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Muchos años antes.

Ilayen apretaba sus manos en su regazo delante de la tumba de su madre. Ella, una loba más del harem de su padre había muerto sola y olvidada. Aun cuando él le había pedido tantas veces a su padre que la fuera a ver, él nunca le había mostrado más interés del necesario y tras tenerlo a él, su único cachorro macho ni siquiera la había atendido más.

Varios años habían pasado desde su nacimiento y su madre, sola y dolida, había muerto de tristeza, con la marca en la nuca irritada y anhelando, aunque fuera una última vez una visita. Que tontas podían ser las hembras marcadas, siempre esperando por el lobo que las había unido a ellas, o, aunque fuera un poco de su atención.

Si el tuviera una pareja no le podría hacer eso. Como lobo macho sería detestable si la hacía sufrir así.

Y era una de las razones por las que odiaba a su padre, no solo por haberle hecho eso a su madre, sino la facilidad con la que la reemplazaba, como ese día que entraría al harem la loba que borraría toda la existencia que quedaba de su madre.

Porque si, su padre era el único alfa de todas las manadas que tenía un harem y el único capaz de poder marcas varias hembras sin sufrir consecuencias. La mayoría de los integrantes eran lobos desterrados de las demás manadas, y otros regalos por intercambio, él era muy joven para comprender esto y nadie tocaba el tema. Eso sí, por lo que le habían dicho sabía que se dividía en dos, en los esclavos del harem y las cuatro lunas oficiales donde su madre había sido una de ellas. La última.

-Alteza- escuchó a su espalda y era uno de los guardias- la ceremonia está por comenzar. La nueva integrante del harem acaba de llegar.

Ilayen gruñó y se levantó con el rostro sombrío. No deseaba ir, pero si no lo hacía escucharía a su padre y seguramente terminaría con un moretón en su rostro. Así que en silencio lo siguió.

Poco después se encontró entrando a la sala donde estaba el trono de su padre, mucho más exagerado que cualquier sala de reunión de otra manada. Había podido visitar algunas cuando iba de viaje con él, y solo podía decir que su padre era un excéntrico. Todo el lugar decorado en colores rojos, negros, dorados, con lustrosas alfombras, techos altos, columnas tallas en madera oscura, luces de los candelabros de hierro, y de lo más destacable el enorme trono de diamante para que el alfa se sentara en todo su esplendor.

Por no mencionar que le gustaba que todos a su alrededor vistieran igual de excéntricos que él, con largas y gruesas túnicas bordadas, con cinturones de hilos de oro. Había visto este tipo de vestimentas en eventos especiales en otras manadas, pero la de él era la ropa diaria, al menos de los del alfa, sus lunas y él como su único cachorro, de momento.

No quería indagar en el tema, pero más de una vez había escuchado que el alfa tenía serios problemas para concebir, por eso solo estaba él como único hijo, a pesar de tener tantas esposas y que esto solo era una fachada. Bien era sabido lo importante de la reproducción y descendencia en los lobos y más en los alfas.

A Ilayen no le importaba realmente. Tener hermanos solo sería un problema más, ya tenía suficiente con los asuntos del harem y las peleas internas que veía por la envidia, tanto de las esposas como de los esclavos para ganar méritos y comodidades.

Avanzó y se detuvo a un lado del trono donde su padre a estaba sentado. Al otro costado se encontraban sus tres esposas, lobas jóvenes y hermosas que no recordaba la última vez que las había visto sonreír. Porque ser parte del harem… no era símbolo de estatus, no en esa manada… sino, eras una puta esclava más del alfa para satisfacer sus deseos más depravados. La fama que tenía su padre lo precedía y no era un secreto.

Entonces se escucharon unos pasos. La ceremonia iba a comenzar. Ilayen ni siquiera prestó atención, no era de su interés, por el contrario, tenía un desprecio sin fundamentos hacia esa persona solo por el hecho que tomaría el lugar de su madre, borrando así por completo su existencia.

Solo no se esperó que todo su mundo se viera sacudido cuando esa persona entró por la puerta y comenzó a caminar por el centro de las dos filas a cada lado del salón. Su respiración quedó congelada en su garanta y sus ojos brillaron.

Era una figura menuda caminaba por el medio del pasillo, enfundada en un manto blanco que cubría gran parte de su cuerpo y dejaba a la vista sus pequeños y níveos hombros, su rostro y cabeza cubierto por un velo blando que solo dejaba ver una larga trenza oscura como el ébano que caía por su espalda hasta sus caderas y se movía con el danzar de estas. Sus manos blancas y pequeñas, de una loba acaba de cumplir la mayoría de edad, se unían delante de sus muslos amarradas por hilos de oro que se hundían en la piel y era un signo de sumisión total, siendo llevada por un guardia que su mirada no podía separarse del suelo para no ofender al alfa. Eso… podría costarle la vida.

Pero más que lo que podía ver de su aspecto, más que su situación, era el olor que él podía percibir… no, no era solo el olor. Abrió la boca sin poder dejar salir una sola palabra.

MATE

La palabra resonó en su cabeza con tal fuerza que lo hizo tambalearse.

¿Qué? ¿Cómo era posible? ¿En aquel lugar?

Miró de ella a su padre y de vuelta a ella con impresión notable en su rostro. Esa chica, esa joven loba, que se casaría con su padre… era su mate. Casi sintió que se estaba ahogando.

-Alteza- uno de los sirvientes se acercó a él por detrás preocupado al ver su cuerpo con los hombros temblantes- ¿Se encuentra bien?

No, no se encontraba bien. Ella… ella… era de é…

El lobo adulto cerca de él se levantó. El fuerte olor de las feromonas de su padre lo hicieron caer de rodillas y reemplazó por completo el olor de ella. Este lo miró amenazante por el rabillo del ojo. Sí, era una advertencia que no hiciera el menor movimiento, ni él, ni nadie. Esa loba solo le pertenecía a él como alfa.

Acaso su padre… se había dado cuenta. No era posible que lo hiciera.

No pudo moverse, aún si su interior le decía que corriera hacia donde estaba aquella joven loba y la hiciera suya su cuerpo no respondió. La presión de las feromonas de su padre no solo lo afectaba a él, sino a todos los presentes en la sala. El sudor empapó su espalda. La frustración lo invadió.

Sino hacía algo, ella sería marcada por su padre. Si eso ocurría… ella, ella, no podría ser de él. No… no podía.

-Aaaahhhh-

Ilayen se despertó de golpe sentándose en la cama. Su cuerpo empapado en sudor y sus manos temblando. Otra vez ese maldito sueño. Ese donde hacía un año atrás había visto una escena desagradable. Demonios, eso lo dejaba con un mal sabor de boca.

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