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CAPITULO 4: La noche que todo cambió

La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.

La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.

 

William, recostado sobre la almohada, observaba a las dos mujeres. Su mirada era distante, como si se hubiera desconectado, como si ya no estuviera presente del todo. Coromoto sabía que no estaba viendo al hombre que una vez la amó, y la verdad es que no sabía si eso la perturbaba más o menos. Claudia, a su lado, era la presencia más tangible, la amiga a la que confiaba casi todo, la que siempre la había escuchado, la que ahora parecía estar tan distante como William. Pero al mismo tiempo, su cercanía le daba una sensación de consuelo, aunque el acto que habían decidido llevar a cabo estaba lejos de ser sencillo.

 

Fue Claudia la que rompió el hielo, acercándose primero a Coromoto con una mirada que, aunque tranquila, estaba llena de una complicidad que las dos compartían en silencio. Coromoto la miró, con los ojos un poco más abiertos, la piel erizada por la cercanía de su amiga.

 

—Está bien —dijo Claudia, su voz suave pero firme—. No tienes que hacer nada que no quieras. Sólo… relájate.

 

Coromoto asintió, aunque su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de la situación. Sin embargo, algo en la calma de Claudia la tranquilizó. No sabía qué esperarse, pero en ese momento, su amiga parecía ser la única persona en la que podía confiar. La sensación de estar entre ellos, entre esas dos figuras que de alguna manera la habían acompañado durante su vida, se convirtió en una mezcla de incomodidad y anhelo.

 

Claudia acercó su rostro lentamente, y Coromoto, sin pensarlo mucho, sintió cómo sus labios se encontraban con los de ella en un beso suave, tentativo. Un beso que era tan diferente a cualquier otro que había dado, pero que de alguna manera encajaba en ese momento. Era extraño, por supuesto, pero también había algo profundamente placentero en esa suavidad, en ese contacto que era nuevo y a la vez familiar. Como si en ese beso, las dos se entendieran de una manera que las palabras nunca podrían.

 

El roce de los labios de Claudia, tan distintos a los de William, le produjo un cosquilleo en el estómago. No sabía cómo describir lo que sentía, pero al menos no se sentía rechazada. La sensación era cálida, acogedora, pero también desconcertante. La dulzura del beso, la manera en que las bocas se entrelazaron con una naturalidad inesperada, la hizo perderse por un instante.

 

Cuando Coromoto se separó, sintió que su respiración se aceleraba, pero sus ojos se encontraron con los de William, que las observaba en silencio desde la otra orilla de la cama. No sabía si la mirada de él reflejaba aprobación, indiferencia o algo más complejo, pero el hecho de que no dijera nada, que permaneciera en silencio, la dejó aún más vulnerable.

 

Fue Claudia la que rompió la quietud de la escena. Se giró hacia William, mirándolo con una suavidad que contrastaba con la tensión en el aire.

 

—¿Estás bien? —preguntó ella, su tono de voz más calmado que antes.

 

William la miró por un momento, como si regresara de un lugar lejano. Asintió lentamente, y Coromoto pudo ver que estaba desconcertado, tal vez incluso inseguro de cómo manejar todo eso. Pero finalmente se acercó, y, en un acto que parecía más una reacción automática que una verdadera intención, besó a Claudia.

 

Era un beso breve, casi mecánico, pero cuando él se separó, sus ojos se encontraron con los de Coromoto. El intercambio de miradas fue breve, pero suficiente para que una oleada de emociones la invadiera. No podía evitar sentirse atrapada entre las dos personas más cercanas a ella, sintiendo cómo las fronteras de la amistad y el amor se difuminaban de maneras que no había anticipado.

 

Coromoto, aún sintiendo el peso de la situación, miró a Claudia y luego a William, buscando algo, alguna señal de que esto realmente tenía sentido. Pero no la encontró. No en sus ojos, no en sus gestos. Sin embargo, Claudia, con una suavidad inusitada, la tomó de la mano, y con ese simple gesto, Coromoto sintió que la calma comenzaba a inundarla. No sabía qué estaba ocurriendo exactamente, pero algo en su interior le decía que no todo estaba perdido, que aún podían encontrar una manera de estar juntas, aunque solo fuera en ese instante.

 

Claudia se acercó a ella otra vez, esta vez con más confianza, y el roce de su cuerpo contra el de Coromoto hizo que una corriente cálida recorriese su piel. Coromoto, aún con el pecho agitado, no pudo evitar inclinarse hacia ella, buscando ese consuelo que solo su amiga parecía poder darle en ese momento. Sus labios se encontraron de nuevo, y esta vez fue más intenso, más presente. No era solo un acto de consuelo, ni una búsqueda de algo físico; era un lazo emocional que las unía, aunque de una manera difícil de explicar.

 

La sensación era de contradicción: por un lado, estaba el placer de la cercanía, la sensación de estar, finalmente, escuchada y entendida; por otro, la incomodidad de estar compartiendo algo que no sabían cómo manejar. Coromoto sentía que algo nuevo se estaba abriendo en su corazón, una puerta que no sabía si debía atravesar. Pero no podía negar que, a pesar de todo, ese momento, esa sensación de ser tocada, de ser deseada, de sentirse viva de una manera que no había experimentado en tanto tiempo, la envolvía de una forma placentera, aunque inquietante.

 

Cuando se separaron, el aire pareció haber cambiado, y Coromoto, aunque agotada por las emociones, se dio cuenta de que la distancia entre ella y William se había hecho aún más grande. No había respuestas en esa habitación, solo un caos emocional que ninguno de los tres parecía saber cómo enfrentar. Pero algo había quedado claro: aunque las fronteras se difuminaran entre amistad y deseo, la verdad era que, en ese momento, ninguno de los tres estaba realmente preparado para comprender las repercusiones de lo que acababa de ocurrir.

 

La experiencia no fue tal como la había imaginado, la noche tuvo un giro inesperado: William se enfocó más en Claudia que en su propia esposa durante ese encuentro y  algo cambió entre ellas. Había algo en los ojos de su amiga, algo en su comportamiento que no había visto antes. La cercanía, el roce, los susurros, todo parecía estar bien, hasta que no lo estuvo. Después de un par de encuentros, Claudia le confesó lo que Coromoto nunca había anticipado: ella también había caído en la tentación, y su relación con William se había vuelto secreta.

 

Las palabras fueron como una cuchillada que desgarró el alma de Coromoto. El dolor y la traición invadieron su pecho con tal fuerza que casi no pudo respirar. Claudia le explicó con sinceridad, pero para Coromoto no hubo consuelo en sus palabras.

 En lugar de salvar su matrimonio, la propuesta había deshecho todo lo que había construido.

 

Claudia la miró con pesar, pero la traición era innegable. Coromoto se sintió herida, humillada, pero no podía dejar que todo eso destruyera lo poco que quedaba de su amistad. Había sido honesta, al menos, y eso le dio algo en qué aferrarse. No pudo destruir la relación con Claudia, aunque el dolor persistiera. Después de todo, la traición venía de más de un lado.

El intento había fallado. Su matrimonio no solo estaba al borde de la ruina, sino que su amistad también se había fracturado. Y sin embargo, en su dolor, Coromoto no pudo evitar preguntarse: ¿Habrá alguna manera de reconstruir todo esto?

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