Valentina Figueroa regresaba a la capital después de años de haberse marchado por circunstancias drásticas.
Bajó del auto y se adentró a la boutique más famosa y cara de la ciudad. Junto a ella, un pequeño de cinco años, cuyos rasgos característicos mostraban sus ojos grises rayados y un cabello castaño, su piel blanca y una sonrisa con hoyuelos. Sin dudas, un hermoso niño.
Amablemente, pidió llevar los trajes al vestidor, donde el pequeño Valerio, esperaba pacientemente para probárselos.
Valentina llevaba 4 años trabajando para un empresario en la ciudad de Valencia. Su decisión de volver a la capital inició en el momento en que su madre le comentó sobre la enfermedad de su abuela.
Dejó su miedo de encontrarse con el padre de su hijo, a quien no conocía, y decidió pasar lo que podría ser una última Navidad con su abuela.
Una empleada la llevó al lugar donde el pequeño se estaba probando el traje.
—¡Oh!, ¡Qué galán! —susurró su madre besando sus mejillas.
—Tú también estás linda mami, te amo —Valerio beso la mejilla de su madre dedicándole una sonrisa.
—Eres el niño más hermoso y la bendición más grande mi amor —susurró su madre agachada a la altura de su hijo.
El pequeño le regaló una sonrisa, Valentina se quitó el vestido y también el traje a su hijo. Se dirigió a la dependienta para pagar la cuenta e ir a casa contentos de tener la ropa lista para asistir a la noche de año nuevo.
Valentina había estudiado para secretaria, aunque no le había sido tan fácil por tener que cuidar de su hijo.
Agradecida por tener el apoyo de su amada madre, que aun siendo madre soltera, la apoyó en ese momento tan duro.
Se acercó junto a su hijo a la caja para pagar su compra y el estruendo de una taza de café caer al piso llamó la atención de todos incluyéndose a ellos.
—¿Le pasa algo, señora? —preguntó inmediatamente la chica que trabajaba en la boutique y atendía a su jefa que no quitaba su mirada del pequeño Valerio.
Valentina terminó de pagar su pedido y salió inmediatamente algo incómoda por la mirada penetrante de la señora hacia su hijo.
Martina Milano, una mujer de 55 años, esposa de Gabriel Milano, un magnate de 55 años, quien se había enamorado profundamente de Martina pidiéndola a su familia, ambos con solo 20 años. A los pocos meses de casados esperaban a su primer hijo. Benjamín Milano, quien en ese momento, en el presente, era un hombre de 34 años. Ya 7 años después, nació Jazmín, la consentida de solo 27 años hoy en día.
Martina inmediatamente salió hacia afuera de la tienda para ver de nuevo al pequeño, sus manos temblaban al ver que era el vivo retrato de su esposo.
Las empleadas observaban cómo su jefa había salido inmediatamente a su auto y arrancando como si se le hubiese presentado una emergencia.
En un hermoso edificio, Martina bajó de su auto llorando y con sus manos temblando. Subió al ascensor con la mirada de todos a su alrededor, atenta a ella por cómo se encontraba. Los murmullos no tardaron en aparecer, pasando por sus cabezas una infidelidad.
Las puertas del ascensor se abrieron justo en el piso donde se encontraba la oficina de su esposo, pasó directamente sin anunciarse o siquiera saludar a la secretaria, quien se le hizo muy rara su actitud.
Gabriel se levantó de su silla, sorprendido por la forma en que su esposa había entrado a la oficina.
—¿Pasa algo, mi amor? —Preguntó inmediatamente al verla tan afectada.
—¿Tienes una amante? —Interrogó inmediatamente Martina, con lágrimas en sus ojos y su voz quebrada.
Gabriel, un hombre con cabello ya canoso, ojos grises rayados, cabello castaño y unos hoyuelos que se le formaban cuando sonreía o apretaba sus labios en actitud molesta, la miró sorprendido.
—¿De qué hablas? —Preguntó algo confundido y con el ceño fruncido.
La miró fijamente, buscando en ella alguna pizca de broma en su acusación.
—Me has engañado, tienes otro hijo —Acusó Martina a su esposo, sentada en el sofá, llorando con el corazón roto.
