—¡Es un maldito desquiciado! —gritó colérico Cielle, casi al borde de un colapso nervioso. Era tanto aquel incontrolable enojo que incluso sentía sus extremidades entumecidas.
—D' La Fontaine, relájate. —Nadine lo sostuvo de los hombros y lo sacudió ligeramente, para hacerlo enfocarse — Llevas media hora en mi oficina gritando como un demente, pero no entiendo nada de lo que dices. —Ese tipo, Evigheden, es un bastardo. —¿Qué sucedió? —preguntó preocupada por el comportamiento histérico del contrario. Nadine era la jefa de Cielle desde hacía dos años. Cuando el joven se graduó y no conseguía empleo en ningún bufete ella le abrió las puertas. Aunque eran un negocio relativamente novato, con el pasar de los años y en parte gracias a él, habían ganado mucha popularidad, auge y por ende clientela de alta categoría. Confiaba mucho en el talento de Cielle, después de tanto tiempo sabía bien el tipo de profesional que era, así como el tipo de persona también. Nunca antes lo había visto en ese estado, tal descontrol no era propio de él. Solía ser muy centrado, frío y calculador en gran medida. Era una persona con gran temple a pesar de su edad y por ello, siempre sabía controlarse emocionalmente. Entendió Nadine, que algo grande debía de estar pasándole. —Él... —D' La Fontaine guardó silencio, evitando continuar y decir aquello que sabía debía permanecer como un secreto entre él y su cliente. Recordó las últimas palabras de advertencia que le había dado Idan el día anterior, antes de marcharse. Con tono amenazante aseguró: «—Si te estoy diciendo todo esto, es porque como mi abogado estoy en la obligación de contarte siempre la verdad, para que así puedas crear una bien estructurada defensa. Mas te advierto, mi niño de ojos bellos, que si te atreves a decirle algo de esto a alguien más, esa será la última vez que lo veas con vida. » Por su tono de voz sabía que Idan no bromeaba, era un hombre de armas tomar y sumamente peligroso. Personalmente no le temía pero sabía que nunca podría bajar la guardia, ni dormirse en los laureles. Mientras tuviera que convivir en el mundo de Idan Evigheden, debía volverse tan o más audaz que él, porque a pesar de todo de lo único que estaba seguro, era de que no huiría nunca más. —No puedo decirte Nadine —suspiró y dio la espalda para cubrirse el rostro con las manos. —Ya sé que cada caso es confidencial, pero no debes ser tan estricto, somos compañeros. —Lo sé, es por tu bienestar que no puedo entrometerte en esto. Créeme que mientras menos sepas, mejor será para ti. —Me asustan esas palabras —contrajo las facciones con preocupación —. ¿En qué te he metido al asignarte ese caso? —No es tu culpa, después de todo yo lo acepté —volteó para verla a los ojos —. Descuida, sé cuidarme solo y no será esta la ocasión en que pierda, ni en los tribunales ni en el sucio juego de la vida. La tarde llegó bañando el cielo con sus tonos rojizos. El sol que comenzaba a descender con sosiego, podía ser divisado desde las orillas del río Hudson, muriendo allí, tras los altos edificios de aquel bosque de concreto llamado ciudad. El reloj había marcado las cinco de la tarde, así que Cielle ya se encontraba saliendo de la oficina. Era también esa la hora en que debía ir a casa de Idan a la primera reunión abogado-cliente. Sin embargo, entendió a esas alturas que no podría llegar pues no tenía la dirección. Después de la discusión de aquella tarde, el acaloramiento lo había hecho perder lo profesional para llegar a volverse ofensivo. —Maldita sea —gruñó mientras caminaba rumbo a su auto en el estacionamiento —. Bueno, pues tendremos que quedar otro día —habló para sí mismo. Cuando llegó al auto se detuvo a unos pies de distancia. Allí estaba, ligeramente recostado sobre su parabrisas, mientras lo miraba esbozando una sonrisa maliciosa. —Vaya que puntual —miró Idan su reloj —, son exactamente las cinco. —Genial —farfulló rodando los ojos. —Vine a buscarte, espero que no hayas olvidado nuestra cita de hoy. —Cita de trabajo —rectificó el abogado. —¿En qué acabará esta cita de trabajo? —fingió estar pensativo —. Es decir, antes teníamos "citas de estudio" que terminaban en la cama, en la mesa, en el escritorio, en el baño, en el balcón una vez si mal no