Dicen que para que el mundo sea mundo deben existir todo tipo de personas, la diversidad es la que hace la existencia exótica. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos son tan impredecibles, que nunca llegan a conocerse ni a sí mismos. Siendo así que el camino hacia el hallazgo de la propia identidad, está pavimentado en temores e inseguridades.
Cielle se sentía en total control de su vida, de su personalidad y sus emociones. A tan solo dos años de haberse graduado, sobresalía como uno de los abogados jóvenes en ascenso dentro de todo New York. Aunque carecía de renombre, poco a poco su talento en los tribunales se hacía pasar de boca en boca, logrando ser tachado como un genio de habilidades innatas. Mas, el control que mantenía sobre su vida, parecía haber desaparecido en cuestión de instantes. Aquello no fue para nada de su agrado, menos aún al hallarse en una situación que le resultó tan dolorosa como inesperada. Un día antes le había sido informado en el bufete donde trabajaba, la existencia de un caso de apariencia imposible. Sin pensarlo dos veces decidió tomarlo, antes de siquiera leer el informe, su ego y sed de reconocimiento fueron los responsables de tal desliz. Así que allí estaba justo frente a él, luciendo una sonrisa cínica y chantajista: Su ex, la persona a la que años atrás rompió el corazón. Observando una vez más el rostro que había tratado de olvidar y durante años guardó como solamente un recuerdo, el mejor y quizás también el peor, en mismas proporciones. No sabía cómo sentirse, ni siquiera cómo expresarse. Después de tanto tiempo le costaba devolverle la vida a un recuerdo, porque si lo hacía traería consigo los demonios que sepultó junto a sus sentimientos, porque eso significaría padecer nuevamente por cosas que creía haber superado, pero sobre todo, porque se negaba a perder la estabilidad que tanto le costó construir. —Cielle D' La Fontaine. —Aquel nombre destiló de entre los labios del contrario como veneno que quemaba al hablar, con tanto rencor que no pasó desapercibido para el nombrado. —Idan —saludó fingiendo indiferencia y frialdad. —Diría que el mundo es un pañuelo pero... No creo que estés aquí por simple coincidencia. —¿Por qué otro motivo lo estaría? —¿Acaso no leíste mi nombre en la solicitud por escrito? O quizás conoces a muchos Idan Evigheden. —No revisé tal informe. —Entonces debo cuestionarme contratar a un abogado así de incompetente. —Es curioso que me llames incompetente cuando eres la persona que está a punto de ir a la cárcel, y ciertamente, no me parece ser eso algo muy inteligente. —Que lástima —se encogió de hombros —, creí que venías a mí porque me extrañabas. —No guardes falsas esperanzas después de tanto tiempo. Te pido que hagamos esto lo más profesionalmente posible. —Pensé que renunciarías. —Renunciar no es algo que aplique a mi día a día. —Que curioso, yo recuerdo todo lo contrario. —Tus recuerdos son de un yo pasado, uno que ya no existe y se quedó en el olvido, junto a ti. —Es poco probable —ladeó el rostro —, no creo que puedas olvidarme fácilmente, sigo siendo el que tomó tu virginidad. —Y yo sigo siendo el que tomó tu heterosexualidad —contestó con cierto deje de autosuficiencia —. Y justo ahora soy el que tomó tu caso, puedo salvarte o hundirte en la cárcel, después de todo espero que mal no recuerdes que tienes cinco denuncias. —No creo poder olvidarlo. —Se levantó de su lugar tras el escrito, y caminó hasta el gran ventanal de cristal para mirar desde las alturas de un piso veinte, a los periodistas que lo acechaban en la entrada. Desde que hacía un mes atrás, se confirmó la noticia de las cinco denuncias en contra de Idan Evigheden, director general de una de las empresas regentes del comercio en la ciudad, la prensa no dejaba de seguirlo en busca de un buen reportaje. Mantener un perfil bajo era cada vez más complicado para él, y eso obviamente traía repercusiones negativas para la empresa. —¿Qué pasa contigo, Evigheden? —preguntó el abogado mirando al que aún permanece de espaldas —. Dejé de verte hace siete años y en esto te