2| Nuevo hogar.

Esther estaba sentada en la sala de reuniones de la casa de su padre, tenía el corazón acelerado, pero se sentía confiada. Imaginó que era imposible que su padre cumpliera lo que le había prometido. ¿Cómo podía casarla con un vagabundo?

Por la puerta entró un hombre en traje que cargaba unos papeles y los dejó sobre la mesa frente a ella.

Su padre, acompañado de su esposa, la madrastra de Esther, y un par de hombres entraron en la sala. La mujer traía un ramo de rosas que le tendió a Esther y la muchacha le pidió ayuda con la mirada, pero la madrastra no la miró a los ojos, Esther sabía que no podía ayudarla, aunque quisiera.

Cuando la puerta se abrió de nuevo un par de hombres entraron por la puerta arrastrando al vagabundo que tenía un ojo morado y el labio roto. Era más alto que los dos guardaespaldas, pero la ropa gruesa no le permitió saber si era un hombre ancho o delgado.

Lo sentaron de golpe en la silla a su lado y él se sujetó el costado, como si lo hubieran golpeado.

— Estamos aquí reunidos para presenciar este matrimonio — el vagabundo se puso de pie.

— ¡Ya les dije que yo no me voy a casar con esta muchacha! — gimió y el guardaespaldas lo sentó de un puño en el estómago. El papá de Esther se puso de pie, sacó su arma y le apuntó en medio de la frente. Esther contuvo el aliento y le pareció que el vagabundo era valiente, no le apartó los ojos a su padre ni por un segundo.

— ¿Acaso le estoy preguntando? Se casará con mi hija.

— No lo haré.

— Entonces aparecerá muerto mañana en una esquina, señor Luna, yo cumplo mis promesas — lo amenazó el mayor.

— Usted no sabe quién soy…

— ¡No, tú no eres nada y tú no sabe quién soy yo! — gritó su padre y Esther dio un brinco — yo soy Fernando Lacrow y aquí se hace lo que yo digo. Usted mismo se metió en este problema, y lo pagará. Continue — le dijo al juez que continuó hablando sobre el amor como si ellos fueran una pareja real.

Esther miró al vagabundo, su padre lo había llamado Luna, ¿Era su apellido? Cuando el hombre la miró ella notó toda la rabia y el rencor que le tenía y eso la asustó.

El juez continuó y las manos de Esther temblaron cuando firmó el papel, pero, ¿Qué podría hacer? No podía ir en contra de lo que decía su padre, bueno, sí podía, pero lo perdería todo, lo perdería a él. Deseó que su hermano Carlo estuviera ahí, estaba segura que no permitiría esa locura.

Cuando el vagabundo recibió la pluma, Esther notó que la apretó con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, pero al final firmó, estampó su firma en el papel y ella pudo notar que era de rasgos grandes. Muy elegante para ser de un hombre de la calle.

— Está hecho — le dijo el juez a su padre y Esther dejó caer el ramo de rosas al suelo.

— ¿Y ahora qué? — su padre se rio.

— Ahora te irás a vivir con tu nuevo esposo, señora Esther Lacrow de Luna.

Un par de hombres de su padre llegaron con una maleta y la lanzaron a los pies de Esther.

— ¿Me tengo que ir ya a vivir con él? — preguntó Esther aterrada y su padre asintió, llegó con ella y le dio un beso en la frente.

— Mi retoñito se va de casa, te extrañaré. Recuerda, metiste a este hombre en este problema, si no me obedeces lo mataré y tú tendrás que cargar con esa muerte para toda la vida — Esther sintió que todo le dio vueltas. Su padre se dirigió al vagabundo que parecía igual de turbado — si algo le pasa a mi hija, te mueres, y de la forma más dolorosa posible — y salió del lugar.

— Lina, ayudame — le pidió Esther a su madrastra.

— Ya es hora de que enfrentes las consecuencias de tus actos — Esther se quedó paralizada.

Uno de los hombres de su padre le explicaba algo al vagabundo, pero ella tenía los oídos tapados de la impresión y solo regresó en sí cuando el vagabundo tomó su maleta del suelo y la llevó a la salida de la casa.

