El Abogado del Diablo
El Abogado del Diablo
Por: D. Meiler
Capítulo 1

Dicen que para que el mundo sea mundo deben existir todo tipo de personas, la diversidad es la que hace la existencia exótica. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos son tan impredecibles, que nunca llegan a conocerse ni a sí mismos. Siendo así que el camino hacia el hallazgo de la propia identidad, está pavimentado en temores e inseguridades.

Cielle se sentía en total control de su vida, de su personalidad y sus emociones. A tan solo dos años de haberse graduado, sobresalía como uno de los abogados jóvenes en ascenso dentro de todo New York. Aunque carecía de renombre, poco a poco su talento en los tribunales se hacía pasar de boca en boca, logrando ser tachado como un genio de habilidades innatas.

Mas, el control que mantenía sobre su vida, parecía haber desaparecido en cuestión de instantes. Aquello no fue para nada de su agrado, menos aún al hallarse en una situación que le resultó tan dolorosa como inesperada.

Un día antes le había sido informado en el bufete donde trabajaba, la existencia de un caso de apariencia imposible. Sin pensarlo dos veces decidió tomarlo, antes de siquiera leer el informe, su ego y sed de reconocimiento fueron los responsables de tal desliz.

Así que allí estaba justo frente a él, luciendo una sonrisa cínica y chantajista: Su ex, la persona a la que años atrás rompió el corazón. Observando una vez más el rostro que había tratado de olvidar y durante años guardó como solamente un recuerdo, el mejor y quizás también el peor, en mismas proporciones.

No sabía cómo sentirse, ni siquiera cómo expresarse. Después de tanto tiempo le costaba devolverle la vida a un recuerdo, porque si lo hacía traería consigo los demonios que sepultó junto a sus sentimientos, porque eso significaría padecer nuevamente por cosas que creía haber superado, pero sobre todo, porque se negaba a perder la estabilidad que tanto le costó construir.

—Cielle D' La Fontaine. —Aquel nombre destiló de entre los labios del contrario como veneno que quemaba al hablar, con tanto rencor que no pasó desapercibido para el nombrado.

—Idan —saludó fingiendo indiferencia y frialdad.

—Diría que el mundo es un pañuelo pero... No creo que estés aquí por simple coincidencia.

—¿Por qué otro motivo lo estaría?

—¿Acaso no leíste mi nombre en la solicitud por escrito? O quizás conoces a muchos Idan Evigheden.

—No revisé tal informe.

—Entonces debo cuestionarme contratar a un abogado así de incompetente.

—Es curioso que me llames incompetente cuando eres la persona que está a punto de ir a la cárcel, y ciertamente, no me parece ser eso algo muy inteligente.

—Que lástima —se encogió de hombros —, creí que venías a mí porque me extrañabas.

—No guardes falsas esperanzas después de tanto tiempo. Te pido que hagamos esto lo más profesionalmente posible.

—Pensé que renunciarías.

—Renunciar no es algo que aplique a mi día a día.

—Que curioso, yo recuerdo todo lo contrario.

—Tus recuerdos son de un yo pasado, uno que ya no existe y se quedó en el olvido, junto a ti.

—Es poco probable —ladeó el rostro —, no creo que puedas olvidarme fácilmente, sigo siendo el que tomó tu virginidad.

—Y yo sigo siendo el que tomó tu heterosexualidad —contestó con cierto deje de autosuficiencia —. Y justo ahora soy el que tomó tu caso, puedo salvarte o hundirte en la cárcel, después de todo espero que mal no recuerdes que tienes cinco denuncias.

—No creo poder olvidarlo. —Se levantó de su lugar tras el escrito, y caminó hasta el gran ventanal de cristal para mirar desde las alturas de un piso veinte, a los periodistas que lo acechaban en la entrada.

Desde que hacía un mes atrás, se confirmó la noticia de las cinco denuncias en contra de Idan Evigheden, director general de una de las empresas regentes del comercio en la ciudad, la prensa no dejaba de seguirlo en busca de un buen reportaje. Mantener un perfil bajo era cada vez más complicado para él, y eso obviamente traía repercusiones negativas para la empresa.

—¿Qué pasa contigo, Evigheden? —preguntó el abogado mirando al que aún permanece de espaldas —. Dejé de verte hace siete años y en esto te convertiste, un criminal.

—Te recuerdo que tú mismo acabas de sugerir llevarlo todo de una manera estrechamente profesional. Por lo tanto, abogado, no es su deber cuestionar mis decisiones personales, no es juez para juzgar y definitivamente no está en posición para reñirme.

—Créeme que no tengo la más mínima intención de entrometerme en tu vida más de lo necesario. La única razón por la que estoy tomando este caso a pesar de todo, es porque representa para mí el mayor reto al cual enfrentarme posiblemente en toda mi futura carrera en la abogacía.