convertiste, un criminal. —Te recuerdo que tú mismo acabas de sugerir llevarlo todo de una manera estrechamente profesional. Por lo tanto, abogado, no es su deber cuestionar mis decisiones personales, no es juez para juzgar y definitivamente no está en posición para reñirme. —Créeme que no tengo la más mínima intención de entrometerme en tu vida más de lo necesario. La única razón por la que estoy tomando este caso a pesar de todo, es porque representa para mí el mayor reto al cual enfrentarme posiblemente en toda mi futura carrera en la abogacía. —Sabes algo, he comenzado a encontrarle el lado bueno a esto —confesó con malicia para girarse y nuevamente hacer contacto visual con Cielle. —¿Cuál? —Para poder defenderme tendrás que empaparte con todo lo respecto a mis crímenes, con todo lo respecto a este mundo. Sumergirte en aguas tan turbulentas no tiene modo de escape. —¿Te parece eso algo que deberías disfrutar? —Por supuesto. Eres un cobarde Cielle, yo lo sé, por eso quiero descubrir qué tanto soportarás antes de huir como siempre haces. —No negaré que me sorprende lo mucho que has cambiado, Idan, pero no me subestimes. Antes de algún día infravalorarme recuerda que un sabio dijo una vez: La ventaja de ser inteligente es que así resulta más fácil pasar por tonto. Sus miradas conectaban de una manera poco amistosa. Se trataba de una pelea silenciosa donde el rencor de Idan se había vuelto el arma desencadenante de tal contienda. Aunque Cielle nunca esperó tener un reencuentro con su amor de la juventud, en el fondo siempre supo que si algo así sucedía no sería en buenos términos y, definitivamente no sería recibido con un abrazo y gratos recuerdos. Conocía el error que cometió y por ello esperaba estando consciente ser el objeto del rencor de Idan. Pero... ¿Por qué más que rencor sus ojos destilaban tanto odio? Quería preguntarle pero no recibiría una respuesta, por lo menos no pronto. Por la mente de Idan pasaban muchas cosas en aquel momento. Durante tanto tiempo albergó aquel resentimiento, que tener en frente al dueño de su dolor le pareció un juego sucio del destino. A pesar de eso no pudo evitar contemplarlo y que una parte de él se sintiera orgullosa de la persona en la que se había convertido. Su mente nunca albergó duda alguna de que Cielle tendría un buen futuro, pese a todos los años que pasó sin verlo. La vida a veces parecía ser injusta y poco equitativa con las personas, un ejemplo de ello era el joven D' La Fontaine. Desde niño sobresalió en cada aspecto, con un intelecto digno de envidia y una belleza desbordante que, con el paso de los años no hacía más que aumentar. Nunca padeció del dolor de la pérdida, y quizás por eso creció como una persona fría y autosuficiente. —Tus ojos no han cambiado nada —rompió el silencio Idan para comenzar a caminar más cerca, lo suficiente como para que su mano alcanzara el rostro del contrario —. Aunque me atrevo a decir que todo lo demás sí —deslizó su pulgar por la mejilla de Cielle, que se encontraba petrificado por tal repentino e inesperado comportamiento —. Este rostro se ha tornado muy hermoso, incluso más que antes, es una lástima que ahora sienta repulsión por ti porque no cabe duda de que aún eres extremadamente apetecible. —¿Qué te has creído? —En un acto de rabia, el abogado golpeó la mano que sostenía su rostro y lo empujó para alejarlo unos pasos —. Me debes respeto, infeliz. ¿Conoces acaso el significado de la palabra profesional? —No realmente, ¿te importaría enseñarme? —preguntó con un tono bañado en sorna. —Eres un... —dejó allí la frase para tomar una larga inspiración de aire, buscando un consuelo a su enojo. Al decidir que no quería estar ni un segundo más dentro de aquella oficina, Cielle tomó su portafolio de la silla frente al escritorio. Sin decir una palabra más salió dando un fuerte portazo que hizo estremecerse cada objeto en las cercanías de la puerta. Observándolo marcharse, la amplia y burlona sonrisa en los labios del criminal desapareció, dando paso a una seriedad casi amenazante. De la puerta en la pared izquierda de la oficina, salió