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2. Pasión a primera vista

TODO COMENZÓ HACE DOS SEMANAS...

—¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Sí! ¡Dios, sí! ¡Ahhh!

Los labios de Isaac eran una fina línea recta que se tensaba más y más, conforme los gemidos exagerados de la mujer que se revolvía bajo su cuerpo, incrementaban en dramatismo.   

Al hombre de treinta y nueve años este tipo de comportamientos no lo tomaba por sorpresa.

Las veinteañeras como ella parecían vivir dentro de una eterna competición por demostrar cuán buenas eran en la cama. Ya que, según la lógica que las regía, los hombres mayores eran mucho más demandantes que los tipos de su edad.

Pero… ¿Acaso ella creía que eso lo excitaba?

Isaac contempló a la linda rubia con tetas de diosa por un par de segundos antes de decidir no criticar su performance. De por sí, conseguir revolcarse con un hombre mayor que estuviera dispuesto a convertirla en su amante a tiempo completo, e invirtiera dinero en ella, ya era un trabajo repleto de esperanzas frustradas.    

Isaac se apresuró a terminar, y, cuando tuvo el trabajo hecho, se retiró de ella teniendo particular cuidado en revisar que el condón no estuviera roto.

Se deshizo de él tirándolo al bote de basura junto a la cama, y tuvo el suficiente tiempo para tomar asiento y acariciar sus sienes antes de escuchar el parloteo de la chica junto a él. Lo más probable es que amaneciera con jaqueca gracias a lo que él consideraba un mal polvo.  

Isaac soltó un resoplido exasperado antes de ponerse de pie y recoger su ropa esparcida por toda la habitación.

Vaya que había sido muy optimista.

Las cosas habían comenzado bastante bien, pero terminó siendo una insatisfactoria experiencia más.

El empresario se colocó los pantalones, se calzó las medias junto con los zapatos y se dispuso a ponerse de pie para dirigirse a la puerta. 

—¡Amor! ¿No me digas que ya te vas?

Isaac resopló antes de echarle una mirada rápida a la chica que acababa de reincorporarse en el respaldo de la cama. Ella hizo un puchero cuando lo vio asentir.   

—Pensé que pasaríamos toda la noche juntos... y que mañana en la mañana me llevarías a desayunar a tu restaurante favorito, ¿mhm?

Isaac puso sus ojos en blanco cuando ella empezó a utilizar ese tono meloso que tanto detestaba en una mujer.

—Pensaste mal, lindura —dijo con brusquedad, mientras ella se deslizaba junto a él con una expresión de ofuscación en su rostro.

—¡¿Qué rayos te pasa?! —Se quejó, echando su cabello desordenado hacia atrás en una coleta—. Hace un par de horas eras tan lindo y caballeroso, ¿y ahora? ¡Actúas como un completo patán!

—¿Qué se supone que te diga? —inquirió con tono aburrido—. ¿Quieres que me quede en este hotel en contra de mi voluntad solo para complacer tus caprichos?

Isaac rio entre dientes. No pudo evitar encontrar graciosa la reacción de la linda rubia que lo miraba como si hubiese pateado a su perro.

Era ridículo tener tantas expectativas por un ligoteo de una noche.

—Aún es temprano, son las 01:30 de la madrugada —comentó Isaac tras echarle una ojeada a su reloj—. Regresa al bar con alguno de esos hombres de buena pinta a los que rechazaste porque reconociste quien era yo y querías invertir bien tu tiempo, ¿o me equivoco?

Ella se puso de pie, ofendida y gloriosamente desnuda. Isaac consideró que era una verdadera lástima que no fuera su tipo de chica en la cama.

Además, estaba ese pequeño detalle de que era una caza fortunas.

Isaac recordó recuperar su condón usado del bote de basura antes de irse, y echarlo en un basurero de la calle. Más de un colega había atravesado por el drama de tener que reconocer hijos paridos por este tipo de mujeres, que solían ser unas perturbadas que harían todo lo posible por chantarle un bebé a alguien, con tal de usar a sus retoños como cheques en blanco.

