5| Sácame de aquí.

El vagabundo compró un café con pan y una sopa y Esther pensó era para él, pero lo guardó en una bolsa mientras se abrazaba a sí mismo.

Esther pudo sentir algún tipo de culpa por que ella tenía el abrigo de él y por eso pasaba frío, pero el hombre se le hacía tan desagradable que se sintió menos culpable.

Cuando llegaron bajo el puente la tarde comenzaba a caer y la temperatura cayó considerablemente, su respiración hacía vaho en el aire.

Cuando llegaron bajo el puente todos los presentes miraron a León con respeto y lo saludaron con alegría, como si fuera una persona importante o especial y eso la hizo sentir incómoda. Luego lo pensó detenidamente.

El hombre era grande y parecía sano y fuerte, joven, hasta parecía que pensaba, ¿Por qué era una vagabundo? Podía conseguir trabajo de albañil o de cualquier otra cosa física. Era un mantenido que le daba pereza trabajar y por eso pedía limosna y eso hizo que el hombre le cayera aún peor.

El lugar tenía un fuerte olor a carne frita que le revolvió el estómago a Esther. En todo el día no había comido más que el café con pastel que le llevó León y tenía todo el estómago vacío.

De un rápido pasón notó que Emily no estaba esa noche en el puente y eso la hizo sentir mejor.

Cuando llegaron con la anciana del cartón, que estaba exactamente en la misma posición, León le dio el café con el pan y la mujer le dio un beso en los nudillos.

— Gracias, mi leoncito — le agradeció la mujer. Sobre el barril a su lado había una sartén con aceite y varias cosas fritándose que olían espectacular y Esther pasó saliva — toma una, preciosa — le dijo la mujer y Esther negó.

— No tengo como pagarle, gracias — pero la mujer negó.

— ¿Y quién dijo que te la voy a cobrar? — Esther miró el plato, solo había tres trocitos de carne.

La anciana se puso de pie con dificultad y se agarró de la pared, se veía delgada y enferma. Con un palillo de madera que no se veía muy limpio, picó un trozo de la carne que le tendió a Esther y ella lo aceptó con vergüenza. La mujer le ofreció el otro pedazo a León que negó.

— Ya comí — dijo él, pero la anciana negó y le tendió la carne. León la tomó y se sentó en el cartón que hacía su cama.

Esther se comió la carne caliente y sintió que era la mejor comida que había probado en su vida, estaba jugosa y salada y hasta se sorbió los huesos, pero tenía un sabor peculiar.

— ¿De qué es? — le preguntó a la anciana que comenzó a sentarse con dificultad, así que León se paró y le ayudó.

— De ardilla.

— ¡Ardilla? — gritó Esther y todos lo que había ahí la miraron — pero, una ardilla es como una rata, pero con cola linda — León soltó una carcajada, una fresca y alegre que le erizó el cuello a Esther, era sexy y muy masculina. La anciana se unió a la risa y un par de vagabundos también y Esther se sentó en una piedra frustrada y con rabia.

De haber sabido que era una ardilla no se la hubiese comido, pero, tenía tanta hambre… solo en ese día estaba segura que había bajado el par de kilos que llevaba años queriendo perder.

«Mañana hablaré con mi hermano» se dijo llena de esperanza «Solo tengo que aguantar una noche más»

La noche cayó, y el resto de la tarde León se la pasó consiguiendo más cartones para hacer la cama más grande y Esther sintió rabia con él por alguna razón, y él también la miró mal, pero ya estaban casados y unidos por ese dichoso papel y el poder de su padre.

No había marcha atrás, había tenido que dejar sus lujos y su dinero para vivir bajo un puente con su esposo que odiaba y que la odiaba y no lloró por no demostrarle debilidad, pero se sintió perdida, abatida y abandonada.

Cuando León terminó la “cama” ya había caído la noche y él se acostó abrazándose a sí mismo. La ropa que traía no le ayudaba a conservar el calor y Esther se acostó a su lado, dándole la espalda y cerró los ojos, pero tardó en dormir.

Ya parecía entrada la noche cuando despertó, la anciana estaba de pie y caminaba con una cobija que dejó sobre León y él dejó escapar el aliento.

— ¿Volverás a casa? — le preguntó la mujer. Esther fingió dormir.

— En un par de días tal vez. Ella necesita esto — Esther sintió que se le apretó el estómago de la rabia. ¿El hombre tenía una: “Casa”? De seguro era una casucha.

— No seas duro con ella.

— Ella lo merece, es una niñita mimada y estirada que se cree superior, no sabes en el problema en que me metió, su papá es un asesino — Esther estuvo a punto de golpearlo, pero tenía razón. Su padre era un asesino.

La mujer regresó a su escondrijo y se cubrió de los pies a la cabeza con la cobija y Esther se quedó despierta el resto de la noche, y ya estaba comenzando a caer el alba cuando se quedó dormida sin darse cuenta.

Cuando despertó aún era de madrugada, estaba frente a frente con el vagabundo y sus rodillas se juntaban así que ella las apartó asqueada, pero lo miró a la cara.

El hombre tenía una nariz recta, unas cejas anchas y unos labios carnosos, la barba y el cabello largo le restaban atractivo junto con la cara sucia que impedía ver bien el color de su piel, pero Esther notó que era un hombre sumamente hermoso, por debajo de todo ese aspecto.

Tenía tambien unos increíbles ojos azules como el mar, brillantes y vivos que expresaban sentimiento con solo mirarlos y en ese momento expresaban rencor.

Esther dio un salto cuando entendió que el hombre la estaba mirando y cayó sentada en el cartón, todo el cuerpo le dolió de repente.

León se paró y dio un bostezo amplio.

— Hoy te quedarás aquí — le dijo él y Esther aguantó las ganas de decirle que ella hacía lo que le diera la gana — si quieres comer caza una ardilla, se la traes a Dora, ella la freirá — Esther sintió asco de solo pensarlo, pero el estómago rugió.

— ¿Y tú que harás? — él se puso de pie y no contestó.

Cuando se fue Esther deseó tener siquiera su cepillo de dientes, así que se limpió los dientes con la blusa sucia y le quedó sabor a barro en la boca.

Cuando se aseguró que León estaba bien lejos, salió de debajo del puente cobijada con el abrigo del hombre y corrió por la calle.

Era una mañana especialmente helada y las personas que se encontraban con ella se cambiaban de acera, como si Esther los fuese a asaltar.

Compró un diminuto vaso de café en un puesto ambulante con el billete que le habían dado y con las monedas llegó hasta un cubículo telefónico y llamó a Carlo.

— Tienes qué venir por mi — le había dicho — no sabes lo que papá me ha hecho, me obligó a casarme con el vagabundo y me echó de casa.

— ¡Qué? Voy para allá — Esther le dio la dirección y se quedó esperando en la acera hasta que la camioneta de su hermano apareció por la esquina.

El hombre bajó del auto y la abrazó con fuerza.

— Ush, hueles horrible — le dijo él y la invitó a que se subiera al auto — ¿Por qué papá hizo esto?

— De seguro para enseñarme una lección, pero, Carlo, he dormido dos noches seguidas en un cartón a modo de colchón bajo un puente — Carlo se rio y se desacomodó el cabello rubio perfectamente peinado y ella lo golpeó en el hombro — por favor, sácame de aquí — su hermano encendió el auto y cuando arrancó frenó abruptamente y Esther casi se golpea contra el asiento. Justo en frente, con una expresión de ira total, estaba León, con los puños apretados y levantó el mentón cuando dijo:

— ¿A dónde vas, querida esposa?    

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