Capítulo 5

Cielle obvió aquellas palabras, pues aunque no hacía mucho caso a ese hecho, él siempre supo que Idan sería su enemigo. Desde que lo vio por primera vez en días anteriores, desde que contempló el rencor con el que le hablaba y miraba. A pesar de eso nunca trató de hacerse ver a sí mismo como el inocente, Idan podía ser el criminal pero no era el único villano de aquella historia, él también tenía parte de culpa, no solo por corromper a un ángel y volverlo el mismísimo Diablo, sino por ocultar la verdadera razón de su pasada y desesperada decisión.

—Sigamos con el cuestionario —se limitó a decir el abogado.

Idan asintió, caminó hasta una pequeña mesita de madera donde tenía varias botellas caras de whisky y procedió a servirse un trago.

—Entonces háblame de la relación que había entre tú y el principal testigo —volvió a preguntar mientras se colocaba los lentes.

—¿Quieres un trago? —extendió un vaso en su dirección pero el contrario negó.

—Evigheden, por favor la respuesta.

—Oh cierto —siguió sirviéndose el trago —. Solía ser uno de los empleados de la empresa.

—¿No tenía nada que ver con los temas ilegales?

—No —agarró el vaso en la mano y caminó para nuevamente tomar asiento —, pero un día vio más de lo que debería ver.

—¿Y qué hiciste?

—Lo soborné para que se quedara callado, pero el tipo creyó ser más listo que yo y tuvo una sorpresa no muy grata —se llevó el vaso a los labios.

—¿Por qué no simplemente lo mataste desde el comienzo?

—¿Disculpa? —elevó una ceja —. Das muy buenas sugerencias criminales para ser un abogado.

—Si no logro pensar como ustedes cómo crees que llegaría a ganarme la reputación que tengo.

—Lo recuerdo eres el pequeño genio, pero no es nuevo para ti ese apodo, desde que te conocí te llamaban de ese modo.

—¿Y bien?

—El tipo era totalmente inofensivo, pensé que con algo de dinero cerraría el pico.

—No tan inofensivo como puedes ver. ¿Tenía pruebas en tu contra?

—Sí, de alguna manera consiguió hacerse con documentos de los que falsificamos, videos y fotografías.

—Bueno es obvio que no estás directamente relacionado con algunos de esos documentos o fotos. Al parecer sus pruebas no son muy contundentes pero aún así son lo suficientemente fuertes como para llevarte a juicio.

—¿Cómo tienes seguridad de algo así?

—Porque existen delitos que no tienen derecho a fianza, como el homicidio, el secuestro y el tráfico de drogas. Por ende si te hubiesen probado alguno estarías en prisión a esperas del juicio.

—Entonces, ¿puedes ganar?

—Por supuesto —cerró la agenda y se quitó los lentes —, pero eso depende.

—¿De qué?

—De muchos factores, pero sobre todo de qué tantos deseos tenga de verte en libertad, después de todo somos enemigos y personalmente prefiero a mis enemigos tras las rejas.

—Pero tu ego no te dejaría perder un caso como este.

Como de costumbre ignoró las palabras del criminal, para recoger sus cosas.

—Por hoy no tenemos nada más que hablar, con las cosas que me has dicho terminaré de estudiar completamente el caso, y después te diré mi decisión.

—¿Te marchas?

—¿Qué esperabas, que me quedara para la cena?

—Esperaba que tú fueras la cena.

—Tus insinuaciones sexuales pasan de lo obvio a lo ridículo —se colocó el abrigo —. Lamento informarte que tendrás que masturbarte pensando en nuestros encuentros pasados, porque no habrán futuros.

—¿Estás seguro de ello? Confieso que desde que te vi te traigo tantas ganas que si pudieras hasta te dejaría embarazado.

—Vulgar —contrajo las facciones con desagrado.

—Tan vulgar como tus gritos cuando lo hacíamos.

—Me largo —sentenció para tomar la puerta principal dando largos y apresurados pasos.

Idan ni siquiera se inmutó en ponerse de pie o acompañarlo hasta la salida. Él solamente permaneció viéndolo irse mientras reía maliciosamente. Cielle no dejaba de ser tímido en ciertos aspectos, a él siempre le avergonzaban las palabras sucias, aunque en el fondo le gustaba escucharlas. Era como una curiosa mezcla de chico tímido con un instinto sexualmente salvaje. Era ese un aspecto íntimo de él, algo que solo una persona conocía a la perfección.

