Cielle se quedó petrificado, sostenía aún el teléfono contra su oído pero tenía la mirada fija en Idan. Mientras contemplaba su rostro se repitió internamente la palabra terrorista unas mil veces, sin embargo aún así no lograba asociarla a él. ¿Cómo podría ser un sucio terrorista? El Idan que él conoció siempre sonreía, soñaba como un niño y vivía la vida sin hacer daño a nadie.
—Te llamaré luego —dijo a su amiga y luego colgó. —¿Qué pasa? —preguntó el contrario —. Parece que viste un fantasma. —Sé que soy posiblemente un suicida por hacer esta pregunta, pero ahora mismo no me interesa, yo solo quiero saber algo -suspiró mirando directamente a sus ojos avellana oscuro —. ¿Eres un terrorista? —Vaya —ladeó el rostro —, esa información se supone que no debe ser de tu conocimiento, ni el de nadie —respondió torciendo la boca. —Entonces es verdad —jadeó retrocediendo un paso —. ¿Qué te pasó? —Tú. —Deja de culparme. Nadie es capaz de cambiar tanto por otra persona. —Te sorprendería. —Incluso sí así fue eso no te da derecho a hacer daño a otros, no es justificación para tantos delitos. Limitándose a no responder, Idan señaló el interior del departamento indicándole a Cielle que ingresara, pero este negó con la cabeza, retrocediendo unos pasos. —No puedo —confesó en un quejido lamentable —, no puedo seguir con esto. No arruinaré mi carrera, mi reputación, mi futuro y mi vida por ti, por defenderte. Antes pensé que quizás había una pequeña esperanza, pero tú ya estás perdido Idan, nadie puede salvarte, ni siquiera tu mismo. Estás tan hundido en toda esta podredumbre que nunca podrás librarte de ella, quizás solo con la muerte. —Lo lamento —se encogió de hombros —, pero tu tiempo para renunciar se terminó ayer. Ahora no tienes otra opción más que seguir, y créeme que no la tienes, menos ahora que descubriste lo que no debías. —No puedes obligarme a ser tu abogado. —Sí que puedo, no me tientes porque suelo ser muy creativo y lo sabes. —¿Me estás amenazando? —Por supuesto —señaló el interior del departamento —. Entra de una vez D' La Fontaine. —No lo haré —sanjó con inquebrantable actitud y mirada. —Sabía que dirías eso —se acercó ligeramente para pronunciar en bajas palabras —: Justo ahora hay un gatillo esperando ser jalado para atravesar el cráneo de tu queridísima amiga Selene, la pobre está aún en la oficina sin saber que alguien la espera en el estacionamiento. Y qué hay de tu jefa, Nadine, va conduciendo de camino a casa, pero los accidentes ocurren. Hay dos vidas en tus manos, Cielle, esperando a tan solo una llamada mía para dejar de existir. Es tu decisión, ojos bellos. —Eres un bastardo —gruñó. Un rencor ardiente se elevó por su cuerpo e inundó sus venas. Ser amenazado de aquella manera era más que una humillación, se había sentido nuevamente débil, por no poder proteger a quienes le importaban. —He intentado dejártelo claro muchas veces. Te dije que querrías huir y trataste de ser valiente. ¿Creías que te permitiría ir con tanta información? Aceptaste este caso y no porque en ese momento te amenacé, tampoco porque desees proteger a tu primer amor, lo haces porque eres una persona narcisista. Cielle tragó toda la ira, a pesar de que cada célula de su cuerpo pedía a gritos que estampara su puño contra el cínico rostro de aquel que lo mira con tanta autosuficiencia. Siguiendo las órdenes se adentró al departamento, chocando su hombro contra el del criminal al pasar, en un acto de puro desquite. —Toma asiento —indicó el anfitrión señalando los muebles negros de la sala. El departamento era tan amplio como se esperó el abogado desde el inicio. A pesar de todo el lujo del que gozaba, carecía de vitalidad alguna, como si hubiese sido decorado para celebrar un funeral, eso le pareció a Cielle. Sus ojos azul celeste se movieron curiosos por todos los alrededores. Ser observador de más era una característica suya, a veces se encontraba a sí mismo detallando las cosas sin siquiera percatarse o tener intenciones de hacerlo. Por ello no tardó mucho en verificar el tétrico panorama con paredes gris ceniza sin la más mínima pieza de decoración, el tejado negro del cual colgaba una lámpara de araña plateada. Los muebles