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CAPITULO 9: Las Mosqueteras saben de Ángel

Coromoto trató de mantener la calma, pero sus amigas no tardaron en notar el cambio. Desde que Ángel había llegado a su vida, todo en ella parecía brillar con una nueva luz.

Su rostro, antes marcado por la rutina y las preocupaciones, ahora estaba adornado con una sonrisa que no la dejaba en paz. Aquella energía contagiosa que emanaba de ella resultaba imposible de ocultar.

Sus ojos, más vivos que nunca, reflejaban una alegría difícil de disimular.

Patricia y Paola, siempre observadoras y curiosas, pronto comenzaron a sospechar que algo, o más bien, alguien, estaba detrás de esa transformación.

La intriga se convirtió en un juego silencioso entre ellas y los pequeños detalles no pasaban desapercibidos: el suspiro al final de la jornada, las risas a media tarde, esos pequeños gestos de Coromoto que hablaban más de lo que ella deseaba admitir.

“¿Quién es él?”, preguntó Paola una tarde, mientras ambas observaban a su amiga recoger unos papeles en la mesa. Su tono era suave, pero sus ojos brillaban con la certeza de que ya sabían la respuesta.

Coromoto intentó disimular, agachando la cabeza como si una respuesta fuera a escapar de sus labios sin previo aviso. “No es nada”, dijo rápidamente, pero su tono no la convenció ni a ella misma.

Patricia, más persuasiva, se cruzó de brazos y sonrió de manera pícara. “Vamos, sabemos que alguien te tiene sonriendo como una tonta. No te hagas la misteriosa.”

Coromoto se ruborizó. Intentó cambiar de tema, pero algo en su interior se rebelaba.

No podía seguir guardando ese secreto, sobre todo cuando sus amigas lo sabían todo a través de su sonrisa. Sin embargo, una parte de ella aún no estaba lista para compartir su felicidad.

No quería que nadie interfiriera en ese espacio íntimo que había creado con Ángel.

Mientras las horas pasaban, la preocupación de Patricia y Paola aumentaba, pero Jazmín, la más reservada de las tres, observaba en silencio.

Ella comprendía. Sabía que Coromoto necesitaba su tiempo y su espacio para vivir ese amor a su manera. No había prisa. Cuando ella estuviera lista, Jazmín estaba segura de que lo compartiría.

Así que, mientras las demás se frustraban con la incertidumbre, Jazmín se dedicaba a disfrutar de los pequeños momentos con su amiga. La veía reír más, ser más espontánea, como si el peso de la vida que antes llevaba sobre sus hombros se hubiera aligerado.

Una tarde, después de una larga jornada de trabajo en el hospital, Coromoto se acercó a Ángel con una sonrisa que solo él sabía despertar.

Las luces del hospital se apagaban lentamente, y el ambiente se llenaba de ese aire especial que solo se vive cuando la pasión se entrelaza con el deseo, Pero había algo que Coromoto no podía olvidar: sus amigas.

“Hoy no puedo Ángel”, le dijo con una sonrisa triste pero cómplice. “No me gustaría que me vieran, no todavía. Están muy curiosas por saber de ti, pero…” Se detuvo por un instante, sabiendo que aún no era el momento.

Él la miró, comprensivo. “Lo entiendo. Pero no me importa esperar. Siempre que estemos juntos, eso es lo que importa.”

Y así, en medio de un hospital lleno de gente, entre pasillos que conducían a la rutina, ellos encontraron un rincón escondido donde el tiempo se detuvo por unos instantes. Entre besos, caricias y abrazos, se perdieron en su propio mundo, lejos de las expectativas, lejos de las dudas.

Antes de que se diera cuenta, Coromoto miró el reloj y vio que el tiempo se les había escapado. Debo irme, llegaré tarde a la pizzería, el dinero extra es necesario dijo, mientras se arreglaba apresurada.

Coromoto además de su trabajo realizando limpieza en el hospital en ocasiones también trabajaba en una pizzería, la misma donde su esposo William trabajaba

Ángel la tomó de la mano y la miró a los ojos, deseando que aquel momento no terminara. Está bien. Pero, ¿puedo hacer una última pregunta? ¿Qué les dirás a tus amigas?”

Coromoto sonrió, la incertidumbre en sus ojos, pero también una sensación de paz. “Les diré que me haces feliz. Y que, algún día, cuando estemos listos, te las presentaré.”

Ángel asintió. “Eso me basta. Porque te quiero Coromoto.”

Ella se acercó y lo besó con ternura, sabiendo que aunque las dudas de sus amigas pudieran seguir creciendo, lo importante era que ella estaba lista para dar ese siguiente paso. Cuando llegara el momento adecuado, las Mosqueteras sabrían todo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Coromoto sintió que no tenía que esconder nada. Que su felicidad, por fin, no era un secreto que debía proteger, sino algo que merecía compartir con quienes más amaba.

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