Albert baja de su coche, mira la hora en su Rolex. Ya casi es media noche, por lo que supone sus hijos deben estar durmiendo. Entra a la mansiĂłn y sube las escaleras precipitadamente, dispuesto a encarar a su ex mujer. La ira y la frustraciĂłn arden como un fuego dentro de su pecho. Al llegar a la puerta del dormitorio, respira hondo y la abre de forma abrupta. Marta está tendida entre las sábanas blancas; su rostro descontraĂdo y sereno, evidencian lo relajada que se encuentra. Aquella imagen de su ex esposa sobre la cama, durmiendo placenteramente y ajena a su llegada, lo llevan al borde de la indignaciĂłn. Se acerca, la toma del brazo con fuerza obligándola a levantarse.—¡Despierta, joder! —exclama en voz alta. Marta se incorpora sorprendida y a la vez confundida, por la intempestiva reacciĂłn de su ex marido.—¡Albert! ÂżQuĂ© estás haciendo aquĂ? —pregunta, mientras intenta cubrirse con las sábanas.—No me hagas perder el tiempo con tus absurdas preguntas —La interrumpe tembl
La mañana siguiente Albert llega puntualmente –como es costumbre– a la empresa. Su mal humor es notorio; entra al edificio sin darle los buenos dĂas, a sus empleados. La expresiĂłn en su rostro, muestra la rigidez en sus facciones: el entrecejo fruncido, una mirada penetrante y la mandĂbula contraĂda. Se dirige al ascensor, las puertas metálicas se abren y cierran frente a Ă©l. Mientras sube a su oficina, su mente se llena de recuerdos recientes: la discusiĂłn en el bar con su hermano y luego la confrontaciĂłn con Marta, esa misma noche. AĂşn, le cuesta entender el porquĂ© de su traiciĂłn.Al salir del ascensor, se dirige por el pasillo con pasos firmes, sin prestar atenciĂłn a su entorno. Antonella, quien sale de su oficina con un lote de carpetas apiladas en sus brazos y un tanto distraĂda, tropieza con su jefe; las carpetas caen al suelo esparciĂ©ndose el contenido de estas; papeles por doquier inundan el piso.—¡Lo siento, señor! —exclama, apenas logrando mantener el equilibrio antes d
Albert por segunda oportunidad se separa de ella, está vez tratando de no mostrar como su polla se ha vuelto rĂgida y palpitante. Con discreciĂłn se gira para darle la espalda, mientras se mueve por la habitaciĂłn, viendo con detalle la decoraciĂłn. A pesar de ello, su mirada se dirige inevitablemente hacia Antonella. Hay algo en ella que lo atrae; esa singular belleza que no habĂa notado antes, y ahora parece iluminarlo todo a su alrededor. —Realmente quedĂł esplĂ©ndido —dice Ă©l. Al igual que Ă©l, la pelirrubia tambiĂ©n trata de recuperar el aliento y el control de sus emociones. Enciende las luces y lentamente se gira hacia Ă©l intentando desviar su atenciĂłn.—Blas tiene un gran sentido del estilo, asĂ que le debo mucho a su ayuda. —comenta.—No te subestimes —Le responde. El tono de su voz es más suave de lo habitual.— Has hecho un gran trabajo, Antonella.Albert se acerca un poco más, observando cĂłmo el brillo de las luces se refleja en los ojos color miel de Antonella. En su mente
Antonella, mira el almanaque digital sobre su escritorio. Ver la proximidad de aquella fecha, era un poco estresante para ella. Su madre, no hacĂa otra cosa que esperar ansiosa la noche de navidad sĂłlo con la esperanza de ver a su hija llegar acompañada de algĂşn pretendiente. Sin embargo, el sueño de su madre de verla frente al altar, no es el sueño de Antonella. Ella es una mujer liberal, con convicciones diferentes, segura e independiente. Decir que no creĂa en el amor es exagerar un poco; mas, si de ella dependĂa, jamás se casarĂa por complacer a los demás. Blas entra en la oficina, coloca sobre el escritorio el lote de carpetas, dejándolos caer abruptamente para que su amiga volviese a la realidad. Antonella dio un brinco sobre la silla al escuchar el estrĂ©pito cerca de ella:—¿A ver, quĂ© tiene mi geme, que está fuera de cobertura y sin señal satelital? —dice, cruzándose de brazos y elevando su ceja izquierda. —¡QuĂ© me has asustado, tĂo! —exclama.—Es que entro a tu ofic
