OCASO

Estoy acostada en mi cama, con Venco a mi lado, sosteniendo mi mano. La partera está sentada en una silla al lado de la cama, con una expresión de calma y profesionalidad.

—Ocaso, es hora de empujar —dice la partera—. Tu hijo está listo para nacer.

Me tomo un momento para respirar profundamente y prepararme para el esfuerzo que se avecina. Venco me aprieta la mano y me mira a los ojos.

—Puedes hacerlo, Ocaso —me dice—. Eres fuerte y capaz.

La partera me guía, diciéndome que empuje cuando sienta la contracción. Me esfuerzo por empujar, pero el dolor es intenso y me duele demasiado.

—Duele —le digo a la partera, mi voz temblando—. Duele mucho.

—Es normal —me responde la partera—. El dolor es parte del proceso. Pero puedes hacerlo, Ocaso. Eres capaz.

Venco me mira a los ojos y me dice:

—Tú puedes, Ocaso. Estoy aquí contigo. No te rindas.

Me tomo otro momento para respirar y me preparo para el siguiente empujón. La partera me dice que empuje de nuevo, y yo me esfuerzo por hacerlo. El dolo
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