañía. Él ya tenía un asistente al que no cambiaría por nada en el mundo.—Qué lástima… —soltó un suspiro teatral, mientras observaba la imagen de la hermosa mujer con anhelo—. Me hubiese encantado llegar en mi corcel blanco y salvarte de un ambiente laboral de mierda, pero parece que no necesitas mi ayuda.Isaac se recostó en su asiento, dispuesto a sumergirse en una espiral de ideas ingeniosas para acercarse a la bella Mary Adams
Isaac caminó hasta su complejo de oficinas por pura inercia. Él se hallaba perdido en sus pensamientos desde su bochornoso intento por acercarse a la bella Mary Adams. —Ella ni siquiera me miró —murmuró incrédulo para sí mismo, en cuanto era recibido por el guardia en la puerta. —Buenos días, señor Alexander —dijo atentamente aquel joven inmigrante al que todos acudían en busca de ayuda. Él era el más comedido y servicial de todos quienes tomaban ese puesto a diario—. ¿Cómo se encuentra esta mañana? —He visto días mejores, Hari —Isaac se quitó las gafas de sol color mostaza con una expresión de abatimiento—. Creo que estoy perdiendo mi toque. —¿A qué se refiere, señor? Isaac esbozó una sonrisa nostálgica, antes de sacudir su cabeza para evadir el tema. —Nada, cosas del trabajo —mintió—. Por cierto, ¿mi asistente ya llegó? Esta mañana me mandó un mensaje, dijo que llegaría media hora más tarde de lo habitual, ¿lo viste pa
Mary le echó un último vistazo a su hermoso vestido negro estilo tubo —el cual se ceñía perfectamente a sus curvas— cuando bajó del auto con su bolso de mano y una expresión de «ya me quiero ir a mi casa» en todo su rostro.Si bien la promesa de un amplio surtido de cócteles era atractiva, el hecho de que tendría que ser la acompañante de su jefe no lo era. Mary salió temprano del trabajo, para ir a su departamento y alistarse. Mientras el señor Davis, por su parte, permanecería en la oficina hasta que llegara la hora del evento. Ella estaba segura de que su jefe no tardaría en aparecer en recepción con su habitual sonrisa falsa de comercial de dentífrico.El hombre era lo suficientemente listo para detectar antes que nadie; quienes eran dignos de su desprecio, y quienes eran esos a los que debía lame
Un taciturno Isaac se juntó de nuevo con Tom, quien no lucía más animado que él luego de beber su primer trago de la noche. Ambos, de pie junto a la barra, contemplaron en silencio el ambiente del lugar. Había pequeños grupos de jóvenes esparcidos por el salón; ellos no debían ser más que los hijos de algunos empresarios que asistieron a la fiesta cóctel, los mismos que intentaban introducir a sus futuros herederos en lo más alto de la esfera social por la que tanto lucharon. Tom le ofreció un Whisky en las rocas; Isaac lo bebió con una mueca de ardor cuando las notas amaderadas de su bebida se expandieron a su nariz. Sus ojos parecían tener un solo objetivo esa noche. —Oh… jefe, ese es el Gerente de Marketing Digital encargado de la compañía que me pidió que investigara —mencionó Tom tras notar la trayectoria de la mirada asesina del empresario—. ¿No irá a hablar con él? —¿Por qué querría hacer algo así? Isaac elevó su bar
Isaac se dejó caer en su sofá apenas cruzó la puerta de su departamento. La fiesta cóctel había acabado con un bonito discurso por parte del alcalde.Él reconoció las valiosas contribuciones a la sociedad que —hombres como los que se encontraban reunidos en esa sala— hacían año tras año para mejorar la calidad de vida de los más desafortunados. Patrañas.Todo comenzaba y culminaba con los intereses económicos de los bastardos egoístas que alzaban sus copas con una sonrisa en los labios. Pues, jamás conseguirías cambiar el mundo si no te involucras lo suficiente en el proceso. Así que, ¿por qué no centrarse en las personas que orbitan a su alrededor, antes que firmar mes a mes un escueto cheque con destino incierto?Isaac era consciente de los problemas personales en los que podría hallarse alguna de las personas que trabajaban bajo su cargo, es por esto, que un año después de inaugurar su compañía, armó un pequeño departamento especial, que tendría como único propósito el lidiar con
Emma Maslany resopló audiblemente apenas puso un pie en el asfalto. Su taxista era un hombre mayor que conducía a la velocidad de una tortuga con muletas.«¡Que exasperante!» La disgustada pelirroja miró el reloj en su muñeca y ahogó un grito de horror cuando se percató de la hora. Ya iba con más de cinco minutos de retraso.—Ay, no puede ser… —se apresuró con sus tacones haciendo estruendo con cada pisada hacia la entrada del complejo de oficinas.Que su día comenzara de esta manera no era un buen presagio.Antes de cruzar por la puerta, revisó su bolso en busca de un espejo de mano. Emma inspeccionó su apariencia con detenimiento antes de dar un paso más. No había manera de que llegara a la oficina luciendo como el desastre que era realmente.—Hay que guardar las apariencias —murmuró para sí misma, antes de ver a través del diminuto espejo con forma de corazón algo que la dejó perpleja—. ¿Pero qué demonios...?Los ojos marrones de Emma se abrieron de par en par en cuanto se girab