Ariel reía feliz mientras Camelia lo seguía contemplando con recelo. Estaba claro que no le creía nada de lo que le decía. Él seguía asintiendo con la cabeza mientras ella trataba de encontrar en él al niño que tenía en su mente.
—No te creo, no te pareces en nada a ese niño que recuerdo —dijo al fin—. A ver, si es verdad, dime cuántas conchas hay.—Cien —respondió Ariel con seguridad.—¡Ja! ¿Cien? ¡No eres tú! —exclamó Camelia.—No, espera… —dijo Ariel de inmediato—. No son cien, sino… ¡noventa y nueve! Me quedé con una que me había regalado papá antes de darte el pomo. La única que me trajo de una playa en África.Camelia dejó de reírse y burlarse de Ariel al escuchar aquello. Era cierto, su colección de conEl vaivén de las olas, en total armonía con el de sus caderas, es el mudo testigo del amor y el placer en que ambos están envueltos. Ariel se impulsa bien profundo en ella, que gime sin poder contenerse; las sensaciones que desatan no solo las embestidas lentas y vibrantes de su esposo, sino también sus manos, que, al pasar por su piel desnuda, despiertan en ella un armonioso estremecimiento, acompañado del dulce sabor de sus labios.Ariel cierra los ojos por un momento, quiere sentir sin ver; es tan grande el placer que lo embarga, esta vez sin miedo, sin contenerse, sabiendo que habita en su casa. Porque es así como siente a su Camelia, el puerto seguro donde al fin llegó. Y se aguanta, queriendo que disfrute todo lo que pueda.—Abre los ojos, cariño —le pide ella—. No importa que termines, podemos continuar todas las veces que quieras. Vamos, hazme lo que me gusta.Ariel sonríe al escu
Ese día, Nadia se despertó en el hospital en una silla al lado de la cama de la abuela Gisela, que aún no había recobrado el conocimiento. Su teléfono vibró y se alejó para contestar, después de asegurarse de que ella respiraba. Era su esposo avisándole que su mamá iba a ir a relevarla. El bebé lo cuidaría Marcia, la esposa de Marlon, unas horas para que ella pudiera descansar, porque él tenía que hacerse cargo de la editorial mientras faltaban Ariel y Camelia.—¿No le van a avisar a Lía que su abuela está enferma? —preguntó preocupado.—Yo quería hacerlo, pero el doctor Félix me pidió que esperara hasta hoy. Que a lo mejor vayamos para allá con ellos —explicó Nadia, sintiendo lo mismo que su esposo. Ellos nunca habían ocultado nada entre ellos.—¿Vamos a ir para su luna de miel? —preguntó Ricardo, extrañado.—Sí, al parecer tienen una isla de ellos y quieren reunirse todos allá, también por la seguridad —siguió explicando Nadia, que estaba muy preocupada por la seguridad de su hijo—
Mientras el senador Camilo Hidalgo estaba desde muy temprano en su despacho hablando con el fiscal general, interesado en saber qué significaba el contenido de un fax que le había enviado la noche anterior.—¿No está claro? Significa exactamente eso que dice ahí —aseguró el fiscal—. Ariel Rhys nunca estuvo casado, porque esa boda que asegura esa señora que hizo no es válida. Mailen estaba casada cuando lo hizo; ella fue la que cometió bigamia. Así que el matrimonio de esos chicos es válido. Ya está asentado y todo, mi amigo Rhys se aseguró de hacerlo anoche mismo.—¿Anoche? Rhys me dijo que no había recibido la notificación tuya —dijo Camilo, apretando los puños.El fiscal le asegura que es cierto lo que dijera el señor Rhys. Él no había mandado la notificación porque, cuando habló con el juez general para solicitarla, le había contado toda la verdad. Marlon e Ismael Rhys habían estado allí personalmente, con las pruebas de que Ariel nunca firmó en esa boda. Mailen es una mujer muy pe
