Antonella se reclina en el asiento para ver desde la ventanilla el espacio aéreo y disfrutar del hermoso paisaje. Albert se dedica a revisar sus móvil y leer algunas noticias en el mundo empresarial. El vuelo es relativamente corto; cuando la joven azafata anuncia que están por descender, Antonella se sorprende del poco tiempo que tardaron. —¿Tan pronto hemos llegado? —Sí, es muy cerca en avión. —contesta Albert. —Sí, generalmente lo hago en tren. —Se justifica ella.Albert se levanta de su asiento y le cede espacio para que ella logre salir. Luego desciende del avión, le extiende la mano y Antonella se sostiene de él, mientras baja las escaleras. La brisa fresca acaricia sus rostros y la nocturnidad napolitana, los sorprende gratamente. El taxista, toma la maleta de la chica y la coloca en el baúl, luego va por la pesada maleta de Albert. —¿Qué tanto trajiste? ¿Un guardarropas completo? —pregunta ella al ver la enorme maleta de viaje.—Un poco, se supone que vengo a con
Albert intenta acostarse, se da la vuelta de espaldas a Antonella. Ella, siente la proximidad de su cuerpo y como puede se acomoda en la cama, rozando levemente su espalda con la de él. Sin embargo, la incomodidad de la situación la lleva a incorporarse nuevamente.—Hazlo tú primero, —dice, sintiéndose un poco nerviosa.Albert asiente y se acomoda en la cama. Además de ser un hombre alto y de contextura amplia, está acostumbrado a dormir en la amplitud de su gigantesca cama, King size. Ahora que se ve obligado a dormir en una matrimonial sencilla, y de paso acompañado, tiene que hacer malabares para ocupar un espacio menor y permitir que Antonella se sienta cómoda en su propia cama. —Debí irme a un hotel —murmura. —Debimos venirnos en la mañana —argumenta ella. —¿Crees que podrás dormir estando sin moverte? —pregunta él.—Hostia tío, que yo no muevo cuando duermo. —dice y jala la sábana para cubrirse. Ambos se dan la espalda y guardan silencio. Un silencio incómodo que inun
Luego que Albert sale del baño, trata de no mirar a la cara a Antonella. Ella sonríe a ratos y él, se enseria. Ambos se dirigen hasta la cocina, él toma asiento, luego de saludar amablemente a la madre de su falsa prometida. Mientras la pelirrubia ayuda a su madre a poner la mesa, Albert aprovecha de ir hasta la sala y llevar su pesado equipaje para la habitación. Le envía algunos mensajes a Marta para saber y confirmar que todo estuvo bien durante el viaje y así estar un poco más tranquilo. Finalmente recibe la respuesta parca de su ex mujer “Sí, todo bien”. Regresa a la amplia cocina, toma asiento. Antonella se ocupa en colocar la cesta de pan caliente que el repartidor acaba de llevar. A un lado, coloca otra bandeja de dulces que Isabella se ocupó en preparar para su invitado y que son muy comunes de desayunar en la ciudad. También algunos envases con jaleas y quesos variados para combinar. —¿Qué tal durmió anoche, Al? —Isabella pregunta con curiosidad.—Bien, bastante bien
Después del almuerzo, Isabella se dispone a descansar un poco. Aquella noche que tanto había ansiado estaba por cumplirse y no sería justamente ella, quien lo dañaría. Antonella lava la losa, mientras Albert destiende y sacude el mantel de tela, lo dobla con lentitud, dando tiempo para que la pelirrubia se desocupe. —Creo que hay algunos detalles que no tomamos en cuenta —dice mostrándole el anillo algo flojo en su dedo anular.—Sí, de verdad lo siento. No pensé que mi madre se atraviese a tanto. Como te dije es muy astuta, debió notar que…—Debí prever ese detalle. No lo pensé y espero no haberlo dañado. —No, al contrario creo que es mucho lo que haces ya tanto por mi madre, como por mí. Te debo una disculpa, no debí meterte en esto.—No tienes que disculparte, yo te propuse hacerlo.—Claro, orillado por las circunstancias —agrega ella.—No fue contra mi voluntad que estoy aquí Antonella, creo que inclusive hay momentos en que por poco me he creído el papel de prometido.
