3| Lo que el hambre provoca.

Esther levantó las manos cuando la mujer se le abalanzó encima y logró agarrarla de las muñecas.

— Él es para mí — le decía la mujer, Esther le apretó con fuerza las muñecas, si la soltaba la apuñalaría.

— Espera, no sé de qué hablas — le suplicó Esther — no tienes que hacer esto.

— Sí tengo que hacerlo, si destruyo tu linda cara él no te verá atractiva él será mi hombre y no te interpondrás en mi camino — Esther sintió que la rabia superaba al miedo, así que le lanzó una patada al estómago a la mujer y la hizo retroceder un par de pasos.

— Pues eso no será posible, porque ya estamos casados — Esther le enseñó el anillo barato que su padre le había obligado a usar y la otra mujer, Emily, se le lanzó con más rabia todavía.

Logró hacerle una herida en el hombro a Esther con el cuchillo, pero no una herida muy grande, solo un rasguño. Esther logró morderle la mano donde tenía el cuchillo y cuando la otra lo soltó cayó al agua.

— Voy a matarte m*****a perr4 — le gritó la mujer a Esther, la tomó por el cuello y comenzó a apretarlo, luego la metió al agua y Esther comenzó a ahogarse.

Las manos de la mujer de la calle eran fuertes y el agua tan fría le impedía pensar bien. Así que trató de patearla, pero la mujer parecía más fuerte.

Esther pensó que ese era el fin, que moriría ahogada en un rio helado por una vagabunda, pero de repente las manos se alejaron de su cuello y ella pudo emerger del agua.

Respiró tratando de que entrara aire, el agua helada le arrancó las fuerzas.

Cuando miró el hombre, su esposo, había agarrado a la mujer por la cintura y la tenía retenida.

— ¿Qué está pasando? — preguntó. Emily se echó a llorar y Esther la miró sorprendida.

— Yo solo vine a saludarla — le dijo Emily al vagabundo — pero ella me dijo que era tu esposa y me golpeó, mira donde me mordió — le enseñó la herida en la mano — así que me defendí.

— ¡Eso es mentira¡ — gritó Esther, pero la voz le salió débil — fue ella la que me atacó con un cuchillo — Emily se le colgó del cuello a León y se puso a llorar y Esther no pudo creer lo cínica que era.

— Esther, no mientas, Emily nunca atacaría a nadie de esa forma — le dijo él — que tengas rabia con tu padre no justifica que te comportes como una salvaje con todos — Esther lo miró sorprendida. Emily la miró por debajo del abrazo del hombre y le sonrió de forma burlona.

— Ella me atacó primero…

— Pues no te creo — le gritó León — comportate, o te matarán, niña mimada — el hombre se alejó de ella consolando a la mujer que seguía llorando y Esther pateó un trozo de hielo con rabia.

Cuando llegó al puente la tal Emily estaba guardando el calor en uno de los barriles, tenía un abrigo encima y la miró con una sonrisa burlona y Esther sintió rabia y miedo hacia la mujer.

Cuando llegó con león estaba tan congelada que casi se lanza de cabeza dentro del barril con leña para calentarse.

— ¿Y el agua? — le preguntó él.

— Ve por ella si te da la gana — le escupió Esther — tengo hambre — le dijo ella como una súplica. León se acostó en el cartón dándole la espalda.

— Hoy no cenamos — fue lo único que le dijo el hombre con rabia y Esther se sentó en el cartón.

— Fue ella quien me atacó, creeme — el hombre la miró — mira lo que me hizo en el brazo con el cuchillo — le enseñó, pero era solo un rasguño. El hombre apenas la miró.

Esther se quedó al lado del barril tratando de conservar el calor, pero la noche ya había caído y el frio entraba por los lados abiertos, el puente solo ofrecía protección a modo de techo.

— Luna — lo llamó Esther por su apellido, pero el vagabundo ya estaba dormido — ¿León?

— Ese no es su nombre — le dijo la anciana y Esther dio un brinco.

— Pero usted lo llamó así.

— Así le digo, pero nadie sabe cómo se llama, ¿Por qué lo llamaste Luna? — era como su padre le había dicho, así que asumió que era su apellido.

— Creo que así se apellida — la anciana asintió, tenías las ojeras muy marcadas y se veía muy delgada.

— Tienes de dormir, o no aguantarás el día.

— ¿En ese cartón?

— ¿En dónde más? — Esther no permitió que los ojos se le llenaran de lágrimas — ese hombre es un animal — la anciana ladeó la cabeza.