recuerdo. —Cierra la m*****a boca —gruñó con los puños apretados —. No es un tema que quiera recordar. —¿Por qué? Que yo sepa no son malos recuerdos, al menos no esos. —Eres mi cliente, no tenemos otros temas que tratar que no sean los que respectan al caso. —Lo sé, pero nos guste o no donde hubo fuego cenizas quedan. Tú y yo siempre tendremos temas personales que tratar. —No te entiendo —confesó Cielle mientras negaba —. Aseguras no sentir nada por mí, pero en la mínima ocasión sacas estos temas a la luz. —Me malentendiste, no es que sienta algo por ti, bueno en realidad sí, te odio —sonrió de labios hipócritamente —. Aunque eso no es algo que desconozcas, eres perspicaz así que supongo lo sabes. —Justo por eso es que me da asco tu farsa. —¿Farsa? —torció la boca —. Si eso es lo que crees, pues bien. No tengo ganas de discutir nada de eso ahora —señaló al auto —, sube, yo conduciré. —¿Vamos a tu casa? —Sí, no traje mi auto así que iremos en el tuyo. Cielle le lanzó las llaves del auto a Idan para tomar el asiento del copiloto. Durante gran parte del trayecto ninguno dijo una sola palabra, ni siquiera compartían una sola mirada ni por coincidencia. La situación definitivamente se había vuelto tensa, otra vez, después de la discusión. Aunque era algo usual en ellos, todas sus conversaciones terminaban con una pelea, algunas incluso iniciaban siéndolo. Teniendo ambos un carácter tan parecido y un orgullo tan inquebrantable, eran de esperarse tales contiendas. Luego de un largo recorrido llegaron a Upper East Side. —No sé por qué me extraña que vivas en el barrio más caro de todo New York —confesó Cielle, rompiendo el hielo. —¿Dónde creías que viviría? —Tengo el prototipo de un traficante que vive en una hacienda alejada de la metrópoli. —No veas tantas películas de narcotráfico. Vivo en un apartamento, pero recuerda que soy empresario —elevó una ceja Idan. —Y narcotraficante. —Ya que quieres desempolvar mi expediente delictivo, te advierto que no te gustará. —¿Hay más por descubrir? —Oh sí —se humedeció los labios —, te diré al llegar a casa, no quiero que te lances del auto —dijo burlesco, a pesar de ello el instinto de Cielle no lo tomó como una broma. Lo que restó del viaje fue en otro sepulcral silencio. Al llegar se estacionaron frente a un alto edificio de apartamentos con fachada de vidrio templado. Al bajar del auto, uno de los trabajadores del edificio tomó las llaves para estacionarlo. Siguiendo a Idan, atravesaron las amplias puertas mecánicas de la entrada. Había un total de tres trabajadores en los alrededores: dos guardias y un hombre junto al ascensor, el cual se encargó de marcar para ellos el último piso al ingresar. —Este edificio es despampanante —comentó el abogado —. ¿Cuánto se supone que ha de costar el alquiler de un departamento? —No lo sé, compré todo el edificio, no pago renta. —Estúpido yo por preguntar. —No lo hice por simple derroche. Actualmente tengo todos los departamentos ocupados por mi personal más allegado. —¿Tus trabajadores viven aquí? —Sí, pero no precisamente los trabajadores de mi empresa. —¿Entonces? —Digamos que ahora mismo estás rodeado de asesinos y contrabandistas. —Dios mío —se llevó una mano a la frente. No sabía por qué seguían sorprendiéndole ese tipo de cosas. Debería haberse acostumbrado ya al hecho que todo aquello que rodeaba a Idan eran crímenes y malas ideas. Las puertas del ascensor se abrieron y ambos avanzaron. A unos metros habían dos puertas, una en cada pared del largo corredor que adornaba aquel piso. Idan tomó la de la izquierda para teclear la contraseña en la puerta y que esta se abriera emitiendo un sonido rítmico. —Dime algo Evigheden, ¿cuántas personas trabajan para ti? —preguntó Cielle, estando aún ambos en el corredor, sin haber ingresado al departamento. —Oficialmente unos 260 en la empresa. —¿Y extraoficialmente? —Ya veo por dónde vas —asintió comprendiendo —. No tengo un número exacto pero muchos más, y sí, me refiero a criminales de toda calaña. Una vibración procedente de su portafolios captó la atención de Cielle. Sacó del interior su teléfono y descolgó la llamada apenas ver que se trataba de Selene. —Hola —saludó aún bastante conturbado. —Cielle, ¿dónde estás ahora mismo? —El tono de