Antonella toma su agenda electrónica y se dirige a la oficina de su jefe. Toca la puerta y entra sólo cuando escucha que este aprueba su entrada.
—¡Adelante! —ella entra y se aproxima al escritorio. —Dígame Sr Miller ¿En qué puedo servirle? —¡Siéntese por favor! —ella obedece y lo mira nerviosa, agitando su pierna izquierda.— ¿Podría dejar de mover su pierna? —le ordena y ella coloca la mano sobre su rodilla para evitar aquel movimiento que como una especie de TIC nervioso se activa cuando se encuentra ansiosa. —Sí, señor. Disculpe. —Necesito que agende para después de la celebración de navidad, un vuelo para Francia, con un pasaje de ida y tres de regreso. —¿Cómo dijo? Disculpe no entiendo. —Qué debe reservarme un boleto de ida —hace una señal con su mano— para Francia y tres boletos de regreso. ¿Entendió? —¡Ah! Viajará con dos personas más desde Francia. —¿Está segura que no se le cayó a la enfermera de los brazos cuando estaba recién nacida? —Antonella eleva sus hombros sin entender la referencia que hace su jefe, por lo que le responde en forma negativa. —La verdad es que de pequeña nunca me he caído. Menos estando recién nacida que yo recuerde. El CEO se cubre el rostro con la mano y niega con su cabeza. —¿No qué? ¿No le pido los pasajes aéreos? —pregunta confundida. —Srta Cerati, haga lo que le ordene y no preste atención a mis gestos. —Cómo usted diga señor, es que me confunde si me dice que sí y mueve su cabeza como no. Pues no sé qué debo hacer. —Albert respira profundamente antes de perder la poca calma que le queda. —Pida los pasajes de ida y vuelta y lárguese de mi oficina, por favor. Antonella se levanta y sale de la oficina del CEO, enojada consigo misma, no entiende porque todas las veces que Albert Miller la llama a su oficina, ella se pone tan nerviosa. Más allá de su fama de jefe insoportable que se rumoraba en todos los pasillos, ella era una chica segura de sí misma. —¡Joder! Siempre que estoy frente a él, termino actuando como tarada —murmura y camina apresuradamente hacia su oficina. De pronto detrás de ella, escucha la voz de su jefe. —¡Srta Cerati! —ella se detiene en el acto, siente que su corazón va a estallar, se gira lentamente hacia él y lo mira: —Dígame Sr Miller. —Olvidó su agenda. —ella aplana los labios y él sonríe de forma burlona. Antonella se regresa hacia su jefe. —Gracias, señor. —toma la agenda y emprende la marcha nuevamente, mientras Albert la sigue con la mirada observando sus curvas y sinuoso andar, hasta que ella desaparece de su vista. —¡Es muy guapa! —murmura y él mismo se sorprende de su propio comentario, nunca tuvo ojos para otra mujer que no fuese la suya. Ahora que todo había terminado entre ellos, quizás debía empezar a mirar hacia otros horizontes, y aquel no se veía nada mal. Rebecca entra a la oficina, Blas la mira esperando que le cuente que ocurrió entre ellos. —¿Y? —Se encoge de hombros.— ¿Qué te ha dicho? —Por suerte nada malo. Sólo necesita que compre unos pasajes de avión para año nuevo. Me ha pedido que sean tres. —Deberían ser cuatro, digo esta casado, ¿no? —Sí, lo mismo pensé. —¿Será que se está divorciando? —pregunta agitando sus manos de forma exagerada. —No lo creo, tal vez sólo se reunirán en otro lugar. —Te juro que si se divorcia, me opero para conquistarlo. —Joder, tío. ¿Estás flipando? No creo que se separen, hacen muy linda pareja ¿No? —¡Porque siento que mi geme suena como a celosa? —Qué no digas gilipolleces, que no me gusta mi jefe. —espeta. —Pues mi nana decía que cuando una mujer se pone nerviosa, y se enoja porque la relacionan con su jefe, e porque de veras está enamorada. —dice observando la reacción de Antonella, quien debe parecer indiferente ante sus palabras. —Uno, dos, tres —comienza a contar, sin dejar de mirarla. —Déjame en paz, Blas. Ve a tu oficina, necesito hacer lo que el JEFE, me pidió. —Como quieras, geme, pero conmigo no tienes que disimular, te gusta el Sr Miller —bromea y corre hacia la puerta, la abre y se dispone a salir. Antonella se saca una de sus sandalia y la lanza con fuerza contra su amigo –quien ágilmente la esquiva– y golpea a su jefe. Albert toma la sandalia y mira a Antonella como si quisiera apuñalada con sus ojos. —¡Ah! —exclama ella, se levanta y se acerca a su jefe.— Disculpe Sr Miller, le ruego que me perdone, no quise… —Esto es el colmo, Srta Cerati. —espeta. —No me despida, por favor, se lo ruego —clama ella. Antonella lo mira avergonzada, mientras Albert sacude su pantalón. Todo se había vuelto un caos –para ella– esa mañana. La sola idea de perder aquel empleo que tanto le había costado conseguir y mantener, durante un año, le provoca ansiedad y angustia. No podía perder su trabajo, no podía darse ese lujo. ¿Cómo podría ayudar a su madre con el tratamiento, si quedaba desempleada? —Por favor, Sr Miller, le ruego que no me despida. —dice con voz temblorosa. Albert frunce el entrecejo, realmente se sentía irritado con aquella situación. Sin embargo, no era capaz de despedirla sólo por cometer un error. A pesar de su torpeza cuando hablaba con ella y lo nerviosa que se ponía frente a él, la pelirrubia era muy eficaz y responsable. Respira profundamente antes de decirle algo de lo cual, pueda arrepentirse luego. —Desaparezca de mi vista, cenicienta —espeta— si no desea que la envíe en su carroza hasta su casa, quítese de mi vista ahora mismo —Le ordena, luego lanza la sandalia a un lado. —Como usted diga, Sr Miller. —Antonella toma su sandalia y se la coloca rápidamente.— ¡Gracias, Sr Miller, gracias. Mientras lo ve alejarse, piensa en qué a pesar de su mal carácter, su jefe es realmente un buen hombre y muy guapo.Albert baja del auto, camina hacia la entrada, marca la contraseña y la puerta se abre. Escuchar la dulce voz de su hija y ver sus hermosos y grandes ojos azules, es la única razón por la que vale la pena para él, regresar a aquel lugar. Un lugar que pasó de ser el más importante en su vida para convertirse –desde hace dos meses– en su infierno.—Papá, llegaste —Shirley corre hacia su padre.—Hola mi princesa —la levanta entre sus brazos.— ¡Qué grande estás! —la niña sonríe y besa su mejilla.— ¿Y Sam, dónde está? —En su cuarto, viendo video juegos. ¡No se aburre! —refunfuña la pequeña.—Vamos a verlo, necesito que también me dé un abrazo así tan rico como el tuyo. Albert sube las escaleras con Shirley en brazos. Toca la puerta de la habitación de su hijo, quien está tan entretenido en el computador que no escucha cuando suena la puerta. El padre abrie lentamente, coloca a su pequeña en el piso y ella corre hacia su hermano.—¡Llegó papá, Sam! Vino a vernos. —El chico se quita
Albert abre la puerta de su oficina, se sienta en el sillón de cuero, se lleva las manos al rostro. De pronto, mira sobre el escritorio el retrato familiar de la navidad anterior, contempla los rostros sonrientes y se pregunta a sí mismo: ¿Cómo puede una imagen guardar tanta felicidad y luego convertirse en el peor de los recuerdos? Él escucha los pasos aproximarse, deja el retrato en su lugar y entrelaza los dedos de sus manos. Marta entra, cierra la puerta y se aproxima a él: —Aquí tienes. Léelo bien. —Le entrega la carpeta, él la abre, lee el documentos y se dispone a firmarlo. Se queda pensativo, levanta el rostro y la mira con enojo: —No entiendo como puedes apartarme de mis hijos, Marta. —Por Dios, no exageres Albert. Será sólo un fin de semana. —esgrime. A ella no parece importarle en lo más mínimo el sufrimiento de aquel hombre. —Es la Navidad. Ya pedí sus regalos. ¿Ahora qué hago con eso? —pregunta desconcertado, tratando de hacerle recapacitar y cambiar de opi
La paciencia no es el fuerte de Albert, por lo que al ver que ya habían transcurrido más de media hora, se abre paso entre la gente y entre empujones logra salir del local. Finalmente llega hasta su coche, justo cuando abre la puerta, su hermano se acerca a él. —¿No me digas que te vas sin esperar a tu hermano? —Robert lo abraza con efusividad. —Joder, que llevo más de media hora esperándote. —se aparta de él con enojo. —Vamos, no seas tan obstinado. Quiero celebrar que he vuelto a Madrid. —¿Vuelto? —pregunta sorprendido. —Sí, me separé de Raquel, que es que me tenía hasta la coronilla, tío. —¿Pero cómo si os he visto en las redes posteando fotos muy felices? —No todo lo que ves en las redes es verdad. Albert se regresa con su hermano, no quiere hacerle un desprecio, al fin de cuentas, ambos están casi en la misma situación. Se sientan en la barra nuevamente, Robert pide un par de tragos y luego de brindar con Albert, inicia la ronda de preguntas predecibles “¿Por qué
