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3.-“¿Quién ataca a quién?”

La gigantesca mansión, perteneciente al señor Arón Méndez, era su reliquia más querida entre todo lo que poseía. Alguna vez perteneció a su padre, y al padre de su padre. Era una reliquia familiar, que pronto pasaría a la siguiente generación.

La mansión alejada de la ciudad en medio de la naturaleza, hacía de este sitio un lugar relajante. Los pájaros siempre cantaban en presencia del sol, cuando este salía y embellecía el hermoso jardín que siempre solía ver el señor Méndez para calmar el estrés que lo devoraba día tras días. Por otra parte, se desanimaba mucho cuando no lograba verlo, y más cuando no veía los hermosos girasoles que alguna vez su amada había sembrado, y que ahora daban nuevos retoños. Lo que más odiaba era salir de viaje y no ver lo que amaba… incluida la problemática hija que tenía.

El sol saludaba a la mansión por las ventanas al igual que a la joven chica, quien lo repudiaba por tener que levantarla. Siempre había amado dormir hasta tarde, y eso era lo único que no la hacía sentir en una prisión. Sin embrago, ahora lo que más repudiaba era al hombre tras la puerta de su cuarto, quien golpeaba sin parar, esperado a que ella se levantara.

–Señorita Mariana. Es hora de que se levante –grito Marco, en su intento por fastidiar a la alumna que debía desprenderse del sueño para volver a la realidad.

–Me reusó. No me jodas –arropándose de pies a cabeza, la joven se colocó sobre la cabeza una almohada, intentando no oír el insoportable ruido que la fastidiaba.

>>Que le den por ser profesor. No me levantare de mi cama<< Mariana comenzó a rodar por todo el amplio espacio acolchonado, haciéndose presente un extraño ruido, que provenía de su estómago.

–¿Por qué me traicionas necesidad de “comida”? –se levantó de la cama, metiéndose al baño para refrescarse y comenzar a arreglarse.

Por un momento, el ruido de la puerta se extinguió, sintiendo Mariana que era seguro salir.

–Jeje. Ya sabes que me levanto tarde, así que resígnate a ganar, porque este ataque tiene mi victoria– sonriendo triunfante, la joven salió de la habitación con un buen ánimo –. Presiento que será un día genial.

–Así que fastidiarte si resulta efectivo para levantarte –se lo quedo mirando, sintiendo como su día se arruinaba.

Marco, quien había dejado de tocar la puerta para recostarse a un lado de esta, sostenía dos libros con sus brazos al pecho, al mismo tiempo en que ajustaba los lentes y observaba a su alumna.

La joven al notar el accesorio en el tutor, se quedó paralizada por un instante. Si alguna vez tuvo una debilidad en algo, era por los hombres atractivos usando lentes.

>>¡Oh! ángeles de las chicas que leemos cosas para mayores de edad. Si de por si soportaba que este hombre no fuese un viejo y feo tutor, porque el cielo me castiga con ponerle algo que me debilita… aun así, no le tendré piedad<< la sub-conciencia, no tardó mucho en hacer que ella clavara la mirada en el mayor, aun sabiendo que eso sería notorio ante lo que la distraía.

–Señorita Mariana, si no me equivoco ayer se le informo que tendríamos clases a las nueve en punto –él reviso su reloj dictando la hora–, y ya son las once y cuarenta.

Notando el comportamiento, lo miro con desprecio, cayendo en cuenta que lo tendría todo el día sobre ella y no le quedaría más que volver a pelear con su padre, para poder al menos, salir huyendo de la mansión rumbo a donde sea, todo con tal de no soportarlo.

–No se me informo nada. Así que no molestes.

–Se lo informe antes de que se encerrara en su habitación. Que me allá ignorada es su problema –se enojó la joven–. Pero no importa. Hoy empezaremos con algo de algebra, ya que es fundamental que lo sepa –le extendió uno de los libros que había sostenido.

