El vagabundo compró un café con pan y una sopa y Esther pensó era para él, pero lo guardó en una bolsa mientras se abrazaba a sí mismo.
Esther pudo sentir algún tipo de culpa por que ella tenía el abrigo de él y por eso pasaba frío, pero el hombre se le hacía tan desagradable que se sintió menos culpable.
Cuando llegaron bajo el puente la tarde comenzaba a caer y la temperatura cayó considerablemente, su respiración hacía vaho en el aire.
Cuando llegaron bajo el puente todos los presentes miraron a León con respeto y lo saludaron con alegría, como si fuera una persona importante o especial y eso la hizo sentir incómoda. Luego lo pensó detenidamente.
El hombre era grande y parecía sano y fuerte, joven, hasta parecía que pensaba, ¿Por qué era una vagabundo? Podía conseguir trabajo de albañil o de cualquier otra cosa física. Era un mantenido que le daba pereza trabajar y por eso pedía limosna y eso hizo que el hombre le cayera aún peor.
El lugar tenía un fuerte olor a carne frita que le revolvió el estómago a Esther. En todo el día no había comido más que el café con pastel que le llevó León y tenía todo el estómago vacío.
De un rápido pasón notó que Emily no estaba esa noche en el puente y eso la hizo sentir mejor.
Cuando llegaron con la anciana del cartón, que estaba exactamente en la misma posición, León le dio el café con el pan y la mujer le dio un beso en los nudillos.
— Gracias, mi leoncito — le agradeció la mujer. Sobre el barril a su lado había una sartén con aceite y varias cosas fritándose que olían espectacular y Esther pasó saliva — toma una, preciosa — le dijo la mujer y Esther negó.
— No tengo como pagarle, gracias — pero la mujer negó.
— ¿Y quién dijo que te la voy a cobrar? — Esther miró el plato, solo había tres trocitos de carne.
La anciana se puso de pie con dificultad y se agarró de la pared, se veía delgada y enferma. Con un palillo de madera que no se veía muy limpio, picó un trozo de la carne que le tendió a Esther y ella lo aceptó con vergüenza. La mujer le ofreció el otro pedazo a León que negó.
— Ya comí — dijo él, pero la anciana negó y le tendió la carne. León la tomó y se sentó en el cartón que hacía su cama.
Esther se comió la carne caliente y sintió que era la mejor comida que había probado en su vida, estaba jugosa y salada y hasta se sorbió los huesos, pero tenía un sabor peculiar.
— ¿De qué es? — le preguntó a la anciana que comenzó a sentarse con dificultad, así que León se paró y le ayudó.
— De ardilla.
— ¡Ardilla? — gritó Esther y todos lo que había ahí la miraron — pero, una ardilla es como una rata, pero con cola linda — León soltó una carcajada, una fresca y alegre que le erizó el cuello a Esther, era sexy y muy masculina. La anciana se unió a la risa y un par de vagabundos también y Esther se sentó en una piedra frustrada y con rabia.
De haber sabido que era una ardilla no se la hubiese comido, pero, tenía tanta hambre… solo en ese día estaba segura que había bajado el par de kilos que llevaba años queriendo perder.
«Mañana hablaré con mi hermano» se dijo llena de esperanza «Solo tengo que aguantar una noche más»
La noche cayó, y el resto de la tarde León se la pasó consiguiendo más cartones para hacer la cama más grande y Esther sintió rabia con él por alguna razón, y él también la miró mal, pero ya estaban casados y unidos por ese dichoso papel y el poder de su padre.
No había marcha atrás, había tenido que dejar sus lujos y su dinero para vivir bajo un puente con su esposo que odiaba y que la odiaba y no lloró por no demostrarle debilidad, pero se sintió perdida, abatida y abandonada.
Cuando León terminó la “cama” ya había caído la noche y él se acostó abrazándose a sí mismo. La ropa que traía no le ayudaba a conservar el calor y Esther se acostó a su lado, dándole la espalda y cerró los ojos, pero tardó en dormir.