—Ve y descansa, Antonella. Ponte hermosa para esta noche y demuéstrale a Fabiano que no es más fuerte que tú. —Esto no se trata de Fabiano, mamá. Se trata de mí. Yo… Nuevamente los golpes en la puerta, la obligan a callar.—Alguien toca, hija. Ve tú, yo sólo vine a buscar un vaso con agua. —Sí, mamma. Yo me encargo… Ve y descansa. Antonella va hasta la entrada, abre la puerta y se sorprende con la llegada de un paquete que no esperaba. La enorme caja plateada, medía cerca de un metro de ancho por cincuenta de largo y era plana. —Esto lo envía el Sr Miller. —dice entregándole el recibo—firme aquí señorita. Aún con dudas y llena de asombro, Antonella firma el papel, con un poco de nervio. —Gracias —Le devuelve el lapicero y la factura al repartidor. —Feliz Navidad, señorita. —Le entrega la caja. Ella la recibe con dificultad, aunque no era pesada, el tamaño le incomoda un poco. —Igualmente para ti —Antonella sonríe con melancolía. Lleva la caja hasta la habitación,
Blas, sintiendo la tristeza de su amiga, trata de animarla.—Por Dios geme, no te pongas así. Tú también estás viviendo algo especial.—Lo sé, pero… —Antonella duda. Las expectativas que tiene para esa noche le provocan, cada vez, mayor ansiedad— No quiero que esto se convierta en algo complicado y ya va pintando muy mal. Ya casi todo Nápoles sabe que “voy a casarme” incluso él… —¿Te refieres al imbécil de tu ex? —cuestiona.—Sí, a él. Hoy lo vi en el mercado, mientras comprábamos algunas cosas y… —guarda silencio. —¿No me digas que sigues amando a ese tonto, animal rastrero, adefesio mal hecho y rata de tres patas? —dice y toma aliento. —No lo sé, no digo que no me importe. Pero es difícil recordar lo que pasó. Creo que fue eso lo que me ha puesto melancólica, añorar lo que pudo ser y no fue.—Yo espero que sí, geme. No puede volver, después de dejarte la noche de tu compromiso para casarse con su ex y aparecer cinco años después pensando en recuperarte. ¡Que eso no existe
—Iré a cambiarme, mamma. —Sí, hija. Antonella sale de la habitación de su madre y se dirige hasta su dormitorio. Al llegar, Albert no está dentro. ¿A dónde se había metido? Se pregunta, pero apurada por la hora, ya que tardó más de lo imaginado, ayudando a Isabella, la pelirrubia comienza a desvestirse para ducharse y luego arreglarse para la cena. Albert, quien se encontraba en la sala dándole algunas instrucciones a sus empleados de guardia para los vuelos de esa noche, escucha los pasos detrás de él. Voltea y se encuentra con Isabella. Viendo lo aletargado de sus pasos se aproxima para ayudarla. —Déjeme ayudarla, Isabella. —No se preocupe, Albert estoy bien. La verdad estaba esperando que Antonella fuese a su habitación para conversar con usted. —Sí, dígame. ¿Pasa algo? ¿Se siente mal? —pregunta visiblemente ansioso por la seriedad de la mujer. —No, todo está bien. Debe estarlo. El tono de su voz es preocupante. ¿Qué deseaba hablar con él? Se pregunta el CEO. Con
Sus cuerpos comienzan a arder a medida que sus labios danzan en un mismo y sinuoso compás. Con su lengua fálica, Albert hurga dentro de sus labios, entra y sale simulando lo que tanto desea, poseerla y que ella pueda sentirlo dentro. Una de sus manos se pasea por su espalda, mientras la otra desciende por la curvatura de su cintura hasta detenerse en su trasero. Aquel deseo contenido desde hace algunos días atrás, comienza a desatarse con intensidad y lujuria. Antonella, al igual que él, explora con sus manos su cuerpo, sus dedos se enredan en su cabello y luego bajan por su cuello hasta su ancha espalda. Mientras el CEO presiona su pelvis con fuerza mostrando su virilidad, siente como su polla comienza a palpitar y a endurecerse. La pelirrubia, gime al sentir como sus mieles y fluidos descienden por su tibia caverna. Los labios de Albert, inician la aventura, descienden por su cuello hasta llegar a sus pechos turgentes y con la punta de su lengua acaricia, lame y juega con sus