La mañana siguiente Albert llega puntualmente –como es costumbre– a la empresa. Su mal humor es notorio; entra al edificio sin darle los buenos días, a sus empleados. La expresión en su rostro, muestra la rigidez en sus facciones: el entrecejo fruncido, una mirada penetrante y la mandíbula contraída. Se dirige al ascensor, las puertas metálicas se abren y cierran frente a él. Mientras sube a su oficina, su mente se llena de recuerdos recientes: la discusión en el bar con su hermano y luego la confrontación con Marta, esa misma noche. Aún, le cuesta entender el porqué de su traición.Al salir del ascensor, se dirige por el pasillo con pasos firmes, sin prestar atención a su entorno. Antonella, quien sale de su oficina con un lote de carpetas apiladas en sus brazos y un tanto distraída, tropieza con su jefe; las carpetas caen al suelo esparciéndose el contenido de estas; papeles por doquier inundan el piso.—¡Lo siento, señor! —exclama, apenas logrando mantener el equilibrio antes d
Albert por segunda oportunidad se separa de ella, está vez tratando de no mostrar como su polla se ha vuelto rígida y palpitante. Con discreción se gira para darle la espalda, mientras se mueve por la habitación, viendo con detalle la decoración. A pesar de ello, su mirada se dirige inevitablemente hacia Antonella. Hay algo en ella que lo atrae; esa singular belleza que no había notado antes, y ahora parece iluminarlo todo a su alrededor. —Realmente quedó espléndido —dice él. Al igual que él, la pelirrubia también trata de recuperar el aliento y el control de sus emociones. Enciende las luces y lentamente se gira hacia él intentando desviar su atención.—Blas tiene un gran sentido del estilo, así que le debo mucho a su ayuda. —comenta.—No te subestimes —Le responde. El tono de su voz es más suave de lo habitual.— Has hecho un gran trabajo, Antonella.Albert se acerca un poco más, observando cómo el brillo de las luces se refleja en los ojos color miel de Antonella. En su mente
Esa noche durante la cena, Blas está bastante callado, sólo piensa en la manera de ser sincero con Antonella, sin dejar de serle leal. Su actitud despierta la curiosidad en Macarena, quien siempre acostumbra a verlo bromeando y riendo. —¿Por qué tan callado, tío? ¿Te sientes enfermo? —interroga. El moreno aplana sus labios y le contesta con cierto pesar:—A veces toca esperar que sea alguien más quien ocupe tu lugar —Sus palabras suenan algo filosóficas, una actitud poco habitual en él y cuya referencia, la chica no entiende.—¡Hostia tío! Ya pareces Platón. —bromea. Él sonríe.Antonella, en tanto, permanece pensativa y embelesada con sus recuerdos, no logra sacarse de la cabeza la imagen del CEO rozando su cuerpo, tocando su mano, mirándola con ganas. —¿Y a ti, Anto? ¿También te pasa lo mismo? La pelirrubia, voltea al escuchar su nombre, sin prestar la menor atención a la pregunta de su compañera de piso. —Sí, bueno no. ¿Qué me decías? —pregunta, algo perdida. —Olvída
—E-estoy b-bien —Antonella tartamudea y se separa de su jefe. La atracción entre ellos es innegable. —Bien, me alegra. —responde un poco desconcertado al ver la reacción de su asistente. —Voy a buscar para recoger, esto. —comenta ella, ansiosa de salir de allí. —No te preocupes, la empleada de mantenimiento se ocupará de hacerlo. —Pero… —Ve a tu oficina —Le ordena— Necesito que pases a mi e-mail el presupuesto de los gastos para justificar los pagos que el departamento de finanzas me está solicitando. —Como usted diga, Sr Miller. Antonella sale de la habitación y se dirige a su oficina, las manos le sudan y su corazón galopa con fuerza, sin mencionar que dentro de ella, un manantial de fluidos, se desborda. Albert, en tanto, se sirve una taza de café, exhala un suspiro mientras piensa que debe controlar sus impulsos y poner límite a aquella situación anormal entre él y su asistente. Mientras tanto, Robert sintiendo un tanto ansioso e inquieto por la ausencia de resp
