Coromoto nunca imaginó que algo tan simple como un “hola” podría alterar el curso de su vida. Después de años de vivir atrapada en la oscuridad de una relación rota, marcada por la traición y la violencia emocional, el destino le tendió una mano cuando menos lo esperaba. Todo comenzó en un día cualquiera, en un ascensor común, pero el impacto de ese encuentro perduraría para siempre.
El hospital donde trabajaba como limpiadora ya no era para Coromoto un lugar lleno de vida, sino más bien un espacio gris, oscuro, donde las horas parecían desdibujarse y fusionarse en una rutina monótona. Había dejado de soñar con algo mejor, pues el peso de su matrimonio con William la había sumido en una especie de letargo emocional. La mujer que alguna vez fue vibrante, llena de esperanza y amor, ahora parecía ser solo una sombra de sí misma, caminando en un mundo que la ignoraba, que la hacía invisible. Sin embargo, ese día algo cambió. Coromoto había terminado su jornada, cansada, con el cuerpo dolorido y el alma aún más. Mientras caminaba hacia el ascensor casi sin mirar, una voz familiar la sacó de su ensimismamiento. —Hola, ¿cómo estás? Coromoto alzó la mirada y por un momento, no entendió de dónde provenía la voz. Al principio pensó que alguien la estaba saludando por error Pero, cuando vio al hombre frente a ella, un guardia de seguridad de rostro tranquilo, uniformado con el típico traje negro que tantos otros en el hospital usaban sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: sorpresa. No era un rostro que le resultara completamente ajeno, pues él estaba allí, en el hospital todos los días, pero jamás se había fijado realmente en él. Sin embargo, en ese instante, algo dentro de ella se despertó. —Hola —respondió, un poco sorprendida por la cordialidad en su voz. El hombre sonrió con una calidez que no solo se reflejaba en sus ojos, sino también en la forma en que su rostro parecía iluminarse por completo. Era una sonrisa genuina, como si realmente estuviera interesado en cómo se sentía ella. —¿Has tenido un buen día? —preguntó él, mientras esperaba que ella ingresara al ascensor. Coromoto asintió, aunque no era del todo cierto. En realidad, su día había sido largo y agotador como todos los demás. Sin embargo, algo en la sinceridad de la pregunta le hizo sentir una leve chispa de algo que había estado dormido por mucho tiempo: la humanidad. —Sí… un día largo, pero nada que no pueda manejar—respondió, alzando la mirada para encontrarse con sus ojos. En ese momento, algo en ella se detuvo. Fue solo un segundo, pero el contacto visual con él la hizo sentir una extraña conexión. Como si, por un instante hubiera encontrado algo de paz en medio del caos que siempre había sido su vida. El hombre asintió, sin prisas y se acomodó al lado de ella. Ninguno de los dos dijo nada más durante el descenso, pero el silencio no fue incómodo. Al contrario, era el tipo de silencio que se disfruta cuando hay algo más profundo que las palabras, como si los dos compartieran una pequeña burbuja de complicidad. Cuando el ascensor llegó a su destino, Coromoto salió primero, pero él la detuvo por un segundo. Me llamo ángel y … ¿Tú eres?—preguntó con un tono suave ,pero seguro. Coromoto— respondió tímidamente ¿Coromoto?— Pregunto ángel intrigado—,primera vez que escucho ese nombre es ¿Con c o con k? Ella, no pudo evitar reírse. Siempre me preguntan lo mismo respondió Es Con “C” le dijo ella con una dulce voz. Ángel mirándola a los ojos le dijo: Entonces señorita Coromoto con c —¿Le gustaría tomar un café algún día? —preguntó, casi como si fuera una propuesta inocente. Coromoto lo miró, sintiendo una punzada en su corazón. La idea de salir con otro hombre, incluso en algo tan inocente como tomar un café, le parecía extraña y un tanto aterradora. Sin embargo, no pudo evitar la calidez que emanaba de él, como una brisa fresca en un día de calor. —Claro —respondió, casi sin pensar. Con una sonrisa, él se despidió de ella, y Coromoto se alejó rápidamente, sorprendida por su propia respuesta. El resto del día transcurrió como cualquier otro, pero aquella breve interacción se quedó en su mente, flotando como un suspiro, un recordatorio de que había algo más allá del dolor y la traición que la había marcado durante tanto tiempo. No podía esperar el momento de poder contarle a sus amigas lo ocurrido, con una buena taza de café. Al día siguiente, como si el destino hubiera intervenido. Se encontraron de nuevo. Esta vez, ella lo vio esperando frente a la entrada del hospital, como si hubiera estado esperándola. —¿Qué tal un café? —dijo, con una sonrisa