221. SOLAMENTE AMOR

El vaivén de las olas, en total armonía con el de sus caderas, es el mudo testigo del amor y el placer en que ambos están envueltos. Ariel se impulsa bien profundo en ella, que gime sin poder contenerse; las sensaciones que desatan no solo las embestidas lentas y vibrantes de su esposo, sino también sus manos, que, al pasar por su piel desnuda, despiertan en ella un armonioso estremecimiento, acompañado del dulce sabor de sus labios.

Ariel cierra los ojos por un momento, quiere sentir sin ver; es tan grande el placer que lo embarga, esta vez sin miedo, sin contenerse, sabiendo que habita en su casa. Porque es así como siente a su Camelia, el puerto seguro donde al fin llegó. Y se aguanta, queriendo que disfrute todo lo que pueda.

—Abre los ojos, cariño —le pide ella—. No importa que termines, podemos continuar todas las veces que quieras. Vamos, hazme lo que me gusta.

Ariel sonríe al escu
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