Esther lo siguió más por el miedo que por que de verdad quisiera obedecer a su padre, pero si no lo hacía mataban al hombre y ella no podía vivir con esa culpa.

— Espera — le pidió, pero el vagabundo no la escuchó, arrastró la maleta y cuando abrió la puerta el aire frío la hizo estremecer.

Ya había caído la noche y la nieve formó una capa gruesa sobre la calle.

— ¿A dónde vamos? — le preguntó al hombre.

— A mi penthouse — le dijo él con rabia.

— ¿Tienes un penthause?

— ¡No puedo creer que seas tan estúpida! — le gritó él — m*****a niña mimada.

— No es mi culpa, tú aceptaste.

— Yo pensé que sería divertido molestar a un par de millonarios, no que tu padre era al put0 jefe de la mafia de la ciudad — Esther no le quiso decir que era del país — ahora mira en el lio en que me metiste.

— Yo no te obligué. ¿crees que planee esto? ¿Crees que quería que me casaran con un hombre tan desagradable? — él se detuvo y Esther estuvo a punto de chocar con él, tenía las mejillas rojas y los copos de nieve se le enredaban en la barba.

— Elegiste a un vagabundo, es lo que somos, ¿No? Desagradables, sucios, muertos de hambre y ladrones.

— Yo nunca dije eso.

— Es lo que piensas, es lo que piensan personas como tú — soltó la maleta al suelo y caminó por la calle. Esther consideró la idea de agarrar sus cosas e irse lejos del hombre, pero los documentos que los acreditaban como esposos eran oficiales y su padre lo mataría si ella se iba.

Respiró profundo, solo tenía que aguantar un par de días a que su padre se le quitara la rabia, ya la aceptaría de nuevo como si nada hubiera pasado. Se divorciaría del vagabundo y no tendría que volver a verlo jamás, pero por el momento no tenía más a donde ir.

No tenía efectivo y su padre le había quitado las tarjetas y el celular, estaba segura que su hermano no la recibiría por tonta e inmadura y le diría que se merece el escarmiento, y las gemelas, Portia y Helene, que eran amigas… no las quería meter en ese asunto. Así que caminó tras el vagabundo arrastrando la maleta por la nieve.

— ¿Falta mucho? — le preguntó ella después de un rato.

— Pide un taxi si estas cansada, ricachona.

— Deja de tratarme así.

— Así es como te lo mereces, niña tonta — luego se detuvo y soltó una carcajada — que loco es el destino, te querías librar de un matrimonio desagradable y ahora estás casada con uno peor. A mi lado el niño llorón de nariz roja debe parecer un príncipe.

— A tu lado cualquier hombre, por mediocre que sea, es mejor — Esther sabía que no, nada sería peor que el v1olador con el que pretendían casarla.

— Qué lástima porque ya soy tu esposo — murmuró con fastidio — no puedo creer que me hubieran obligado a hacer esto, a casarme. De seguro ese hombre solo quería asustarme con esa arma.

— No, mi papá no amenaza en vano, si te dijo que te mataría, te matará — él se detuvo y Esther chocó con su espalda.

— ¿Qué clase de padre obliga a una hija a casarse con una vagabundo? —

«Uno que está cansado de una tonta hija» pensó Esther, sí era consciente de que le hacía la vida imposible a su padre, pero ya no había oportunidad, aceptó con amargura su castigo «Solo serán un par de días» se prometió.

— Llegamos — le dijo el hombre después de cruzar la calle y bajar por una pequeña colina resbalosa en la que Esther cayó sentada.

— Estamos bajo un puente — le dijo ella.

— ¿y donde crees que duermen los vagabundos? — Esther dejó caer la maleta al suelo.

— Yo no voy a entrar ahí — desde donde estaba podía ver un grupo de hombres sucios y desagradables y él la miró.

— Tienes razón, pareces demasiado millonaria — la tomó por los hombros y la lanzó al suelo con poco cuidado.

— ¡Espera! ¡Qué haces imbécil! — el hombre comenzó a moverla en el suelo, el cuerpo se le llenó de barro y nieve y cuando él la dejó libre se puso de pie dolorida y con frío. Luego él le rompió la blusa a la altura del ombligo y le quitó los caros tacones que metió en la maleta.

A la maleta le hizo lo mismo, la llenó de tierra y pasto hasta que quedó hecha una porquería.

— Listo.

— ¿Estás loco animal? — le gritó ella.

— Te estoy salvando, niña estúpida, si pasas la noche en ese lugar sin que parezcas alguien de la calle te asaltarán.

— Ah, y ahora me trataste mal porque creí que los vagabundos eran ladrones.

— Yo nunca dije que los vagabundos serían los que te iban a robar. Los drogadictos son el verdadero problema — las palabras y el frio hicieron que Esther sintiera miedo de verdad. El hombre tomó la maleta y la llevó dentro y Esther caminó junto a él.

Bajo el puente había varios hombres arremolinados entorno a un barril con fuego y el esposo de Esther los saludó alegremente, pero no la presentó.

Más a dentro había una señora de la tercera edad, acostada en unos cartones con la piel muy pálida que abrió los ojos cuando lo vio.

— ¡León! — le dijo ella y el hombre se arrodilló a su lado.

— ¿Cómo va hoy el dolor?

— Como siempre — él le acercó un barril y con unos cerillos lo encendió y Esther se acercó un poco para conservar el calor. Estaba mojada y sucia y cuando la anciana la miró con curiosidad ella le apartó la mirada avergonzada.

— Tu cama matrimonial — le dijo él y Esther vio como acomodaba un cartón en el suelo.

— Es una broma, ¿verdad? — como única respuesta él le dio la espalda y se acercó al barril.

Esther sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas, tenía hambre, frío y se sentía cansada y humillada. Pero eso no duraría, al día siguiente hablaría con su padre y le pediría perdón, había aprendido la lección. Él la perdonaría y nunca tendría que volver a ver al tal León.

  Poco a poco el lugar se llenó de muchas personas que buscaban refugio de la noche y se acostaban en los cartones.

— Tengo sed — le dijo ella al vagabundo que la miró con fastidio y la ignoró.

Una mujer alta y zarrapastrosa, pero relativamente joven, se acercó al hombre y le acarició la espalda.

— Hola, León. ¿Esta noche sí dejarás que te caliente la cama? — el hombre no la miró.

— Largate, Emily — la mujer clavó los ojos en Esther, tenía los dientes podridos.

— ¿Quién es esta perr4 en tu cama? — Esther esperó que el hombre la defendiera, pero no dijo nada. La mujer le había dicho León, ¿Así se llamaba?

— Es mi mujer — dijo el vagabundo y la cara de Emily se transformó de la rabia.

Cuando Esther abrió la boca para hablar el hombre le lanzó un valde de plástico sucio.

— Trae agua del rio para hervir — le ordenó.

— Yo no soy tu mandadera — él la miró con una rabia que la asustó así que Esther sacó los zapatos de la maleta y se los puso, luego se puso de pie, los tacones se hundieron en el fango cuando salió y cuando estaba lejos se echó a llorar.        

Esther se sentía humillada y tonta, ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué había desafiado a su padre de esa manera? Él no era el mejor padre del mundo, pero Esther quería ser libre… él quería casarla con un abusador.

Cuando llegó al rio comprobó que el hielo frágil bajaba arrastrado por la corriente.

Trato de no mojarse los pies, con el frío que hacía los perdería, así que se estiró lo más que pudo para intentar tomar un poco de agua cuando unas manos la empujaron y Esther cayó de narices en el agua.

El frio se le clavó como mil agujas en la piel y cuando levantó la cabeza vio a la mujer que había estado hace un segundo con el vagabundo, Emily, que sacó un cuchillo que tenía en el pantalón y le apuntó a Esther.

— León es mío, ¿Me escuchas? — Esther miró hacia el puente, pero estaba ya tan oscuro que no se veía nada, nadie la ayudaría — Voy a dañarte esa carita linda para que aprendas a no meterte con mi hombre — y se abalanzó contra Esther con el cuchillo al aire.

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