Ya parecía entrada la noche cuando despertó, la anciana estaba de pie y caminaba con una cobija que dejó sobre León y él dejó escapar el aliento.
— ¿Volverás a casa? — le preguntó la mujer. Esther fingió dormir.
— En un par de días tal vez. Ella necesita esto — Esther sintió que se le apretó el estómago de la rabia. ¿El hombre tenía una: “Casa”? De seguro era una casucha.
— No seas duro con ella.
— Ella lo merece, es una niñita mimada y estirada que se cree superior, no sabes en el problema en que me metió, su papá es un asesino — Esther estuvo a punto de golpearlo, pero tenía razón. Su padre era un asesino.
La mujer regresó a su escondrijo y se cubrió de los pies a la cabeza con la cobija y Esther se quedó despierta el resto de la noche, y ya estaba comenzando a caer el alba cuando se quedó dormida sin darse cuenta.
Cuando despertó aún era de madrugada, estaba frente a frente con el vagabundo y sus rodillas se juntaban así que ella las apartó asqueada, pero lo miró a la cara.
El hombre tenía una nariz recta, unas cejas anchas y unos labios carnosos, la barba y el cabello largo le restaban atractivo junto con la cara sucia que impedía ver bien el color de su piel, pero Esther notó que era un hombre sumamente hermoso, por debajo de todo ese aspecto.
Tenía tambien unos increíbles ojos azules como el mar, brillantes y vivos que expresaban sentimiento con solo mirarlos y en ese momento expresaban rencor.
Esther dio un salto cuando entendió que el hombre la estaba mirando y cayó sentada en el cartón, todo el cuerpo le dolió de repente.
León se paró y dio un bostezo amplio.
— Hoy te quedarás aquí — le dijo él y Esther aguantó las ganas de decirle que ella hacía lo que le diera la gana — si quieres comer caza una ardilla, se la traes a Dora, ella la freirá — Esther sintió asco de solo pensarlo, pero el estómago rugió.
— ¿Y tú que harás? — él se puso de pie y no contestó.
Cuando se fue Esther deseó tener siquiera su cepillo de dientes, así que se limpió los dientes con la blusa sucia y le quedó sabor a barro en la boca.
Cuando se aseguró que León estaba bien lejos, salió de debajo del puente cobijada con el abrigo del hombre y corrió por la calle.
Era una mañana especialmente helada y las personas que se encontraban con ella se cambiaban de acera, como si Esther los fuese a asaltar.
Compró un diminuto vaso de café en un puesto ambulante con el billete que le habían dado y con las monedas llegó hasta un cubículo telefónico y llamó a Carlo.
— Tienes qué venir por mi — le había dicho — no sabes lo que papá me ha hecho, me obligó a casarme con el vagabundo y me echó de casa.
— ¡Qué? Voy para allá — Esther le dio la dirección y se quedó esperando en la acera hasta que la camioneta de su hermano apareció por la esquina.
El hombre bajó del auto y la abrazó con fuerza.
— Ush, hueles horrible — le dijo él y la invitó a que se subiera al auto — ¿Por qué papá hizo esto?
— De seguro para enseñarme una lección, pero, Carlo, he dormido dos noches seguidas en un cartón a modo de colchón bajo un puente — Carlo se rio y se desacomodó el cabello rubio perfectamente peinado y ella lo golpeó en el hombro — por favor, sácame de aquí — su hermano encendió el auto y cuando arrancó frenó abruptamente y Esther casi se golpea contra el asiento. Justo en frente, con una expresión de ira total, estaba León, con los puños apretados y levantó el mentón cuando dijo:
— ¿A dónde vas, querida esposa?
