La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.
La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento. William, recostado sobre la almohada, observaba a las dos mujeres. Su mirada era distante, como si se hubiera desconectado, como si ya no estuviera presente del todo. Coromoto sabía que no estaba viendo al hombre que una vez la amó, y la verdad es que no sabía si eso la perturbaba más o menos. Claudia, a su lado, era la presencia más tangible, la amiga a la que confiaba casi todo, la que siempre la había escuchado, la que ahora parecía estar tan distante como William. Pero al mismo tiempo, su cercanía le daba una sensación de consuelo, aunque el acto que habían decidido llevar a cabo estaba lejos de ser sencillo. Fue Claudia la que rompió el hielo, acercándose primero a Coromoto con una mirada que, aunque tranquila, estaba llena de una complicidad que las dos compartían en silencio. Coromoto la miró, con los ojos un poco más abiertos, la piel erizada por la cercanía de su amiga. —Está bien —dijo Claudia, su voz suave pero firme—. No tienes que hacer nada que no quieras. Sólo… relájate. Coromoto asintió, aunque su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de la situación. Sin embargo, algo en la calma de Claudia la tranquilizó. No sabía qué esperarse, pero en ese momento, su amiga parecía ser la única persona en la que podía confiar. La sensación de estar entre ellos, entre esas dos figuras que de alguna manera la habían acompañado durante su vida, se convirtió en una mezcla de incomodidad y anhelo. Claudia acercó su rostro lentamente, y Coromoto, sin pensarlo mucho, sintió cómo sus labios se encontraban con los de ella en un beso suave, tentativo. Un beso que era tan diferente a cualquier otro que había dado, pero que de alguna manera encajaba en ese momento. Era extraño, por supuesto, pero también había algo profundamente placentero en esa suavidad, en ese contacto que era nuevo y a la vez familiar. Como si en ese beso, las dos se entendieran de una manera que las palabras nunca podrían. El roce de los labios de Claudia, tan distintos a los de William, le produjo un cosquilleo en el estómago. No sabía cómo describir lo que sentía, pero al menos no se sentía rechazada. La sensación era cálida, acogedora, pero también desconcertante. La dulzura del beso, la manera en que las bocas se entrelazaron con una naturalidad inesperada, la hizo perderse por un instante. Cuando Coromoto se separó, sintió que su respiración se aceleraba, pero sus ojos se encontraron con los de William, que las observaba en silencio desde la otra orilla de la cama. No sabía si la mirada de él reflejaba aprobación, indiferencia o algo más complejo, pero el hecho de que no dijera nada, que permaneciera en silencio, la dejó aún más vulnerable. Fue Claudia la que rompió la quietud de la escena. Se giró hacia William, mirándolo con una suavidad que contrastaba con la tensión en el aire. —¿Estás bien? —preguntó ella, su tono de voz más calmado que antes. William la miró por un momento, como si regresara de un lugar lejano. Asintió lentamente, y Coromoto pudo ver que estaba desconcertado, tal vez incluso inseguro de cómo manejar todo eso. Pero finalmente se acercó, y, en un acto que parecía más una reacción automática que una verdadera intención, besó a Claudia. Era un beso breve, casi mecánico, pero cuando él se separó, sus ojos se encontraron con los de Coromoto. El intercambio de miradas fue breve, pero suficiente para que una oleada de emociones la invadiera. No podía evitar sentirse atrapada entre las dos personas más cercanas a ella, sintiendo cómo las fronteras de la amistad y el amor se difuminaban de maneras que no había anticipado. Coromoto, aún sintiendo el peso de la situación, miró a Claudia y luego a William, buscando algo, alguna señal de que esto realmente tenía sentido. Pero no la encontró. No en sus ojos, no en sus gestos. Sin embargo, Claudia, con una suavidad inusitada, la tomó de la mano, y con ese simple gesto, Coromoto sintió que la calma comenzaba a inundarla. No sabía qué estaba ocurriendo exactamente, pero algo en su interior le decía que no todo estaba perdido, que aún podían encontrar una manera de estar juntas, aunque solo fuera en ese instante. Claudia se acercó a ella otra vez, esta vez con más confianza, y el roce de su cuerpo contra el de Coromoto hizo que una corriente cálida recorriese su piel. Coromoto, aún con el pecho agitado, no pudo evitar inclinarse hacia ella, buscando ese consuelo que solo su amiga parecía poder darle en ese momento. Sus labios se encontraron de nuevo, y esta vez fue más intenso, más presente. No era solo un acto de consuelo, ni una búsqueda de algo físico; era un lazo emocional que las unía, aunque de una manera difícil de explicar. La sensación era de contradicción: por un lado, estaba el placer de la cercanía, la sensación de estar, finalmente, escuchada y entendida; por otro, la incomodidad de estar compartiendo algo que no sabían cómo manejar. Coromoto sentía que algo nuevo se estaba abriendo en su corazón, una puerta que no sabía si debía atravesar. Pero no podía negar que, a pesar de todo, ese momento, esa sensación de ser tocada, de ser deseada, de sentirse viva de una manera que no