4| Someterse.

El policía había lanzado a Esther en la celda más honda que encontró, y en el camino la empujó y le dijo de varias formas que era una sucia vagabunda y no lo entendió hasta que estuvo dentro de la celda y frente a una pared con un escudo tan bien pulido que funcionaba como espejo.

Estaba sucia, con la ropa rota y el pelo enmarañado, en serio parecía una completa mujer de la calle y se sintió avergonzada por ello. ¿Cómo su padre había permitido que le sucediera eso?

«Es tu culpa» se dijo a sí misma en un pensamiento intrusivo «Si no hubiera contratado al vagabundo estarías planeando la boda más costosa y llamativa de la ciudad. Pero con un violad0r…»

— ¡Tengo hambre! — gritó por entre los barrotes a quien pudiera oírla, pero nadie llegó, así que se acostó en la cama estrecha de colchón duro y se aseguró de no volver a llorar.

Intentó dormir, pero el frío que entraba por los barrotes estrechos que daban a la calle y que acarreaban un par de copos de nieve de vez en cuando era insoportable.

Horas después escuchó unos pasos que se detuvieron frente a su celda y ella se quedó ahí, quieta, con la frente recostada en la fría pared. Se sentía humillada de que la vieran sucia y olorosa.

— Un día y ya te meten a la cárcel — dijo la voz grave y Esther se volvió — la calle te va a devorar.

— León — murmuró, no entendió por qué se alegró de verlo — esto no es para mí, este lugar y la calle — él lanzó un gran suspiro.

— No llegas a imaginar cómo la calle y la gente pueden ser uno mismo. Tambien me costó aceptarlo al principio, pero tendrás que hacerlo. No me puedo deshacer de ti, tu padre no me lo permitirá. No podemos deshacernos el uno del otro.

— ¿A qué te refieres? — León se paseó por la celda mientras la miraba.

— Uno de sus hombres me buscó para decirme que estabas aquí.

— ¿Significa que mi papá me está vigilando?

— No, me dijo que tenía que resolverlo antes de que él se diera cuenta, creo que el hombre era uno de tus guardaespaldas — Esther pensó era Joel, siempre había dado muy amable con ella.

— No creo que puedas hacer mucho — le dijo ella y se acostó de nuevo, ya se había hecho a la idea de que pasaría la noche en la celda, era mejor que el cartón bajo el puente.

— Saquen a esta niña mimada — dijo León y un policía apreció.

— Si señor — dijo el oficial y Esther observó como el oficial abrió la puerta.

Cuando estaba abierta el vagabundo le tendió una bolsa de Starbucks y Esther se puso de pie.

— ¿Eso es para mí? — León meneó la mano en el aire.

— Sí, niña tonta. Esto hubieras conseguido si hubieras pedido limosna en el semáforo en vez de romper los vidrios de un establecimiento. Con lo que me dieron por tu ropa pagué el daño y los dueños levantaron los cargos, así que esta noche habrá cartón como colchón, otra vez — Esther Salió de la celda y le arrebató la bolsa, tenía tanta hambre que estaba mareada.

— No pediré limosna, jamás, ¿Me oyes? Todo menos que me regalen dinero.

— ¿Acaso no era lo que hacía tu papá cada mes? Porque, ¿si no trabajabas como más conseguías tu dinero si eras una mantenida?

— Pues es diferente, no mendigaré dinero.

— Entonces espero que cuentes buenos chistes.

— Hasta luego, señor León — le dijo el policía.

— Hasta luego Félix — le dijo el vagabundo y a Esther se le hizo extraño el trato del policía hacia él, más aun después de ver como la trataron a ella, era como si… como si lo respetaran.

No le dio vueltas al asunto, imaginó que León ya había pasado por esa cárcel varias veces y por eso lo conocían. Cuando salió a la calle el frío la acometió como una ola espesa, pero lo ignoró. Buscó una banca cercana y le dio un largo trago al café. Estaba horroroso, con azúcar y leche, pero caliente.

El ponqué era húmedo y se le quedó prendido en los dedos, y cuando terminó miró al hombre de pie a su lado. ¿si él aún no había desayunado? No le importó, era un grosero, se merecía pasar hambre un rato por joderle la vida.