también tapizados de negro y una mesa de centro de metal y cristal totalmente vacía. Ni una sola pintura, ni siquiera una planta que otorgara algo de vida y armonía al ambiente. Toda la pared izquierda estaba hecha del cristal que se observaba como parte de la fachada del edificio, sin embargo una enorme cortina gris la cubriría impidiendo el paso de la poca luz que le quedaba a la tarde y de paso, bloqueando las increíble vistas que debía ofrecerle el último piso de un edificio como aquel. Antes de tomar asiento, procedió el abogado a retirarse el largo abrigo, dicha acción captó la mirada de Idan que se encontraba a sus espaldas. Siendo así que al verlo libre de aquel grueso abrigo, pudo entrever a través de la tela de la camisa blanca que portaba, la estrecha cintura de Cielle y lo bien que de espaldas lucía su esbelta figura. —Vaya vaya —humedeció sus resecos labios —, me siento tentado a dejar de ser profesional. —Créeme que ese día darías tu último aliento de vida —volteó a verlo arrugando los labios, molesto —. Sube la vista a mis ojos y deja de mirarme el culo, por encima de la ropa puedo sentir tu acecho. —Esos también son una opción tentadora, siempre fueron mi delirio —caminó más cerca, lo suficiente como para perderse en aquel color celeste —. Después de todo eres mi niño de ojos bellos. Cuando Idan conoció al joven muchos años atrás, el ahora abogado le pareció una persona demasiado molesta, y cada aspecto de su deslumbrante personalidad le resultaba increíblemente fastidioso. Sin embargo, a pesar de ello hubo algo que siempre llamó su atención y era la razón por la cual sus padres lo nombraron Cielle, el color de su mirada era como estar observando los mismísimos cielos. Los ojos de Cielle eran tan bellos como él mismo, tan deslumbrantes como su alma, tan hipnotizantes como su sonrisa. Los años habían pasado, había cambiado en todo el buen sentido, era incluso más hermoso que antes, pero sus iris seguían exactamente igual, seguían siendo la perdición de Idan Evigheden. —Comencemos —se apresuró en decir Cielle, para apartarse y poner distancia entre ambos. —Cobarde —susurró para sí mismo el criminal, ocultando una sonrisa de victoria. A veces la venganza por muy pequeña que fuese, por muy lenta que llegase, no dejaba de ser increíblemente satisfactoria, y eso hacía Idan de una manera que él solo entendía, comenzaba a tomar venganza. Aunque quizás quedaría perdido en su propio juego. Tomando asiento uno frente a otro en la sala y dejando por medio una mesa de centro, comenzaron la conversación. El abogado colocó sobre la mesita algunos documentos respecto al caso, tomó un bolígrafo y abrió su agenda verde, donde anotaba los aspectos más importantes referentes a sus clientes. —Necesito que con toda sinceridad me respondas algunas preguntas —habló con su voz más profesional. —Por supuesto, nunca he tenido intenciones de ocultar nada. —Primero: ¿Son todas las denuncias verídicas o alguna es falsa? —Todas son verídicas, y como ya sabes faltan algunas por incluir —respondió sin pizca de remordimiento o vergüenza alguna, haciendo que el contrario le lanzara una mirada de desaprobación. —¿Tenías alguna relación social o laboral con el demandante? —¿Te refieres al cadáver sin lengua? —preguntó burlón y Cielle largó un gruñido para estampar el bolígrafo sobre la agenda. —No me hace ninguna gracia tu historial delictivo y las atrocidades que has hecho. —¿Sabes cuál es la mejor parte de ser el malo? —preguntó Idan elevando una ceja —. Los malos no tenemos que ser lo que los demás esperan. Llámame monstruo o bastardo si eso te hace sentir mejor pero eso no me ofende, no me molesta. Prefiero ser el malo que hace todo aquello que desea, a no ser el héroe que muere de ansiedad solo para tener contenta a la sociedad. —Tu ideología está mal. —Te equivocas mi ideología es la correcta, lo incorrecto son mis métodos y eso lo sé, pero yo ya no tengo nada que me detenga. —La cárcel puede hacerlo, y pasar toda tu vida tras las rejas suena como algo realmente reformatorio. —Lo único que hubiese podido detenerme eras tú —se puso de pie —, pero tú ya estás más muerto que vivo, desde el mismo momento en que te convertiste en