Esa noche, le correspondía a Blas hacer la cena. Sin embargo, el moreno en lugar prepararla, decide pedir pizza. —Hoy comeremos pizza, yo pago. —sonríe con entusiasmo. —¡Vaya que te has gastado unos cuantos euros en pedir comida por delivery! —bromea Macarena. En realidad, lo que menos deseaba Blas, era pensar; ya estaba bastante ocupado mentalmente con la idea de tener que decirle a su amiga que no iría a Nápoles. —¿Y si vemos alguna serie juntos? —propone Antonella, quien a diferencia de su amigo necesitaba distraer su mente y olvidar lo ocurrido esa mañana. —Me parece genial, tío. Tenemos un buen tiempo que no lo hacemos. Y si ustedes se van a Nápoles juntos para Navidad, pues recordemos viejos tiempos. Blas aplana los labios al escuchar a Macarena tocar el tema. La actitud del moreno no pasa desapercibida por Antonella, quien esa mañana, recibió un toque de realidad sobre la situación con su jefe. No podía haber nada entre ellos, eso era una utopía, una fantasía que ja
Albert llega al apartamento de su hermano, toca la puerta. Robert, quien se encuentra acompañado de las gemelas Mandy y Mindy, se levanta del sofá y se dirige a la entrada, abre la puerta y sorprende de ver a su hermano allí:—¡Albert! —exclama con aspaviento. —Eres un desgraciado —espeta y sin darle oportunidad de nada, lo toma por el cuello de la camisa y lo pega contra la pared.— ¿Cómo te atreves a ir a mi casa, y hacerte pasar por mí frente a mis hijos, eh? —¿Qué dices? Yo no me hice pasar por ti, Sam me confundió —argumenta tratando de calmar la ira de su hermano, a pesar de saber que en un par de ocasiones lo ha hecho. Invadido por la rabia, Albert amaga a darle un golpe en el rostro, mas no se atreve a hacerlo, además de ser su hermano, sería como golpearse a sí mismo. Robert intenta defenderse de la embestida de su hermano, empujándolo con fuerza, pero había estado tomando por lo que no consigue quitárselo de encima. Ambos forcejean, caen al piso, mientras las dos chi
—Srta Cerati ¿Qué hace aquí? —Lo, lo siento Sr Miller, disculpe —dice entre sollozos y se dispone a salir. Antonella limpia rápidamente sus lágrimas, pero es inevitable que Albert note su desesperación. Aquella imagen genera en el CEO, una sensación de compasión.—Aguarde, Srta Cerati ¿Qué le ocurre? ¿Por qué está llorando? Aquella pregunta derrumba por completo a la pelirrubia, quien sin poder contenerse se quiebra por completo. Albert se acerca a ella y la rodea con sus brazos, intentando ofrecerle consuelo. —¿Qué ocurre? —pregunta con preocupación— ¿Puedo ayudarle en algo? Entre sollozos, Antonella comoenza a contarle lo que está sucediendo. —Se trata de mi madre, ella está muy mal, —dice con voz temblorosa.— Durante años me ha insistido en que me comprometa y me case. —Albert la escucha atenta— Sé que tiene miedo de que me quede sola. Blas me había dicho que se haría pasar por mi prometido, y ahora… —Se detiene, incapaz de continuar. Albert la mira con compasión,
—Pero… ¿Qué pasará con sus hijos? —pregunta Antonella, sintiendo el peso de aquella propuesta.—Lo que importa ahora es que su madre esté bien. Y si esto puede ayudarle a lidiar con la situación, lo haré. —No sé qué decirle… —murmura.—Sólo di que aceptas mi ayuda —Albert, sonríe levemente.— No tienes que preocuparte por nada más en este momento. Mis hijos viajarán a Manresa para pasar la navidad con sus abuelos y junto a su madre. Aquella aclaratoria, la tranquiliza realmente. Si bien, no quería que su amigo Blas tuviese que sacrificarse por ella, mucho menos lo aceptaría de su jefe, con quien realmente no tenía la misma confianza. —Está bien —Antonella asiente— Acepto su ayuda —responde. —Perfecto. Haremos esto juntos —dice con entusiasmo. La idea de ser el falso prometido de Antonella parece gustarle más de lo esperado— Ahora, ¿qué necesitas que haga para prepararme para la visita? —interroga.—Bien, debemos viajar a Nápoles —dice achicando los ojos con timidez.—¿A Ná