—Pero… ¿Qué pasará con sus hijos? —pregunta Antonella, sintiendo el peso de aquella propuesta.—Lo que importa ahora es que su madre esté bien. Y si esto puede ayudarle a lidiar con la situación, lo haré. —No sé qué decirle… —murmura.—Sólo di que aceptas mi ayuda —Albert, sonríe levemente.— No tienes que preocuparte por nada más en este momento. Mis hijos viajarán a Manresa para pasar la navidad con sus abuelos y junto a su madre. Aquella aclaratoria, la tranquiliza realmente. Si bien, no quería que su amigo Blas tuviese que sacrificarse por ella, mucho menos lo aceptaría de su jefe, con quien realmente no tenía la misma confianza. —Está bien —Antonella asiente— Acepto su ayuda —responde. —Perfecto. Haremos esto juntos —dice con entusiasmo. La idea de ser el falso prometido de Antonella parece gustarle más de lo esperado— Ahora, ¿qué necesitas que haga para prepararme para la visita? —interroga.—Bien, debemos viajar a Nápoles —dice achicando los ojos con timidez.—¿A Ná
Durante toda la noche, Antonella no pudo dejar de pensar en Albert. La forma en que él se había ofrecido para ayudarla, su interés por su bienestar, la había tocado profundamente. Siempre había visto a su jefe como una persona seria y fría, alguien que mantenía las emociones bajo control. Mas esa noche, había descubierto una faceta de él que nunca había imaginado: sensible y cálida, y muy humana.En tanto, Albert también se durmió pensando en lo sucedido. La tristeza que había visto en Antonella lo conmovió de tal manera, que actúo de una forma que él mismo no esperaba. Él, el hombre racional y controlado, se permitió dejarse llevar por sus emociones, actuando sin pensar. La mañana siguiente, Albert se dirige a ver a sus hijos. Quiere aprovechar al máximo el tiempo que pueda para pasarlo al lado de Sam y Shirley. Especialmente en un momento tan delicado de su vida. Al llegar, es recibido por la risa de Sam y la energía contagiosa de su pequeña Shirley.—¡Papá! ¡Qué bueno que vinis
—Bien, te llevaré a tu casa —propone él. —No es necesario, puedo irme en un taxi.—Eres mi prometida, jamás dejaría que te fueras en un taxi. —afirma él y Antonella eleva sus hombros sonríendo. Albert paga la cuenta y juntos salen del restaurante. Ya dentro del lujoso coche, la pelirrubia se mantiene algo pensativa. Hasta ese momento, no se había atrevido a preguntarle a Albert acerca de su esposa. ¿Qué pasaría si ella se enteraba que su marido estaba haciéndose pasar por el prometido de otra mujer? ¿Acaso eran una de esas parejas open mind, que viven su vida cada uno por su lado? —¿Ocurre algo, Antonella? —pregunta él, notando su incomodidad— ¿hay algo que desees preguntarme? —Sí, bueno no. La verdad no sé cómo lo pueda tomar su esposa —dice ella y él deja escapar una carcajada. La pelirrubia frunce el entrecejo, confundida por su reacción— ¿Qué tiene de gracioso, Sr Miller? —pregunta con seriedad. —No me río de ti, es que me parece gracioso que sólo hasta ahora me pregu
Antonella se reclina en el asiento para ver desde la ventanilla el espacio aéreo y disfrutar del hermoso paisaje. Albert se dedica a revisar sus móvil y leer algunas noticias en el mundo empresarial. El vuelo es relativamente corto; cuando la joven azafata anuncia que están por descender, Antonella se sorprende del poco tiempo que tardaron. —¿Tan pronto hemos llegado? —Sí, es muy cerca en avión. —contesta Albert. —Sí, generalmente lo hago en tren. —Se justifica ella.Albert se levanta de su asiento y le cede espacio para que ella logre salir. Luego desciende del avión, le extiende la mano y Antonella se sostiene de él, mientras baja las escaleras. La brisa fresca acaricia sus rostros y la nocturnidad napolitana, los sorprende gratamente. El taxista, toma la maleta de la chica y la coloca en el baúl, luego va por la pesada maleta de Albert. —¿Qué tanto trajiste? ¿Un guardarropas completo? —pregunta ella al ver la enorme maleta de viaje.—Un poco, se supone que vengo a con