—Sabes algo, he comenzado a encontrarle el lado bueno a esto —confesó con malicia para girarse y nuevamente hacer contacto visual con Cielle.

—¿Cuál?

—Para poder defenderme tendrás que empaparte con todo lo respecto a mis crímenes, con todo lo respecto a este mundo. Sumergirte en aguas tan turbulentas no tiene modo de escape.

—¿Te parece eso algo que deberías disfrutar?

—Por supuesto. Eres un cobarde Cielle, yo lo sé, por eso quiero descubrir qué tanto soportarás antes de huir como siempre haces.

—No negaré que me sorprende lo mucho que has cambiado, Idan, pero no me subestimes. Antes de algún día infravalorarme recuerda que un sabio dijo una vez: La ventaja de ser inteligente es que así resulta más fácil pasar por tonto.

Sus miradas conectaban de una manera poco amistosa. Se trataba de una pelea silenciosa donde el rencor de Idan se había vuelto el arma desencadenante de tal contienda.

Aunque Cielle nunca esperó tener un reencuentro con su amor de la juventud, en el fondo siempre supo que si algo así sucedía no sería en buenos términos y, definitivamente no sería recibido con un abrazo y gratos recuerdos. Conocía el error que cometió y por ello esperaba estando consciente ser el objeto del rencor de Idan.

Pero... ¿Por qué más que rencor sus ojos destilaban tanto odio? Quería preguntarle pero no recibiría una respuesta, por lo menos no pronto.

Por la mente de Idan pasaban muchas cosas en aquel momento. Durante tanto tiempo albergó aquel resentimiento, que tener en frente al dueño de su dolor le pareció un juego sucio del destino. A pesar de eso no pudo evitar contemplarlo y que una parte de él se sintiera orgullosa de la persona en la que se había convertido. Su mente nunca albergó duda alguna de que Cielle tendría un buen futuro, pese a todos los años que pasó sin verlo.

La vida a veces parecía ser injusta y poco equitativa con las personas, un ejemplo de ello era el joven D' La Fontaine. Desde niño sobresalió en cada aspecto, con un intelecto digno de envidia y una belleza desbordante que, con el paso de los años no hacía más que aumentar. Nunca padeció del dolor de la pérdida, y quizás por eso creció como una persona fría y autosuficiente.

—Tus ojos no han cambiado nada —rompió el silencio Idan para comenzar a caminar más cerca, lo suficiente como para que su mano alcanzara el rostro del contrario —. Aunque me atrevo a decir que todo lo demás sí —deslizó su pulgar por la mejilla de Cielle, que se encontraba petrificado por tal repentino e inesperado comportamiento —. Este rostro se ha tornado muy hermoso, incluso más que antes, es una lástima que ahora sienta repulsión por ti porque no cabe duda de que aún eres extremadamente apetecible.

—¿Qué te has creído? —En un acto de rabia, el abogado golpeó la mano que sostenía su rostro y lo empujó para alejarlo unos pasos —. Me debes respeto, infeliz. ¿Conoces acaso el significado de la palabra profesional?

—No realmente, ¿te importaría enseñarme? —preguntó con un tono bañado en sorna.

—Eres un... —dejó allí la frase para tomar una larga inspiración de aire, buscando un consuelo a su enojo.

Al decidir que no quería estar ni un segundo más dentro de aquella oficina, Cielle tomó su portafolio de la silla frente al escritorio. Sin decir una palabra más salió dando un fuerte portazo que hizo estremecerse cada objeto en las cercanías de la puerta.

Observándolo marcharse, la amplia y burlona sonrisa en los labios del criminal desapareció, dando paso a una seriedad casi amenazante.

De la puerta en la pared izquierda de la oficina, salió un hombre alto y pálido, uniformado en un traje negro con corbata.

—¿Qué haremos con él, jefe? —preguntó observando al joven empresario, que segundos atrás había tomado asiento en su escritorio.

—Nada por el momento —respondió, para posteriormente tomar de la gaveta de su escritorio, una navaja corta de plata con una inscripción en la hoja —. Necesito a D' La Fontaine, a pesar de todo es una persona tenaz, si alguien puede ganar este caso es él.

—¿Y después?

—Después seguiremos con lo planeado. Cuando haya finalizado el caso sabrá demasiado sobre mí, sobre la organización, así que lo mandaremos seis pies bajo tierra.

—¿Puedo hacerle una última pregunta, jefe?

—Adelante.

—¿Por qué acepta que su abogado sea justamente él?

—Dicen que todo monstruo es creado por otro monstruo. Sin saberlo Cielle se volvió el forjador de lo que soy ahora, por ello quiero retribuirle de la misma manera, mostrarle un poco de lo que creó hace siete años atrás —deslizó el dedo por la hoja de la navaja, haciéndose una pequeña cortada en el dedo índice —. O quizás es solo que soy demasiado rencoroso, quién sabe.

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