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CAPITULO 5: El desdén y la traición

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.

Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida ajena.

La relación con William había cambiado de manera drástica. El hombre que alguna vez había sido el amor de su vida ahora se comportaba como un extraño en su propio hogar. Los silencios se volvieron insoportables, y las interacciones que antes estaban llenas de risas y complicidad, ahora eran cortantes y cargadas de una tensión palpable. Él ya no la miraba de la misma manera, como si algo, o mejor dicho, alguien más lo tuviera atrapado en una red de emociones y deseos que ella no podía comprender. Ella, a su vez, se mantenía en una constante lucha interna, tratando de equilibrar su dolor con el deseo de no perderlo todo.

Era un dilema, uno tan doloroso como la sensación de ser traicionada por aquellos que más amaba. El amor por su familia y por sus hijos la mantenía en esa zona gris, donde se convirtió en una espectadora de su propia vida, viviendo un sufrimiento solitario mientras la realidad se desmoronaba a su alrededor. No podía permitir que sus hijos crecieran en un hogar roto, no podía ser una mujer que, al final, abandonara todo lo que había construido por una traición. Y sin embargo, el dilema la atormentaba con cada respiración. ¿Podría seguir viviendo así?

Los días transcurrían lentamente, y la violencia en su hogar se intensificaba. Ya no eran solo los silencios y las miradas frías lo que marcaban la relación con William, sino también los gritos y las discusiones acaloradas. Había veces que se sentía atrapada, completamente a merced de un hombre que ya no parecía ser el mismo. Y las palabras que más la herían no venían de él, sino de su amiga Claudia, quien se mantenía cerca de ella, fingiendo que todo seguía igual, mientras con cada gesto, cada mirada, le recordaba el vínculo ilícito que compartía con su esposo.

Claudia había sido su confidente, como una compañera de toda la vida. Había sido ella quien la consolaba cuando Coromoto se sentía sola, quien le ofrecía un hombro para llorar. Había sido su amiga en los momentos más difíciles. Y ahora, ese mismo ser que había sido su pilar en los momentos de debilidad, se había convertido en la misma traidora que había destrozado su mundo. Pero lo peor era que Claudia seguía ahí, como si nada hubiese cambiado. Seguía siendo esa amiga que le contaba sus secretos y se reía de sus bromas, mientras, en el fondo, sabía que su propia traición era la causa de su sufrimiento.

Coromoto se sentía atrapada entre dos mundos: uno en el que debía conservar la apariencia de una familia feliz y otro en el que la verdad la devoraba por dentro. Cada día, al mirarse al espejo, se encontraba con una mujer que no reconocía, una sombra de sí misma que luchaba por mantener la compostura mientras todo a su alrededor se desmoronaba.

Una tarde, después de un tenso desayuno, Coromoto se encontró con Claudia en el parque, como era habitual. Claudia le sonrió con esa expresión que siempre había tenido, tan amable y cálida, como si no hubiera nada fuera de lugar. Era como si ella no supiera el dolor que se estaba desbordando en el alma de su amiga, o quizás, como si no le importara.

—¿Cómo te encuentras, Coromoto? —preguntó Claudia, tomando su brazo con ternura.

Coromoto sonrió débilmente, sabiendo que lo que tenía en su corazón no podía ser dicho con simples palabras. Pero, en su interior, una tormenta se desataba. ¿Cómo podía Claudia mirar a sus ojos y seguir sonriendo mientras se había entregado a su esposo? ¿Cómo podía fingir que todo estaba bien? Las palabras se le quedaron atoradas en la garganta, pero sus ojos, esos ojos llenos de dolor y sufrimiento, no podían mentir.

—Estoy bien, Claudia. Solo… solo un poco cansada —respondió, evitando su mirada.

Claudia frunció el ceño por un momento, como si intentara detectar alguna grieta en su voz, pero rápidamente cambió de tema.

—Lo importante es que sigas adelante, querida. La vida tiene muchas sorpresas guardadas para ti, ya verás.

Coromoto se quedó en silencio. Sabía que Claudia estaba tratando de hacerla sentir mejor, pero las palabras de consuelo se sentían vacías. Sabía lo que realmente se estaba ocultando entre ambas, una traición que nunca podría perdonar, aunque nunca lo dijera en voz alta.

El tiempo pasó, y la relación con William se volvió cada vez más distante. Las peleas aumentaron, al igual que la violencia emocional. Cada vez que él llegaba a casa, el ambiente se llenaba de una tensión insoportable. Coromoto se encontraba vacía, como si ya no quedara nada de la mujer que una vez había amado. Sus días transcurrían entre el sufrimiento y la resignación, y las noches, lejos de ser un refugio, eran un espacio oscuro donde se sentía más sola que nunca.

Una noche, después de una discusión particularmente brutal, Coromoto se sentó en el borde de la cama, mirando la nada. William había salido furioso, dejando atrás solo el eco de sus palabras crueles. En el fondo sabía que él había perdido el respeto por ella, que ya no quedaba nada de aquel hombre que una vez la amó. Pero lo que más le dolía no era el desprecio de su esposo, sino el hecho de que Claudia, su amiga, seguía siendo parte de ese ciclo de dolor. Cada vez que Claudia le sonreía, le recordaba la mentira que ambos habían tejido, la traición que la ahogaba.

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