–¿Piensas que tomare tus clases? –le arrancho el libro inspeccionándolo por un momento–. No está mal –observo detalladamente un ejercicio, alejándose de él, a unos siete pasos–. Sin embargo necesitas más que un libro para empezar –le lanzo el objeto, teniendo él que esquivarlo deprisa–. Y quítate esos tontos lentes. Me molestan.

La joven, dejándolo atrás, comenzó a caminar rumbo a la cocina, donde esperaba ordenarle al cocinero, un buen desayuno que le quitara el mal sabor de la boca.

Por otro lado, Marco se limitó a verla marcharse. Dejando que los próximos acontecimientos, hicieran desistir a su alumna en su comportamiento.

>>Dije que me las pagarías<< con una sonrisa en el rostro. Comenzó a seguirle los pasos hasta llegar a la cocina.

–¡Alberto! ¡Alberto!, ven acá y prepárame algo –llamo varias veces al cocinero, notando la ausencia de la servidumbre.

–Señorita Méndez –ingreso al lugar una mujer entrada en edad –. Parece que al fin se ha levantado.

 –Nona Milena ¿Dónde están los demás?, ¿Acaso están preparando la casa para algún evento y salieron de compras?

–No mí querida niña. Tal parece que no te han informado de nada –la mujer se acercó a acariciarle el cabello, mirándola dulcemente.

Aquella mujer de setenta y seis años, era la actual ama de llaves de la mansión. Según el señor Arón, dios la había bendecido con salud y ánimos para aguantar a la joven. Antes de posicionarse como la ama de llaves, fue quien cuido de Mariana desde pequeña. Incluso después de la muerte de su madre, por lo que no era de sorprenderse que Mariana la estimara a un gran nivel.

–Nona ¿Qué ocurre? Me asustas –Mariana hizo un puchero, observado como ella, solo se limitaba a acariciarla.

–Yo saciare tus dudas –ingreso al lugar Marco–. Como veras, ahora soy tu tutor y tu padre me ha dado libertades para hacer lo necesario con tal de corregirte. Es por eso que le pedí ausentar a la servidumbre durante un tiempo.

–Estás loco ¿Cómo se te ocurre hacer tal cosa? –trato de acercarse a Marco de una manera agresiva, siendo la mujer en frente de ella, quien la detuviera.

–Por favor señorita –con una mirada dulce, la adolescente sabía a lo que se refería su nona–. Piense que esto será como un descanso para todos.

–Pero nona… él no puede hacer eso ¿Qué hay de mí? No soportare estar con este tipo a solas. Qué tal si me ataca o intenta violarme.

–Estarás segura. Por algo lo eligió tu padre. Además, el debería de ser el que se cuide de ti –Mariana hizo un puchero, en protesta ante las palabras de la mujer, siendo las dos féminas quienes ignorarán la presencia de Marco.

–Señora Bouvier. Es momento de que también usted parta –interrumpió el hombre, no tan lejos de ellas.

–No dejare que quieras sacarla de la casa.

–Ya me retiro, señor Preminger –la mujer mayor, puso la distancia entre ellas, caminando en dirección a la entrada principal.

Mariana, quien miro con odia a Marco, siguió a la mujer hasta la entrada, encontrase con las maletas y la confirmación de lo antes dicho.

–Nona, no puedes irte. No le hagas caso a ese hombre. Por favor no te vayas –se aferró a ella en un abrazo, suplicándole con su acto, que no la dejara.

–Lo siento mi niña. Ordenes son ordenes, y yo solo me limito a ejecutarlas –separo a la chica de ella–. Esto no es un adiós. Es más bien, un tiempo de respiro para mí.

Mariana, con una mirada triste, se resignó a detenerla, solo porque ella se lo había pedido. Si había alguien podía hacer retroceder a la joven ante lo que quisiera, esa era su nona.

–Iras a ver a tus hijos ¿verdad? –seco algunas lágrimas vagas, que demostraban lo débil que era ante la mujer que la había cuidado como su hija.

–Sí. Mi hijo ya consiguió su doctorado, y mi hija persigue sus sueños como modelo. Todo gracias a tu padre.

