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CAPITULO 7: Las Mosqueteras

El día de Coromoto comenzó antes de lo habitual. Decidió salir de su casa más temprano de lo que estaba acostumbrada, con la intención de encontrarse con sus amigas antes de entrar al hospital, donde trabajaban en el área de limpieza. William y los niños seguían dormidos cuando ella se despidió con un beso en la frente de sus hijos.

Al pasar por la puerta de la habitación de su esposo, no pudo evitar detenerse. Lo observó dormir profundamente, y una inquietante pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo era posible que un hombre tan tierno en sueños pudiera convertirse en una bestia cruel cuando despertaba? ¿Acaso ya no la amaba? ¿O nunca la había amado realmente? Se preguntó en un profundo silencio, mientras la oscuridad de la madrugada envolvía la casa. El único sonido que rompió el silencio fue un suspiro que escapó de sus labios.

Al llegar al hospital, sus amigas ya la estaban esperando, como siempre. Era casi un ritual, una promesa no escrita de entrar juntas al turno. Pasaron varios minutos entre bromas y saludos, hasta que se dieron cuenta de que el tiempo había avanzado más de lo que pensaban. En los pasillos, las voces de las amigas resonaban al unísono, anunciando a todos que "Las Mosqueteras” ya habían llegado.

Sin embargo, ese día había algo diferente en Coromoto. Sus amigas, que la conocían tan bien, lo notaron de inmediato.

—¿Estás bien? —preguntó Patricia, con una mirada preocupada.

Coromoto, sin levantar la vista, respondió en voz baja:

—Sí.

Paola, no tan convencida, replicó rápidamente:

—No te creo.

—Sabes que puedes contarnos lo que sea —interrumpió Jazmín, siempre dispuesta a ofrecer apoyo—. Para eso están las amigas, ¿o no chicas?

—¡Sí! —respondieron las demás al unísono, aliviando un poco la tensión del momento.

—Estoy bien —dijo Coromoto, forzando una sonrisa—. Y apuren el paso, que ya vamos tarde.

Esa mañana, las amigas fueron asignadas a diferentes áreas del hospital. A Coromoto le tocó el sector de neonatología, un lugar que siempre le había gustado. Estar rodeada de bebés, escucharlos, verlos moverse, le inspiraba una ternura inmensa. Pero a pesar de la dulzura de su entorno, el tiempo pasaba lentamente. Las horas se arrastraban entre las tareas, y el momento más esperado del día, la hora del almuerzo, parecía demorarse mucho en llegar.

Cuando finalmente fue hora de comer, Coromoto llegó al comedor primero. Paola la siguió poco después. Aprovechando que estaban solas, Paola la miró con una expresión de preocupación.

—¿En serio estás bien? —le preguntó.

Coromoto iba a responder, pero Paola la interrumpió antes de que pudiera decir algo.

—Sabes que estoy aquí para ti, siempre —dijo Paola con voz suave, buscando transmitirle el apoyo que tanto necesitaba.

Justo en ese momento, un mensaje llegó al teléfono de Paola. Sus otras amigas todavía no habían terminado con sus tareas, por lo que tendrían que comer sin ellas.

Aprovechando que estaban solas, Coromoto no pudo evitar desahogarse con Paola. Le contó sobre lo mal que iba su relación con William, sobre los silencios que los separaban, los malos tratos que ella sentía en su interior. También le habló de la relación secreta que había descubierto entre su esposo y su amiga Claudia, una relación de la que ella sospechaba, aunque no lo había hablado directamente con Coromoto.

Paola, con su habitual optimismo, intentó consolarla:

—Todo esto pasará, Coromoto. La vida tiene una manera extraña de poner las cosas en su lugar. Te lo prometo, todo se arreglará.

La conversación continuó, pero el tiempo parecía volar entre las palabras compartidas. Al final, las amigas volvieron a sus puestos de trabajo, pero, para su suerte, les tocó un turno en el mismo sector, lo que les permitió compartir algunas risas y bromas. Aunque la situación seguía siendo difícil para Coromoto, al menos en esos momentos había algo que la hacía sonreír y olvidar, aunque fuera por un rato, la tormenta en su vida.

Al finalizar el turno, Coromoto, Paola, Patricia y Jazmín, como cada día, se dirigieron juntas a tomar un café. Era el momento perfecto para ponerse al día con los chismes del hospital, para hablar de todo y de nada. Pero, aunque la conversación estaba llena de risas y anécdotas, Coromoto no podía dejar de pensar en lo que había compartido con Paola. Sabía que tenía mucho que resolver, pero, por ahora, al menos tenía a sus amigas a su lado. Y eso, en esos momentos, era lo único que realmente importaba.

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