Manuel golpeó la pared con furia, recordando el pasado. Debido a la desconfianza de Nadia, él no intentó acercarse más a ellas. Sin embargo, continuó detrás de Camelia, que no se percataba de nada; incluso subía a cada rato cuando sabía que Nadia salía y ella dormía, para mirarla y fotografiarla. Camelia dormía tan profundamente que hasta se había acostado a su lado en la cama y no se había despertado.Muchas veces planeó raptarla, pero debía preparar bien el lugar. Se compró un apartamento en las afueras, al cual le hizo una habitación en el sótano, lugar al que planeaba llevarla. Para su desespero, en ese tiempo Nadia no salía y la puerta del balcón permanecía cerrada por las noches. Luego, Ricardo pasaba todo el tiempo en la casa y tampoco pudo hacerlo a otra hora, pues durante el día eran inseparables. Camelia jamás andaba sola. Y para su mala suerte, Leandro, a quien le había hecho unos trabajos, vio las fotografías que tenía un día y se enamoró de ella.Por ello, se puso a traba
Mailen asintió, volviendo a mirar hacia la entrada de las celdas. La puerta continuaba cerrada, por lo que siguió hablando con tranquilidad.—Sí, lo hicieron. La caja fuerte estaba atestada de dinero y joyas valiosas —continúa contando—. No sé cómo, el caso es que la señora Lirio les dio permiso a casi todos los trabajadores ese día; creo que fueron a una fiesta. Su esposo no estaba, se había ido en el helicóptero y debía regresar, pero no lo hizo. Esa noche les robaron todo, ayudados por otros, y lo dividieron entre ellos. Mis padres pagaron todo lo que debían y nos fuimos a la parte mejor de la capital y compramos un negocio. Pero en realidad, era una tapadera para esconder a las mujeres embarazadas en el sótano. Creo que ahí estaban las mujeres que tenían los hijos de los ricos.—¿Ellos también cayeron en esa trampa? ¿No d
Mailen hace otro tanto, ambos a cada lado de las rejas que los separan. Había escuchado que a Camelia toda su vida la familia la maltrató. Ella estaba falta de alguien que la cuidara y amara. Opina que si hubiera insistido en acercarse a ella desde que la conoció y la hubiera tratado bien, Nadia habría bajado sus defensas y ayudado a que su amiga le correspondiera. Los hombres son realmente tontos, culmina con una extraña sonrisa y un suspiro pesado.—¿Me puedes dar la dirección de ese ginecólogo? —preguntó pensativo Manuel—. Creo que puedo, a través de él, vender todos los hijos que tenga con Camelia y vivir muy bien, ¿qué opinas?—¿Y dices que no eres igual que yo? ¡Eres peor! —exclamó Mailen, ahora mirándolo con desprecio—. ¡Dale anticonceptivos y disfruta todo lo que quieras si lo logras, que lo dudo! ¡Ari
Pedro se puso de pie, maldiciendo. Tenía la ilusión de que si lograban decirle dónde estaba su hijo, podrían salir de allí, al menos regresar a la cárcel. Mariela comenzó a llorar, diciendo que debieron vender a Camelia cuando aquel tipo le ofreció mucho dinero. Pedro se había puesto a regatear y el hombre se echó para atrás. Ahora estaban metidos en todo ese lío por culpa de ella.—Es que el otro, el italiano, me ofreció más dinero por ella, pero pasó todo lo de Rigoberto; ya sabes, no podía dejar que me echara a perder el negocio y me negué —le recuerda Pedro, sentándose a su lado—. Le ofrecí al italiano a Marilyn, que tampoco me salió de mucha ayuda, pero estaba encaprichado con la tonta de Camelia; no sé qué le ven. Rigoberto tampoco quería a Marilyn.—Te fallé en eso, no pude dar
Marlon Rhys ha llegado bien temprano, como siempre, a su empresa. Después de haber hablado con el detective Rubén Compostela el día anterior, había aceptado que investigara sobre el tema que le había mostrado. Ahora lo espera impaciente; para su alivio, lo ve llegar al fin y sentarse. Luego saca un pequeño cuaderno verde de su carpeta y se lo entrega.—Me costó mucho dinero, pero al final logré que me dieran las cosas que habían robado del doctor —explica con impaciencia, viendo cómo Marlon revisa lo que le entregó—. Ahora solo hay que descifrar lo que escribió ahí; está muy enredado.—Tengo un amigo doctor que sabe de esto, déjamelo a mí —dijo Marlon, guardando todo en su portafolio—. ¿Averiguó si es cierto eso que me enseñó ayer?—Todavía no, pero estoy cerca. No quiero darle fals