La paciencia no es el fuerte de Albert, por lo que al ver que ya habían transcurrido más de media hora, se abre paso entre la gente y entre empujones logra salir del local. Finalmente llega hasta su coche, justo cuando abre la puerta, su hermano se acerca a él.
—¿No me digas que te vas sin esperar a tu hermano? —Robert lo abraza con efusividad. —Joder, que llevo más de media hora esperándote. —se aparta de él con enojo. —Vamos, no seas tan obstinado. Quiero celebrar que he vuelto a Madrid. —¿Vuelto? —pregunta sorprendido. —Sí, me separé de Raquel, que es que me tenía hasta la coronilla, tío. —¿Pero cómo si os he visto en las redes posteando fotos muy felices? —No todo lo que ves en las redes es verdad. Albert se regresa con su hermano, no quiere hacerle un desprecio, al fin de cuentas, ambos están casi en la misma situación. Se sientan en la barra nuevamente, Robert pide un par de tragos y luego de brindar con Albert, inicia la ronda de preguntas predecibles “¿Por qué te divorciste?” “¿Quién se quedará con la mansión y los autos?” “¿Tienes una amante?” Albert contesta una a una las preguntas de su hermano, sólo que no es capaz de decirle que su mujer lo dejó por otro. —Entonces, esta noche es nuestra, hermano. Robert comienza a beber de forma compulsiva, a ratos se pierde y luego regresa como si nada. Albert no quiere cargar con él, conoce bien su comportamiento agresivo cuando se embriaga. —¿Piensas pasar toda la noche allí sentado? Mira este par de gemelas que acabo de conocer, ella es Mandy y ella… —Mindy… se adelanta la pelirroja aproximándose a Albert y rodeando su cuello con sus brazos. Para Albert es incómoda aquella situación, no está acostumbrado a ello. En cambio Robert, se divierte al máximo con Mandy. Los tragos comienzan a hacer efecto, Robert ya ha tenido algunos roces en la pista de baile, por lo que Albert lo saca a la fuerza del bar. —Joder, Robert, siempre tienes que venir con gilipolleces. ¿Quieres dormir esta noche en la comandancia? —Déjame en paz, Albert. Ese pendejo quiso tocar a Mandy. —No conoces a esa chica, así como se vino contigo puede irse con cualquiera. —Robert se mofa ante Albert. —Yo no tengo que pagarle a una mujer para que quiera estar conmigo. —No es eso lo que he dicho. —Entendí lo qué quisiste decir, que es una ramera, siempre criticas al resto de las mujeres, mientras la única santa y digna, es tu mujer. —No sabes lo que dices —se da la vuelta para irse, Robert lo jala del brazo con fuerza. —El que no sabe eres tú, pendejo. ¿Sabes quién es el amante de tu esposa? —Albert prefiere no hacerle caso. —¡Estás ebrio, Robert! —vuelve a darse la espalda y Robert está vez tira con fuerza de su chaqueta haciéndolo girar. Enojado, Albert se logra zafar de su agarre. —Soy yo pendejo. El hombre por el que te dejó, soy yo. Albert se regresa, lo empuja con fuerza haciendo que este caiga al suelo. Los guardias de seguridad del bar rápidamente se acercan para evitar una pelea en el prestigioso bar. Mientras dos de ellos sujetan a Albert de ambos brazos, el tercero ayuda a Robert a levantarse del piso. —Eres un maldito, Albert. —espeta, mientras se sacude el pantalón. Albert, no puede creer que eso sea verdad, que su propio hermano se haya metido con su mujer. A pesar de sus dudas, Albert comienza a recordar algunas situaciones que en algún momento parecieron un poco extrañas, pero que nunca le dio importancia. La noche de navidad pasada, Marta llegó algo tarde para la cena, puso mil excusas que para él eran absolutamente válidas. “El tráfico estaba infernal” “No conseguí estacionamiento en el centro comercial” “Me quedé sin batería” Albert creyó cada una de ellas, no tenía razones para desconfiar de su esposa, llevaban diez años casados. Él la respetaba como su compañera y esposa, y ella ¿a él? Todas las piezas encajan perfectamente, los constantes viajes a Manresa de Marta, justo donde vivía su hermano y su esposa. Los repentinos cambios de humor cuando estaban juntos haciendo el amor. Su manía de defender siempre a Robert y dejarlo a él como el malo de la película. Ahora todo cobraba sentido para él. Todo aquello le produce náuseas. Se siente asqueado de su realidad. Tenía frente a él, a su mujer y a su amante y nunca lo percibió. Quizás su hermano, se había tardado tanto en llegar porque antes de verse con él, había estado