— Qué raro, estoy viva gracias a él — le dijo la anciana que levantó la cobija que tenía y se cubrió el rostro con ella.

Su padre le había quitado el celular, de lo contrario llamaría a su hermano para que viniera por ella. Pero por esa noche…

La caminata desde la mansión hasta el puente la habían cansado y al final, después de un par de horas, se quedó dormida.

Cuando despertó el sol ya había salido, pero estaba cubierto por las nubes espesas. Tenía todo el cuerpo entumecido de frío y su quijada castañeó apenas intentó abrir la boca.

El hombre ya no estaba y Esther se encontró en el cartón sola. La mitad de los vagabundos que pasaron la noche en el puente se habían ido y ella se inclinó, era la primera vez que había dormido en el suelo.

— ¿Dónde está León? — le preguntó a la anciana que mordía un pedazo de pan con café. Esther le envidió el café caliente y humeante.

— No sé, se levanta en la mañana me trae algo de comer, luego desaparece, hay días en los que ni regresa — Esther se volvió para buscar en su maleta ropa limpia. La noche anterior tenía tanta rabia y orgullo que no quiso ni abrirla, pero no la encontró — él se la llevó — ella le dio un puño el suelo.

— Maldito vagabundo — gritó. 

— Tú también eres una — le dijo la anciana y Esther se levantó hecha una furia. Salió de debajo del puente, afuera hacía mucho frío.

— Ya sé dónde debe estar ese malnacido animal — murmuró.

Le tomó por lo menos una hora llegar hasta donde imaginó que estaba el hombre, justo donde ella lo contrató el día anterior y ahí estaba cubriéndose del frío con un barril con fuego.

— Me abandonaste — le dijo ella, él miraba concentrado las puertas del edificio.

— Te dejé en casa — Esther quiso gritarle que eso no era una casa, era un puente, pero se contuvo.

— Tengo hambre — le dijo y él clavó sus ojos en ella.

— Pues come.

— No tengo dinero idiota.

— ¿Y yo qué culpa?

— Se supone que eres mi esposo, animal, alimentame — él se rio.

— Pues yo tampoco tengo dinero.

— ¿Cómo qué no? ¡Ayer te pagué tres mil!

— Y los hombres de tu padre me los quitaron — Esther pateó el suelo.

— ¿Entonces qué tengo que hacer? Tengo hambre.

— Eso sentimos todos todo el tiempo, acostumbrate. Vendí tu ropa cara, nos darán dinero por ella y comeremos esta noche — Esther lo miró con rabia y pateó el suelo.

— Tú no pareces pasar hambre, no te vez delgado y pareces bien alimentado.

— He aprendido a valerme por mí mismo — Esther lo miró, el hombre hablaba bien, con buena dicción, fácilmente podría ser un locutor. ¿Cómo alguien de la calle podía ser así? Se veía astuto, cada movimiento bien cuidado. Ese hombre había tenido dinero, nadie más que Esther sabía cómo se veía un hombre de clase.

— León, tengo hambre, por favor — él la miró y Esther notó que la vio con lástima, luego la expresión volvió a ser fría.

— En ese semáforo dan buenas propinas si cuentas buenas chistes — Esther pateó el barril y el contenido se volcó — ¡Qué haces, estúpida! — la riñó él.

— Estoy hablando enserio, troglodita, quiero comer — el hombre se irguió furioso, la tomó con fuerza del brazo.

— Esto no es la vida de privilegio que tenías antes, tú papá fue muy específico en que tenía que enseñarte la vida de la calle o me mataría. Así que mejor olvida comer tres veces al día, porque hay miles de personas que no lo pueden hacerlo, tú aquí no exiges nada, si quieres comer, tienes que trabajar y ganártelo — Esther se soltó del fuerte agarre del hombre, los dedos le quedaron marcados en la piel.

— Yo… — trató de decir algo, pero estaba conmovida y furiosa — me largo.

— No puedes, tu papá no te recibirá, y recuerda, si huyes me muero. ¿serás capaz de cargar con eso en tu conciencia? — Esther asintió, aunque era todo lo contrario, pero no quería darle la razón.

— Este mundo sería mejor sin personas como tú — el hombre se rio.

— ¿Personas como yo? ¿Qué te recuerdan con incomodidad el privilegio que has tenido toda la vida? — Esther dio la vuelta y se fue — Esperame en casa, llevaré algo de almorzar y no te metas en problemas.

