New York, Estados Unidos 2 años después .... La primavera había llegado y bañado la gran ciudad con su dulce aroma. Corría una brisa cálida que traía consigo el aire de la naturaleza en Central Park. Cielle llevaba un libro entre sus manos, caminaba con lentitud por la acera dando cortos pasos, regresaba de una librería luego de encontrar aquel libro que llamó mucho su atención. Se trataba de El Proceso, de Franz Kafka. Se quedó ensimismado al ver dos niños pasar por su lado, eran pequeños, de aproximadamente seis o siete años de edad, tenían sus manos tomadas y caminaban junto a unos adultos. En los labios del abogado se dibujó una sonrisa amplia, los niños siempre le habían parecido la cosa más hermosa del mundo. Dos pasos más y se detuvo, su teléfono comenzó a sonar repetidas veces. Miró la pantalla comprobando que se trataba de Micah. —Hola —contestó continuando su andar. —¡D' La Fontaine eres el mejor! —chilló —. Me enteré de que ganaste el caso de la señora Rebecca,
Dicen que para que el mundo sea mundo deben existir todo tipo de personas, la diversidad es la que hace la existencia exótica. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos son tan impredecibles, que nunca llegan a conocerse ni a sí mismos. Siendo así que el camino hacia el hallazgo de la propia identidad, está pavimentado en temores e inseguridades. Cielle se sentía en total control de su vida, de su personalidad y sus emociones. A tan solo dos años de haberse graduado, sobresalía como uno de los abogados jóvenes en ascenso dentro de todo New York. Aunque carecía de renombre, poco a poco su talento en los tribunales se hacía pasar de boca en boca, logrando ser tachado como un genio de habilidades innatas. Mas, el control que mantenía sobre su vida, parecía haber desaparecido en cuestión de instantes. Aquello no fue para nada de su agrado, menos aún al hallarse en una situación que le resultó tan dolorosa como inesperada.Un día antes le había sido informado en el bufete donde trabaj
Después de abandonar la oficina de Idan, Cielle se dirigió más temprano de lo usual a su departamento. Aprovechando aquellas horas que le restaban de la tarde, decidió comenzar a estudiar por primera vez el caso. Normalmente debería haber revisado aquel informe antes de tomar la decisión de aceptarlo, pero otra vez había dado riendas sueltas a su ego y hasta cierto punto creyó merecer las consecuencias. Después de esparcir los documentos sobre la mesa, se colocó los lentes y centró su atención en los expedientes. En definitiva sería ese por mucho, el trabajo más complicada con el que habría de lidiar en los próximos años, y eso era para él una satisfacción. Sabía que si lograba vencer en ese caso de apariencia imposible, ganaría aquello que tanto anhelaba: renombre. Y aunque egoístamente disfrutaba del reto que significaría, no podía evitar quedarse pasmado ante el record criminal que estaría cargando Idan si perdían el juicio. ¿Cómo había cambiado tanto? ¿Dónde estaba el chico que e
—¡Es un maldito desquiciado! —gritó colérico Cielle, casi al borde de un colapso nervioso. Era tanto aquel incontrolable enojo que incluso sentía sus extremidades entumecidas. —D' La Fontaine, relájate. —Nadine lo sostuvo de los hombros y lo sacudió ligeramente, para hacerlo enfocarse — Llevas media hora en mi oficina gritando como un demente, pero no entiendo nada de lo que dices. —Ese tipo, Evigheden, es un bastardo. —¿Qué sucedió? —preguntó preocupada por el comportamiento histérico del contrario. Nadine era la jefa de Cielle desde hacía dos años. Cuando el joven se graduó y no conseguía empleo en ningún bufete ella le abrió las puertas. Aunque eran un negocio relativamente novato, con el pasar de los años y en parte gracias a él, habían ganado mucha popularidad, auge y por ende clientela de alta categoría. Confiaba mucho en el talento de Cielle, después de tanto tiempo sabía bien el tipo de profesional que era, así como el tipo de persona también. Nunca antes lo había visto en
Cielle se quedó petrificado, sostenía aún el teléfono contra su oído pero tenía la mirada fija en Idan. Mientras contemplaba su rostro se repitió internamente la palabra terrorista unas mil veces, sin embargo aún así no lograba asociarla a él. ¿Cómo podría ser un sucio terrorista? El Idan que él conoció siempre sonreía, soñaba como un niño y vivía la vida sin hacer daño a nadie. —Te llamaré luego —dijo a su amiga y luego colgó. —¿Qué pasa? —preguntó el contrario —. Parece que viste un fantasma. —Sé que soy posiblemente un suicida por hacer esta pregunta, pero ahora mismo no me interesa, yo solo quiero saber algo -suspiró mirando directamente a sus ojos avellana oscuro —. ¿Eres un terrorista?—Vaya —ladeó el rostro —, esa información se supone que no debe ser de tu conocimiento, ni el de nadie —respondió torciendo la boca. —Entonces es verdad —jadeó retrocediendo un paso —. ¿Qué te pasó?—Tú. —Deja de culparme. Nadie es capaz de cambiar tanto por otra persona. —Te sorprendería.