–Al menos él sirvió de algo –la mujer mayor abrazo a la chica, indicándole que la extrañaría–. Te quiero nona. Este lugar no es nada sin ti.

Las dos se abrazaron con fuerza, hasta que la mayor le susurro algo al oído, anunciando la partida.

–Señor Preminger. Cuide bien a mi niña –hablo fuerte la mujer al notar la presencia de quien había observado todo desde lejos–, o de lo contraria, no solo tendrá que preocuparse del señor Méndez.

Dicho esto, traspaso la entrada concluyendo con su presencia. Dejando atrás a una joven solloza y aun hombre de mirada severa.

–Ese hombre me va a escuchar –se voltio bruscamente, dirigiéndose hasta donde estaba el ser que odiaba con todas sus fuerzas–. ¿Dónde está él?, de seguro está en su despacho. Ya va a oírme –comenzó la marcha hasta aquel lugar.

–Si te refieres a tu padre, no está ahí.

–¿Qué? –detuvo los pasos– ¿Entonces dónde está?

–Realmente solo escuchas lo que quieres escuchar –suspiro hondo el hombre que ahora, se acercaba a ella– tu padre me dejo a cargo de todo. Ausento a la servidumbre al igual que su presencia.

–¿Que… que hizo qué?

–Lo que oíste niña. Tu padre no volverá a la mansión por todo un mes. Lo que significa que me veras la cara durante todo este tiempo. Empezaremos tu educación desde ahora, y no existirán obstáculos para impedirlo. No está tu padre, no hay servidumbre y no existe manera de escapar de mí. Por lo que te aconsejo poner algo de tu parte y llevar las cosas en paz.

Sorprendida por las palabras de, quien consideraba, su enemigo, la chica de mirada café se negaba a creer lo antes oído.

–No…no lo creo –se echó a correr camino a la recamara, en donde se encerró, tomo una silla metálica que estaba al lado de la repisa de libros, y comenzo a golpear fuertemente una de las ventanas.

–Si tratas de escapar por la ventana, perderás. El vidrio de antes, fue reemplazado por uno de borisilacatolo en compañía de varias capas de vidrio policarbonato y polímeros específicos, lo que significa que es casi imposible de romper. Si estudiaras más, sabrías de que están compuestos.

–No me des clases, anciano. Para algo existe g****e que puede decirme las cosas cuando yo quiera. Y no me importa que hayas cambiado el vidrio de mis ventanas, lo destrozare como sea y escapare. No conviviré contigo y menos a solas.

–Tal parece que no prestas atención a tu entorno –hizo una corta pausa–. Si miras por la ventana veras las rejas metálicas. No hay por donde escapar –Mariana gruño al notar que tenía razón–. Y por si no lo has notado, suspendí el servicio de internet.

Temerosa por lo último que dijo, Mariana corrió de prisa hacia su escritorio, donde tomo el celular y confirmo con manos temblorosas, que no poseía conexión a la red.

Se sintió sin alma. Dejo de respirar por un momento he incluso sintió como el cuerpo ya no le reacciona. Él le había quitado lo único que la conectaba con el exterior.

–¡MALDITO! ¡¿Por qué no me permitiste tener un servicio a parte?! –culpo a su padre de su desgracia.

–Por favor señorita Mariana, comencemos con las clases –hablo Marco detrás de la puerta, mirando el reloj preocupado por el tiempo que habían perdido.

–¡No! –exclamo con fuerza– ¿Cómo te atreves a querer darme clases, cuando acabas de arruinar mi vida? No voy a salir de este cuarto hasta que mi padre haya regresado, la servidumbre vuelva a servirme y tu existencia salgo de mis vista. Jodete si piensas que obtendrás lo que quieres.

Chasqueando la lengua, el mayor detrás de la puerta trataba de no perder la paciencia. El tiempo para él era valioso y ella lo desperdiciaba. Deseaba que su alumna dejara el berrinche y comenzara a poner algo de su parte, más sentía que sus deseos no serían realizados, por ahora.

Pame/iana

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