—¡Ya basta! —grita Carlos cubriéndose los oídos, tratando de ignorar esas palabras llenas de lascivia que arroja su madre.—Ya te dije, un doctor la revisará… si tuvo relaciones con ese mercader, vete haciendo a la idea de que esa mujer saldrá de tu vida, ¿entiendes? —Con esa última advertencia, la reina sigue su camino. Sus tacones suenan en la habitación, ante el silencio del príncipe que parece empezar a llenarse de dudas, angustiarse por todas las posibilidades. Su cuento de hadas empieza a desmoronarse junto con su corazón.La reina sin más que decir o que hacer continúa su camino, sabiendo que puede agarrarse de lo que le acaba de mencionar a su hijo para deshacerse de esa criatura que le trae tantos malos recuerdos, simplemente no quiere verla, no quiere ver esos ojos, lo único que se le viene a la mente que justifica su existencia es que tal vez sea hija de aquella mujer muda que mató a su esposo. ¿Qué otra posibilidad habría?Llega hasta el despacho que alguna vez fue de Fel
—Morgan, creí que no regresarías —dice Atabae recargado en la barra bebiendo directo de una botella mientras que el pirata se sienta a su lado.—¿Qué haces aquí, Atabae? —pregunta Morgan con algo de pesar, aun siente arena adherida a su piel, se muere por un baño y su ropa casual.—Tardaste mucho en regresar, me preocupé —responde el hechicero con una sonrisa en los labios, contrastando sus dientes blancos con el resto de su piel morena casi negra.—¡Vamos! No soy tan estúpido para creerte. ¿Qué ocurre?—Nada… En serio… La tribu con la que me mantenía fue arrasada por los españoles, ¿sabes lo brutales que pueden ser? Pobres de aquellos que estaban antes de la llegada de Cortés… ahora sus raíces han sido arrancadas, su pueblo esclavizado… es triste.—Por el tiempo que lleva desde la caída de lo que le llamaban Tenochtitlan creo que ya se debieron de haber acostumbrado —dice el pirata tomando de la botella del hechicero.—¿Podrías acostumbrarte a la esclavitud? Con esa pregunta deja in
Se levanta con la poca dignidad que le queda, se acerca a su tridente y sin quitarlo del trono corta su mano pasándola por sus filosos dientes para después tomar el diamante, este empieza a palpitar y deja sin fuerzas al rey que de nuevo cae postrado ante ella. La hechicera ve fijamente el diamante palpitando frente a ella, la luz que despide es hipnotizante y una sonrisa se forma en sus labios sintiéndose satisfecha por haber cumplido con su propósito. El enorme tiburón blanco se mueve lentamente hacia ella con ese nado cadencioso, superando su miedo por entrar a un reino muerto. Sin temor a perder uno de sus tentáculos, la hechicera sujeta el collar con este y lo deposita en las fauces de la bestia que sale a toda prisa del lugar. —¿Qué es lo que quiere hechicera? Sabes muy bien en qué consiste el ritual… Sabes perfectamente que nadie podrá usar esa magia hasta que mi sangre lo diga… Si nadie toma el poder… Entonces… —Entonces habrá anarquía… Desorden… —Gumbora se inclina hacia d
—Es en serio, él se comportó como todo un caballero, en ningún momento me tocó ni me insinuó querer hacer algo indebido. —Cirice intenta no recordar lo que hicieron en esa isla, no quiere sonrojarse y delatarse por su nerviosismo. —Bien… Me alegra saberlo —dice Abigail sin poder quitarse la idea de que la sirena miente—. Será mejor que te lleve a que comas algo, debes de tener mucha hambre. —Con una sonrisa se levanta y le ofrece su mano a Cirice a la cual de inmediato le ruge el estómago delatándola. La señora Galindez sonríe ante la pena de la sirena y la lleva hacia el comedor. En el comedor, el príncipe Carlos se mantiene viendo por la ventana con las manos detrás de la espalda. Parece cabizbajo y cuando el ruido de la puerta lo hace voltear hacia Cirice ella nota que sus ojos no tienen el mismo brillo de siempre, parece molesto, incómodo y hasta cierto punto triste. Camina hacia ella tratando de reproducir una sonrisa, la invita a sentarse y él la imita a su lado, tomándola de