en su casa follando con su ex mujer. Golpea con fuerza el volante, mientras las lágrimas se deslizan por su rostro. La rabia lo invade por completo, siente repulsión hacia sí mismo. Toda su m*****a vida la había perdido haciendo a todos felices, trabajando para que sus padres se sintieran orgullosos de él. Apoyando a su hermano gemelo. Siendo un marido ejemplar, fiel a sus principios. Cuidando y protegiendo a sus hijos, asegurándose de que no les faltara nada. ¿Y todo para qué? ¿De qué le había servido, si a la postre no tenía nada? Jamás pensó que su propio hermano lo traicionara, eso era lo que más le dolía y lo que más lo hacía sentirse miserable. Esa era la guinda que le faltaba al pastel para terminar de arruinarle la vida por completo.En tanto, en el apartamento que Antonella comparte con Blas y Macarena, desde hace cinco, la rubia se ocupa en preparar la cena. En ese instante, la puerta se abre y entra la chica pelicastaña y robusta echa un mar de llanto, se dirige directamente a la sala y se deja caer en el sofá. Antonella al verla, seca ambas manos con la toalla de cocina y va a su encuentro. —¿Qué te ha pasado, Maca? ¿Por qué estás así? —Es, es Miguel —tartamudea— Me ha dicho que no está seguro de casarse todavía. —solloza. —¡Hostia! Que me has asustado. Pensé que te había ocurrido algo en la calle. Macarena se hace a un lado y Antonella se sienta junto a ella. Mientras acaricia su cabello y ésta, se refugia en sus brazos. —No entiendo, Anto. No entiendo por qué no desea casarse conmigo. —No sé que decirte. Creo que deberías olvidarte de eso. No siempre puedes lograr encontrar a alguien que tenga tus mismos intereses, Maca. —Eso lo dices porque estás sola. —espeta. —Pues estoy sola porque qu
Albert baja de su coche, mira la hora en su Rolex. Ya casi es media noche, por lo que supone sus hijos deben estar durmiendo. Entra a la mansión y sube las escaleras precipitadamente, dispuesto a encarar a su ex mujer. La ira y la frustración arden como un fuego dentro de su pecho. Al llegar a la puerta del dormitorio, respira hondo y la abre de forma abrupta. Marta está tendida entre las sábanas blancas; su rostro descontraído y sereno, evidencian lo relajada que se encuentra. Aquella imagen de su ex esposa sobre la cama, durmiendo placenteramente y ajena a su llegada, lo llevan al borde de la indignación. Se acerca, la toma del brazo con fuerza obligándola a levantarse.—¡Despierta, joder! —exclama en voz alta. Marta se incorpora sorprendida y a la vez confundida, por la intempestiva reacción de su ex marido.—¡Albert! ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, mientras intenta cubrirse con las sábanas.—No me hagas perder el tiempo con tus absurdas preguntas —La interrumpe tembl
La mañana siguiente Albert llega puntualmente –como es costumbre– a la empresa. Su mal humor es notorio; entra al edificio sin darle los buenos días, a sus empleados. La expresión en su rostro, muestra la rigidez en sus facciones: el entrecejo fruncido, una mirada penetrante y la mandíbula contraída. Se dirige al ascensor, las puertas metálicas se abren y cierran frente a él. Mientras sube a su oficina, su mente se llena de recuerdos recientes: la discusión en el bar con su hermano y luego la confrontación con Marta, esa misma noche. Aún, le cuesta entender el porqué de su traición.Al salir del ascensor, se dirige por el pasillo con pasos firmes, sin prestar atención a su entorno. Antonella, quien sale de su oficina con un lote de carpetas apiladas en sus brazos y un tanto distraída, tropieza con su jefe; las carpetas caen al suelo esparciéndose el contenido de estas; papeles por doquier inundan el piso.—¡Lo siento, señor! —exclama, apenas logrando mantener el equilibrio antes d
Albert por segunda oportunidad se separa de ella, está vez tratando de no mostrar como su polla se ha vuelto rígida y palpitante. Con discreción se gira para darle la espalda, mientras se mueve por la habitación, viendo con detalle la decoración. A pesar de ello, su mirada se dirige inevitablemente hacia Antonella. Hay algo en ella que lo atrae; esa singular belleza que no había notado antes, y ahora parece iluminarlo todo a su alrededor. —Realmente quedó espléndido —dice él. Al igual que él, la pelirrubia también trata de recuperar el aliento y el control de sus emociones. Enciende las luces y lentamente se gira hacia él intentando desviar su atención.—Blas tiene un gran sentido del estilo, así que le debo mucho a su ayuda. —comenta.—No te subestimes —Le responde. El tono de su voz es más suave de lo habitual.— Has hecho un gran trabajo, Antonella.Albert se acerca un poco más, observando cómo el brillo de las luces se refleja en los ojos color miel de Antonella. En su mente