Esther sintió un vuelco en el estómago, León estaba de pie frente al auto con el gesto tan apretado que parecía irreconocible y Carlo apretó con fuerza el volante.— Es él — dijo aterrada, aunque sabía que su hermano ya lo conocía. Carlo comenzó a quitarse el cinturón de seguridad y ella se le colgó del brazo — ¿A dónde vas?— A hablar de cuñado a cuñado — pero Esther no lo soltó, sintió que si lo dejaba ir el vagabundo terminaría por convencerlo de que la dejara y ella ya no quería, no le importaban las consecuencias, solo quería salir de ahí y alejarse de todo aquello — Esther, suéltame, todo va a estar bien — ella lo soltó y su hermano bajó del auto y caminó hacia donde estaba el vagabundo.Esther bajó el vidrio de la puerta para escuchar lo que estaban diciendo, pero los hombres se alejaron unos metros.Comenzaron a discutir acaloradamente y ella se mordió las uñas hasta que llegó a la piel. De un momento Carlo se pasó los dedos por el rubio cabello. Su hermano era muy alto, y a p
Esther llegó al menos una hora más tarde al puente, tenía los dedos rasguñados de la ardilla, pero había logrado atraparla cuando se metió a un bote de la basura huyendo de ella y Esther la agarró con las manos desnudas y la apretó del cuello hasta que el pobre animalito se quedó quieto.Cuando entró al túnel León ya estaba ahí, tenía un libro sucio en las manos que estaba leyendo y Esther le lanzó la ardilla muerta que cayó en el libro abierto y él la miró raro.— ¿Ves? Conseguí la cena — se mofó. Ya no le daba lástima ni asco de la ardilla, tenía tanta hambre que podía desollarla ella misma. León le tendió la ardilla a Dora, la anciana vagabunda, que sacó un cuchillo y comenzó a arreglarla.A pesar del desprecio de su hermano, Esther sintió un poco de energía renovada, más por el orgullo que por otra cosa, les demostraría que ella podía con eso, le demostraría a su padre que ella podía y cuando la perdonara todo eso sería nomás un mal recuerdo.— Mira tus manos — le dijo León y Esth
Esther sintió miedo, no: Terror, un terror profundo que impidió que dejara de gritar.Se removió y trató de golpear a los hombres, pero eran mucho más fuertes que ella y no pudo librarse.— ¡León! — gritó de nuevo, sabía que el hombre estaba muy lejos para ayudarla, pero tenía que pedir ayuda — ¡Auxilio!— ¡Cállate! — le gritó uno de los hombres dándole un puño en el estómago que le arrancó el aliento.Comenzaron a quitarle la blusa y en el proceso la rasgaron bastante. Esther sintió como el frio del ambiente se le coló por la ropa y pensó que ya no habría marcha atrás, que esos hombres la tomarían a la fuerza y luego la matarían, pero no lo haría sin luchar.En un descuido del que le quitaba la blusa Esther lo mordió, sintió como los dientes entraron en la carne y la boca se le llenó de sangre.— Voy a matar a esta sucia… estúpida — sacó un pistola y le apuntó a Esther a la cabeza y ella cerró los ojos, era mejor morir en ese momento que tomada por ambos hombres, pero algo pasó, se e
Esther lanzó un grito de terror cuando la fría hoja se le hundió en la carne. Emily se acercó a ella y le habló de cerca.— He esperado mucho tiempo por León y no dejaré que cualquier arrimada me lo quite — su aliento era hediondo y pútrido, pero Esther la empujó y el dolor del cuchillo al salir fue más fuerte que al entrar.Cayó sentada sobre la nieve fría, pero tenía las manos entumecidas y no logró arrastrarse bien. Emily vio el cuchillo y pareció consternada.— Fue muy hondo — murmuró, como si se hubiera arrepentido de haberla herido, pero luego una sonrisa tonta se pintó en su cara — bueno, otra vagabunda sin nombre muerta por ahí.— ¡León! — le gritó Esther al hombre, pero la voz le salió ahogada. Sintió como la sangre se deslizó por dentro de su ropa y manchó el abrigo de León. Emily se abalanzó hacia ella y Esther trató de pararse y correr, pero las piernas no le funcionaron.La mujer la tomó por el cabello y le puso la hoja del cuchillo en la mejilla.— Te voy a dejar tan fea
