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CAPITULO 6: ¿Escapar o Defenderse?

Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.

La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.

Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.

—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de perder todo lo que has construido.

Coromoto quedó en silencio, escuchando las palabras de Claudia, que parecían penetrar su alma como un bálsamo, y al mismo tiempo, una nueva perspectiva comenzó a germinar en su interior. Claudia, en lugar de negar o minimizar lo sucedido, le ofreció una visión diferente: que su verdadero enfrentamiento debía ser con William, no con ella.

—Lo que has vivido con él no tiene justificación —continuó Claudia—. Él es el que te debe respeto, no yo. Y tú mereces la verdad, no solo de mí, sino de él. Es hora de que confrontes esa parte de tu vida que te está destruyendo, pero no lo hagas desde el rencor o el deseo de venganza. Hazlo desde el deseo de ser libre, de tomar el control de lo que queda de ti.

Las palabras de Claudia la hicieron vacilar. A pesar de que ella misma era parte del engaño, la amiga le había mostrado una forma de abordar la situación que no estaba impregnada de ira ni resentimiento, sino de una liberación que Coromoto necesitaba. Claudia, sin quererlo, la hizo entrar en razón, evitándole un problema aún mayor, una confrontación en la que solo perdería más de lo que ya había perdido.

Coromoto decidió esperar un momento más. La confrontación, aunque necesaria, debía ser realizada de manera que no la destruyera por completo. No sería una pelea con Claudia, sino con el hombre que compartía su vida y que había traicionado su confianza de la manera más cruel. Y esa noche, Coromoto sintió que, por primera vez en mucho tiempo, tomaba las riendas de su vida.

Pasaron días y días sin que William hiciera el mínimo esfuerzo por acercarse o intentar remediar lo que había roto. Coromoto había dejado de esperar gestos de arrepentimiento, y en su interior, las palabras de Claudia seguían resonando. Era William quien debía enfrentarse a la realidad de lo que había hecho.

Finalmente, un jueves por la tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse, William llegó a casa. Coromoto estaba sentada en el comedor, observando las noticias en la televisión, aunque su mente estaba lejos de allí, sumida en pensamientos que iban más allá de lo cotidiano. Fue él quien rompió el silencio con un “hola” casi vacío de emoción, como si nada hubiera cambiado. Coromoto no respondió de inmediato, y durante algunos segundos, ambos se quedaron en silencio, como dos extraños en una habitación demasiado pequeña.

Ella lo miró por primera vez en semanas, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza, llena de una mezcla de dolor, rabia y determinación. Finalmente, fue ella quien rompió el hielo.

—William —dijo, con la voz más firme de lo que jamás imaginó que podría tener—, necesito que hablemos. Ya no puedo seguir viviendo en esta mentira. Ya no puedo seguir ignorando lo que ha estado pasando.

William levantó la vista, sorprendido por la seriedad de sus palabras. Algo en su rostro, que hasta entonces había permanecido impasible, pareció cambiar. Aparentó ser consciente de que lo que iba a suceder no podría eludirse.

—¿De qué hablas? —preguntó con una ligera sonrisa, como si todavía intentara restarle gravedad a la situación.

Coromoto respiró hondo, sintiendo que, a pesar de todo el dolor, estaba tomando el control. Las palabras que siguieron fueron simples, pero contundentes.

—Sé lo que ha estado pasando entre tú y Claudia. No me hace falta más. —Su voz tembló por un instante, pero se mantuvo firme—. Tú y yo hemos llegado a un punto donde ya no podemos seguir ignorando la verdad. Tú me debes respeto. Y yo me debo respeto a mí misma.

William abrió los ojos un poco más, como si el peso de sus acciones le cayera de repente. Coromoto podía ver en su rostro algo que no podía identificar bien: culpa, vergüenza o algo peor, pero al final, la falta de palabras de él fue lo que le habló con mayor claridad.

En lugar de reaccionar como ella había imaginado, William permaneció en silencio, evitando el contacto visual, incapaz de defender sus acciones. Y mientras el tiempo parecía detenerse, Coromoto entendió algo fundamental: la verdad ya no necesitaba ser dicha con palabras hirientes, pues la verdad de lo que había pasado estaba en sus ojos y en su ausencia de respuestas.

En ese momento, Claudia entró en la habitación, como si hubiera estado esperando el momento perfecto para intervenir. Coromoto la miró por un instante, antes de que ella se acercara, como si todo fuera parte de un guion que ya estaba escrito. Claudia, al ver la escena, no dijo nada, pero sus ojos transmitieron una mezcla de entendimiento y arrepentimiento.

Finalmente, Coromoto entendió que la verdadera batalla no era con Claudia, ni siquiera con William, sino con la versión de ella misma que había permitido tanto dolor. Y a pesar de la traición, a pesar de todo lo que había sucedido, había algo en su interior que le decía que aún podía ser fuerte.

Claudia, en lugar de escapar o defenderse, se acercó a ella y, con una mirada compasiva, la abrazó. Coromoto no pudo evitar sentirse, por un breve momento, como si no estuviera sola. Y así, a pesar de la tormenta interna que la sacudía, las dos amigas siguieron adelante, con la certeza de que el vínculo que compartían aún podía sanar, aunque las cicatrices de la traición nunca desaparecerían.

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