En tanto, en el apartamento que Antonella comparte con Blas y Macarena, desde hace cinco, la rubia se ocupa en preparar la cena. En ese instante, la puerta se abre y entra la chica pelicastaña y robusta echa un mar de llanto, se dirige directamente a la sala y se deja caer en el sofá. Antonella al verla, seca ambas manos con la toalla de cocina y va a su encuentro. —¿Qué te ha pasado, Maca? ¿Por qué estás así? —Es, es Miguel —tartamudea— Me ha dicho que no está seguro de casarse todavía. —solloza. —¡Hostia! Que me has asustado. Pensé que te había ocurrido algo en la calle. Macarena se hace a un lado y Antonella se sienta junto a ella. Mientras acaricia su cabello y ésta, se refugia en sus brazos. —No entiendo, Anto. No entiendo por qué no desea casarse conmigo. —No sé que decirte. Creo que deberías olvidarte de eso. No siempre puedes lograr encontrar a alguien que tenga tus mismos intereses, Maca. —Eso lo dices porque estás sola. —espeta. —Pues estoy sola porque qu
Albert baja de su coche, mira la hora en su Rolex. Ya casi es media noche, por lo que supone sus hijos deben estar durmiendo. Entra a la mansión y sube las escaleras precipitadamente, dispuesto a encarar a su ex mujer. La ira y la frustración arden como un fuego dentro de su pecho. Al llegar a la puerta del dormitorio, respira hondo y la abre de forma abrupta. Marta está tendida entre las sábanas blancas; su rostro descontraído y sereno, evidencian lo relajada que se encuentra. Aquella imagen de su ex esposa sobre la cama, durmiendo placenteramente y ajena a su llegada, lo llevan al borde de la indignación. Se acerca, la toma del brazo con fuerza obligándola a levantarse.—¡Despierta, joder! —exclama en voz alta. Marta se incorpora sorprendida y a la vez confundida, por la intempestiva reacción de su ex marido.—¡Albert! ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, mientras intenta cubrirse con las sábanas.—No me hagas perder el tiempo con tus absurdas preguntas —La interrumpe tembl
La mañana siguiente Albert llega puntualmente –como es costumbre– a la empresa. Su mal humor es notorio; entra al edificio sin darle los buenos días, a sus empleados. La expresión en su rostro, muestra la rigidez en sus facciones: el entrecejo fruncido, una mirada penetrante y la mandíbula contraída. Se dirige al ascensor, las puertas metálicas se abren y cierran frente a él. Mientras sube a su oficina, su mente se llena de recuerdos recientes: la discusión en el bar con su hermano y luego la confrontación con Marta, esa misma noche. Aún, le cuesta entender el porqué de su traición.Al salir del ascensor, se dirige por el pasillo con pasos firmes, sin prestar atención a su entorno. Antonella, quien sale de su oficina con un lote de carpetas apiladas en sus brazos y un tanto distraída, tropieza con su jefe; las carpetas caen al suelo esparciéndose el contenido de estas; papeles por doquier inundan el piso.—¡Lo siento, señor! —exclama, apenas logrando mantener el equilibrio antes d
Albert por segunda oportunidad se separa de ella, está vez tratando de no mostrar como su polla se ha vuelto rígida y palpitante. Con discreción se gira para darle la espalda, mientras se mueve por la habitación, viendo con detalle la decoración. A pesar de ello, su mirada se dirige inevitablemente hacia Antonella. Hay algo en ella que lo atrae; esa singular belleza que no había notado antes, y ahora parece iluminarlo todo a su alrededor. —Realmente quedó espléndido —dice él. Al igual que él, la pelirrubia también trata de recuperar el aliento y el control de sus emociones. Enciende las luces y lentamente se gira hacia él intentando desviar su atención.—Blas tiene un gran sentido del estilo, así que le debo mucho a su ayuda. —comenta.—No te subestimes —Le responde. El tono de su voz es más suave de lo habitual.— Has hecho un gran trabajo, Antonella.Albert se acerca un poco más, observando cómo el brillo de las luces se refleja en los ojos color miel de Antonella. En su mente
Antonella, mira el almanaque digital sobre su escritorio. Ver la proximidad de aquella fecha, era un poco estresante para ella. Su madre, no hacía otra cosa que esperar ansiosa la noche de navidad sólo con la esperanza de ver a su hija llegar acompañada de algún pretendiente. Sin embargo, el sueño de su madre de verla frente al altar, no es el sueño de Antonella. Ella es una mujer liberal, con convicciones diferentes, segura e independiente. Decir que no creía en el amor es exagerar un poco; mas, si de ella dependía, jamás se casaría por complacer a los demás. Blas entra en la oficina, coloca sobre el escritorio el lote de carpetas, dejándolos caer abruptamente para que su amiga volviese a la realidad. Antonella dio un brinco sobre la silla al escuchar el estrépito cerca de ella:—¿A ver, qué tiene mi geme, que está fuera de cobertura y sin señal satelital? —dice, cruzándose de brazos y elevando su ceja izquierda. —¡Qué me has asustado, tío! —exclama.—Es que entro a tu ofic