—¡Eres un cretino! ¡Lárgate ya, imbécil! —gritó encolerizada. 

Isaac terminó de vestirse en relativa paz después de eso, y se dirigió a la puerta sin ofrecerle una segunda mirada.

Algunas cosas nunca cambian.

─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───

A la mañana siguiente, Isaac llegó a su compañía de inversiones con un fuerte martilleo en la cabeza. Su asistente, Tom, por poco se cae de bruces en su desesperación por ofrecerle una aspirina que le pusiera fin a esa expresión asesina con la que su jefe abandonó el ascensor.  

Tanto él, como el resto del personal, sabían que nadie esta emocionalmente preparado para lidiar con Isaac Alexander en medio de una crisis de migraña.

—Jefe, en su escritorio le deje los informes que solicitó ayer —le comunicó Tom antes de retirarse de su oficina. El asistente cerró la puerta tan despacio, que Isaac no pudo evitar sonreír ante el ridículo nivel de eficiencia que manejaba su personal.  

Sin sentir la necesidad de servirse un vaso de agua, el empresario engulló la aspirina mientras observaba satisfecho como las persianas de los ventanales se encontraban cerradas, dándole a su oficina un aspecto oscuro y lúgubre que lo hacía sentir en casa.  

Su hogar no era muy distinto a las paredes tapizadas con colores tierra y los muebles elegantes de cuero.

Isaac se quitó las gafas de sol con un suspiro de alivio. Al fin había llegado a un lugar menos ruidoso que su auto y todo ese tráfico de un lunes por la mañana.   

Era una lástima que hoy fuera un día tan soleado, pensó mientras se quitaba el saco con somnolencia. Estiró su cuerpo como un gato, y escuchó como algunos huesos tronaron en el proceso, pero, era hasta cierto punto normal en un hombre de casi cuarenta años que continúa trasnochándose como un adolescente. 

El par de canas que Isaac ocultaba bajo tinte de cabello negro azabache eran prueba de que se estaba volviendo demasiado viejo para andar de bar en bar en busca de mujeres, que ya no hacían su sangre hervir de pasión como hace un par de años.

En la actualidad, el efecto que ellas tenían sobre él en la cama, solo podía compararse con la emoción que alguien puede sentir al momento de abrir un paquete de comida precocinada, meterla en el microondas, y esperar a que esté lista para cenarla frente al televisor. Eso está bien, sacia tu necesidad de alimentarte, pero es insípido, vacío y descartable.

Nadie le puso ni una pisca de amor a esa insulsa lasaña tapa arterias que conseguiste en un supermercado porque era lo más sencillo para ti.

Isaac restregó su rostro con aspereza. No era el momento ni el lugar para tener una crisis de la mediana edad.  

—La libertad es mi bien más preciado —balbuceó contra su asiento, antes de bostezar y relajarse sobre el cómodo cuero de la silla.     

Su rutina para aclimatarse a su oficina luego de salir de casa y conducir bajo el inclemente sol de la mañana, duro media hora. Tiempo en el que bebió tres vasos de agua y acabó con dos paquetes de galletas integrales.

Sintiéndose como un pez dentro de su estanque, Isaac decidió que ya era hora de levantar las persianas e iniciar con su día. Para él era lamentable no poseer la mejor vista de la ciudad, considerando cuanto tuvo que pagar por la planta en la que montó su empresa.

Se encontraban en el octavo piso de veinte en total.   

Isaac tenía frente a él otro complejo de oficinas mucho más modestas.

La única distracción que encontraba en un día particularmente aburrido como este, eran los distraídos transeúntes. La masa de gente caminando de aquí para allá, ensimismados en sus propios asuntos, o teléfonos celulares…

Isaac bufó antes de levantar la mirada hacia el séptimo piso del complejo de oficinas que tenía enfrente. En ese lugar en particular, pudo observar algo que despertó en él un profundo interés. Y debía confesar, que según iban transcurriendo los minutos, ese algo, o más bien alguien, despertó algo más que eso bajo sus pantalones.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —murmuró en completa soledad.

Al parecer, su día estaba a punto de mejorar.

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