mi abogado. —¿Qué estás queriendo decirme con eso? —Mis enemigos son ahora tus enemigos. Muchos deben estar dispuestos a pagar lo que sea por ver tu cabeza en una bandeja de plata, porque eres la pieza que puede salvarme o destruirme. —No era eso lo que preguntaba, me haces sentir más inseguro que tus rivales, tú me pareces peor. —Es bueno que pienses así, al final de cuentas... Soy de todos tu peor enemigo.Cielle obvió aquellas palabras, pues aunque no hacía mucho caso a ese hecho, él siempre supo que Idan sería su enemigo. Desde que lo vio por primera vez en días anteriores, desde que contempló el rencor con el que le hablaba y miraba. A pesar de eso nunca trató de hacerse ver a sí mismo como el inocente, Idan podía ser el criminal pero no era el único villano de aquella historia, él también tenía parte de culpa, no solo por corromper a un ángel y volverlo el mismísimo Diablo, sino por ocultar la verdadera razón de su pasada y desesperada decisión. —Sigamos con el cuestionario —se limitó a decir el abogado. Idan asintió, caminó hasta una pequeña mesita de madera donde tenía varias botellas caras de whisky y procedió a servirse un trago. —Entonces háblame de la relación que había entre tú y el principal testigo —volvió a preguntar mientras se colocaba los lentes. —¿Quieres un trago? —extendió un vaso en su dirección pero el contrario negó. —Evigheden, por favor la respuesta.—Oh ci
Una desagradable sensación ascendía desde su estómago, podía incluso saborear en su boca el amargo de su bilis subir casi hasta su garganta. Cielle ni siquiera sabía que se podía sentir tanto miedo, pero allí estaba, cubriendo su boca para no emitir ningún ruido y tratando de calmar su respiración, aunque era casi imposible. Mientras su corazón siguiera latiendo tan desbocado seguiría sintiendo aquella fatiga. Aunque había estado ya anteriormente al borde la muerte, en esta ocasión era mucho peor, quizás porque en aquel entonces no tuvo mucho tiempo de procesar antes de ser apuñalado, pero ahora la tensión lo asfixiaba, se sentía como un animal en el matadero esperando su turno para ser sacrificado. ¿Cuánto se suponía que debía esperar por la ayuda de Evigheden? Su departamento no era tan grande como para mantener entretenidos mucho tiempo a los maleantes, sin duda lo encontrarían antes. La opción correcta desde un principio era llamar a la policía, así que se propuso hacerlo pero s
A Cielle le habían molestado aquellas palabras, la seguridad de Idan al decirlas lo había hecho replantearse hasta sus propios pensamientos. Él sabía que sí eran esos sus temores, mas no le agradaba que nadie los supiera, eso lo hacía sentir vulnerable y él amaba sentirse poderoso, después de todo era considerado un genio. ¿Entonces por qué alguien como Idan podía llegar y simplemente descontrolar sus ideas? Se sintió asqueado de sí mismo por replantearse de alguna manera el absurdo hecho de volver a quererlo, pero a pesar de todo no podía evitar aquella posibilidad, porque la persona frente a sus ojos había sido muy importante para él, incluso si cambió tanto. —No te imaginas las ganas que tengo de golpearte desde que vi la persona en la que te convertiste, quiero sacarte los crímenes a golpes. Es una lástima que sea imposible —confesó el abogado apretando los puños y frunciendo el ceño. —Culpa al destino de nuestro reencuentro, se suponía que no nos veríamos nunca más —respondió c
—Maldito seas Idan, ¿por qué elijes llevarme a un nido de criminales?—La persona que está conspirando en mi contra posiblemente esté allí, dado a lo mucho que sabe sobre mis movimientos asumo que se trata de algún falso aliado. Eres inteligente, puedes serme de ayuda. —No puedo creer las cosas en las que me involucras —se pasó ambas manos por el cabello, exasperado —. Además sabes a la perfección que odio los aviones. —Lo sé, pero estas grandecito como para tolerar un vuelo. El trayecto terminó y llegaron a una pista donde los esperaba un lujoso jet privado, además de dos de los trabajadores de Idan que los acompañarían. Apenas abordar y sin ni siquiera haber despegado sintió todo su cuerpo tensarse y su corazón desbocarse, el temor que le tenía a las alturas no le jugaba una buena pasada cuando se trataba de volar. Durante el despegue se mantuvo rígido en su asiento, con las manos sobre su regazo cerradas en fuertes puños. Lo peor era saber que aquel vuelo duraría un promedio de
