Esto es un escrito que se me ocurrió en las horas de clase en la universidad. Ya ustedes determinaran que tan enredada esta Mariana con Marco.
…Como si fuera un títere, vuelvo a ser manipulado por los hilos del destino que me enredan con los lazos del amor. Había borrado tal atroz sentimiento cuando perdí a Jennifer que me encerré en la terquedad y la agonía de existir. Quizás ella aun me cuidad desde el paraíso, mientras como una hipócrita rechazo el hermoso sentimiento que deposito en mi ser. Problemas. Los tengo cuando la veo a ella. Esta prohibida. Por supuesto que lo está. Sin embargo es tentativo probarla, como una droga que te hace sentir bien cuando está mal tomarla. Maldito nombre que es fácil de pronunciar… –Mariana… –suspiro. La mirada que postro sobre ella ya no es pulcra ni respetuosa, es ardiente y posesiva. Me siento capaz de matar con solo tener al culpable de sus lágrimas frente a mí. La privaría de la libertad si solo pudiera apoderarme de ella. Oh! La agonía. Oh! La ingenuidad. Ella es tan libre que al ponerle grilletes podrías ver el alma frágil que se consume con desesperación. Si la provoco, su peor
La tarde parecía albergar la paz de la naturaleza. La dicha de la luz atravesando los cristales hasta que el eco del impacto de las pisadas anunció la desesperación de la joven chica con pecas, en compañía del joven de traje que hacia el rol de guardaespaldas y escolta –Mi señorita ¡Tenemos un problema! Golpeo con fuerza la puerta, permitiéndosele el accedo de manera inmediata. El informe presentado a la joven era breve y directo. Alguien quería sacar a la luz la relación que tenía con el tutor. *** ...Y tras correr por toda la mansión, pudieron quitarle a Imelda y Gabriel la última de las cartas. Logrando borrar la evidencia con fuego y suspiraron profundo, cuando el mal rato paso. –Aun no comprendo que le vio la señorita a ese tipo –hablo entre dientes Alex. –Bueno, así es el amor –los observo la mujer con pecas y lentes, embozando una sonrisa genuina –si no fuera así, no lo odiarías por lo que le hizo a Esteban –rio traviesa– fue mi espectáculo para el deleite de todos. Con
Una carta sobre la mesa, es recogida por un hombre que la lee cuidadosamente. –Valla… un reto, enseñar a una señorita... –comienza a caminar alrededor de la mesa–. La carta señala, que mi presencia es urgente y no se me permite negarme –rosa la carta cerca de los labios en compañía de una sonrisa de lado–. Esto tal vez sea suicida, ya que viene con un sello perteneciente a una de las familias más ricas de este país, de quienes se especula, están vinculadas con la mafia –lanza la carta sobre la mesa, meditando sobre lo que aria. Marco Preminger, como se llamaba el hombre, apuesto y elegante, de treinta años, según su actual currículo. Camino por el domicilio decidiendo empezar armar sus maletas, para averiguar de cerca lo que sería su nuevo trabajo, haciendo lo que mejor sabía hacer. Al ya estar frente a la gran mansión, solo medito un poco acerca de lo que aria. Pensando en si tomar este reto, o decidirse entre los otros que estaban en la espera de su respuesta. –Ufff... ¿y ahora
Mientras tanto, Mariana caminaba por la mansión, maldiciendo internamente por tener otro idiota detrás de ella, jurándose nuevamente, sacarlo corriendo de la mansión, lo más pronto posible. Al llegar la hora de la merienda, Mariana comió lo que se le sirvió, sin rechistar de los alimentos. Su mente estaba tan ocupada, pensando un plan para deshacerse de su tutor, que ni siquiera la presencia de este mismo, pudo impedir que maquinara un plan, que lo sacaría de su vida. –Gracias por los alimentos –sin expresión alguna, Mariana se levantó de la mesa y camino sin rumbo fijo, fuera del comedor. Su mente era ingeniosa y perversa, siempre conseguía lo que quería, aun si esto le costara ser buena niña, por un día. Era viernes. El único día en que su padre le prestaba algo de atención a su entorno en la mansión, y a ella durante la cena. Así que lo usaría sabiamente para su plan. Y así fue como el tiempo prosiguió, y la hora de la cena llego. Marco, por primera vez, vio al señor Arón, ce