amigable que hizo que Coromoto se sintiera, por un breve momento, como si fuera alguien especial. La invitación no era algo que ella hubiera planeado aceptar tan rápidamente, pero algo en su interior le decía que necesitaba hacerlo. Después de todo, ¿quién era ella en ese momento? ¿La mujer traicionada y rota, o alguien que, al igual que todos, merecía una oportunidad para ser feliz, aunque fuera por unos minutos? —Está bien —respondió, tomando una decisión que, aunque pequeña, sentía como un gran paso. Juntos fueron a la cafetería cerca del hospital. El lugar no era nada lujoso, pero la atmósfera era cálida y acogedora. Ambos pidieron un capuchino de vainilla, el sabor favorito de los dos. Hablaron de cosas simples al principio: el clima, el trabajo, las pequeñas situaciones cotidianas que a veces parecen no tener importancia. Pero a medida que avanzaba la conversación. Coromoto comenzó a sentirse más relajada, más ella misma. Ángel, tenía una manera de escuchar que la hacía sentir comprendida, como si realmente le importara lo que ella tenía que decir. Y eso, después de todo lo que había vivido con William y Claudia, era un cambio refrescante. A medida que pasaban los días, Coromoto comenzó a buscar más esos encuentros, esos pequeños momentos en los que podía compartir un café o una conversación con Ángel. Cada vez que se veían, sentía como si algo nuevo naciera dentro de ella, una sensación de ser valorada, de ser vista más allá de su rol como madre y esposa. Ángel no la veía como la mujer rota que pensaba que era, sino como alguien con una historia, con un alma que aún podía sanar. A lo largo de estas pequeñas interacciones, Coromoto empezó a descubrir algo dentro de sí misma que había olvidado: la capacidad de sentir mariposas en el estómago, la posibilidad de querer estar cerca de alguien sin miedo al juicio o a la traición. Ángel no era William. No llevaba la marca de las mentiras o las promesas rotas. Ángel era simplemente Ángel, un hombre común y corriente, pero para Coromoto, representaba una luz que brillaba con fuerza en medio de la oscuridad. Sin embargo, el conflicto comenzó a surgir. ¿Era posible que Coromoto estuviera traicionando a su esposo al comenzar a sentir algo por otro hombre? ¿Estaba ella repitiendo la misma historia que vivió con Claudia y William, solo que esta vez en el rol de la “otra”? El miedo la azotaba. El miedo de ser juzgada, de ser la persona que hacía exactamente lo mismo que William había hecho con ella. Pero a pesar de esos miedos, Coromoto no podía evitar sentir que algo dentro de ella despertaba. Ángel la hacía sentir especial, la hacía sentir que había algo más allá de la rutina de su vida y el dolor que la había acompañado durante tanto tiempo. No se trataba de buscar venganza, ni de destruir a su familia, pero sí de encontrar una chispa de felicidad en medio de la oscuridad. ¿Sería posible vivir una vida paralela? ¿Podría Coromoto ser feliz sin perderse en las mentiras que tan bien conocía? El dilema estaba ante ella: ¿Debía arriesgarse a explorar lo que sentía por Ángel, o debía detenerse antes de cruzar una línea que no podía deshacer? Con cada encuentro, la respuesta parecía menos clara, pero una cosa era cierta: por primera vez en mucho tiempo, Coromoto sentía que había una posibilidad, una luz de esperanza, en algún rincón de su corazón. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, ese pequeño destello de felicidad le recordó que, incluso en los momentos más oscuros, la vida podía ofrecerle algo más. Algo que valiera la pena luchar por ello.Coromoto trató de mantener la calma, pero sus amigas no tardaron en notar el cambio. Desde que Ángel había llegado a su vida, todo en ella parecía brillar con una nueva luz. Su rostro, antes marcado por la rutina y las preocupaciones, ahora estaba adornado con una sonrisa que no la dejaba en paz. Aquella energía contagiosa que emanaba de ella resultaba imposible de ocultar. Sus ojos, más vivos que nunca, reflejaban una alegría difícil de disimular.Patricia y Paola, siempre observadoras y curiosas, pronto comenzaron a sospechar que algo, o más bien, alguien, estaba detrás de esa transformación. La intriga se convirtió en un juego silencioso entre ellas y los pequeños detalles no pasaban desapercibidos: el suspiro al final de la jornada, las risas a media tarde, esos pequeños gestos de Coromoto que hablaban más de lo que ella deseaba admitir.“¿Quién es él?”, preguntó Paola una tarde, mientras ambas observaban a su amiga recoger unos papeles en la mesa. Su tono era suave, pero su
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p