¡Rivales!

Albert baja del auto, camina hacia la entrada, marca la contraseña y la puerta se abre. Escuchar la dulce voz de su hija y ver sus hermosos y grandes ojos azules, es la única razón por la que vale la pena para él, regresar a aquel lugar. Un lugar que pasó de ser el más importante en su vida para convertirse –desde hace dos meses– en su infierno.

—Papá, llegaste —Shirley corre hacia su padre.

—Hola mi princesa —la levanta entre sus brazos.— ¡Qué grande estás! —la niña sonríe y besa su mejilla.— ¿Y Sam, dónde está?

—En su cuarto, viendo video juegos. ¡No se aburre! —refunfuña la pequeña.

—Vamos a verlo, necesito que también me dé un abrazo así tan rico como el tuyo.

Albert sube las escaleras con Shirley en brazos. Toca la puerta de la habitación de su hijo, quien está tan entretenido en el computador que no escucha cuando suena la puerta. El padre abrie lentamente, coloca a su pequeña en el piso y ella corre hacia su hermano.

—¡Llegó papá, Sam! Vino a vernos. —El chico se quita los audífonos y voltea hacia su padre, una sonrisa se dibuja en su rostro. Se pone de pie y va hasta donde estaba su padre.

—¡Papá! Viniste —abraza a su padre por la cintura. Y este frota su cabello con su mano.

—Sam, hijo. ¡Cómo los extraño!

—Nosotros también a ti, papá —Sam se refugia en sus brazos y Shirley se une a aquel abrazo familiar.

—Siempre vendré a verlos, hijos. Yo los amo —la voz de Albert parece quebrarse al decir aquella frase.

Para él, sus hijos siempre fueron lo primero, no en vano se casó con Marta sin estar realmente enamorado de ella. Y aunque él intentó por todos los medios que funcionara, no lo logró.

Dos meses atrás…

—Quiero el divorcio, Albert.

—No vuelvas con eso, ya lo habíamos hablado, yo iba a dejar a Robert en el cargo de CEO para estar más tiempo contigo y los niños.

—¿De verdad crees que pasando más tiempo con nosotros, podrás cambiar la realidad?

—No entiendo, siempre me has pedido que deje de trabajar tanto, que me tome unas vacaciones, que quieres que viajemos y ahora que decido hacerlo, me preguntas si con eso resuelvo nuestras vidas. ¡Quien te entiende!

—Eso fue hace dos años atrás, Albert. Me cansé de esperar a que tomaras esa decisión, a que volvieras a ser el hombre del que me enamoré.

—Cuando me conociste, era exactamente igual, sólo que tuve que ocuparme más de la empresa cuando mi padre murió. Era lo que me correspondía hacer, considerando que Robert nunca se ocupó de la empresa.

—Ese es el detalle, siempre quieres ser mejor que tu hermano y por eso te ocupaste de la empresa, tú solo.

—Por favor, Marta, no vuelvas a decir eso, Robert no es mi competencia, es mi hermano. —intentó abrazarla pero ella lo esquivó

—No me toques Albert. No quiero que vuelvas a tocarme.

—¿Qué es lo que te pasa? —la tomó del brazo y la miró fijamente.

—¿Quieres saber la verdad? ¿Piensas qué podrás soportar lo que te diga? —él se encogió de hombros, jamás pensaría que aquellas palabras lo destruirían para siempre.— Estoy saliendo con alguien más.

—Lo dices para hacerme molestar ¿verdad? —apretó con más fuerza su antebrazo.

—¡No! Es la verdad. Ya no te amo y quiero el divorcio…

—No me parece justo Marta, no puedes hacerle esto a nuestros hijos.

—He soportado mucho tiempo por ellos, lo que no es justo es que yo sea la que se sacrifique y viva bajo esta farsa de matrimonio.

***

Albert aún no supera aquella realidad, no porque amara demasiado a Marta, sino porque no quería estar lejos de sus hijos. Su amor por ellos era tal, que tuvo que mentirles y decirles que él, era el único culpable de la separación.

Llevaban dos meses separados, los trámites del divorcio están listos; la decisión de Marta parece irrevocable.

—¿Está segura Sr Miller que no desea conciliar con su esposo?

—Absolutamente doctora. Lo intenté durante diez años, ¿le parece poco? —la juez observa a ambos abogados y confirma el fin del matrimonio.

—Bien por ahora, la custodia de los niños será compartida y deberán ponerse de acuerdo para las visitas. El padre tendrá derecho a estar con ellos un fin de semana por mes, además de la manutención obligatoria… —la juez habla sin parar, Albert no escucha sus palabras, sólo quiere terminar con todo aquello y tener un poco de paz.

De haber sido por él, le habría dejado todos sus bienes a Marta, pero debía pensar en el futuro de sus hijos, y el dinero en manos de ella desaparecería en cuestión de segundos.

—Es todo, pueden retirarse. —Albert se apresura a salir en compañía de su abogado.

—Ocúpate de todo, Martínez, quiero tener el menor contacto posible con mi ex esposa.

—No se preocupe, Sr Miller. Yo me encargo de todo.

Los días siguientes están llenos de incertidumbre, tristeza y recuerdos. Ahora luego de dos meses, cuando piensa que las cosas no pueden ir peor, su opinión cambiará muy pronto…

—Papá, papá —la pequeña Shirley, tira de la pierna del pantalón de su padre, quien estaba absorto en sus pensamientos mirando hacia el jardín desde la ventana.

—Dime mi amor —se voltea y se encuentra con la innombrable de su ex esposa.

—Hola, Albert. Que bueno que viniste. Necesito que firmes el permiso de viaje para los niños.

—¿Cómo dices? ¿Te irás de viaje? —pregunta en tono hostil.

—Sí, iré con los niños a Manresa para que vean a mis padres.

—No puedes hacerme esto. Quiero estar con ellos en Navidad, también son mis hijos, joder.

—Lo siento, pero sólo podrás estar con ellos en año nuevo. —se encoge de hombros.

—¿Ya le preguntaste si ellos quieren viajar a Manresa en vez de estar conmigo?

—Sí, lo hice. ¿Shirley, Sam? —llama a ambos chicos quienes se acercan a su madre— Díganle a su padre donde desean pasar la Navidad este año.

—Con los abuelos —responden al unísono. Sam mira un poco apenado a su padre al ver el desconcierto en su rostro. Mientras, la pequeña Shirley da saltos de alegría.

Sam es un chico de nueve años y su hermana Shirley tiene apenas seis. Hay cosas que él entiende que su hermana aún no. Albert traga en seco antes de contestar.

—Bien, Marta. Busca el documento que debo firmar. Te espero en la biblioteca.

Albert sale de la habitación de su hijo, baja las escaleras y se dirige a la biblioteca. No puede creer que vaya a pasar la Navidad lejos de sus dos hijos y que sea nuevamente Marta la única culpable.

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