un hombre alto y pálido, uniformado en un traje negro con corbata. —¿Qué haremos con él, jefe? —preguntó observando al joven empresario, que segundos atrás había tomado asiento en su escritorio. —Nada por el momento —respondió, para posteriormente tomar de la gaveta de su escritorio, una navaja corta de plata con una inscripción en la hoja —. Necesito a D' La Fontaine, a pesar de todo es una persona tenaz, si alguien puede ganar este caso es él. —¿Y después? —Después seguiremos con lo planeado. Cuando haya finalizado el caso sabrá demasiado sobre mí, sobre la organización, así que lo mandaremos seis pies bajo tierra. —¿Puedo hacerle una última pregunta, jefe? —Adelante. —¿Por qué acepta que su abogado sea justamente él? —Dicen que todo monstruo es creado por otro monstruo. Sin saberlo Cielle se volvió el forjador de lo que soy ahora, por ello quiero retribuirle de la misma manera, mostrarle un poco de lo que creó hace siete años atrás —deslizó el dedo por la hoja de la navaja, haciéndose una pequeña cortada en el dedo índice —. O quizás es solo que soy demasiado rencoroso, quién sabe.Después de abandonar la oficina de Idan, Cielle se dirigió más temprano de lo usual a su departamento. Aprovechando aquellas horas que le restaban de la tarde, decidió comenzar a estudiar por primera vez el caso. Normalmente debería haber revisado aquel informe antes de tomar la decisión de aceptarlo, pero otra vez había dado riendas sueltas a su ego y hasta cierto punto creyó merecer las consecuencias. Después de esparcir los documentos sobre la mesa, se colocó los lentes y centró su atención en los expedientes. En definitiva sería ese por mucho, el trabajo más complicada con el que habría de lidiar en los próximos años, y eso era para él una satisfacción. Sabía que si lograba vencer en ese caso de apariencia imposible, ganaría aquello que tanto anhelaba: renombre. Y aunque egoístamente disfrutaba del reto que significaría, no podía evitar quedarse pasmado ante el record criminal que estaría cargando Idan si perdían el juicio. ¿Cómo había cambiado tanto? ¿Dónde estaba el chico que e
—¡Es un maldito desquiciado! —gritó colérico Cielle, casi al borde de un colapso nervioso. Era tanto aquel incontrolable enojo que incluso sentía sus extremidades entumecidas. —D' La Fontaine, relájate. —Nadine lo sostuvo de los hombros y lo sacudió ligeramente, para hacerlo enfocarse — Llevas media hora en mi oficina gritando como un demente, pero no entiendo nada de lo que dices. —Ese tipo, Evigheden, es un bastardo. —¿Qué sucedió? —preguntó preocupada por el comportamiento histérico del contrario. Nadine era la jefa de Cielle desde hacía dos años. Cuando el joven se graduó y no conseguía empleo en ningún bufete ella le abrió las puertas. Aunque eran un negocio relativamente novato, con el pasar de los años y en parte gracias a él, habían ganado mucha popularidad, auge y por ende clientela de alta categoría. Confiaba mucho en el talento de Cielle, después de tanto tiempo sabía bien el tipo de profesional que era, así como el tipo de persona también. Nunca antes lo había visto en
Cielle se quedó petrificado, sostenía aún el teléfono contra su oído pero tenía la mirada fija en Idan. Mientras contemplaba su rostro se repitió internamente la palabra terrorista unas mil veces, sin embargo aún así no lograba asociarla a él. ¿Cómo podría ser un sucio terrorista? El Idan que él conoció siempre sonreía, soñaba como un niño y vivía la vida sin hacer daño a nadie. —Te llamaré luego —dijo a su amiga y luego colgó. —¿Qué pasa? —preguntó el contrario —. Parece que viste un fantasma. —Sé que soy posiblemente un suicida por hacer esta pregunta, pero ahora mismo no me interesa, yo solo quiero saber algo -suspiró mirando directamente a sus ojos avellana oscuro —. ¿Eres un terrorista?—Vaya —ladeó el rostro —, esa información se supone que no debe ser de tu conocimiento, ni el de nadie —respondió torciendo la boca. —Entonces es verdad —jadeó retrocediendo un paso —. ¿Qué te pasó?—Tú. —Deja de culparme. Nadie es capaz de cambiar tanto por otra persona. —Te sorprendería.
