No todo tiene un precio

Mauro se dispone a subir a su coche, cuando ve que su flamante esposa se estaciona justo al lado de su auto.

—¿A dónde vas querido?

—¿Qué haces aquí? Deberías estar en casa cuidando de cualquier cosa que necesite nuestro hijo.

—¿Acaso no puedo venir a invitar a mi esposo a almorzar?

Mauro mira su reloj, efectivamente era hora de mediodía. No se percató que el tiempo se le pasó mientras estuvo revisando documentos.

—Justo iba a almorzar.

—Perfecto ¿Vamos en tu coche o en el mío?

—En el tuyo —Se encoge de hombros.

—Sube, yo conduzco —sonríe.

Mauro exhala un suspiro, aquella visita inesperada de su esposa, le parece algo rara. ¿Qué realmente hacía en la empresa? ¿Acaso lo estaba vigilando?

Claudia se había vuelto algo paranoica ante la idea de que Antonella pudiera ir a la empresa y contarle quien era en realidad. Había guardado ese secreto por treinta años, por lo que no podía permitir que aquella hija bastarda echara a perderlo todo. Mucho menos que pretendiera qui
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