—¡Ey! ¡Teach! Necesito hablar contigo. —Morgan caminaba con toda la seguridad por la taberna dirigiéndose hacia la mesa donde estaba Barba Negra junto con Bonny y Hornigold. —¿Qué tal tus vacaciones con tu amada? ¿Disfrutaste del Caribe? —pregunta Bonny con una sonrisa amplia en la boca ocultando sus celos. —Es la prometida del príncipe Carlos, fue un grave error que me hicieras eso —dice Morgan molesto distrayendo su atención de Teach. —Eso es algo que no me importa. —Bebe de su botella la pirata tratando de pasar el trago amargo—. Es una muy mala jugada que estés enamorado de la prometida de alguien tan poderoso… ¡Oh! Pero es cierto… Ella es la mentada Cirice, ¿no? Solamente le están tendiendo la trampa al idiota del príncipe. —Se cruza de brazos mientras Morgan se abalanza sobre ella y cubre su boca con una mano. —¿No quieres gritarlo más fuerte? —le pregunta lleno de coraje. —No sé, que yo recuerde te gusta que grite bastante duro —le responde Bonny quitando la mano de su boc
El pirata empieza a caminar por la playa, viendo todo a su alrededor, tratando de poner las cosas claras en su mente. Ve hacia los enormes barcos que han atracado en la orilla y extraña a su «Jackdaw», empieza a maldecir a Bonny en su mente, pero después se arrepiente, si no hubiera hecho eso tal vez no hubiera pasado una noche tan especial con Cirice, tal vez era el empujón que necesitaba para ese momento que terminó uniéndolos más. De pronto como un espectro, la figura de una mujer se divisa a lo lejos, no cualquier mujer, una que ya conocía desde hace años. Ve entre un par de tiendas en la arena a Caroline, lo está viendo fijamente, parece acongojada, temerosa, de inmediato emprende el camino para alejarse y se mete entre los recovecos saliendo del campo de visión del pirata. Ya sea por curiosidad o escepticismo, Morgan se decide a seguirla. Corre hacia donde la vio huir y empieza a buscarla con la mirada. Se asoma por encima de las tiendas en la arena, dirige su mirada hacia el
—Hablé con mi hijo… Él quiere entregarte algo muy importante para la familia… Cuando dice eso la reina, levanta la mirada Cirice sabiendo perfectamente a lo que se refiere. —…él quiere entregarte una joya, el corazón del mar, un bien que tenemos por generaciones en la realeza. Su padre me la entregó la noche en que me casé con él —dice la reina y nota cierto movimiento en los ojos de Cirice, algo muy sutil, pero que no pasa desapercibido—. Supongo que ya lo sabías. —No sé de qué habla, su majestad. —Cirice baja la mirada para no evidenciar sus sentimientos. —Es una joya que ha pasado de mano en mano como regalo de bodas, ahora él te la quiere entregar antes… Te debe de querer mucho para faltar a una tradición familiar —las palabras de la reina dejan en silencio a Cirice quien se mantiene de pie frente a ella, tratando de conservar la frente el alto. La reina camina hasta rodearla por completo y después vuelve a ponerse frente a frente—. Cuando te comenté que un médico te evaluar
—¿Qué quieres de mí? —pregunta el tiburón con su voz profunda. —Quiero que me ayudes a llevar a cabo mis planes, sumir en la miseria al rey Adrián y a su pueblo, pero sola no puedo. —La hechicera se cruza de brazos y por un momento nota que el tiburón voltea hacia los tiburones rezagados que ven todo desde lo lejos. —¿Por qué no te apoyas de ellos? —Aunque lo intenté, les brindé una voz y una consciencia aún más profunda, ellos no quisieron aceptar… Desistieron, prefieren seguir con su consciencia animal, seguir sus instintos. Son como mascotas, me sirven para mantener a los extraños lejos de aquí, atacan cuando les doy una orden, pero sus habilidades no llegan a más. Tanto el tiburón como la hechicera ven a los animales nadando lejos, retomando su trabajo de custodiar. —Me estás pidiendo que deje mi naturaleza, que cambie mi forma y que te ayude en tus planes. ¿Qué gano yo? —Vaya… Todo un ambicioso… Algo que tus demás compañeros no demostraron. ¿Qué es lo que quieres? —pregunt