«Tú te la jodiste solita»

— ¿Vendiste mi abrigo también? — él asintió, luego se quitó el abrigó de él y se lo puso en los hombros: Bajo el abrigo tenía un saco ajustado y un poco manchado que le deja ver un cuerpo, al parecer, musculado, pero Esther no pensó mucho en como un vagabundo tenía músculos, la prenda fue la que le llamó la atención — ¿Eso es Armani? — le preguntó ella y dejó escapar el aliento cuando él le puso el cálido abrigo sobre los hombros. Olía fuerte, pero estaba calentito — cuesta una millonada.

— Se lo quité al cadáver de un tipo que flotaba en el rio — le dijo él y le enseñó un agujero que tenía la prenda al lado del ombligo, como el de un disparo y Esther se alejó.

— Eres un desgraciado — le dijo y él blanqueó lo ojos.

— Y tú una estúpida niña mimada, mejor dame mi abrigo — pero Esther se aferró a él y metió las manos en las mangas que también estaban cálidas.

— ¿Y ahora qué? —el hombre miró alrededor y se pasó los dedos por el cabello enredado.

— Parece que no te puedo dejar sola, al parecer eres una inútil para cuidarte por ti misma — Esther, con el estómago medio lleno, se sintió un poco mejor, pero no menos malgeniada.

— Idiota — murmuro ella — ¿Cómo te llamas?

— León.

— La anciana dijo que ese no era tu nombre.

— ¿Y crees que te has ganado el derecho a saber mi nombre? — la miró con rabia — tú no eres más que un estorbo que llegó a mi vida.

— ¡Pues yo no te obligué! — le gritó Esther y le lanzó el vaso vacío a la cara — ¿Acaso no vez que a mí también me están obligando? Por mi voluntad jamás pasaría un minuto al lado de un hombre tan desagradable — León dio un paso al frente.

— ¿Ah no? ¿Entonces por qué ayer pagaste muy cara mi compañía?

— Es el peor error que he cometido en la vida.

— Al fin estamos de acuerdo en algo, conocernos fue el peor error que hemos cometido en nuestras vidas — Esther levantó el mentón orgullosa y él también.

— ¿Y ahora qué? — preguntó de nuevo y él pasó por su lado golpeándole el hombro.

— Si te metes en problemas de daré una muenda.

— ¿Acaso crees que yo no tengo manos para defenderme? Tócame y te mato mientras duermes.

— Entonces dormiré con un ojo abierto, no vaya a ser que me mates y robes mis cosas — Esther se rio.

— ¿Tus cosas? ¿Hablas del cartón bajo el puente y este abrigo oloroso? — León se volvió hacia ella y la miró a la cara.

— Es más de lo que tú tienes — Esther sintió que las mejillas se le pusieron calientes.

— ¿Crees que no puedo conseguir cosas para mí? No me importa que mi papá ya no me dé dinero, me gradué de administración de empresas y negocios internacionales, conseguiré trabajo y lo primero que haré será divorciarme de ti.

— Si te echan de un café internet, ¿Crees que conseguirás trabajo? — Esther asintió y caminó a su lado con paso rápido.

— Lo haré, y estoy así porque tú me ensuciaste, aminal.

— Eres de la calle ahora, ¿Crees que sobrevivirías un segundo con tu aspecto de ricachona? Esta noche hubiéramos podido dormir en la posada con la venta de tu ropa si no hubiera tenido que pagar el vidrio que rompiste — se detuvo y la agarró de la mano con fuerza — la primera lección que aprenderás es que en la calle cualquier decisión que tomes puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte — Esther trató de soltarse, pero el hombre la tenía bien agarrada — has todo lo que te diga cuando te lo diga.

— No tengo por qué obedecerte — bufó ella y entonces él la soltó. Esther cayó sentada en la acera.

— Obedéceme o muérete de hambre, inútil — Esther tomó un puñado de nieve y se lo tiró a la cara. León se sacudió la nieve de la barba y caminó dejándola sola y Esther no tuvo más remedio que ponerse de pie y seguirlo. Estaba sola, su hermano no podría ayudarla y no tenía a nadie más, así que si quería sobrevivir debería seguir al hombre, pero nunca se sometería ante él. Jamás.    

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