voz que empleó fue preocupante para su amigo, que notó la inquietud en ella. —Estoy en una reunión de trabajo. —¿Con él, verdad? —Sí. —¡Sal de ese lugar ahora mismo! Tienes que irte lejos de él. —Espera, toma algo de aire y relájate. ¿Qué está sucediendo? —¡No estás seguro cerca de ese tipo! —¿Por qué? —Hoy después de que te fuiste llegó un nuevo documento a la oficina, desconozco el remitente pero era sobre él —respiró entrecortadamente —. Desconoces de todos su peor delito, ese hombre es un terrorista.Cielle se quedó petrificado, sostenía aún el teléfono contra su oído pero tenía la mirada fija en Idan. Mientras contemplaba su rostro se repitió internamente la palabra terrorista unas mil veces, sin embargo aún así no lograba asociarla a él. ¿Cómo podría ser un sucio terrorista? El Idan que él conoció siempre sonreía, soñaba como un niño y vivía la vida sin hacer daño a nadie. —Te llamaré luego —dijo a su amiga y luego colgó. —¿Qué pasa? —preguntó el contrario —. Parece que viste un fantasma. —Sé que soy posiblemente un suicida por hacer esta pregunta, pero ahora mismo no me interesa, yo solo quiero saber algo -suspiró mirando directamente a sus ojos avellana oscuro —. ¿Eres un terrorista?—Vaya —ladeó el rostro —, esa información se supone que no debe ser de tu conocimiento, ni el de nadie —respondió torciendo la boca. —Entonces es verdad —jadeó retrocediendo un paso —. ¿Qué te pasó?—Tú. —Deja de culparme. Nadie es capaz de cambiar tanto por otra persona. —Te sorprendería.
Cielle obvió aquellas palabras, pues aunque no hacía mucho caso a ese hecho, él siempre supo que Idan sería su enemigo. Desde que lo vio por primera vez en días anteriores, desde que contempló el rencor con el que le hablaba y miraba. A pesar de eso nunca trató de hacerse ver a sí mismo como el inocente, Idan podía ser el criminal pero no era el único villano de aquella historia, él también tenía parte de culpa, no solo por corromper a un ángel y volverlo el mismísimo Diablo, sino por ocultar la verdadera razón de su pasada y desesperada decisión. —Sigamos con el cuestionario —se limitó a decir el abogado. Idan asintió, caminó hasta una pequeña mesita de madera donde tenía varias botellas caras de whisky y procedió a servirse un trago. —Entonces háblame de la relación que había entre tú y el principal testigo —volvió a preguntar mientras se colocaba los lentes. —¿Quieres un trago? —extendió un vaso en su dirección pero el contrario negó. —Evigheden, por favor la respuesta.—Oh ci
Una desagradable sensación ascendía desde su estómago, podía incluso saborear en su boca el amargo de su bilis subir casi hasta su garganta. Cielle ni siquiera sabía que se podía sentir tanto miedo, pero allí estaba, cubriendo su boca para no emitir ningún ruido y tratando de calmar su respiración, aunque era casi imposible. Mientras su corazón siguiera latiendo tan desbocado seguiría sintiendo aquella fatiga. Aunque había estado ya anteriormente al borde la muerte, en esta ocasión era mucho peor, quizás porque en aquel entonces no tuvo mucho tiempo de procesar antes de ser apuñalado, pero ahora la tensión lo asfixiaba, se sentía como un animal en el matadero esperando su turno para ser sacrificado. ¿Cuánto se suponía que debía esperar por la ayuda de Evigheden? Su departamento no era tan grande como para mantener entretenidos mucho tiempo a los maleantes, sin duda lo encontrarían antes. La opción correcta desde un principio era llamar a la policía, así que se propuso hacerlo pero s
A Cielle le habían molestado aquellas palabras, la seguridad de Idan al decirlas lo había hecho replantearse hasta sus propios pensamientos. Él sabía que sí eran esos sus temores, mas no le agradaba que nadie los supiera, eso lo hacía sentir vulnerable y él amaba sentirse poderoso, después de todo era considerado un genio. ¿Entonces por qué alguien como Idan podía llegar y simplemente descontrolar sus ideas? Se sintió asqueado de sí mismo por replantearse de alguna manera el absurdo hecho de volver a quererlo, pero a pesar de todo no podía evitar aquella posibilidad, porque la persona frente a sus ojos había sido muy importante para él, incluso si cambió tanto. —No te imaginas las ganas que tengo de golpearte desde que vi la persona en la que te convertiste, quiero sacarte los crímenes a golpes. Es una lástima que sea imposible —confesó el abogado apretando los puños y frunciendo el ceño. —Culpa al destino de nuestro reencuentro, se suponía que no nos veríamos nunca más —respondió c