Cielle obvió aquellas palabras, pues aunque no hacía mucho caso a ese hecho, él siempre supo que Idan sería su enemigo. Desde que lo vio por primera vez en días anteriores, desde que contempló el rencor con el que le hablaba y miraba. A pesar de eso nunca trató de hacerse ver a sí mismo como el inocente, Idan podía ser el criminal pero no era el único villano de aquella historia, él también tenía parte de culpa, no solo por corromper a un ángel y volverlo el mismísimo Diablo, sino por ocultar la verdadera razón de su pasada y desesperada decisión. —Sigamos con el cuestionario —se limitó a decir el abogado. Idan asintió, caminó hasta una pequeña mesita de madera donde tenía varias botellas caras de whisky y procedió a servirse un trago. —Entonces háblame de la relación que había entre tú y el principal testigo —volvió a preguntar mientras se colocaba los lentes. —¿Quieres un trago? —extendió un vaso en su dirección pero el contrario negó. —Evigheden, por favor la respuesta.—Oh ci
Una desagradable sensación ascendía desde su estómago, podía incluso saborear en su boca el amargo de su bilis subir casi hasta su garganta. Cielle ni siquiera sabía que se podía sentir tanto miedo, pero allí estaba, cubriendo su boca para no emitir ningún ruido y tratando de calmar su respiración, aunque era casi imposible. Mientras su corazón siguiera latiendo tan desbocado seguiría sintiendo aquella fatiga. Aunque había estado ya anteriormente al borde la muerte, en esta ocasión era mucho peor, quizás porque en aquel entonces no tuvo mucho tiempo de procesar antes de ser apuñalado, pero ahora la tensión lo asfixiaba, se sentía como un animal en el matadero esperando su turno para ser sacrificado. ¿Cuánto se suponía que debía esperar por la ayuda de Evigheden? Su departamento no era tan grande como para mantener entretenidos mucho tiempo a los maleantes, sin duda lo encontrarían antes. La opción correcta desde un principio era llamar a la policía, así que se propuso hacerlo pero s
A Cielle le habían molestado aquellas palabras, la seguridad de Idan al decirlas lo había hecho replantearse hasta sus propios pensamientos. Él sabía que sí eran esos sus temores, mas no le agradaba que nadie los supiera, eso lo hacía sentir vulnerable y él amaba sentirse poderoso, después de todo era considerado un genio. ¿Entonces por qué alguien como Idan podía llegar y simplemente descontrolar sus ideas? Se sintió asqueado de sí mismo por replantearse de alguna manera el absurdo hecho de volver a quererlo, pero a pesar de todo no podía evitar aquella posibilidad, porque la persona frente a sus ojos había sido muy importante para él, incluso si cambió tanto. —No te imaginas las ganas que tengo de golpearte desde que vi la persona en la que te convertiste, quiero sacarte los crímenes a golpes. Es una lástima que sea imposible —confesó el abogado apretando los puños y frunciendo el ceño. —Culpa al destino de nuestro reencuentro, se suponía que no nos veríamos nunca más —respondió c
—Maldito seas Idan, ¿por qué elijes llevarme a un nido de criminales?—La persona que está conspirando en mi contra posiblemente esté allí, dado a lo mucho que sabe sobre mis movimientos asumo que se trata de algún falso aliado. Eres inteligente, puedes serme de ayuda. —No puedo creer las cosas en las que me involucras —se pasó ambas manos por el cabello, exasperado —. Además sabes a la perfección que odio los aviones. —Lo sé, pero estas grandecito como para tolerar un vuelo. El trayecto terminó y llegaron a una pista donde los esperaba un lujoso jet privado, además de dos de los trabajadores de Idan que los acompañarían. Apenas abordar y sin ni siquiera haber despegado sintió todo su cuerpo tensarse y su corazón desbocarse, el temor que le tenía a las alturas no le jugaba una buena pasada cuando se trataba de volar. Durante el despegue se mantuvo rígido en su asiento, con las manos sobre su regazo cerradas en fuertes puños. Lo peor era saber que aquel vuelo duraría un promedio de
Idan se había marchado en dirección al baño, dejándolo allí tendido en el suelo. Cielle aún frotaba su dolorido cuello casi incrédulo de que realmente se hubiese atrevido a hacerle daño. ¿Cómo había llegado tan lejos? Estaba demente si creía que se quedaría así, si Idan deseaba iniciar una guerra entonces no dudaría en darle batalla. Suspiró por décima vez antes de dirigirse hacia la habitación y se dejó caer acostado boca arriba sobre la cama. Cerró los ojos por unos minutos descansando su vista que aún estaba borrosa. Que desagradable sensación aquella, la de estar siendo asfixiado con tal brutalidad, sin embargo no era ese suceso el que hacía que un sabor amargo subiera a su boca, sino la rabia y la ira que se veía obligado a contener. Si algo había aprendido Cielle de sus pocos años como abogado, era a mantener la calma en todo momento, a actuar y pensar con frialdad, a calcular cada situación y decisión antes de ser tomada, y aunque nunca fue impulsivo aprendió una mejor manera