Esa noche durante la cena, Blas está bastante callado, sólo piensa en la manera de ser sincero con Antonella, sin dejar de serle leal. Su actitud despierta la curiosidad en Macarena, quien siempre acostumbra a verlo bromeando y riendo. —¿Por qué tan callado, tío? ¿Te sientes enfermo? —interroga. El moreno aplana sus labios y le contesta con cierto pesar:—A veces toca esperar que sea alguien más quien ocupe tu lugar —Sus palabras suenan algo filosóficas, una actitud poco habitual en él y cuya referencia, la chica no entiende.—¡Hostia tío! Ya pareces Platón. —bromea. Él sonríe.Antonella, en tanto, permanece pensativa y embelesada con sus recuerdos, no logra sacarse de la cabeza la imagen del CEO rozando su cuerpo, tocando su mano, mirándola con ganas. —¿Y a ti, Anto? ¿También te pasa lo mismo? La pelirrubia, voltea al escuchar su nombre, sin prestar la menor atención a la pregunta de su compañera de piso. —Sí, bueno no. ¿Qué me decías? —pregunta, algo perdida. —Olvída
—E-estoy b-bien —Antonella tartamudea y se separa de su jefe. La atracción entre ellos es innegable. —Bien, me alegra. —responde un poco desconcertado al ver la reacción de su asistente. —Voy a buscar para recoger, esto. —comenta ella, ansiosa de salir de allí. —No te preocupes, la empleada de mantenimiento se ocupará de hacerlo. —Pero… —Ve a tu oficina —Le ordena— Necesito que pases a mi e-mail el presupuesto de los gastos para justificar los pagos que el departamento de finanzas me está solicitando. —Como usted diga, Sr Miller. Antonella sale de la habitación y se dirige a su oficina, las manos le sudan y su corazón galopa con fuerza, sin mencionar que dentro de ella, un manantial de fluidos, se desborda. Albert, en tanto, se sirve una taza de café, exhala un suspiro mientras piensa que debe controlar sus impulsos y poner límite a aquella situación anormal entre él y su asistente. Mientras tanto, Robert sintiendo un tanto ansioso e inquieto por la ausencia de resp
Esa noche, le correspondía a Blas hacer la cena. Sin embargo, el moreno en lugar prepararla, decide pedir pizza. —Hoy comeremos pizza, yo pago. —sonríe con entusiasmo. —¡Vaya que te has gastado unos cuantos euros en pedir comida por delivery! —bromea Macarena. En realidad, lo que menos deseaba Blas, era pensar; ya estaba bastante ocupado mentalmente con la idea de tener que decirle a su amiga que no iría a Nápoles. —¿Y si vemos alguna serie juntos? —propone Antonella, quien a diferencia de su amigo necesitaba distraer su mente y olvidar lo ocurrido esa mañana. —Me parece genial, tío. Tenemos un buen tiempo que no lo hacemos. Y si ustedes se van a Nápoles juntos para Navidad, pues recordemos viejos tiempos. Blas aplana los labios al escuchar a Macarena tocar el tema. La actitud del moreno no pasa desapercibida por Antonella, quien esa mañana, recibió un toque de realidad sobre la situación con su jefe. No podía haber nada entre ellos, eso era una utopía, una fantasía que ja
Albert llega al apartamento de su hermano, toca la puerta. Robert, quien se encuentra acompañado de las gemelas Mandy y Mindy, se levanta del sofá y se dirige a la entrada, abre la puerta y sorprende de ver a su hermano allí:—¡Albert! —exclama con aspaviento. —Eres un desgraciado —espeta y sin darle oportunidad de nada, lo toma por el cuello de la camisa y lo pega contra la pared.— ¿Cómo te atreves a ir a mi casa, y hacerte pasar por mí frente a mis hijos, eh? —¿Qué dices? Yo no me hice pasar por ti, Sam me confundió —argumenta tratando de calmar la ira de su hermano, a pesar de saber que en un par de ocasiones lo ha hecho. Invadido por la rabia, Albert amaga a darle un golpe en el rostro, mas no se atreve a hacerlo, además de ser su hermano, sería como golpearse a sí mismo. Robert intenta defenderse de la embestida de su hermano, empujándolo con fuerza, pero había estado tomando por lo que no consigue quitárselo de encima. Ambos forcejean, caen al piso, mientras las dos chi