—Maldito seas Idan, ¿por qué elijes llevarme a un nido de criminales?—La persona que está conspirando en mi contra posiblemente esté allí, dado a lo mucho que sabe sobre mis movimientos asumo que se trata de algún falso aliado. Eres inteligente, puedes serme de ayuda. —No puedo creer las cosas en las que me involucras —se pasó ambas manos por el cabello, exasperado —. Además sabes a la perfección que odio los aviones. —Lo sé, pero estas grandecito como para tolerar un vuelo. El trayecto terminó y llegaron a una pista donde los esperaba un lujoso jet privado, además de dos de los trabajadores de Idan que los acompañarían. Apenas abordar y sin ni siquiera haber despegado sintió todo su cuerpo tensarse y su corazón desbocarse, el temor que le tenía a las alturas no le jugaba una buena pasada cuando se trataba de volar. Durante el despegue se mantuvo rígido en su asiento, con las manos sobre su regazo cerradas en fuertes puños. Lo peor era saber que aquel vuelo duraría un promedio de
Idan se había marchado en dirección al baño, dejándolo allí tendido en el suelo. Cielle aún frotaba su dolorido cuello casi incrédulo de que realmente se hubiese atrevido a hacerle daño. ¿Cómo había llegado tan lejos? Estaba demente si creía que se quedaría así, si Idan deseaba iniciar una guerra entonces no dudaría en darle batalla. Suspiró por décima vez antes de dirigirse hacia la habitación y se dejó caer acostado boca arriba sobre la cama. Cerró los ojos por unos minutos descansando su vista que aún estaba borrosa. Que desagradable sensación aquella, la de estar siendo asfixiado con tal brutalidad, sin embargo no era ese suceso el que hacía que un sabor amargo subiera a su boca, sino la rabia y la ira que se veía obligado a contener. Si algo había aprendido Cielle de sus pocos años como abogado, era a mantener la calma en todo momento, a actuar y pensar con frialdad, a calcular cada situación y decisión antes de ser tomada, y aunque nunca fue impulsivo aprendió una mejor manera
Cielle salió del baño al vestirse, terminaba de acomodar su peinado. Había tardado varios minutos en lograr que su cabello rebelde cediera, para hacerlo lucir más alaciado y peinarlo hacia atrás, pero al final las ondas naturales seguían sobresaliendo, este cayó por los costados de su rostro, y aunque lucía bien de aquella manera no pudo evitar gruñir frustrado. Se encontró a Idan de pie en el balcón, que al notar su presencia volteó a verlo. —Lo sabía, ese color va contigo —aseguró observando lo maravilloso que lucía aquel traje gris con pajarita oscura en él. Cielle tenía un porte muy sofisticado por eso la ropa formal hacía sobresalir esos atributos. —¿Ya nos vamos? —preguntó el abogado acomodando ligeramente sus mangas. —Sí, un auto no espera en la salida.El trayecto en auto fue silencioso. Cielle evitaba a toda costa hacer contacto visual con Idan, el cual parecía ir disfrutando de toda aquella situación. Miraba fijamente al contrario porque sabía que aquello lo ponía incóm
—¡D' La Fontaine! —exclamó con fuerza Idan haciendo al abogado y su acompañante voltear a él sorprendidos. Cielle le dedicó una mirada de enojo, se apresuró en llegar a él para de cerca hacerle un reclamo. —No me grites al llamarme, yo no soy tu mascota Evigheden —advirtió señalándolo con el dedo. —¿Dónde estabas? —preguntó entre dientes el criminal, con la mirada fija en el joven que permanecía a unos pies de distancia tras de Cielle. —¿Y eso a ti qué te importa? —se cruzó de brazos.—Estaba conmigo —contestó Fabio, acercándose con una sonrisa de labios amplia mirándolo fijamente. —¿Acabas de sonreír con los ojos abiertos? —Idan lo miró fulminante —. Si vas a mentir hazlo mejor frente a mí —advirtió acercándose a él amenazante, pero siendo detenido por el ojiazul que agarró su brazo. —Evigheden basta, ¿qué estás diciendo? —cuestionó el que aún lo sostenía, evitando el puñetazo que quería clavar en la mandíbula de Fabio. —Está mintiendo —aseguró el criminal —. Eres tan idiota q