Antonella toma su agenda electrĂłnica y se dirige a la oficina de su jefe. Toca la puerta y entra sĂłlo cuando escucha que este aprueba su entrada. —¡Adelante! —ella entra y se aproxima al escritorio. —DĂgame Sr Miller ÂżEn quĂ© puedo servirle? —¡SiĂ©ntese por favor! —ella obedece y lo mira nerviosa, agitando su pierna izquierda.— ÂżPodrĂa dejar de mover su pierna? —le ordena y ella coloca la mano sobre su rodilla para evitar aquel movimiento que como una especie de TIC nervioso se activa cuando se encuentra ansiosa. —SĂ, señor. Disculpe. —Necesito que agende para despuĂ©s de la celebraciĂłn de navidad, un vuelo para Francia, con un pasaje de ida y tres de regreso. —¿CĂłmo dijo? Disculpe no entiendo. —QuĂ© debe reservarme un boleto de ida —hace una señal con su mano— para Francia y tres boletos de regreso. ÂżEntendiĂł? —¡Ah! Viajará con dos personas más desde Francia. —¿Está segura que no se le cayĂł a la enfermera de los brazos cuando estaba reciĂ©n nacida? —Antonella eleva sus h
Albert baja del auto, camina hacia la entrada, marca la contraseña y la puerta se abre. Escuchar la dulce voz de su hija y ver sus hermosos y grandes ojos azules, es la Ăşnica razĂłn por la que vale la pena para Ă©l, regresar a aquel lugar. Un lugar que pasĂł de ser el más importante en su vida para convertirse –desde hace dos meses– en su infierno.—Papá, llegaste —Shirley corre hacia su padre.—Hola mi princesa —la levanta entre sus brazos.— ¡QuĂ© grande estás! —la niña sonrĂe y besa su mejilla.— ÂżY Sam, dĂłnde está? —En su cuarto, viendo video juegos. ¡No se aburre! —refunfuña la pequeña.—Vamos a verlo, necesito que tambiĂ©n me dĂ© un abrazo asĂ tan rico como el tuyo. Albert sube las escaleras con Shirley en brazos. Toca la puerta de la habitaciĂłn de su hijo, quien está tan entretenido en el computador que no escucha cuando suena la puerta. El padre abrie lentamente, coloca a su pequeña en el piso y ella corre hacia su hermano.—¡LlegĂł papá, Sam! Vino a vernos. —El chico se quita
Albert abre la puerta de su oficina, se sienta en el sillĂłn de cuero, se lleva las manos al rostro. De pronto, mira sobre el escritorio el retrato familiar de la navidad anterior, contempla los rostros sonrientes y se pregunta a sĂ mismo: ÂżCĂłmo puede una imagen guardar tanta felicidad y luego convertirse en el peor de los recuerdos? Él escucha los pasos aproximarse, deja el retrato en su lugar y entrelaza los dedos de sus manos. Marta entra, cierra la puerta y se aproxima a Ă©l: —AquĂ tienes. LĂ©elo bien. —Le entrega la carpeta, Ă©l la abre, lee el documentos y se dispone a firmarlo. Se queda pensativo, levanta el rostro y la mira con enojo: —No entiendo como puedes apartarme de mis hijos, Marta. —Por Dios, no exageres Albert. Será sĂłlo un fin de semana. —esgrime. A ella no parece importarle en lo más mĂnimo el sufrimiento de aquel hombre. —Es la Navidad. Ya pedĂ sus regalos. ÂżAhora quĂ© hago con eso? —pregunta desconcertado, tratando de hacerle recapacitar y cambiar de opi
La paciencia no es el fuerte de Albert, por lo que al ver que ya habĂan transcurrido más de media hora, se abre paso entre la gente y entre empujones logra salir del local. Finalmente llega hasta su coche, justo cuando abre la puerta, su hermano se acerca a Ă©l. —¿No me digas que te vas sin esperar a tu hermano? —Robert lo abraza con efusividad. —Joder, que llevo más de media hora esperándote. —se aparta de Ă©l con enojo. —Vamos, no seas tan obstinado. Quiero celebrar que he vuelto a Madrid. —¿Vuelto? —pregunta sorprendido. —SĂ, me separĂ© de Raquel, que es que me tenĂa hasta la coronilla, tĂo. —¿Pero cĂłmo si os he visto en las redes posteando fotos muy felices? —No todo lo que ves en las redes es verdad. Albert se regresa con su hermano, no quiere hacerle un desprecio, al fin de cuentas, ambos están casi en la misma situaciĂłn. Se sientan en la barra nuevamente, Robert pide un par de tragos y luego de brindar con Albert, inicia la ronda de preguntas predecibles “¿Por quĂ©