Cielle obvió aquellas palabras, pues aunque no hacía mucho caso a ese hecho, él siempre supo que Idan sería su enemigo. Desde que lo vio por primera vez en días anteriores, desde que contempló el rencor con el que le hablaba y miraba. A pesar de eso nunca trató de hacerse ver a sí mismo como el inocente, Idan podía ser el criminal pero no era el único villano de aquella historia, él también tenía parte de culpa, no solo por corromper a un ángel y volverlo el mismísimo Diablo, sino por ocultar la verdadera razón de su pasada y desesperada decisión. —Sigamos con el cuestionario —se limitó a decir el abogado. Idan asintió, caminó hasta una pequeña mesita de madera donde tenía varias botellas caras de whisky y procedió a servirse un trago. —Entonces háblame de la relación que había entre tú y el principal testigo —volvió a preguntar mientras se colocaba los lentes. —¿Quieres un trago? —extendió un vaso en su dirección pero el contrario negó. —Evigheden, por favor la respuesta.—Oh ci
Una desagradable sensación ascendía desde su estómago, podía incluso saborear en su boca el amargo de su bilis subir casi hasta su garganta. Cielle ni siquiera sabía que se podía sentir tanto miedo, pero allí estaba, cubriendo su boca para no emitir ningún ruido y tratando de calmar su respiración, aunque era casi imposible. Mientras su corazón siguiera latiendo tan desbocado seguiría sintiendo aquella fatiga. Aunque había estado ya anteriormente al borde la muerte, en esta ocasión era mucho peor, quizás porque en aquel entonces no tuvo mucho tiempo de procesar antes de ser apuñalado, pero ahora la tensión lo asfixiaba, se sentía como un animal en el matadero esperando su turno para ser sacrificado. ¿Cuánto se suponía que debía esperar por la ayuda de Evigheden? Su departamento no era tan grande como para mantener entretenidos mucho tiempo a los maleantes, sin duda lo encontrarían antes. La opción correcta desde un principio era llamar a la policía, así que se propuso hacerlo pero s
A Cielle le habían molestado aquellas palabras, la seguridad de Idan al decirlas lo había hecho replantearse hasta sus propios pensamientos. Él sabía que sí eran esos sus temores, mas no le agradaba que nadie los supiera, eso lo hacía sentir vulnerable y él amaba sentirse poderoso, después de todo era considerado un genio. ¿Entonces por qué alguien como Idan podía llegar y simplemente descontrolar sus ideas? Se sintió asqueado de sí mismo por replantearse de alguna manera el absurdo hecho de volver a quererlo, pero a pesar de todo no podía evitar aquella posibilidad, porque la persona frente a sus ojos había sido muy importante para él, incluso si cambió tanto. —No te imaginas las ganas que tengo de golpearte desde que vi la persona en la que te convertiste, quiero sacarte los crímenes a golpes. Es una lástima que sea imposible —confesó el abogado apretando los puños y frunciendo el ceño. —Culpa al destino de nuestro reencuentro, se suponía que no nos veríamos nunca más —respondió c