Albert intenta acostarse, se da la vuelta de espaldas a Antonella. Ella, siente la proximidad de su cuerpo y como puede se acomoda en la cama, rozando levemente su espalda con la de él. Sin embargo, la incomodidad de la situación la lleva a incorporarse nuevamente.—Hazlo tú primero, —dice, sintiéndose un poco nerviosa.Albert asiente y se acomoda en la cama. Además de ser un hombre alto y de contextura amplia, está acostumbrado a dormir en la amplitud de su gigantesca cama, King size. Ahora que se ve obligado a dormir en una matrimonial sencilla, y de paso acompañado, tiene que hacer malabares para ocupar un espacio menor y permitir que Antonella se sienta cómoda en su propia cama. —Debí irme a un hotel —murmura. —Debimos venirnos en la mañana —argumenta ella. —¿Crees que podrás dormir estando sin moverte? —pregunta él.—Hostia tío, que yo no muevo cuando duermo. —dice y jala la sábana para cubrirse. Ambos se dan la espalda y guardan silencio. Un silencio incómodo que inun
Luego que Albert sale del baño, trata de no mirar a la cara a Antonella. Ella sonríe a ratos y él, se enseria. Ambos se dirigen hasta la cocina, él toma asiento, luego de saludar amablemente a la madre de su falsa prometida. Mientras la pelirrubia ayuda a su madre a poner la mesa, Albert aprovecha de ir hasta la sala y llevar su pesado equipaje para la habitación. Le envía algunos mensajes a Marta para saber y confirmar que todo estuvo bien durante el viaje y así estar un poco más tranquilo. Finalmente recibe la respuesta parca de su ex mujer “Sí, todo bien”. Regresa a la amplia cocina, toma asiento. Antonella se ocupa en colocar la cesta de pan caliente que el repartidor acaba de llevar. A un lado, coloca otra bandeja de dulces que Isabella se ocupó en preparar para su invitado y que son muy comunes de desayunar en la ciudad. También algunos envases con jaleas y quesos variados para combinar. —¿Qué tal durmió anoche, Al? —Isabella pregunta con curiosidad.—Bien, bastante bien
Después del almuerzo, Isabella se dispone a descansar un poco. Aquella noche que tanto había ansiado estaba por cumplirse y no sería justamente ella, quien lo dañaría. Antonella lava la losa, mientras Albert destiende y sacude el mantel de tela, lo dobla con lentitud, dando tiempo para que la pelirrubia se desocupe. —Creo que hay algunos detalles que no tomamos en cuenta —dice mostrándole el anillo algo flojo en su dedo anular.—Sí, de verdad lo siento. No pensé que mi madre se atraviese a tanto. Como te dije es muy astuta, debió notar que…—Debí prever ese detalle. No lo pensé y espero no haberlo dañado. —No, al contrario creo que es mucho lo que haces ya tanto por mi madre, como por mí. Te debo una disculpa, no debí meterte en esto.—No tienes que disculparte, yo te propuse hacerlo.—Claro, orillado por las circunstancias —agrega ella.—No fue contra mi voluntad que estoy aquí Antonella, creo que inclusive hay momentos en que por poco me he creído el papel de prometido.
—Ve y descansa, Antonella. Ponte hermosa para esta noche y demuéstrale a Fabiano que no es más fuerte que tú. —Esto no se trata de Fabiano, mamá. Se trata de mí. Yo… Nuevamente los golpes en la puerta, la obligan a callar.—Alguien toca, hija. Ve tú, yo sólo vine a buscar un vaso con agua. —Sí, mamma. Yo me encargo… Ve y descansa. Antonella va hasta la entrada, abre la puerta y se sorprende con la llegada de un paquete que no esperaba. La enorme caja plateada, medía cerca de un metro de ancho por cincuenta de largo y era plana. —Esto lo envía el Sr Miller. —dice entregándole el recibo—firme aquí señorita. Aún con dudas y llena de asombro, Antonella firma el papel, con un poco de nervio. —Gracias —Le devuelve el lapicero y la factura al repartidor. —Feliz Navidad, señorita. —Le entrega la caja. Ella la recibe con dificultad, aunque no era pesada, el tamaño le incomoda un poco. —Igualmente para ti —Antonella sonríe con melancolía. Lleva la caja hasta la habitación,