Cuando Esther estaba fuera de la vista de León o como fuera que se llamara el hombre, se recostó en una pared y lloró con fuerza, nunca se había sentido tan humillada en toda su vida.

Cuando su papá le dijo que se tenía que casar con un millonetas para concretar un negocio, Esther había huido a casa de su tío, allá su primo trabajaba en un hotel. Fue el mejor mes de su vida, libre de las presiones de su padre. Hizo grandes amigos, como las gemelas Portia y Helene. El hermano de ellas, Oliver y su esposa Lia, pero había tenido que regresar. Deseó haberse quedado allá por siempre.

Caminó por las calles con el estómago vacío, las personas que la veían se la quedaban viendo con fastidio y ella bajó la mirada hasta que llegó a su cafetería preferida y entró.

Había una fila larga hasta el mostrador y la hizo, pero notó como las personas se cubrían las narices, ¿enserio estaba tan sucia?

Cuando llegó al mostrador la empleada la miró con susto, ambas se conocían, era un lugar que Esther frecuentaba mucho y tenía crédito.

— Dame un cappuccino grande, una rebanada de pastel de chocolate, y un pan de esos largos que no caben en la bolsa — la empleada dio la comanda y le dijo a Esther cuanto era — ¿Podría apuntarlo a mi cuenta? Casi nunca la uso, pero sé que está. Como ve, estoy pasando por una emergencia — la empleada la miró de los pies a la cabeza y luego, cuando comprobó en el computador, llamó al gerente. Esther lo conocía.

— Hola — le dijo él — lo siento, pero su padre me llamó anoche, me pidió que cancelara tu crédito.

— Él no puede hacerme esto — bufó ella y el gerente negó.

— Lo siento, si no tiene dinero no puedo atenderla, así que por favor le pido que se retire.

Cuando Esther salió estrelló la puerta con fuerza, tenía más rabia y más hambre que antes, así que se sentó en el suelo de la esquina a llorar y patear el suelo con rabia.

Un hombre que pasó le arrojó un billete y Esther se lo quedó mirando, lo tomó y lo apretó en un puño.

— ¡No soy una limosnera! — le gritó, pero el hombre salió corriendo. Era solo un billete, con eso apenas le alcanzaría para un café barato, pero podría hacer más.

Cuando llegó al café internet empujó la puerta y todas las personas dentro se la quedaron mirando.

— Necesito un computador por un par de minutos — si lograba contactar a su hermano Carlo, él la sacaría de ahí.

— Disculpe, señora, tiene que salir de aquí — le dijo la empleada.

— ¿Por qué? ¡tengo dinero! — pero la mujer le hizo señas al hombre de seguridad.

— Este es un lugar respetable, no aceptamos drogadictos — Esther golpeó el mostrador, tenía hambre, cansancio, debilidad y tanta rabia que podía golpear a la empleada.

— Tengo dinero, es lo que importa, deme un par de minutos de internet o le juro que la agarraré del pelo…

— Tiene que venir conmigo — le dijo el guardia de seguridad, tomándola por la muñeca y arrastrándola. Cuando la sacó la lanzó a la calle y Esther resbaló con el hielo de la acera y cayó haciéndose daño en la nariz.

— ¡Infeliz! — gritó — Yo soy la hija de Fernando Lacrow, desgraciado — tomó un bote de basura que había ahí y lo lanzó contra la ventana de vidrio que se rompió en un millón de fragmentos.

— ¡Llamen a la policía! — gritó una ancianita desde adentro y Esther vio como la empleada llamó por teléfono, y le costó un par de minutos para salir de su estupor. ¿Enserio había tenido ese arrebato de rabia?

Comenzó a caminar alejándose del café internet, pero alguien la llamó desde atrás, era un policía que la siguió y Esther salió corriendo. No podían atraparla, su padre tenía hombres sobornados en la policía, pero el principal consejo que siempre les daba a ella y a su hermano era no meterse en problemas con las autoridades, una investigación profunda y lograrían encontrar el imperio de mafia que él poseía, así que corrió evitando caer por el hielo y cuando creyó haberse librado del policía el oficial apareció por una esquina y la agarró por el cabello con fuerza.

— ¿Creíste que te saldrías con la tuya m*****a vagabunda? — la lanzó al suelo boca abajo y comenzó a esposarla.

— ¡León! — lo llamó, pero el hombre no la oiría, nadie podía ayudarla.  

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