La gigantesca mansión, perteneciente al señor Arón Méndez, era su reliquia más querida entre todo lo que poseía. Alguna vez perteneció a su padre, y al padre de su padre. Era una reliquia familiar, que pronto pasaría a la siguiente generación. La mansión alejada de la ciudad en medio de la naturaleza, hacía de este sitio un lugar relajante. Los pájaros siempre cantaban en presencia del sol, cuando este salía y embellecía el hermoso jardín que siempre solía ver el señor Méndez para calmar el estrés que lo devoraba día tras días. Por otra parte, se desanimaba mucho cuando no lograba verlo, y más cuando no veía los hermosos girasoles que alguna vez su amada había sembrado, y que ahora daban nuevos retoños. Lo que más odiaba era salir de viaje y no ver lo que amaba… incluida la problemática hija que tenía. El sol saludaba a la mansión por las ventanas al igual que a la joven chica, quien lo repudiaba por tener que levantarla. Siempre había amado dormir hasta tarde, y eso era lo único que
Frotándose la frente con la mano derecha, él ya daba por perdido el día. El trabajo, definitivamente no comenzaría hoy. –¿Qué le hiciste a mi televisor? –dejo de frotarse la cien comenzando a escuchar nuevamente las demandas de la adolescente. –No tienes autorizado usarlo. La televisión normal y privada, están suspendidas para toda la casa. En pocas palabras, no posees entretenimiento por televisión o internet. Ni siquiera los teléfonos de la mansión, están en funcionamiento. –¡ESTAS LOCOS! –golpeo fuertemente la puerta, deseando tener a su enemigo entre sus manos para estrangularlo–. ¡Tú! hijo de perra, me has quitado todo lo que quería. Ya verás cuando salga –giro la perilla para salir, notando como esta tenia bloqueo– ¿Me encerraste en mi propio cuarto? –incremento la ira, comenzando a golpear múltiples veces el trozo de madera–. Deja que te ponga las manos en cima, conocerás la furia de una mujer cuando la provocan. –Usted misma dijo que no saldría de su recamara. Por lo que so
El ruido había cesado y la joven ya se encontraba lista para salir de la habitación. Esperaba no tener que encontrarse con su tutor, anhelando que todo lo anterior allá sido solo una pesadilla. O de lo contrario comenzaría nuevamente una batalla sin fin. >>Okey. Aquí vamos<< dándose ánimos para no desfallecer en la actual realidad, abrió la puerta saliendo sigilosamente, rezándole a cualquier ángel que escuchara la plegaria en cuanto no ver a su tutor. –Señorita Mariana, lleva una hora tarde –y sintiéndose abandonada, Mariana puso los ojos en blanco, renegando de la vida. –No podías largarte y dejarme en paz –noto que no llevaba puestos los lentes, lo que la relajo y a su vez, la decepciono. –No –le entrego un libro–. Y hoy tenemos clases de modales e historia. –Pues no iré a tus clases –tiro el libro al suelo con brusquedad–. Te quiero fuera de mi vida tutor de pacotilla, me has escuchado ¡Fuera! –a pasos firmes y rápidos, la joven dejo atrás al tutor, caminando en dirección a cu
*** Era las dos y media de la tarde. Mariana rodaba por toda la cama aburrida por no querer salir del cuarto, en el intento por no toparse con quien no quería encontrarse. Su enemigo, había tocado la puerta pidiendo que cumpliera con lo acordado. Respondiéndole ella, que lo cumpliría cuando los cerdos volaran o lucieran elegantes a la hora de bañarse, a lo que el mayor no protesto y solo se marchó para volver después de una hora y recibir la misma respuesta. –Cuando los cerdos vuelen… –en un susurro que desapareció junto con el viento. La niña se levantó de la cama a toda prisa, abriendo la puerta para comprobar la nula presencia del tutor. Con una sonrisa en los labios, se deslizo por los pasillos, llegando al lugar que contenía lo que utilizaría como un arma pequeña. –¡Bingo! –canto, tomando lo que necesitaba para continuar con el plan. Mientras tanto, Marco volvía a tocar la puerta de la habitación. Reclamándole sobre el acuerdo que tenían y que ella no cumplía. Exigiendo vari