Mientras iba en el ascensor, Cielle lanzó numerosas maldiciones, resopló y hasta pateó la puerta del mismo. Tenía que de alguna manera dejar salir toda aquella ira, o estallaría. Idan sabía bien como sacarlo de quicio en instantes, le molestaba tanto que lo conociera tan bien. Durante años se había esforzado por cambiar, por ser otro tipo de persona, una más madura e independiente, pero no lo había logrado en su totalidad. Aunque trataba de verse más fuerte seguía siendo el mismo de antes, el mismo que se sonrojaba al recibir un beso, el que se avergonzaba de su propia desnudez, el que disfrutaba los minutos de soledad y silencio, el que leía en las noches y tomaba café negro, seguía siendo el mismo que amó a Idan. Todo eso le ocasionó temor porque él sabía que Idan sí había cambiado, que lidiaba con una persona completamente diferente al chico de sonrisa resplandeciente, y eso le hizo tener miedo de volver a amarlo, porque ya no estaría amando al de antes, estaría amando al Diablo.

—Sé fuerte D' La Fontaine —le habló al él que vio reflejado en el espejo del ascensor, justo antes de que las puertas se abrieran.

Caminó por el mismo lugar por el que había entrado, esta vez las miradas de todos los trabajadores estaban indiscretamente posadas sobre él. En la entrada su auto había sido recién traído y cuando el trabajador le devolvió la llave subió para pisar el acelerador a fondo.

Un abogado violando al menos tres leyes de tránsito no era algo muy común de ver, pero en esa ocasión Cielle no estaba demasiado preocupado al respecto. Si recibía una multa de tránsito no le importaba, tampoco si tenía que dormir en un calabozo en la estación de policía, nada de eso le preocupaba en ese momento. Él solo condujo como si no hubiese un mañana, así se estuviera llevando las luces rojas y los pasos peatonales. Quizás era que en el fondo esperaba ser detenido, recibir un castigo por su cobardía, por ser débil. La suerte ese día parecía estar de su lado, o tal vez no, quién sabe, pero ni un solo policía se cruzó en su camino.

Se vio en casa minutos después, mucho antes de lo que esperó llegar. Subió hasta el segundo piso donde vivía y entró a su departamento, lanzó su abrigo al suelo y su portafolios de mala gana sobre el sofá. Llegó hasta su habitación y entró al baño para tomar una ducha de agua fría.

Después de que había logrado calmar grandemente el enojo, se encontraba en la habitación frente al espejo mientras se vestía. Contempló la casi imperceptible cicatriz entre sus costillas derechas, deslizó el dedo por su superficie. Era esa la marca que había quedado luego de un contratiempo en el que se vio envuelto junto a Idan, intentando protegerlo de un ataque recibió una puñalada al colocarse en frente; era uno de los malos recuerdos que guardaba de su tiempo juntos.

—Y pensar que casi muero por él —arrugó los labios y torció el gesto —. Nuevamente estoy protegiéndolo y es un malagradecido.

Terminó de vestirse y se dirigió a la cocina en busca de algo dulce que comer. Mientras buscaba en la nevera su helado de galleta y crema, sintió un sonido provenir de la entrada. Había sido un fuerte crujir en su puerta así que fue a verificar qué sucedía. Apenas se acercó, escuchó voces venir del otro lado y la puerta crujir ante un fuerte golpe.

La manera en que estaba siendo violentada su entrada no le dejó mucho a la imaginación. Fuera quién fuera el o los responsables no pretendían entablar una conversación amistosa. Enseguida todas las alarmas se activaron en su interior. El miedo se apoderó de su cuerpo y se quedó paralizado por unos segundos, hasta que otro estruendo lo hizo reaccionar.

Sin pensarlo más, corrió hasta la habitación de huéspedes y se encerró dentro del pequeño armario de la misma.

Su respiración era un caos y todo su cuerpo temblaba. Podía escuchar aquellas voces dentro del departamento y el sonido de cada objeto ser destruido. Golpes, destrozos, gruñidos, todos aquellos ruidos llegaban para sumirlo más en un estado de pánico, estaba perdido y lo sabía.

Tenía su teléfono en el bolsillo de su pantalón así que no tardó en tomarlo en manos para marcar por ayuda, aunque sabía que debía llamar a la policía por alguna razón sus dedos terminaron marcando el número de Idan. No tuvo tiempo para procesar las razones que lo llevaron a una decisión tan estúpida y patética, porque la voz conocida resonó del otro lado de la línea.

—Idan —susurró aterrorizado —, han irrumpido en mi apartamento, estoy en problemas.

—¿Qué? ¿Estás bien?

—Estoy oculto, no me han encontrado.

—Quédate justo donde estás, iré enseguida.

—Por favor apresúrate, tengo miedo —confesó abrazándose a sí mismo.

—Nada va a sucederte, lo prometo.

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