A Esther le dolió la cabeza, un mareo hizo que se tuviera que agarrar de la pared para no caer al suelo. con la mirada buscó la bacinica, pero se había escapado de su mano.León se estaba acariciando el chichón que comenzaba a formarse en su cabeza y Esther parpadeó para poder entender lo que estaba viendo.Era él, el vagabundo. Tenía unos pantalones cortos que le llegaban a la mitad de la pierna y que dejaba ver unos muslos portentosos, una camisa sin magas que exhibía unos brazos tan fuertes que no le costó nada de esfuerzo agarrarla cuando se fue de lado.— Perdiste mucha sangre — le dijo León, la tomó de la cadera y la sostuvo — mira, te abriste la herida —Esther bajó la mirada, una mancha de sangre cubría la blusa blanca y sintió más mareo.— ¿Qué está pasando? — León la cargó como la noche en que casi abusan de ella y la metió dentro de la casa. Esther, presa del mareo, dejó la cabeza sobre el hombro de él y aspiró su olor. Olía a él, a ese olor extraño pero limpio, que le parec
Esther tenía muchas preguntas, pero sabía que León no le diría nada, y eso comenzó a hartarla.El día que despertó se sintió terriblemente cansada y se negó a salir de nuevo de la habitación, así que el hombre que antes acompañaba al doctor, el amo de llaves que se llamaba Gabriel, era la única persona de la casa que Esther había conocido.— No somos muchos — le dijo al día siguiente — el señor no le gusta contratar mucha gente para su casa, así que los pocos que somos trabajamos más, pero el pago es el triple que en cualquier otra casa así que es muy razonable, de todas formas, él no es un hombre que confía con facilidad, por eso tienen que seguir fingiendo que son esposos, tenemos sospechas de que hay enemigos que se han logrado infiltrar en la mansión — Esther le ayudó a desatarse la venda de la mano.— No tiene sentido, primero se enoja porque lo obligan a casarse conmigo, ¿Y ahora dice que le sirve tener una esposa?— Él ya estaba en busca de una mujer, una tal Martha creo, no s
Esther se levantó apoyada en la mano buena, era una de las mejores noches de su vida, había dormido al calor del cuerpo de León, sin pesadillas y en tranquilidad.Se levantó de la cama, sentía que la alimentación y el descanso le habían renovado la energía. Comprobó la herida en el vientre y notó que estaba mucho mejor. La mano aun le dolía bastante, pero la herida se veía bastante bien así que imaginó que sobreviviría.En una caja sobre el mueble de la esquina Esther vio una nota que decía: “Usalo, te necesito a bajo a las diez” Esther miró la hora en el reloj de la pared, eran las ocho y media, así que se dio tiempo de darse un largo baño con agua caliente y asegurarse de su higiene.Comprobó que en el baño el hombre tenía varias cuchillas de afeitar, máquinas eléctricas y en general herramientas de aseo personal, así que se preguntó por qué tendría ese aspecto, y por qué se disfrazaba de vagabundo.El vestido que había en la caja era hermoso, una mescla entre elegancia y frescura q
Lina Esposito de Lacrow dejó de lado la copa de vino que tenía y le lanzó una mueca de hastío, estaba acostumbrada a cosas más fuertes, pero en la casa de su esposo no encontró nada que pudiera satisfacerla.Su hija entró por la puerta, con la mirada gacha y el cabello recogido. Tenía un cuello largo y a Lina le molestaba que tuviera el cabello recogido, así que la tomó del mentón y de un tirón le soltó la cola y el cabello suabe y ondulado cayó sobre sus hombros.— Recuerda que hay que cubrir nuestros defectos — le dijo — ahora, ¿Qué pasó con el joven Enrique Lacoste? — era el prometido de Esther y Lina quería toda la historia.—Yo, yo quería trabajar en la empresa para hacer mis prácticas, pero el señor Fernando me dijo que no, así que le pedí el favor a él, sabía que sería el esposo de Esther y pensé que podría ayudar, así que me contrató.— Eso no, tonta — la riñó su madre — el por qué la idiota de Esther no quiso casarse con él — Leidy levantó el mentón.— Esa mañana él me pidió