Idan se había marchado en dirección al baño, dejándolo allí tendido en el suelo. Cielle aún frotaba su dolorido cuello casi incrédulo de que realmente se hubiese atrevido a hacerle daño. ¿Cómo había llegado tan lejos? Estaba demente si creía que se quedaría así, si Idan deseaba iniciar una guerra entonces no dudaría en darle batalla. Suspiró por décima vez antes de dirigirse hacia la habitación y se dejó caer acostado boca arriba sobre la cama. Cerró los ojos por unos minutos descansando su vista que aún estaba borrosa. Que desagradable sensación aquella, la de estar siendo asfixiado con tal brutalidad, sin embargo no era ese suceso el que hacía que un sabor amargo subiera a su boca, sino la rabia y la ira que se veía obligado a contener. Si algo había aprendido Cielle de sus pocos años como abogado, era a mantener la calma en todo momento, a actuar y pensar con frialdad, a calcular cada situación y decisión antes de ser tomada, y aunque nunca fue impulsivo aprendió una mejor manera
Cielle salió del baño al vestirse, terminaba de acomodar su peinado. Había tardado varios minutos en lograr que su cabello rebelde cediera, para hacerlo lucir más alaciado y peinarlo hacia atrás, pero al final las ondas naturales seguían sobresaliendo, este cayó por los costados de su rostro, y aunque lucía bien de aquella manera no pudo evitar gruñir frustrado. Se encontró a Idan de pie en el balcón, que al notar su presencia volteó a verlo. —Lo sabía, ese color va contigo —aseguró observando lo maravilloso que lucía aquel traje gris con pajarita oscura en él. Cielle tenía un porte muy sofisticado por eso la ropa formal hacía sobresalir esos atributos. —¿Ya nos vamos? —preguntó el abogado acomodando ligeramente sus mangas. —Sí, un auto no espera en la salida.El trayecto en auto fue silencioso. Cielle evitaba a toda costa hacer contacto visual con Idan, el cual parecía ir disfrutando de toda aquella situación. Miraba fijamente al contrario porque sabía que aquello lo ponía incóm
—¡D' La Fontaine! —exclamó con fuerza Idan haciendo al abogado y su acompañante voltear a él sorprendidos. Cielle le dedicó una mirada de enojo, se apresuró en llegar a él para de cerca hacerle un reclamo. —No me grites al llamarme, yo no soy tu mascota Evigheden —advirtió señalándolo con el dedo. —¿Dónde estabas? —preguntó entre dientes el criminal, con la mirada fija en el joven que permanecía a unos pies de distancia tras de Cielle. —¿Y eso a ti qué te importa? —se cruzó de brazos.—Estaba conmigo —contestó Fabio, acercándose con una sonrisa de labios amplia mirándolo fijamente. —¿Acabas de sonreír con los ojos abiertos? —Idan lo miró fulminante —. Si vas a mentir hazlo mejor frente a mí —advirtió acercándose a él amenazante, pero siendo detenido por el ojiazul que agarró su brazo. —Evigheden basta, ¿qué estás diciendo? —cuestionó el que aún lo sostenía, evitando el puñetazo que quería clavar en la mandíbula de Fabio. —Está mintiendo —aseguró el criminal —. Eres tan idiota q
Idan se dejó caer en el suelo, sosteniendo a Cielle que permanecía inconsciente. El rostro del abogado comenzaba sonrojarse más de lo normal y su ritmo cardíaco ascendía peligrosamente. Una persona como él no sabía que se podía tener tanto miedo, pero así era. Estaba paralizado, viendo como lentamente comenzaba a morir en sus brazos y no sabía qué hacer. —¿Qué le diste? —preguntó a Fabio, que se había arrastrado para sentarse con la espalda recostada a la pared de la glorieta. —Creo que lo olvidé —pronunció de forma chantajista. —¡Dime, maldita sea! —gritó de tal manera el criminal, que los guardias que custodiaban la zona lograron escucharlo. —¿Cosa sta succedendo qui? (¿Qué está sucediendo aquí?) —cuestionó el guardia al ver las condiciones de Fabio. —¡Cerca mio padre! (¡Busca a mi padre!) —exigió Idan. El guardia asintió y dio media vuelta para echar a correr en dirección a la mansión. —Aguanta un poco por favor —susurró mientras acariciaba el cabello de Cielle, notando lo