—No entiendo de qué diablos estás hablando, Martina —habló Gabriel sin entender la acusación de su esposa.
—La vi en mi boutique, un niño de unos 5 años, idéntico a ti, tus ojos, tu rostro, tus mismos hoyuelos, no me mientas. —Gritó Martina—. ¿Cómo pudiste? —musito al final de sus palabras. Su corazón dolía como nunca.
Recordando que la madre del niño era una joven que podría ser su hija, sus lágrimas salían sin parar y sus manos temblaban por la situación.
Gabriel se quedó en silencio y sin entender la acusación seria de su esposa. Estaba seguro de que jamás la había engañado.
La puerta se abrió de golpe y entró Benjamín.
—¿Qué pasa aquí, papá? ¿Qué le hiciste a mamá? Los gritos se escuchan afuera. —Dijo Benjamín preocupado.
—Tu padre tiene otro hijo, me engañó. —Aseguró Martina.
Benjamín volvió a ver a su padre con sorpresa.
—Eso no lo puedes asegurar. Estoy seguro de que no te he engañado. —Se defendió Gabriel.
—¡No te atrevas a mentir! —Gritó Martina levantándose y dejando a su esposo soltando un suspiro largo y pesado.
—Papa…
—Encuentra a esa mujer y ese niño, ve a la boutique de tu madre y busca en las cámaras. —Demandó Gabriel hastiado.
Una vez salió su hijo de la oficina, también se quedó pensando en la acusación que le estaba haciendo su esposa, una que no era cualquiera.
Él la amaba incondicionalmente, era la mujer por la cual se había arriesgado con él, aun cuando su familia lo amenazó en dejarlo sin nada.
Ambos construyeron ese imperio juntos, Estaba totalmente seguro que no tenía hijos con otra mujer.
Benjamín se fue a hacer lo que su padre le pidió. Una vez llegó a la boutique, fue recibido por las empleadas quienes estaban emocionadas al verlo, él ignoró su sonrisa, las cuales aprovechaba en otras circunstancias.
Se acercó a la salita de seguridad, y al ver la escena donde Valentina ayudaba a su hijo escogiendo trajes donde se lo probaba, se quedó estupefacto.
Su madre tenía razón, ese niño era el vivo retrato de su padre, sus ojos, su color de piel, sus hoyuelos al sonreír y hasta su cabello.
—No puede ser. —Susurró con el corazón oprimido.
El guardia de seguridad le dio una copia del video y Benjamín se dirigió nuevamente a donde su padre, mientras le escribía a su amada madre preguntándole cómo se encontraba.
Martina no estaba en condiciones de responder. Su corazón estaba dolido, no aceptaría que su esposo la dejara de amar y se encontrara una mujer más joven.
Por otro lado, Benjamín llegaba nuevamente a la empresa Milano y furioso entró lanzando el video en el escritorio de su padre.
—Vaya. También traes una cara de acusación. —Dijo Gabriel tomando el CD y colocándolo en su computador.
Sus ojos se agrandaron tanto que al solo ver al pequeño de espalda, el remolino que tenía en su cabello era el suyo, una herencia de su padre.
Al verlo de frente y observar esos ojos grises rayados, el color de su piel y los hoyuelos al sonreír lo dejó en shock, lo hizo sentarse en su silla con el rostro pálido.
¡No podía ser cierto! Se dijo a sí mismo. Cualquiera que viera al pequeño diría inmediatamente que era su hijo.
—¿Estás bien, papá? —Preguntó inmediatamente Benjamín. Gabriel solo asintió.
Benjamín se preocupó, su padre estaba a punto de tener una baja de presión.
—¡Encuéntralos! —Demandó Gabriel en un susurro.
Benjamín salió inmediatamente de la empresa, en busca de una solución para encontrar a esa mujer y al pequeño. Solo faltaban días para que finalizara ese año y Benjamín estaba seguro de que sería un golpe fuerte a su madre si lo celebraba molesta con su padre.
Lleno de decepción si resultaba ser cierto que esa mujer era amante de su padre, y no solo eso, también la idea de la existencia de otro hermano, sabía que sería un caos para su familia.