había experimentado en tanto tiempo, la envolvía de una forma placentera, aunque inquietante. Cuando se separaron, el aire pareció haber cambiado, y Coromoto, aunque agotada por las emociones, se dio cuenta de que la distancia entre ella y William se había hecho aún más grande. No había respuestas en esa habitación, solo un caos emocional que ninguno de los tres parecía saber cómo enfrentar. Pero algo había quedado claro: aunque las fronteras se difuminaran entre amistad y deseo, la verdad era que, en ese momento, ninguno de los tres estaba realmente preparado para comprender las repercusiones de lo que acababa de ocurrir. La experiencia no fue tal como la había imaginado, la noche tuvo un giro inesperado: William se enfocó más en Claudia que en su propia esposa durante ese encuentro y algo cambió entre ellas. Había algo en los ojos de su amiga, algo en su comportamiento que no había visto antes. La cercanía, el roce, los susurros, todo parecía estar bien, hasta que no lo estuvo. Después de un par de encuentros, Claudia le confesó lo que Coromoto nunca había anticipado: ella también había caído en la tentación, y su relación con William se había vuelto secreta. Las palabras fueron como una cuchillada que desgarró el alma de Coromoto. El dolor y la traición invadieron su pecho con tal fuerza que casi no pudo respirar. Claudia le explicó con sinceridad, pero para Coromoto no hubo consuelo en sus palabras. En lugar de salvar su matrimonio, la propuesta había deshecho todo lo que había construido. Claudia la miró con pesar, pero la traición era innegable. Coromoto se sintió herida, humillada, pero no podía dejar que todo eso destruyera lo poco que quedaba de su amistad. Había sido honesta, al menos, y eso le dio algo en qué aferrarse. No pudo destruir la relación con Claudia, aunque el dolor persistiera. Después de todo, la traición venía de más de un lado. El intento había fallado. Su matrimonio no solo estaba al borde de la ruina, sino que su amistad también se había fracturado. Y sin embargo, en su dolor, Coromoto no pudo evitar preguntarse: ¿Habrá alguna manera de reconstruir todo esto?El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p
El día de Coromoto comenzó antes de lo habitual. Decidió salir de su casa más temprano de lo que estaba acostumbrada, con la intención de encontrarse con sus amigas antes de entrar al hospital, donde trabajaban en el área de limpieza. William y los niños seguían dormidos cuando ella se despidió con un beso en la frente de sus hijos.Al pasar por la puerta de la habitación de su esposo, no pudo evitar detenerse. Lo observó dormir profundamente, y una inquietante pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo era posible que un hombre tan tierno en sueños pudiera convertirse en una bestia cruel cuando despertaba? ¿Acaso ya no la amaba? ¿O nunca la había amado realmente? Se preguntó en un profundo silencio, mientras la oscuridad de la madrugada envolvía la casa. El único sonido que rompió el silencio fue un suspiro que escapó de sus labios.Al llegar al hospital, sus amigas ya la estaban esperando, como siempre. Era casi un ritual, una promesa no escrita de entrar juntas al turno. Pasaron varios mi
Coromoto nunca imaginó que algo tan simple como un “hola” podría alterar el curso de su vida. Después de años de vivir atrapada en la oscuridad de una relación rota, marcada por la traición y la violencia emocional, el destino le tendió una mano cuando menos lo esperaba. Todo comenzó en un día cualquiera, en un ascensor común, pero el impacto de ese encuentro perduraría para siempre.El hospital donde trabajaba como limpiadora ya no era para Coromoto un lugar lleno de vida, sino más bien un espacio gris, oscuro, donde las horas parecían desdibujarse y fusionarse en una rutina monótona. Había dejado de soñar con algo mejor, pues el peso de su matrimonio con William la había sumido en una especie de letargo emocional. La mujer que alguna vez fue vibrante, llena de esperanza y amor, ahora parecía ser solo una sombra de sí misma, caminando en un mundo que la ignoraba, que la hacía invisible.Sin embargo, ese día algo cambió.Coromoto había terminado su jornada, cansada, con el cuerpo
Coromoto trató de mantener la calma, pero sus amigas no tardaron en notar el cambio. Desde que Ángel había llegado a su vida, todo en ella parecía brillar con una nueva luz. Su rostro, antes marcado por la rutina y las preocupaciones, ahora estaba adornado con una sonrisa que no la dejaba en paz. Aquella energía contagiosa que emanaba de ella resultaba imposible de ocultar. Sus ojos, más vivos que nunca, reflejaban una alegría difícil de disimular.Patricia y Paola, siempre observadoras y curiosas, pronto comenzaron a sospechar que algo, o más bien, alguien, estaba detrás de esa transformación. La intriga se convirtió en un juego silencioso entre ellas y los pequeños detalles no pasaban desapercibidos: el suspiro al final de la jornada, las risas a media tarde, esos pequeños gestos de Coromoto que hablaban más de lo que ella deseaba admitir.“¿Quién es él?”, preguntó Paola una tarde, mientras ambas observaban a su amiga recoger unos papeles en la mesa. Su tono era suave, pero su
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla